160 AÑOS es el tiempo que los bomberos de la ciudad de Ávila llevan protagonizando una parte importante de su historia. Empezaron siendo un grupo de hombres voluntariosos cuya misión inicial fue «la extinción de los incendios que ocurran en la capital, procurando que sus efectos sean los menos sensibles», se decía en el Reglamento municipal de 1863.
Más tarde se ocuparon también de velar por la seguridad de los vecinos y de su rico patrimonio natural y arquitectónico, protegiéndolo y atendiendo cualquier emergencia, catástrofe o calamidad, como se decía en el Reglamento de 1928: «El Cuerpo de Bomberos de la Ciudad de Ávila es una Corporación creada y sostenida por el Ayuntamiento, cuyo objetivo es atender el salvamento de personas y propiedades en caso de incendio y la extinción de éstos, prestando también su auxilio en los hundimientos, inundaciones y otros siniestros análogos».
Actualmente, la polivalencia de las funciones que han ido asumiendo los bomberos convierte su trabajo en un empleo fundamental para la asistencia y socorro de personas y bienes, independientemente de la causa u origen de la amenaza o problema. Ellos constituyen entonces el “Servicio de Prevención, Extinción de Incendios y Salvamento”, el cual forma parte de los servicios esenciales de protección ciudadana cuya prestación corresponde a los municipios, tal y como se recoge en el Plan Sectorial SPEIS de Castilla y León.
Ahora, ofrecemos el sorprendente contraste que presenta la historia en estos 160 años de vida de una de las instituciones más significativas de la ciudad. Y lo hacemos adentrándonos, una vez más, en su larga tradición histórica, ahondando en aspectos identitarios con ánimo divulgativo y apuntando algunos datos de su legendaria trayectoria. Hablar entonces de los bomberos de Ávila es hablar de las personas que desempeñaron este noble “oficio” durante generaciones. Es rememorar su creación, su reglamentación y organización, sus instalaciones y emplazamientos, sus medios materiales y equipamientos, y sus intervenciones más notorias y los incendios más conocidos que forman parte de la memoria colectiva por su trascendencia pública.
En 1607, según el libro de actas, el licenciado Palacios, procurador general del común puso de manifiesto «la gran necesidad de unas jeringas y palas y azadones para matar el fuego». Años después, las Ordenanzas municipales de 1850 regularon el protocolo que debían observar los vecinos cuando se produce un incendio. Entre ellas, dar parte a la autoridad y a la parroquia más cercanas para que las campanas avisaran del incendio, lo mismo que harán los serenos, y los que tuviesen fuente o depósito de aguas deberán prestar el auxilio necesario, lo mismo que «los albañiles, carpinteros y herreros concurrirán tan luego como la campana avise del fuego, con herramientas, a ponerse a disposición de la autoridad, aunque se hallen en obras particulares o públicas». Por último, la fuerza armada acordonaría la zona para evitar desórdenes.
Posteriormente, en 1858, el Ayuntamiento adquirió una bomba de incendios con la que prestar el auxilio y paliar los daños que se producían por los fuegos devastadores que periódicamente se sucedían en el inflamable caserío, al mismo tiempo que también se contaba con la voluntariedad ciudadana que acudía al toque de campanas, medio éste que era el utilizado para convocar a los vecinos en las tareas de apagar incendios, tal y como cuenta Valeriano Garcés (Guía de la ciudad de Ávila, 1863): «Cuando ocurre un suceso de este género, se toca la campana de las horas del reloj (la que vulgarmente llaman El Zumbo); y así mismo un esquilón de la Catedral (conocido con el nombre de El Cimbalillo), y además se toca también en la parroquia cuyo radio ocurra el siniestro». Sistema este de convocatoria que se recoge y detalla en el Reglamento en ciernes.
CREACIÓN DE LA COMPAÑÍA DE BOMBEROS. El relato de la constitución y fundación de la compañía del servicio de extinción de incendios que ahora celebra sus 160 años nace en 1863 con la aprobación del “Reglamento de Bomberos de la ciudad de Ávila”, siendo alcalde León Castillo Soriano, lo que se hacía al amparo de la Real Orden de 3 de febrero del año corriente que autorizaba la organización de una Compañía de Bomberos en la Ciudad con el fin de «evitar los muchos males que pudieran sobrevenir en un siniestro de esta especie, y exterminar más pronto la acción violenta e instantánea del fuego tan temible elemento».
Si leemos lo dispuesto en la novedosa reglamentación municipal, así como lo recogido también en la guía de Valeriano Garcés, inspiradora del discurso “Una hora de España” pronunciado por Azorín en su ingreso en la Real Academia, sabemos que la organización de la compañía “bomberil” constaba de un jefe superior o comandante, dos subalternos, seis capataces y cuarenta y ocho plazas, dividida en dos mitades, a las órdenes cada una de un subalterno, y en seis escuadras según los barrios de la ciudad. En total eran 56 miembros comandados por el Arquitecto municipal, figurando también entre sus miembros uno con el destino de “corneta de órdenes”. Para ingresar en la compañía, se necesita, además de robustez y agilidad, buena conducta y pertenecer a uno de los oficios de carpintero, albañil o cerrajero, ampliándose después a los artesanos vidrieros y plomeros. Para todos ellos se establece un régimen de deberes y obligaciones, así como una serie de pluses e incentivos, a la vez que se reconocía como jefe honorario al arquitecto provincial Ángel Cosín y Martín, quien también cubría temporalmente la plaza de arquitecto municipal vacante.
La primera sede del parque de bomberos se instaló en el “Palacio viejo” (antiguo Palacio del Rey Niño o Palacio Episcopal), conocido como el “Corralón”, situado en la plaza de la catedral, y aquí permanecerá hasta mediado el siglo XX. Allí se encontraba depositado el material y las herramientas necesarias al cuidado de un guarda-almacén con habitación en el local, a cargo del primer bombero profesional, Faustino Rubiños. El material disponible entonces era una bomba de agua, dos escaleras de ganchos, un aparato de salvación, sesenta cántaros y una camilla portátil con algunos vendajes, más trescientos metros de manguera.
En desarrollo del Reglamento el Ayuntamiento aprobó una instrucción para su práctica que firma el arquitecto Manuel Pérez y González, donde se fijan las obligaciones generales y particulares de los miembros de la compañía de acuerdo con su categoría, así como los salarios y gratificaciones, las características de los uniformes y distintivos de una gorra y una medalla, y el régimen de premios y sanciones. Igualmente, se regula el servicio de campanas en el caso de incendios, lo que rubrica el alcalde Fernando Sánchez el 31 de marzo de 1874.
Ya a finales del siglo XIX, los bomberos tuvieron que emplearse a fondo para sofocar varios incendios en el centro de la ciudad. Uno de ellos tuvo lugar a las tres y media de la madrugada del 24 de octubre de 1892, pocos días después de las fiestas de la Santa. Las llamas destruyeron la casa colindante con quien fuera presidente de Gobierno Mateo Práxedes Sagasta en la plaza del Alcázar. Sobre este siniestro, se contaba, faltando a la verdad, el bulo de que, al ser despertado Sagasta, dando media vuelta en la cama, contestó con su mayor flema: - «Bueno; avisadme cuando haya peligro», por lo que fue necesario sacarle a la fuerza (La Época, 25 y 29/10/1892).
Días después, a raíz del incendio de la vecindad de Sagasta, el Ayuntamiento que preside Antonio de Ibarreta, en sesión del 16 de noviembre de 1892, acuerda reorganizar el Cuerpo de bomberos y nombra Capataz-ayudante a Antonino Prieto, quien ejercía como aparejador municipal y constructor y había acometido las obras del nuevo puente sobre el Adaja y reparado la muralla a las órdenes de Repullés. A este siniestro se sumó otro voraz incendio en el Mercado Grande que redujo a cenizas el edificio del casino “Círculo de Recreo” y el café Suizo de Zanetti, provocado por una estufa, lo que también obligó a demoler la casa inmediata y las buhardillas del senador Isidro Benito Lapeña (El Día, 4/02/1897).
RENOVACIÓN DEL SERVICIO DE INCENDIOS. El 23 de agosto de 1912, el Ayuntamiento, siendo alcalde Bonifacio de Paz Herrera, decide acometer una renovación total del cuerpo de bomberos. En esta línea se disuelve el existente, se redacta un nuevo reglamento, se valoran las obras necesarias de reforma del parque, se inventarían todos los pozos existentes en la ciudad, y se relaciona el material que se necesita: dos escaleras de salvamento, dos bombas de agua, cien cubos de zinc, un carro de transporte, dos carretas para el material, una caballería mular, un tubo salvavidas de lona, cascos para el personal y herramientas varias, que se suman a los efectos disponibles.
En esta tesitura, el nuevo Reglamento es aprobado por el Ayuntamiento el 28 de mayo de 1913, según el cual, el Cuerpo se divide en dos secciones, una formada por «individuos voluntarios y otra por individuos retribuidos». No existe limitación para el número de voluntarios, que debían ser vecinos de Ávila, mayores de edad, sin enfermedades ni defectos físicos que le impidan el ejercicio de la profesión, no recibirán retribución alguna, están obligados a prestar servicio en caso de siniestro, se costearán «de su cuenta las herramientas, aparatos, etc. que utilicen en el acto del siniestro, así como los trajes» y podrán lucir el distintivo de su nombramiento. Entre los sesenta bomberos asalariados había tres fijos que recibían un sueldo anual y prestaban sus servicios de forma permanente en turnos de ocho horas. Otros eran accidentales, y sólo cobraban por actos de servicio, lo que les permitía dedicarse «a otros trabajos u oficios». Se organizaban en 6 brigadas más un guarda de almacén al mando de otros tantos capataces que debían saber leer y escribir.
Por otro lado, se contabilizaron más de seiscientos pozos y dos norias en fincas particulares que debían facilitar agua en caso de incendio, y por el arquitecto municipal Emilio González se inventarían los efectos y herramientas necesarios, y se presupuestan las obras más urgentes con las que corregir las deficientes instalaciones del parque con fecha 11 de septiembre de 1912. Entre dichas obras figuran las de habilitación de una habitación para vivienda del guarda y ejecución de un almacén para efectos y materiales y una cuadra para la mula, y la señalización en la puerta sur del Palacio del Rey Niño colocando una lámpara eléctrica con un globo en el que se lea “Servicio de Incendios”.
ÁVILA ARDE. Sin tiempo para materializar la reorganización del Servicio de Incendios y mejorar su dotación, a las nueve de la noche del lunes 30 de junio de 1913 se declaró un devastador incendio en el número 8 de la calle San Segundo. Nunca se conocieron con certeza las causas, aunque algunos dicen que fue por una colilla. Ante la alarma provocada, el alcalde y el gobernador pidieron refuerzos urgentes a Madrid, desde donde llegaron en tren especial seis carros, seis bombas, otros tantos troncos de caballos y un grupo de treinta bomberos. Ávila fue entonces portada de la terrorífica noticia en la prensa nacional que siguió con todo lujo de detalles el siniestro (La Correspondencia de España, 1/07/1913; ABC, 1, 3 y 5 /07/1913).
El incendio duró 72 horas y las gentes se aglomeraron en la calle acopiando muebles y enseres en el Mercado Grande. A falta de bocas de riego y de tomas de agua, las bombas del Ayuntamiento, de la Academia de Administración militar y de la dotación de Madrid tuvieron dificultades para funcionar, mientras que las fuentes cercanas tampoco fueron suficientes. Todo agravado por el fuerte viento reinante, la altura de las casas y su estructura de madera, y la deficiente organización de los bomberos.
No hubo que lamentar víctimas mortales, aunque sí varios «lesionados» y algunos actos de pillaje. Fueron pasto de las llamas numerosas viviendas del entorno del Mercado Grande, situadas en la fachada sur de la plaza del Alcázar y entre las calles San Segundo, Leales y Estrada. Las casas quemadas quedaron con las fachadas huecas, sin tejados ni estructuras, y desaparecieron los locales de Teléfonos, una droguería, una fábrica de gaseosas y las farmacias de Guerra, Paradinas y Lapuente, y no pudiendo salvarse el Archivo de Pósitos. El Diario de Ávila del 4 de junio de 1913, al informar de la extinción del «fuego destructor», aprovechó la ocasión para criticar «lo imposible que se ha hecho combatir» el siniestro por no contar el Ayuntamiento «con el material de incendios apropiado». Material que llegó meses después, tal y como reseña el Diario del 12 de diciembre, con tecnología de ‘última generación’ consistente en escaleras, un carro, extintores, hachas-pico, hachas-martillo, cinturones, linternas, una lona de salvamento y una bomba.
Pasado el tiempo, en marzo de 1936, se declaró otro incendio en el Monasterio de Santo Tomás, cuya urgente reparación fue interesada por Antonio Veredas al director general de Bellas Artes, Ricardo de Orueta (CSIC, carta 10/03/1936). Ello puso de manifiesto la necesidad de modernizar el servicio, escaso de medios, así que, para corregir tal situación, el Ayuntamiento que presidía el socialista Eustasio Meneses, con la ayuda de la Mancomunidad Asocio de Ávila, acuerda licitar la adquisición de un coche auto-bomba, un grupo motobomba y diverso material (mangueras, racords y lanzas), así como la contratación por concurso y examen un chófer-bombero (BOP 2/04/1936 y 10/07/1936). La guerra civil lo frustró todo.
Al terminar la guerra, se retoman las demandas de nuevo material, consistentes en un grupo moto-bomba que servirá para los «agotamientos de bodegas, pozos, zanjas de cimentación, inundaciones, etc. con mayor rapidez y menor cantidad de personal que las bombas que hay en uso». Así mismo, se pone de manifiesto que el «Cuerpo Municipal de Bomberos tiene el vestuario completamente destrozado, por su continuo y prolongado uso». Por ello, en 1945 el ayuntamiento tramita expediente para la adquisición de nuevos uniformes: «un equipo completo de traje, mono y pelliza de paño», adjudicándose a Jesús Jiménez Hernández el suministro de 13 pellizas.
En marzo de 1949, las llamas volvieron a iluminar el cielo de Ávila cuando «un violento incendio destruyó toda la techumbre de la antigua parte conventual del Monasterio de Santo Tomás sobre las diez de la mañana», reseñó El Diario de Ávila. A sofocar el incendio acudieron los bomberos municipales, un grupo de obreros de la construcción y efectivos de la Academia de Intendencia, Guardia Civil, Policía Armada y Guardia Municipal.
Una nueva demanda de los bomberos de Ávila, relacionada esta vez con las necesidades habitacionales familiares, obtuvo respuesta el 30 de enero del año 1954, cuando a las doce de la mañana, en un acto presidido por las autoridades abulenses con el alcalde José María Martín Sampedro a la cabeza, en los terrenos municipales denominados “Fuente de Don Alonso”, en el barrio de Santo Tomás, sitos en las calles Príncipe Don Juan y Cardenal Cisneros, se coloca la primera piedra del grupo de 16 viviendas protegidas “Grupo de la Milagrosa” que el Ayuntamiento construirá por administración directa según proyecto del arquitecto municipal Clemente Oria y con aportación personal de los Bomberos de la capital (El Diario de Ávila, 30/01/1954).
Dos años después, en 1956, se procedió a la inauguración y entrega de las viviendas. Siguiendo entonces la tradición recogida en el Reglamento de 1912, donde se disponía que «en el domicilio de cada individuo perteneciente al cuerpo de bomberos se colocará una placa indicadora», se pensó que dichas viviendas serían el sitio adecuado para instalar un teléfono y una sirena de aviso en caso de incendio, sin embargo, al final se consideró más adecuada la casilla de los empleados de Arbitrios de Santo Tomás, ya que en ella había un servicio permanente (Acuerdo Ayto. 13/11/1958).
A finales de los años cincuenta del siglo XX, el Ayuntamiento, la Diputación Provincial y el Gobierno deciden remodelar el solar que ocupaba el parque de bomberos en el Palacio del Rey Niño, ante su progresivo abandono, y destinarlo a “Casa de Cultura”. A tal efecto, el arquitecto Francisco Pons Sorolla, director general de Arquitectura, firma el proyecto en 1959, siendo adjudicadas las obras de construcción pocos días después (BOE 8/10/1960). Dicha circunstancia propicia que el Ayuntamiento debe abandonar las instalaciones que tenía en el lugar, trasladándose al garaje Cingarra, situado en los terrenos municipales ubicados en la manzana que daba a la actual plaza Virreina María Dávila y la calle Hornos Caleros, en las inmediaciones de la plaza de Santa Ana, donde después se construyeron viviendas para empleados municipales y casas militares.
En este tiempo, la “Mancomunidad Municipal Asocio de la Extinguida Universidad y Tierra de Ávila”, que preside el alcalde de Ávila, con fecha 18 de julio de 1960, pone de manifiesto la obligación legal de los municipios de contar con servicios de extinción de incendios, si bien siempre «han tropezado con dificultades de orden económico por lo costoso de su instalación si han de responder de un modo eficiente al fin que se pretende de salvamento de personas y reducir al mínimo posible los daños de los siniestros». Además, tanto Ávila, como la mayoría de los municipios y Diputaciones, no cuentan con un servicio adecuado a sus necesidades, «dándose el caso de luchar contra la voracidad de los incendios con medios rudimentarios e ineficaces, siendo ello motivo, muy fundado, de preocupación para nuestra autoridad provincial y el Excmo. Ayuntamiento».
Ante esta situación, y los grandes daños producidos en el reciente incendio ocurrido el pasado verano en el Valle de Iruelas, el Asocio concierta con el Ayuntamiento de Ávila la cesión de vehículos, una motobomba, utensilios y piezas adquiridos a la empresa “Defensa contra Incendios, S. A.” que dirigía Luis de Zunzungui, tío de Zenaida Zunzunegui, esposa del gobernador José Antonio Vaca de Osma. A cambio, los bomberos de Ávila «prestarán gratuitamente a todos los pueblos mancomunados y propiedades del Asocio el servicio en cuantos incendios puedan ocurrir, con la diligencia necesaria para atender los desastrosos efectos de estos siniestros», lo que fue aprobado por la Comisión municipal Permanente del consistorio en sesión del 23 de junio de 1960. A tal efecto, se hizo entrega al Ayuntamiento del material adquirido, el cual fue exhibido en presencia del gobernador, el alcalde Emilio Macho Alonso y otras personalidades ante la basílica de San Vicente y la puerta de la muralla del mismo nombre, donde se formó una caravana por varios “jeeps”, una motobomba, una escal, un remolque, etc.
La reciente adquisición de vehículos exige un local para su guarda, así que el Ayuntamiento acuerda «concertar con el Parque Móvil de los Ministerios Civiles, de esta ciudad, lo concerniente al arrendamiento de los locales convenientes», alquilándose entonces el garaje ministerial, situado en el grupo de viviendas sociales “Luis Valero”, ubicado en la calle del mismo nombre en el barrio del Seminario. Sin embargo, la dispersión de los emplazamientos de los efectivos del Servicio contra incendios le restan efectividad, tal y como informa el jefe de la Policía Local con fecha 5 de diciembre de 1960: «Los Servicios Mecánicos y Automóviles se reparten en dos edificios diferentes, que son el Parque Móvil de Ministerios Civiles, en cuanto a los Servicios de Incendios, y el [Parque] Municipal de Cingarra, donde se encuentran los demás servicios municipales». Dicha circunstancia «trae como consecuencia que dada la poca capacidad del garaje de Cingarra, tengan que permanecer en la calle los dos camiones Ebro, adquiridos últimamente, con el consiguiente perjuicio para el mecanismo de los mismos y el peligro de que pudieran sufrir averías».
Ante la precariedad de las instalaciones y su escasa operatividad funcional, el Ayuntamiento, en sesión de la Comisión Permanente del 12 de diciembre de 1960, acordó centralizar los servicios en un solo edificio y alquilar el local de la Avda. de Madrid en las proximidades del garaje “Castilla” y Cementerio Viejo, «en tanto se construye el Parque Municipal de servicios locales ya proyectado para su realización en dos años». En este nuevo emplazamiento el Parque de bomberos permaneció hasta 1978, año en el que se traslada al lugar que ocupa hoy en la calle Jorge Ruiz de Santayana, antes carretera de Valladolid. El proyecto del nuevo parque, en un primer momento, fue diseñado en 1972 por el arquitecto municipal Clemente Oria González con el título de Parque Municipal de Servicios. Este proyecto fue sustituido por otro redactado por José Ramón Oria Martínez-Conde en 1974, cuya ejecución parcial permitió el realojo del servicio contra incendios en 1978.
Unos años después, las llamas vuelven a iluminar el cielo de Ávila. El 23 de octubre de 1984, a las nueve de la noche, se incendia la antigua Fábrica de harinas, quedando apagado a las dos de la madrugada, aunque los rescoldos permanecieron activos durante toda la noche. El Diario de Ávila del día siguiente tituló: “Ardió la Fábrica de Harinas Santa Teresa”, “Los bomberos, con escasos medios, tardaron varias horas en sofocar las llamas”, “Historia de un intento industrial”. Y en el Diario del día 25 se incluyó otro artículo con el título “Numerosos interrogantes sobre el incendio de la Fábrica de Harinas”, donde se referencia la solicitud a la Junta de Castilla y León de incoación del expediente para declarar el edificio “Monumento Histórico Artístico” por el valor de su maquinaria y por su valor histórico al tratarse de la “antigua Real Fábrica de Tejidos de Ávila”.
Nuevamente se pone de maniefiesto la necesidad de finalizar las obras del edificio a medio terminar en el que estaba instalado el Servicio contra incendios. En una segunda fase, el arquitecto Armando Ríos proyecta en 1985 el acondicionamiento municipal del parque de servicios para almacén, talleres y oficina. Y no habían pasado cinco años cuando el patrimonio histórico volvió a sufrir los efectos del incendio provocado el 26 de junio de 1990 por un rayo, el cual prendió fuego a la Capilla de la Virgen de la Portería del Convento de San Antonio (s. XVI-XVIII). La actuación rápida de los bomberos evitó la ruina de la iglesia, afectando solo a la cúpula, la linterna y el chapitel de la capilla. Al año siguiente, la Consejería de Fomento acometió el proyecto de reconstrucción quedando como testigo el fresco que decora la cúpula donde recrea la cúpula ardiendo.
Finalmente, habrá que esperar a 1993 para que se acometan las obras de reforma integral y se cree el “Parque Provincial del Servicio contra incendios y salvamento” según proyecto de José Ignacio García, el cual fue inaugurado el 15 de enero de 1996. Una vez instalados aquí definitivamente, los bomberos tuvieron que sofocar otro incendio que afectó al patrimonio monumental de la ciudad, el cual se produjo el 11 de agosto de 2013 en el convento de Las Gordillas (s. XVI), y de nuevo el 28 de agosto del año siguiente. Aunque el suceso no tuvo consecuencias, pues solo ardieron unos enseres y maleza acopiados en el claustro, sí se puso de manifiesto la fragilidad y los riesgos que presentan los edificios históricos y la necesidad de su salvaguarda.
Atendiendo entonces a una especial sensibilidad proteccionista del patrimonio, y coincidiendo con el 150 aniversario del Cuerpo de bomberos, el Ayuntamiento de Ávila elaboró un Plan de Autoprotección de los bienes de interés y de Salvaguarda de obras de arte que albergan frente a los incendios. Con tal fin se proporciona a las personas implicadas en el mismo un conocimiento detallado del edificio, y a la vez que se garantiza la existencia de un equipo y facilita una información básica a todos los usuarios (trabajadores y visitas) del edificio, de forma que puedan actuar de forma segura en caso de que se produzca un accidente.
Finalmente, cabe añadir, como se advierte en conmemoraciones como esta, que «además de su labor más emblemática, la lucha contra los incendios, los bomberos realizan otras tareas igual de importantes, aunque menos espectaculares o conocidas». Entre éstas, cabe reseñar la comprobación de condiciones de seguridad de las construcciones antes de su primera utilización o el inicio de actividad, así como las intervenciones en accidentes de tráfico y ferroviario, hundimientos y ruinas, nevadas, rescates y salvamentos, tanto en municipio como en la provincia en convenios de colaboración con la Diputación Provincial.
Aparte, los bomberos actuan «también en otras ciudades o países donde los bomberos han dejado patente su profesionalidad en el desarrollo de tareas humanitarias exportando la imagen de Ávila como ciudad universal». Para tan ingente actividad, la plantilla del Servicio municipal está formada hoy por 47 miembros (1 jefe, 2 sargentos, 7 cabos, 31 bomberos conductores, 1 bombero solo, 1 conductor solo, 1 Técnico de prevención, 1 auxiliar administrativo y 2 operadores de comunicaciones), quienes cuentan con los siguientes medios materiales: 3 equipos de rescate de descarcelación, 4 grupos electrógenos embarcados en camiones, 2 remolques motobomba, 10 trajes de protección NBQ, 2 embarcaciones, 8 equipos de rescate acuáticos, 1 cuña quitanieves, 2 teja-cuchillas quitanieves. 2 cámaras térmicas y material para emergencias en bienes culturales. A ellos se suman los vehículos disponibles que son: 2 autobombas rural, 2 furgones de salvamento varios, 2 barcas de rescate, 2 bombas urbanas pesadas, 3 vehículos ligeros, 1 auto escala, y 1 auto brazo extensible articulado.
Jesús Mª Sanchidrián Gallego