16 de septiembre de 2024

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De Crónicas

ANTIGUOS VIAJEROS POR LOS PUEBLOS DEL ADAJA DEL ENTORNO DE ÁVILA

ANTIGUOS VIAJEROS POR LOS PUEBLOS DEL ADAJA DEL ENTORNO DE ÁVILA
ANTIGUOS VIAJEROS POR LOS PUEBLOS DEL ADAJA DEL ENTORNO DE ÁVILA
Jesús Mª Sanchidrián Gallego
  • 01 de Septiembre de 2024

              Los viajeros que antaño transitaban por estas tierras con el único fin de conocer y disfrutar de sus paisajes y de sus gentes debían hacerlo casi por intuición. Las guías turísticas de la época apenas referenciaban la existencia de la zona, hasta que fue redescubierta con la llegada del ferrocarril. La imagen que se transmitía entonces a los visitantes quedó impresa en numerosas guías y relatos de viaje, los cuales rescatamos ahora para ofrecérselos a los nuevos viajeros curiosos. El recorrido de los pueblos del Adaja a través de las impresiones escritas de los autores de guías de viaje y otros textos, donde la cita de lugares de la zona aparecen ahora engrandecidos por su relación con reyes y santos, o por su singularidad paisajística que el viajero no quiso dejar escapar.

             Reproducir el viaje que debieron realizar quienes nos precedieron supone tomar el tren que tiene estaciones en Mingorría y Velayos, Cardeñosa y Monsalupe o acercarse por carretera hasta ellas, pues desde aquí también se llegaba a los pueblos cercanos. Para seguir la ruta de los viajeros ingleses del siglo XIX basta imaginar que lo hacían en diligencias o como los arrieros, en mulas o caballos, aunque ahora puede repetirse en bicicleta. Según destacaron los viajeros antiguos puede verse el castro de las Cogotas, el pueblo de Cardeñosa, donde nació Santa Paula Barbada y murió el infante don Alfonso, los lugares teresianos de Gotarrendura, las bellezas del Adaja, las perspectivas desde el ferrocarril y donde acontecieron sucesos históricos como el que narra Borrow de los carlistas de Velayos. Actualmente, el aliciente de todo ello está ahora en redescubrir los pueblos a partir de la sencilla visión de los viajeros antiguos.

GUIAS DE VIAJE.

Los pueblos de la ribera del Adaja, en las inmediaciones de la capital abulense, no han figurado habitualmente con la importancia que merecen en las guías de viaje publicadas desde antiguo, donde tan sólo se cita referencialmente el nombre de algunas localidades. Ahora, aquellas simples citas aparecen aquí reseñadas como una curiosidad más para los nuevos viajeros.  Martín Carramolino publicó en 1872 una «Guía de Ávila», al mismo tiempo que escribía la «Historia de Ávila», reseñando algunos aspectos de los pueblos del Adaja. En 1886 se hizo muy popular una colección de guías del viajero ilustradas con planos y grabados de las que fue su autor. Emilio Valverde y Alvarez, quien era comandante y graduado Capitán de Infantería. El mapa de la provincia de Ávila señala en torno a la ribera del Adaja las localidades de Cardeñosa, Mingorría, San Esteban de los Patos, Las Berlanas, Pozanco, Vega de Santa María y Velayos, con indicación de las líneas de comunicación.

En 1890 se publica la guía que sobre Ávila había escrito Valentín Picatoste bajo el singular título: «Descripción e historia política, eclesiástica y monumental de España, para uso de la juventud». En este libro, de poco más de cien páginas, se recoge una breve referencia a Cardeñosa como lugar donde se hallan cerdos o jabalíes de piedra, y en el que murió el infante don Alfonso. El académico Antonio Blázquez y Delgado Aguilera, publicó en 1896 una «Guía de Ávila », donde se incluye una breve referencia histórica en la que se relata la leyenda de Santa Paula Barbada, de Cardeñosa. El histórico suceso que narra la muerte del príncipe Alfonso en Cardeñosa se repite también, como cita obligada, en la guía de Ávila escrita por Fabriciano Romanillos y Fernando Cid en 1900.

José Mayoral Fernández, cronista oficial de Ávila y académico correspondiente de la Real Academia de la Historia, escribió en 1916: «La Guía de Ávila. Museo de Arte Antiguo. Relicario de Fe y Santidad. Estación Veraniega de Primer Orden. Fuente de Riqueza Comercial e Industrial». En este libro la ribera del Adaja destaca como uno de los lugares más atractivos para el excursionista, resaltando la belleza del paisaje ribereño que llega a «su máximum en los callejones de Chascarra, ya en la dehesa de Yonte. Es sorprendente lo que allí se observa: cortaduras profundas en rocas vivas y el silencio más absoluto del agua que parece moverse. ¡Las riberas del Adaja tienen verdaderos encantos!». Por los callejones de Chascarra el río abre su curso rompiendo la roca granítica y el monte de encinas en la línea divisoria de Mingorría y Cardeñosa, desembocando después en la presa del molino de «Trevejo».

«Ávila de los Caballeros. Descripción Artístico-Histórica de la Capital y Pueblos más interesantes de la Provincia» es el título de la guía publicada en 1930 escrita por Antonio Veredas Rodríguez. El autor, que era el Delegado Provincial de Bellas Artes y Académico correspondiente de San Fernando, reseña cómo en el mercado abulense de los viernes podía verse a las panaderas de Mingorría vendiendo pan. En el libro citado se resalta también la importancia del castro de las Cogotas y la iglesia de Cardeñosa, así como la hermosísima cruz parroquial de plata de estilo gótico de transición que se conserva en Pozanco.

Luis Belmonte Díaz, a mediados de los años cuarenta, escribió junto con Rafael Gómez Montero una interesante guía de la capital con varias referencias a la provincia. Años después Luis Belmonte publicó una segunda guía ampliando el contenido de la primera, esta vez en colaboración con Antonio de la Cruz. En estas guías se proponen varias excursiones por los pueblos de la ribera del Adaja, donde destacan las ruinas de «Las Cogotas», situadas «al norte de la capital, entre los pueblos de Mingorría y Cardeñosa, en el término municipal de este último». Las guías reseñan la leyenda de la «Santa Barbada» de Cardeñosa, pueblo donde murió el príncipe Alfonso y donde llama la atención su magnífico calvario, mientras que Gotarrendura es lugar de recuerdos teresianos por ser residencia durante el invierno de la familia Cepeda y Ahumada, y Las Berlanas destaca por su feria de ganados del 21 al 28 de octubre. Los peces incorruptibles del Adaja y la música de dulzaina y tamboril propios de la singularidad de estas tierras también son referenciados.

En los años cincuenta, Camilo José Cela recorrió una parte importante de la provincia de Ávila, fruto de cuyo viaje nació en 1956 el libro «Judíos, moros y cristianos». El vagabundo viajero de esta obra no se acercó hasta los pueblos de la ribera del Adaja situados aguas abajo de la ciudad amurallada, si bien reseña la característica de incorruptibilidad de los peces de este río que «venía claro como el cantar de las mozas». Un personaje memorable recordado por Cela es el gran Merejo, limpiabotas y matador de reses bravas, a quien podía verse en los cafés de la ciudad y también en las fiestas de los pueblos como Mingorría, donde era objeto de bromas y risas de los niños. Pocos años después, en 1957, Cela publicó una breve guía de Ávila donde sugiere al excursionista un viaje desde Ávila, pasando por Cardeñosa, Peñalba y Las Berlanas, hasta Gotarrendura donde pueden encontrarse interesantes recuerdos teresianos.

El escritor Dionisio Ridruejo es el autor de la «Guía de Castilla la Vieja» (1974), donde Ávila ocupa un importante capítulo. En el viaje que realiza el autor descubrimos breves pinceladas del paisaje característico de los pueblos que se asoman a la ribera del Adaja después de dejar la capital por el norte: «Son tierras abiertas, tendidas, de poca arboleda, si no es algún pinarejo oscuro de los de sangre resinera. La corteza no tarda, sin embargo, en levantarse, iniciando las encrespaduras serranas que durante largo espacio son aún pedregales diseminados, cerros testigos, laderas y navas con cantería desnuda medio labrada por aguas, hielos y vientos en formas redondas, o bien rañas de gran aspereza que pierden tierra donde pierden árboles. Los elegantes encinares no han desamparado aún del todo esos campos por donde pasa el Voltoya y el Adaja».

El viajero que se acerca a la protohistoria se detiene en el castro de las Cogotas y se asombra con los verracos de piedra de Cardeñosa, donde murió el infante don Alonso; también pueden verse buenos ejemplos de estos verracos en Mingorría y en Santo Domingo de las Posadas. En Ávila, junto a las ruinas de San Francisco, el viajero se sitúa en la carretera de Mingorría, pero el autor deja esta ruta para mejor ocasión.

En 1981 Baldomero Jiménez Duque escribió la «Guía Teresiana», en la cual Gotarrendura ocupa un lugar destacado, por ser el pueblo donde Santa Teresa pasó parte de su niñez y juventud, y además allí se casaron sus padres y falleció su madre. «Ávila, a través de sus pueblos y paisajes, geografía, historia, arte, literatura, folklore, gastronomía y costumbres» es el título aparecido en 1986 de una de las obras divulgativas más notorias y completas publicadas sobre la provincia. Los pueblos del Adaja aparecen en el viaje a Arévalo que propone el escritor y poeta Jacinto Herrero, Cardeñosa, Mingorría, Peñalba, Gotarrendura, Velayos y Vega de Santa María son algunas de las localidades reseñadas en esta ruta.

Encinares y tierra de cantos, el primitivo castro de las Cogotas, la calzada romana que da acceso a la Moraña, las canteras en las que se ocupan la población de Cardeñosa y Mingorría, los calvarios de piedra berroqueña, los versos de Lope de Vega recitados en procesión del Viernes Santo que perduran en Peñalba, el palomar de Santa Teresa en Gotarrendura, y el comienzo del paisaje llano de las tierras de pan llevar en Velayos y Vega de Santa María, son aspectos destacados en el viaje.

En otros apartados encontramos referencia a la primera carta de Santa Teresa que se conserva, escrita a su administrador en Gotarrendura, don Alonso de Venegrilla, natural de Mingorría. Los pueblos de la ribera del Adaja son, finalmente, citados como lugares por donde pasa el río, el ferrocarril, o las carreteras que cruzan el norte de la provincia. Además de los libros reseñados, en la actualidad existen en el mercado una gran variedad de guías turísticas con las que los viajeros modernos sacian su curiosidad por estas tierras. No obstante, la amplitud y generalidad de los temas tratados en las mismas impiden conocer la singular riqueza cultural y paisajística de los pueblos del Adaja.

VIAJEROS INGLESES DEL SIGLO XIX.

Después de la Guerra de la Independencia, los jóvenes ingleses descubrieron que la España del siglo XIX encuadraba en la imagen romántica de la época más que ningún otro país de Europa, como escribe Gerald Brenan. En ella encontraban inmensos y desérticos páramos y sierras, evocadores de estampas de Siria y Turquía; iglesias y palacios desmoronados, dejados en ruinas por las tropas francesas y nunca más restaurados, esparcidos alrededor de las ciudades; y había altaneros mendigos y caballeros bandidos (...). Atraídos por la aventura española visitaron esta tierra Richard Ford y George Borrow, dos autores cuyos libros de viajes por España tuvieron una importante repercusión en la Inglaterra de su época.

Richard Ford, erudito y viajero nacido en Londres, vino a España en 1830 y durante cuatro años recorrió a caballo todo el país, acumulando datos que luego publicó bajo los titulos: «Manual para viajeros por España» y «Cosas de España». En su «manual » Ford describe la ruta que le llevó de Madrid a Ávila, y en el relato encontramos interesantes referencias a Mingorría y Cardeñosa:

«Ávila es la capital de su fría y montañosa provincia, pero las “parameras” o llanuras son fértiles y las laderas de sus colinas bordean gratos valles regados por arroyos trucheros. Hay también buena caza en los montes y dehesas. Los campesinos son muy pobres y hay todavía mucha tierra sin cultivar. Las posadas son muy malas; las menos malas son “La Mingorriana”, en la plaza, y la del “Empecinado”, “Puerta del Rastro”. Las galeras de Madrid paran en el “Mesón del Huevo”. Ávila es sede de un obispo y tiene universidad. Su población es de menos de cinco mil almas (...). En la catedral véanse los antiguos retablos que hay en la capilla de San Antolín: el de San Segundo, uno de los patronos de Ávila y agregado a la catedral, fue construido en 1595 por Francisco de Mora, uno de los discípulos de Herrera; la piedra, que es buena, procede de las canteras de Cardeñosa».

Richard Ford llegó a ser un extraordinario conocedor de la vida de nuestros pueblos, y prueba de ello son las impresiones recogidas en «Cosas de España» sobre los arrieros, las posadas, la tortilla, el gazpacho, los garbanzos, el chocolate español, la matanza del cerdo, los barberos y sacamuelas, etcétera.

Unos años después de la visita de Ford, en el mes de agosto de 1838 el viajero George Borrow, «don Jorgito el Inglés», pasa por Velayos, donde un dependiente suyo llamado Juan López estaba preseo en la cárcel de este pueblo por orden del cura. Borrow era un personaje de raro atractivo que llegó a hablar catorce idiomas y que viajó por España para difundir y vender el «Nuevo Testamento», fruto de cuyas experiencias fue el libro de viajes «La Biblia en España», traducido en 1921 por Manuel Azaña y del que recogemos el siguiente texto: «No llevábamos en Labajos una semana, trabajando con mucho fruto, cuando el cabecilla carlista Balmaseda, al frente de su caballería, hizo su atrevida incursión  por la parte sur de Castilla la Vieja, arrojándose como un alud desde los pinares de Soria. Presencié los horrores que se siguieron: saqueo de Arévalo; toma de Martín Muñoz. En medio de escenas tan terribles continuábamos nuestra tarea. De pronto, López estuvo tres días perdido, y pasé angustias mortales por su causa, imagInándome que los carlistas le habían fusilado; al cabo supe que esta-ba preso en Velayos, pueblo distante tres leguas de allí. Los pasos que di para librarlo se encuentran detallados en una comunicación que juzgué de mi deber transmitir a lord William Hervey, a la sazón ministro británico en Madrid en reemplazo de sir Jorge Villiers, ya conde de Clarendon».

En dicha comunicación, Borrow decía: «Señor: Con su venia me permito llamar su atención sobre los siguientes hechos: el día 21 del corriente supe que un dependiente mío, llamado Juan López, estaba preso en la cárcel de Velayos, provincia de Ávila, por orden del cura del pueblo. El crimen de que se le acusaba era la venta del Nuevo Testamento. Estaba yo a la sazón en Labajos, provincia de Segovia, y la división del cabecilla faccioso Balmaseda andaba por las inmediaciones. El día 22 monté a caballo y fui a Velayos, distante tres leguas. A mi llegada encontré que López había sido trasladado desde la cárcel a una casa particular. Había llegado una orden del corregidor de Ávila mandando poner en libertad a López y retener tan sólo los libros que se hallaran en su poder. Sin embargo, en abierta oposición a esa orden (de la que le envío copia), el alcalde de Velayos, por instigación del cura, no permitió al dicho López marcharse del pueblo, ni con dirección a Ávila, ni a otro sitio cualquiera. A López le dieron a entender que, como se esperaba la llegada de los facciosos, se proponían denunciarle a ellos como liberal para que lo fusilaran. Teniendo en cuenta estas circunstancias creí de mi deber, como cristiano y caballero, rescatar a mi infeliz criado de tan inicuas manos, y, por tanto, desafiando toda oposición, le saqué de allí, aunque inerme, a través de una turba de cien lugareños cuando menos. Al salir del pueblo grité: ¡Viva Isabel Segunda! Como creo que el cura de Velayos es capaz de cualquier infamia, ruego humildemente a V. E. que haga llegar con prontitud al Gobierno español una copia del anterior relato. Labajos, Segovia, 23 de agosto de 1832».

VIAJEROS EN TREN.

La llegada a la capital abulense del ferrocarril en 1862 situó a los pueblos de la zona en la antesala de la ciudad medieval y monumental, si bien en ese año el escritor danés Hans Chistian Andersen tuvo que pasar una fría noche de diciembre en la estación de Sanchidrián esperando coger el tren con destino a Burgos para hacer la ruta del Cid, según relata en su libro de viajes por España.

A partir de entonces, las guías ferroviarias recuperaron del anonimato multitud de lugares desconocidos, a la vez que desde el tren se descubrían nuevos paisajes y caseríos. La primera guía abulense de estas características, de la que es autor Valeriano Garcés González, fue publicada en 1863 en dos apartados titulados, Guía de la M. N. y M. L. ciudad de Ávila y sus arrabales y Guía del Ferrocarril del Norte. En ella figuran Mingorría, cuya estación fue demolida este año, que entonces tenía una población de mil cien habitantes dedicados a las faenas agrícolas y la industria de la panadería, y las siguientes localidades del tránsito: Sanchidrián, Adanero, Arévalo, Ataquines y San Vicente.

Las construcciones ferroviarias atrajeron numerosa mano de obra que se asentó en las poblaciones del entorno. Entonces sobraron un impulso importante las abundantes canteras del lugar, de donde se extraía la piedra necesaria para puentes, obras de fábrica y balasto. Además, los ayuntamientos habían acordado contribuir a la realización de las obras con parte de los ingresos obtenidos por las ventas de los bienes municipales desamortizados.

El 15 de agosto de 1864 la reina Isabel II inauguró en San Sebastián la línea férrea Madrid-Irún. Entre los periodistas enviados para hacer la crónica de la ceremonia figuraba el escritor y poeta Gustavo Adolfo Bécquer, quien pasó por Ávila y escribió una emotiva visión de la ciudad percibida desde el tren publicada en El Comtemporáeno (21/08/1863): «Casi perdida entre la niebla del crepúsculo y encerrada dentro de sus dentellados murallones, la antigua ciudad, patria de Santa Teresa, Ávila, la de las calles oscuras, estrechas y torcidas, la de los balcones con guardapolvo, las esquinas con retablos y los aleros salientes. Allí está la población, hoy como en el siglo XVI, silenciosa y estancada».

Desde el tren se divisan los frondosos encinares de las dehesas de Ávila, Mingorría, Tolbaños, Escalonilla, Santo Domingo de las Posadas y Velayos, mientras que a lo lejos se aparecen los caseríos de nuestros pueblos, todos lleno de romanticismo, sin duda. En el mismo año de 1864 era alcalde de Ávila León Castillo Soriano, quien había adelantado dinero al contratista de las obras del ferrocarril correspondientes al tramo Mingorría-Navas, a través de un francés residente en Mingorría. León Castillo también fue Diputado provincial por Velayos en 1871 y sus hijos heredaron la dehesa desamortizada de «Las Gordillas».

José María Quadrado fue un escritor, ensayista e historiador de renombre en el siglo XIX, y el autor del libro dedicado a Ávila dentro de la obra titulada «Recuerdos y bellezas de España», en la colección «España, sus monumentos y artes, su naturaleza e historia». Quadrado llegó por ferrocarril a la ciudad de Ávila en 1865 dejando un importante testimonio del viaje en su libro, el cual sirvió de guía obligatoria para todo tipo de visitante. La belleza del paisaje serrano y también llano que configura el curso del río Adaja es destacada por el escritor, sin embargo «la rapidez del tren por la vía ferrea asentada largos trechos junto a sus márgenes no consiente detenerse en las estaciones de Mingorría, de Velayos, de Sanchidrián o de Adanero, título de condado, para reconocer su inexplorado suelo». Sobre otro antiguo camino inclinado al nordeste de la capital, Quadrado se fija en Cardeñosa, distante dos leguas de la capital, donde tuvo lugar el prematuro fin del príncipe Alfonso.

En 1872 viajó por España el periodista e historiador francés Luis Teste, quien narra el trayecto que hizo en tren desde Valladolid diciendo: «Eché mirada al camino y divisé el puerto de Ávila, especie de corte en la sierra, a la cual nos acercábamos. ¡Adiós, solitarias llanuras, no os guardo rencor por amor a Nuestra Señora de Burgos! En Velayos entramos en las montañas. Pinos, toscas carrascas, garbanzos, cerdos devorando bellotas dulces, pedazos de roca amontonados en desorden por todas partes, pulidas, afiladas por la intemperie, redondas como bolas, en actitudes fantásticas, imitando a veces los dólmenes de Bretaña. De vez en cuando aparece una aldea con cabañas a ras de las rocas: jardincillos trazados en las mismas rocas, entre las cuales se han escarbado algunas pulgadas de tierra vegetal; lobos en invierno, en verano ovejas negras, éticos asnos, vacas flacas, conejos y perdices. El ferrocarril atraviesa, hacia Mingorría, grandes zanjas abiertas a golpe de dinamita, sigue por elevados y tortuosos terraplenes y por fin llegamos a Ávila».

El abulense de criazón Jorge Santayana, importante escritor, filósofo y pensador, recuerda con especial emoción sus viajes a la capital abulense a finales del siglo XIX, según deja escrito en su obra autobiográfica: «Cada vez que yendo de París en los años del ochenta y del noventa me advertía la aurora, después de dos noches en tren, que ya estaba llegando a mi destino, me palpitaba el corazón al buscar con la vista los nombres de las últimas estaciones, Arévalo y Mingorría; después de lo cual podía esperar ver en cualquier momento a la derecha, descendiendo suavemente hacia el lecho del invisible río, las perfectas murallas de Ávila, reluciente cada bastión a los rayos horizontales del sol, y la torre de la catedral un poco por encima de la línea de los bastiones y no menos imperturbable, sólida y grave».

Olegario González de Cardedal y José Manuel Sánchez Caro, importantes pensadores abulenses, escribieron el prólogo del libro «Ávila en la literatura », de Benito Hernández Alegre publicado en 1984, y allí decían: «Hay que amanecer en Ávila, dejarse sorprender por su ciudadela de golpe apareciendo al venir desde Salamanca, pasear por el Rastro y superpuesta la aguja de la torre de Santiago ver en el fondo el castillo “Aunque os pese”, llegar en tren por Mingorría tras larga noche desde la niebla de Francia o de Inglaterra para quedar sobrecogidos por la luz posando sobre sus torres, repicando desde sus campanas, y por aquel admirador silencio que a su paz suscita en quien la mira con amor».

VIAJE EN GLOBO.

En el año 1915 la casualidad hizo que en el cielo de Mingorría aparecieran dos globos o aerostatos de los comienzos de la aviación militar. El 3 de julio de 1915 regresaban a la guarnición de Guadalajara los ingenieros militares que habían efectuado prácticas de vuelo en Salamanca.  Los globos eran el «Alfonso XIII», un hermoso aerostato de 720 metros cúbicos de capacidad, de extraña forma ovoidal y todo él pintado de amarillo, con dos ocupantes; y el «Neptuno», «globo libre» con los oficiales: Balbás, Franco (Ramón), Joaquín de la Llave y Emilio G. Millas. A las pocas horas de salir de Salamanca, ya en las proximidades de Mingorría, el «Neptuno» no encontró vientos favorables y cayó a tierra en la plaza sin que sus ocupantes sufrieran percance físico alguno. El suceso fue publicado a los pocos días por don Andrés Pérez de Cardenal en la Basílica Teresiana y reseñado en La Vanguardia del 15 de julio de 1915. El espectáculo aéreo despertó gran interés entre la población de Mingorría, que se concentró en la plaza de la localidad asombrada, como recuerda Rufina Cid Ibarzábal. Igualmente, este tipo de exhibiciones era seguido a principios de siglo con curiosidad por los madrileños en el campo de Ciudad Lineal, en la zona de Chamartín, o en el hipódromo de la Castellana. Esta misma expectación pudo apreciarse de nuevo en la atracción del globo «cautivo», celebrada coincidiendo con las fiestas patronales de 1998 en Mingorría.