El pasado sábado 24 de junio, la librería Letras fue el escenario memorístico de Antonio [Toni] Chicharro Papiri, hijo de la artista Nanda Papiri (1911-1999) y del pintor y poeta postista Eduardo Chicharro Briones (1905-1964), también conocido como Chebé.
Su abuelo fue Eduardo Chicharro y Agüera (1873-1949), famoso pintor de cámara de Alfonso XIII que convirtió Ávila y sus gentes en una reveladora fuente de inspiración artística que reflejaba la sociedad abulense y su ambiente rural y festivo, además de misericordioso, lo que también recogió su hijo Chebé en el cuadro Los Maceros pintado en el estudio facilitado por el Ayuntamiento en la calle Vallespín.
Durante estos días, una vez más, a propósito de este acontecimiento editorial, los Chicharro se convierten por un momento en protagonistas de la vida cultural de Ávila. Todo empezó con el nonno, Eduardo Chicharro Agüera, cuando hace más de un siglo aquí se avecindó durante el verano con la familia, y otras veces acompañado de sus alumnos en aleccionadoras clases prácticas del natural. En 1913, el ayuntamiento le nombró hijo adoptivo de Ávila. Luego, también en Ávila, en 1944, Eduardo Chicharro Briones (Chicharro hijo), junto a Carlos Edmundo de Ory, fraguó en un convento un nuevo ismo estético-literario: el Postismo, y compusieron Las patitas de la sombra, un amplio libro de romances.
El Diario de Ávila del 22 de septiembre de 1948 reseña que Chicharro hijo expone en el salón de la Escuela de Artes y Oficios. Cuatro meses antes, Chebé había inaugurado en Zaragoza la muestra de pintura “Postista y moderna”, en cuyo folleto de presentación el niño Toni escribe:
«Nací en Roma - en 1940, de Eduardo Chicharro Hijo y de Fernanda Leona Papiri - vine a España, donde me enseñaron el español que me gusta mucho; me gusta bastante para hacer poemas. Yo, por ejemplo, digo: El pincel mojaba tinta con la carroza de ruedas las bol y se encontró con la persiana escupiendo hierro. Yo no tengo confianza en trabajar. Los ojos de la nieve con el botón de impermeable hacen un pelo de oreja fantástico. Estos son mis versos postistas que los hago y los haré pensando en el «nubaconcorpisto». Me gusta el «post-ismo» porque es lo más moderno que hay, y también lo más difícil. En Madrid he visto a la Telefónica tragarse un clavo podrido, y he visto una ventana con un baúl que se dirigía al comedor de caridad».
Últimamente, la Asociación de Amigos del Museo de Ávila rescató cuatro dibujos de Chebé, cuya cesión al Museo fue presentada con una formidable e conferencia del profesor Juan Antonio Hernández. Y hace unos meses recordamos en estas mismas páginas a “la niña Lilla” (Ana Chicharro Papiri, 1936-2023), recientemente fallecida, cuyos restos reposan en el cementerio de Ávila, junto a los de su madre Nanda Papiri, sin olvidar que su familia, su esposo Paco y sus hijos mantienen viva su memoria en Ávila donde residen.
En esta ocasión, la presentación del libro Memorias del niño Toni (Ed. Libros del Innombrable, 2022, 432 págs.) fue introducida por Raúl Herrero, editor de la obra y del extraordinario prólogo:
«En estas páginas Antonio Chicharro Papiri reivindica la figura de su abuelo, de sus padres, del Postismo, al tiempo que realiza un estudio íntimo de unos años del pasado siglo».
En el acto de presentación del libro, las palabras de “el niño Toni” se ilustran con una gran fotográfica de una vista antigua de Ávila desde los Cuatro Postes.
Con este fondo, va desgranando sus vivencia y las de su familia en un emotivo reencuentro con la ciudad, la cual primero adoptó a su abuelo y después cautivó a sus descendientes.
Y es que Ávila fue la elegida como lugar de retiro e inspiración de los Chicharro durante décadas, quienes nunca faltaban en época estival, pues no en vano era una “ciudad veraniega de primer orden”, como escribió José Mayoral en 1916.
De su estancia en Ávila durante el verano, cuando las vacaciones duraban tres meses, el niño Toni rememora: «Una vez concluido el año escolar, la niña Lilla y yo esperábamos impacientes la huida a Ávila, que solía producirse a finales del mes de junio… En los veranos abulenses, Chebé encontraba el descanso que tanto necesitaba y Nanda Papiri las partidas de póker que tanto le gustaban. Los niños jugábamos, yo con el arco y el peón y la niña Lilla con el diábolo… [Más adelante] una de mis actividades favoritas era montar en bicicleta. Al principio, las alquilaba en una tienda muy cercana a casa, Arevalillo, donde por poco dinero te dejaban disfrutar de una por un tiempo limitado».
Pasados los años, añade: «para mi hermana y para mí, los veranos seguían siendo felices. Ella pasaba mucho tiempo en La Peña, donde se hablaba y se ligaba. Yo leía durante horas. Papá jugaba al ajedrez con Félix Arés, que le ganaba siempre, salvo una vez, en que concluyeron en tablas. Mamá pasaba las tarde jugando al póker».
En aquellos años, la familia Chicharro se alojaba en el número 6 de la plaza del Ejército, edificio de los descendientes de Celedonio Sastre, el cual también había sido hogar veraniego del filósofo y escritor Jorge Santayana. A través de sus grandes ventanales abiertos al Valle Amblés entraba el bullicio del barrio de las Vacas:
«Al final de la casa había una gran galería a la que se daba acceso por dos puertas desde el comedor, donde había un mural representando la caza del corzo con perros, cuyo original fue pintado por Paul de Vos y que ha sido objeto de reproducciones por todas partes del mundo. Desde la galería se divisaba todo el Valle Amblés, con la sierra abulense a la izquierda, titulada sierra Paramera, con el Pico del buitre resaltando en el centro. Más cerca, el barrio de las vacas, con casitas bajas habitadas por gente humilde».
En la narrativa abulense del niño Toni asaltan las imágenes de los vecinos que vareaban los colchones de lana; las casas adosadas a la muralla; la magnífica catedral-fortaleza; la pequeña iglesia de santo Tomé que acabó convertida en garaje durante varios años; las excursiones al río Sequillo; los impresionantes atardeceres que presentaba la ciudad amurallada al regreso de Cardeñosa en el coche del Dr. Tejerina; el jardín romántico del marqués de santo Domingo que visitaba con su padre; el cerro Hervero que frecuentaba en entretenidos paseos; la finca de El Cerezo, donde paraba el filósofo José Luis López Aranguren; el convento de las adoratrices, acogedoras de mujeres marginadas; el pueblecito de Niharra en el que cazaba lagartos; el castillo de Malqueospese, en cuyo río cercano cogía ranitas de san Antonio; y la sierra de Gredos en la que se incursionaba con frecuencia, alojándose con la familia en el parador, si pagaba el nonno, o en la fonda de la tía Fernanda.
Entre los personajes abulenses y amistades que sobresalen en el relato del niño Toni están los nombres de Merejo, por su peculiar aspecto darwiniano; los futuros maestros Sotera y Eduardo Alcántara, vecinos de Las Vacas; la duquesa de Valencia, interesada en ser retratada por Chebé y a quien encargaba peritaciones de su colección de cuadros; y el médico Ángel Torres, entre otros. A ellos añadimos, por su vinculación literaria y artística con Ávila, el escritor Camilo José Cela y el pintor Antonio López, también a Fray Justo Pérez Urbel, prologuista del libro Leyendas de Ávila de José Belmonte Díaz (1947).
Finalmente, por sus palabras, y por lo que se recoge en el libro, sabemos que «el niño Toni firma dibujos que se publican en revistas y se exponen en muestras organizadas en torno al Postismo, estética de la que su padre es fundador. Ese mismo niño Toni resurge ahora de entre la niebla del tiempo y nos permite acceder a su historia y a la de su familia; por allí pasan Francisco Nieva, Dalí, Antonio López, Sara Montiel, rostros de la nobleza, etc. Estas memorias apuntan a las veladas postistas, pero, también, al Madrid nocturno de los años sesenta, a las tertulias, a los cambios de una sociedad que pasaba de la miseria de la posguerra al desarrollismo, todo ello enmarcado en las vivencias de un niño obligado a convertirse en adulto entre las contradicciones que le brinda una familia de artistas y los imperativos de la mediocridad del mundanal ruido».
Dejamos para otra oportunidad un reportaje monográfico más amplio dedicado a la pintura, el postismo y la influencia de Ávila en los Chicharro y su herencia artística.