25 de noviembre de 2024

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De Crónicas

«LAS PEÑAS DE SAN ROQUE. ÁVILA [BARRIADA DE SANTO TOMÁS] 1922/1980», POR FERNANDO GARCÍA SAN SEGUNDO

«LAS PEÑAS DE SAN ROQUE. ÁVILA [BARRIADA DE SANTO TOMÁS] 1922/1980», POR FERNANDO GARCÍA SAN SEGUNDO
«LAS PEÑAS DE SAN ROQUE. ÁVILA [BARRIADA DE SANTO TOMÁS] 1922/1980», POR FERNANDO GARCÍA SAN SEGUNDO
Jesús Mª Sanchidrián Gallego
  • 13 de Enero de 2023

«LAS PEÑAS DE SAN ROQUE. ÁVILA [BARRIADA DE SANTO TOMÁS] 1922/1980»
ES EL TÍTULO DEL VOLUMINOSO LIBRO (664 PÁGS.) ESCRITO Y EDITADO POR FERNANDO GARCÍA SAN SEGUNDO (NAC. 1959), VECINO DE BARRIO EN SU NIÑEZ Y ADOLESCENCIA, Y SIEMPRE VINCULADO A SU MICROCOSMOS.
PRESENTADO EL 29 DE DCIIEMBREDE 2022 EN EL MONASTERIO DE SANTO TOMÁS.

El libro es el diccionario geográfico, estadístico y genealógico del barrio; es la fuente histórica, arquitectónica y urbanística del ensanche de la capital; es la memoria colectiva de sus gentes; es el mapa callejero y el plano topográfico de los solares que se formaron entre rocas; es el relato de la colonización de los peñascales del sur de la ciudad; es el libro de las obras de transformación urbana; es el escaparate inmobiliario de viviendas y locales construidos hace medio siglo atrás; es el almanaque de años memoriales; es el padrón de los repobladores de este territorio hogareño; es el libro de familia, parroquial y de escolaridad de los vecinos moradores; es la biografía épica de los héroes y artistas que aquí vivieron; es el anuario comercial, industrial y profesional de los residentes; es la guía descriptiva, detallada y pormenorizada de los habitantes capitalinos que antes eran lugareños; es la cartelera de festejos, recreos, juegos y entretenimientos de niños, jóvenes y adultos; es la novela existencial del vecindario; es el álbum de retratos y estampas de los protagonistas del vivir diario de los que aquí se asentaron.

Esto y mucho más encierra esta singular publicación que se presentará el jueves 29 de diciembre en el aula magna del convento de Santo Tomás (20:00h.).

Por nuestra parte, sobre la sorprendente y original narrativa con la que Fernando García San Segundo cuenta todo lo que ha pasado en el barrio dominico, prologamos el libro, y las líneas que siguen es lo que allí contamos.

Hace cien años que a Ávila, la ciudad medieval quieta fundada sobre un roquedal en el siglo XI, le empezó a crecer un brazo por uno de sus costados mirando al sureste. Por ese lado no había nada, más que una topografía de pura roca granítica y pronunciadas pendientes que coronaban las peñas llamadas de San Roque que preside la cruz de hierro levantada sobre un gran berrocal nombrado Cruz del Diablo o Canto del Canónigo.

Entonces, en 1922, de forma lenta y escalonada surgió un caserío en la solana abulense, mirando a la sierra de La Paramera, en el extremo oriental del valle Amblés. El amplio solar de este ensanche, donde se configura el nuevo barrio, es un pentágono irregular que linda por el Norte con el convento renacentista de las Gordillas de monjas clarisas, situado en el paseo de san Roque, el cual finaliza en la antigua plaza de toros; por el Este linda con tierras de labrantío de la casa señorial de Medinaceli; por el Sur linda con el camino al que da frente el paredón de cierre del monasterio gótico de Santo Tomás que será la parroquia de la barriada; y por el Oeste con el arrabal histórico de las Vacas, levantado alrededor de su ermita con imponente capilla herreriana, y del que le separa el paseo de Santo Tomás hasta que quiebra con la calle de San Pedro del Barco. Su artería central o “decumanu”, que va en dirección este-oeste, es la calle Capitán Méndez Vigo, la cual sirve también para delimitar por el norte el territorio objeto de estudio.

Para situarnos, la primera referencia topográfica de Ávila y del futuro barrio, que primero se llamó de Hidroterapia y luego de Santo Tomás por influencia del monasterio cercano, la encontramos en el atlas del geógrafo Francisco Coello, trazado entre 1858 y 1864. En aquella época solo existían unas casitas al final del paseo de santo Tomás que en 1913 se convierten en el Colegio Medalla Milagrosa, el centro educativo del nuevo distrito, y no hay constancia de restos arqueológicos de ningún tipo, así que el libro es un reencuentro con la imagen del barrio centenario surgido a la sombra del castillo que es la ciudad amurallada.

En realidad, este libro es “la crónica de población” de un barrio que en sí mismo es el microcosmos de un pueblo construido sobre la vida de sus habitantes. Un barrio obrero, humilde y sencillo de gente trabajadora que cuenta su propia historia. Salvando siglos de distancia, el relato que ahora se presenta coincide entonces en su estilo narrativo con el texto medieval de la Crónica de la población de Ávila del siglo XIII, sobre la que Manuel Gómez Moreno apunta su originalidad porque en él se «hace hablar a sus personajes y fragua diálogos de una sobriedad y fuerza expresiva notables». En nuestro caso, esto se produce no de forma “compendiosa” como en la “croniquilla” abulense, si no al contrario, de forma enciclopédica. Para ello, el autor ha recabado una ingente y abundante información, así como datos de todo tipo dando voz a sus protagonistas que cuentan emotivas vivencias.

Todos los pobladores del barrio durante cincuenta años se hacen presentes en el libro sin necesidad de adivinar su futuro, pues sabemos de su ascendencia y descendencia familiar, de su nacimiento de origen, de su dedicación y empleo, de cómo es su casa, de su educación y divertimentos, y de sus tradiciones y costumbres. Los nombres de todos ellos componen un ameno relato de un padrón de habitantes, igual que hacía Azorín en el imaginario de sus cuentos [Padrón de españoles], si bien aquí no hace falta leer su “horóscopo”, pues sabemos también del porvenir de las criaturas que habitaron esta parte de la ciudad, ya que no son de ficción como los personajes azorinianos, sino de carne y hueso.

Aquí, se “recuperan personajes, imágenes, ideas, ideales, ritos, sueños y leyes”, al contrario de lo que cuenta Peter Handke en su obra La pérdida de la imagen o por la Sierra de Gredos, un autor al que le gustaba caminar en soledad recorriendo los rincones que no figuran en los mapas y defender el valor literario de los lugares anodinos. Rincones que se trazan en la obra de la barriada de toponimia inolvidable como “Las Peñas de San Roque”, el “Campo de San Roque” y la “Peña Gorda”, así como los parajes del “Campo del Habanero” y “La Mina”, o el grupo de viviendas llamada “Casas blancas”.
Ocurre entonces que cuando nos acercamos a la historia del ya mítico barrio de Santo Tomás que el libro titula de las Peñas de San Roque, éste se nos aparece como a Gloria Fuertes en su poema Geografía humana. Y tomando sus versos, miramos el continente contenido y dentro del continente al contenido, y descubrimos como ella un cuerpo vivo con brazos, piernas y tronco inmesurado, que siente pena por la noche y risa por el día, y al que el “bosque de pelos [peñas] mal peinados se le eriza cuando el río de la sangre [de la vida] recorre el continente”.

Para desentrañar la historia de este territorio, qué mejor entonces que un agrimensor, quien además de replantear ejerza de relator con mejor fortuna que el personaje de la novela El castillo de Kafka. De esta tarea se ocupa Fernando García San Segundo convertido en caballero quijotesco como Alonso Quijano: «nosotros, los caballeros andantes verdaderos, al sol, al frío, al aire, a las inclemencias del cielo, de noche y de día, a pie y a caballo, medimos toda la tierra con nuestros mismos pies», escribió Cervantes. Y no como decía Julio Verne, que sin conocer el mundo entero, él podía escribir cualquier libro gracias a los mapas.
A lo largo de la travesía por los anales del barrio dominico, ésta se cuenta ahora escribiendo y dibujando planos que recogen su evolución arquitectónica y urbanística, pues son éstos los que enseñan el “verdadero esplendor” de un territorio, como dijo Jovellanos en uno de sus discursos hablando de los mapas.

También en el libro, los planos se hacen con palabras, como hizo Juan Ramón Jiménez en su obra La estación total. No en vano, nuestro autor piensa por todos los vecinos, como escribió Jorge Luis Borges en All our yesterday [Todos nuestros ayeres]: «Quiero saber de quién es mi pasado». Y Fernando García San Segundo añade en palabras de Rainer María Rilke: «La verdadera patria del hombre es la infancia», y así comienza el libro del barrio Santo Tomás.

Al tiempo de la colonización de este territorio, en los años cincuenta, cuando la población se acercaba al millar de habitantes repartidos en un caserío de unas doscientas viviendas, el reinado de los Reyes Católicos, preludio del esplendor de Ávila de hace quinientos años, reconquistó esta parte de la ciudad renacida. Ello que se produjo con el bautizo de nuevas calles que surcan un terreno yermo con nombres isabelinos tan emblemáticos como Santa Fe, Cardenal Cisneros, Madrigal de las Altas Torres, Beatriz Galindo, Toros de Guisando, Gran Capitán, Castillo de la Mota, Torquemada y Príncipe don Juan. Otras calles recibieron el nombre de Don Alonso, Capitán Peñas y Virgen María ya en la parte norte y fuera del ámbito del barrio que se recrea, Capitán Méndez Vigo, Bilbao (antes Hidroterapia), Padre Domingo Báñez, Tarrasa y Garcilaso de la Vega.

En cierta medida, el libro que presentamos es un tratado de cartografía y geología, ornitología y zoología, memorias y relatos, por lo que el ejercicio en dichas materias se predica de «un cartógrafo y un geólogo, un ornitólogo y zoólogo, y un registrador de vidas y narrador de historias», los mismos calificativos que Miguel Delibes atribuyó al escritor abulense José Jiménez Lozano, de cuyas novelas, ensayos y biografías surgen rutas de personajes y lugares de la historia de España, como el texto que se transcribe en el preámbulo que sigue a este prólogo.

Y empleamos calificativos delibesianos porque en verdad estamos ante un verdadero trabajo de rastreo hecho por un explorador, un geógrafo de humanidades, un dibujante planimétrico, un escribano de censos y licencias, un amanuense de recuerdos, un notario del tiempo y el espacio, y un ilustrador y gramático de silencios y ausencias que cobran vida.

Todos estos oficios subyacen en la escritura de estas páginas, lo que nos da una idea de su contenido si atendemos a las materias y ocupaciones enunciadas, la cuales también son ilustradas con retratos y viejas estampas, dibujos de imágenes que nos recuerdan los versos de de Octavio Paz:

«Yo dibujo estas letras/ como el día dibuja sus imágenes/ y sopla sobre ellas y no vuelve».

En definitiva, el libro es una radiografía hecha por un auténtico cartógrafo como decíamos, siendo asumido por los enseñantes que «el cartógrafo diseña mapas de mundos que se construyen con realidades diversas: citas, comentarios, programas, esquemas, noticias, fotos, reflexiones, relatos, reseñas, diálogos, críticas, observaciones, cuadros, debates, poemas. Estos son los mundos que se busca reproducir».

Por ello Fernando García San Segundo indaga, replantea y reescribe tomando y haciendo planos y mapas como símbolos con los que orientarnos y guiarnos sobre el proceso constructivo del barrio y la vida de sus gentes. Un trabajo similar al que hace el dramaturgo Juan Mayorga Ruano, con quien tenemos lazos de paisanaje, quien dice por boca de uno de sus personajes en la obra El cartógrafo: «La fuerza de un cartógrafo es su capacidad para mirar y elegir lo esencial. Mirar, escoger, representar, esos son los secretos del cartógrafo. Con unos pocos signos, el cartógrafo ha de dar a ver un mundo».

El mundo que nos describe Fernando García se compone de varias generaciones y cientos de familias, las cuales en 1981 sumaban unas 583, las mismas que ocupaban otras tantas viviendas que albergaban unos dos mil habitantes, cuando la capital contaba con cuarenta mil. Para ello ha escudriñado el largo proceso repoblador que se había iniciado en 1922 con la primera casa habitación que construyó Faustino Martín Martín, vigilante municipal del Resgaurdo de Consumo, en las inmediaciones de la fuente de Don Alonso y según planos del arquitecto Emilio González.

Todo los vecinos, antiguos y nuevos, se reflejan en el libro ubicados en un lugar del mapa donde se asentaron, y se identifican en el padrón municipal donde se avecindaron, en el callejero de donde tomaron el nombre y el número habitacional, en el solar donde construyeron y edificaron, en la casa donde nacieron y vivieron, en el lugar de donde vinieron, en el oficio en que trabajaron, en el empleo que desempeñaron, en el exilio, destierro o depuración que algunos padecieron, en el colegio donde estudiaron, en la parroquia que frecuentaron, en la iglesia donde se casaron y celebraron los ritos religiosos, en el patio donde jugaron, en el bar o la taberna donde alternaron, en el local donde bailaron, en las calles por donde circularon, en las tiendas donde se abastecieron, en los comercios donde mercadearon, en las esquinas donde se enamoraron, en las piedras donde se roncharon, en los corrales domésticos donde criaron animales para el sustento, en el paisaje donde se inspiraron los artistas, en el campo donde hicieron deporte, en las pistas de donde salieron campeones, en el escenario donde se fotografiaron, en el tablao donde se hicieron comedias, en la memoria de los que murieron y de los que viven, y, finalmente, también en los lugares donde la mayoría sufrieron y padecieron el vivir diario.

Quedándonos en aquel microcosmos que mencionamos, aquí encontramos una gran parte de la ciudad representada en los hacedores del barrio, que también lo fueron de la capital. En el largo listado de vidas que trasiegan por la literatura del libro se nombran concejales, párrocos, religiosos, arquitectos, contratistas, albañiles, maestros, canteros, funcionarios, sanitarios, bomberos, artistas, deportistas, albañiles, comerciantes, empleados, estudiantes, y otros que se dedicaron a un sinfín de oficios y ocupaciones. Sobre todo gente obrera.

Y añado que mi familia y yo también vivimos durante siete años en la calle Capitán Méndez Vigo con vuelta a la calle Castillo de la Mota, lo mismo que hicieron otros paisanos, familiares y amigos que figuran entre el entrañable vecindario. Y con todo ello se da cumplimiento a la voluntad del autor: que los nombres de los vecinos que poblaron el barrio queden grabados para futuras generaciones.

Finalmente, el libro se completa con el gran álbum familiar del barrio formado por cientos, cientos y cientos de fotografías, muchas de ellas hechas en el solar del antiguo alcázar convertido en una plaza céntrica de la ciudad que presidía el antiguo Banco de España inaugurado con la llegada de la república. Estas imágenes son el testimonio vivo de un barrio que da fe de su identidad y de su propia personalidad.

¡Ay! la fotografía. Esta fotografía humanista y socio documental. Fotografías antiguas, familiares e intimistas en blanco y negro salpican las páginas resucitando viejas querencias y recuerdos. Contemplándolas uno resucita la pasión de coleccionista y foto historiador que lleva cuarenta años cultivando. A propósito de ello, me permito el desliz de desempolvar una oda que compuse entonces y que ahora encuentra un perfecto acomodo entre las viejas estampas de este libro:

«Fotografía,/ apariencia ausente,/ pasajera del tiempo,/ tenida en el recuerdo de años pasados,/ añoranza tierna de plenitud./ Fotografía,/ testigo de una época,/ memoria infantil,/ influjo técnico de un presente/ que será pretérito nostálgico,/ raptora inocente de la niñez,/ del amor y la belleza,/ del sosiego y tranquilidad del anciano./ Fotografía,/ como ofrenda de aventuras de cartón/ y escenarios de grandeza,/ realizas ilusiones oníricas/ en un instante pasional./ Fotografía,/ reunión espontánea de humanismo,/ espía de naturaleza,/ vínculo esporádico de amistad,/ luciérnaga noctámbula de sentimientos/ adormecida en cajitas de membrillo/ o trashojada como pétalos de rosa/ entre libros y cartas de amor,/ ahora estás presente/ en estas páginas cantoras».

Más aún, la emoción contenida que suscita la fotografía hace que recuperemos también unos versos de Juan Gelman, poeta argentino Premio Cervantes y distinguido tres años antes, en 2004, con el Premio de las Letras Teresa de Ávila:

«En la fotografía que tus ojos vuelven dulce/ hay tu rostro de perfil, tu boca, tus cabellos, / pero cuando vibrábamos de amor/ bajo el oleaje de la noche y el clamor de la ciudad/ tu rostro es una tierra siempre desconocida/ y esta fotografía el olvido, otra cosa».

Para concluir, y en recuerdo de los que dejaron el barrio, ahí van unos versos del poeta Rafael Alberti que son una hermosa canción escrita desde el exilio (Baladas y canciones del Paraná, 1954) añorando su casa, la misma que a pesar del tiempo y la distancia recuerdan muchos de los que aquí vivieron:

«Hoy las nubes me trajeron, / volando, el mapa de España. / ¡Qué pequeño sobre el río,/ y qué grande sobre el pasto / la sombra que proyectaba! / Se le llenó de caballos / la sombra que proyectaba. / Yo, a caballo, por su sombra / busqué mi pueblo y mi casa. / Entré en el patio que un día / fuera una fuente con agua. / Aunque no estaba la fuente, / la fuente siempre sonaba. / Y el agua que no corría / volvió para darme agua».

Rfa. bibliográfica: GARCÍA SAN SEGUNDO, Fernando. Las Peñas de San Roque. Ávila [Barriada de Santo Tomás] 1922/1980. Granada: Edición de autor / Lozano Impresores, S.L., 2022.

Capítulos: 1) Las Peñas de San Roque. 2) Los primeros pobladores. 3) Los años trágicos. 4) Los años cuarenta. 5) Los años cincuenta. 6) Los años sesenta. 7) Los años setenta. 8) Los años ochenta. 9) La Mina. 10) El comercio y el pequeño negocio. 11) Un poco de todo. 12) Las viviendas. 13) La escuela. 14) Los perros. 15) La primavera. 16) El verano. 17) El otoño. 18) El invierno. 19) La iglesia. 20) Empleo y población. 21) Familias numerosas. 22) Los juegos. 23) Los artistas. 24) Deportistas. 25) La metamorfosis. 26) Noches de sereno. 27) El barrio vaciado. 28) Recuerdos. 29) Galería fotográfica del Banco de España. 30) Imágenes para el recuerdo.