La necesidad de recrear la ciudad en imágenes impresas y ver multiplicada su visión contemplativa encontró en el dibujo y el grabado una valiosa respuesta durante el siglo XIX. Ello que se produce generalmente como forma de vestir los textos literarios, históricos o religiosos a los que suelen acompañar en libros, periódicos o revistas.
La ciudad aparece entonces en estampas artísticas que se coleccionan, en láminas que se cuelgan en las paredes y se exhiben en iglesias, en recordatorios de efemérides del santoral, en personificación de reyes y personalidades, y en tarjetas postales con las que se felicitan y recuerdan los lugares de peregrinación.
En el recorrido que hacemos por el periodo decimonónico rescatamos algunos testimonios gráficos anteriores para significar la rica tradición histórica y cultural de Ávila en el arte de la ilustración. A título anecdótico, y como buen ejemplo de ello, se se encuentra una lámina de la conocida Biblia de Ávila del siglo XII; los dibujos que hicieron los pintores de cámara Julio Cornelio Vermeyen en 1534, y Anton Van den Wyngaerde en 1570; el dibujo de 1574 de San Juan de la Cruz de Cristo Crucificado; la imagen de Santa Teresa dibujada en 1588 a partir del retrato de Fray Juan de la Miseria; se reproduce el grabado fechado en 1776 de la Virgen de Sonsoles realizado por José Andrade; antiguos escudos de la ciudad que ya apuntan las señas de identidad históricas de Ávila del Rey, o configuran su atalaya visionaria de los Cuatro Postes, al mismo tiempo que aparecen antiguos tipos populares que ya muestran el carácter abulense.
En este primer acercamiento a la imagen dibujada de Ávila se recogen las constantes de lo que será la referencia temática de su representación: la religiosidad de sus habitantes, las manifestaciones festivas, el caserío urbano, el misticismo de los santos Teresa de Jesús y Juan de la Cruz, la fidelidad monárquica, y el tipismo de los lugareños. Los primeros soportes de la plasmación de imágenes son cartones para tapices, álbumes y colecciones reales, libros, y relicarios. Acercarnos a estos dibujos antiguos, nos sirve ahora para presentar la colección de obras aparecidas en el siglo XIX, lo que hacemos repasando algunos de ellos.
El 8 de julio de 1534 tuvo lugar en Ávila una corrida o “batalla” de toros celebrada en honor del emperador Carlos I de España y V de Alemania en la plaza del Mercado Chico. Como testigo de excepción estuvo el pintor de cámara y notario gráfico del reinado el flamenco Julio Cornelio Vermeyen, quien nos dejó un sorprendente testimonio artístico tomado del natural. Y a este testimonio gráfico de Ávila del siglo XVI se une la valiosa vista de 1570 dibujada por Anton Van den Wyngaerde, pintor flamenco nombrado por Felipe II pintor de cámara familiarmente conocido en España como Antonio de las Viñas.
El extraordinario dibujo de la ciudad que hizo Wyngaerde desde las inmediaciones del cerro de San Mateo, responde a la idea de la época asentada en que la importancia de un reino descansa en la imagen de las ciudades que lo conforman. Ciertamente, “la ciudad era el marco en que se desenvolvía la cultura. Es el rostro monumental de un territorio, de un señorío, de un reino. En su perímetro se encierra lo civil y lo religioso. Es el refugio del hombre libre, al amparo de las murallas, que hablan de defensa de unos moradores protegidas por los fueros”. La panorámica de Wyngaerde, de una admirable fidelidad fotográfica, será una referencia constante en las imágenes y vistas que todavía hoy son el referente de la identidad de Ávila. Como complemento de esta panorámica el pintor hizo también un ilustrativo dibujo del Convento de Santo Tomás.
Las primeras imágenes de tipos abulenses que aparecieron impresas como coleccionable fueron los grabados en 1777 por Juan de la Cruz Cano y Holmedilla dentro de la Colección de Trajes de España. Esta obra estaba formada por cuadernillos de doce hojas cada uno en las que se reproducían una o varias figuras típicas de cada provincia. Los personajes de Ávila son entonces mujeres y hombres que se identifican con el título “castellana vieja del partido de Ávila” y “serrano artesonero del partido de Ávila”. Antes, en 1776, José Andrade había grabado una imagen de la Virgen de Sonsoles, dentro de la tradición religiosa que impregnaba en el arte de la época.
SIEMPRE GOYA.
Al llegar al periodo de tránsito del siglo XVIII al XIX nos encontramos con la pintura revolucionaria de Francisco de Goya y Lucientes, y se hace obligatoria una parada. En la ingente producción pictórica de Goya destacan las pinturas La era y La vendimia, títulos inspirados o relacionados con Ávila por el imaginario colectivo, y más concretamente con la localidad de Piedrahíta. Posiblemente, y sin garantía de certeza, los cuadros fueron pintados coincidiendo con la estancia de Goya en el palacio de los duques de Alba en Piedrahíta, donde pintor pasó el verano de 1786 con su familia invitado por la duquesa María del Pilar Teresa Cayetana de Silva y Álvarez de Toledo, XIII duquesa de Alba. Otros estudiosos afirman que no consta que Goya hubiera estado en la localidad abulense, si bien, de lo que no existen dudas es que en un curioso dibujo sobre el lenguaje de sordos figura la leyenda «Goya en Piedrahíta año 1812»
Con la salvedad advertida, se dice que en estas tierras abulenses de los valles del Corneja y el Tormes, llenas de luz y color, el pintor se inspiró para representar en las citadas pinturas las estaciones del verano y el otoño, paisaje que cautivó igualmente a los pintores Benjamín Palencia y Luciano Díaz Castilla. Igualmente, se afirma, aún sin constancia fehaciente, que Goya pintó aquí varios retratos de los duques de Alba en 1795, a cuyo palacio acudía para participar en los foros que organizaba la duquesa con escritores, políticos e ilustrados de la época como Meléndez Valdés, Jovellanos y José Somoza, entre otros. Y tal fue entonces la importancia de este periodo histórico, que en un intento de revitalizar aquel tiempo de esplendor la villa celebra cada año las fiestas bautizadas con el título de Piedrahíta Goyesca.
Otros retratos destacables de Goya son los de la Duquesa de Abrantes, cuyo esposo fue diputado por Ávila en 1871 y dueño del palacio de los Dávila; Jovellanos, quien se licenció en la Universidad de Santo Tomás en Ávila; Meléndez Valdés, que intervino en la unificación hospitalaria de Ávila; y Manuel Silvela y García de Aragón (1781-1832), que vivió en Ávila hasta los diecisiete años y fue el patriarca de los Silvela, Francisco Agustín, Manuel y Francisco, políticos de arraigo abulense que ocuparon algunos de los más altos cargos del Estado. Así mismo, cabe añadir que de la estancia de Goya en 1783 en el palacio de Arenas de San Pedro del Infante don Luis de Borbón (1727-1785), hermano del rey Carlos III, Francisco Vázquez García ha catalogado quince pinturas, entre las que sobresale el retrato de la familia del infante.
La riqueza de los dibujos y grabados de Goya encuentra fiel testimonio en las series “Los Caprichos”, “Los Desastres de la Guerra”, “La Tauromaquia”, “Los Disparates” y “Los Proverbios”, en los que el pintor aplicó las técnicas del aguafuerte, aguatinta, el buril o la punta seca. Lástima que no hayamos encontrado aquí ninguna obra con temática abulense, si bien un buen precedente de su obra gráfica se observa en la serie de seis cuadros dedicada al a la detención del bandido que operaba en tierras de Ávila y Oropesa conocido como El Maragato, quien fue preso y herido por el fraile franciscano Pedro de Zaldivia en la sierra abulense.
ÁVILA Y LAS BELLAS ARTES.
Durante el reinado de Isabel II el interés público y privado por las bellas artes alcanza un extraordinario auge en España. Así, en esta época se promocionan las enseñanzas artísticas, especialmente de dibujo, se crea el Museo Nacional de Pintura y se extienden las colecciones del Real Museo del Prado, y se anima a los artistas con premios, pensiones y compras de obras, destacando en este movimiento la celebración de las Exposiciones Nacionales de Bellas Artes que tienen lugar en Madrid cada dos años a partir de 1856. A través del dibujo, el grabado y la pintura, Ávila y sus personajes históricos se convierten entonces, por un momento, en protagonista del arte español de la época.
Un primer ejemplo de la eclosión artística enunciada y su incidencia en la temática abulense lo encontramos entonces en Federico de Madrazo y en Valeriano Domínguez Bécquer. Federico de Madrazo Kuntz (1815-1894), retratista por excelencia de la burguesía y aristocracia, fue maestro de Ángel Lizcano, autor del cuadro Recuerdo de Ávila, y del pintor abulense de Adanero Juan Giménez Martín, se interesó el arte del grabado y por la documentación fotográfica y su funcionalidad al servicio de la pintura. De la larga trayectoria de Madrazo interesa destacar ahora y el retrato de La Marquesa de Espeja (1852), por su relación con la historiografía abulense de la casa de los Águila, de donde procede una copia de su hijo Ricardo que se exhibe en el Museo de Ávila, sin olvidar el grabado que hizo de la reina abulense de Castilla Isabel la Católica en La toma de Granada, el retrato de Isabel II, cuya copia se encuentra en el Ayuntamiento, y el dibujo de Mariano José de Larra, elegido diputado a Cortes por Ávila en 1836.
Valeriano Domínguez Bécquer (1833-1870) recorrió las provincias españolas de Aragón, Navarra, País Vasco y las dos Castillas pensionado por el Ministerio de Fomento de Antonio Alcalá Galiano con diez mil reales al año destinados con el fin de pintar obras que dejen el recuerdo de los «trajes característicos, usos y costumbres», con la obligación de entregar al Museo Nacional de Pintura dos cuadros cada año, recorrido que hizo a lo largo del periodo de 1865 a 1868. Acogiéndose a esta política de becas y adquisiciones de obras de pintura moderna promovida en el reinado de Isabel II, Valeriano llegó a Ávila en 1867, lugar donde todavía se conservaban antiguos y pintorescos trajes de fiesta en el campo. Durante su estancia hizo y remitió al Museo Nacional de Pintura los cuadros La fuente de la ermita, El escuadro y La huevera. El primero es representativo de la ofrenda y romería popular que se hace en la ermita de Sonsoles, y el segundo y tercero de los habitantes del Valle Amblés. A este envío contestó la Dirección General de Instrucción Pública que «todas estas obras son dignas de los mayores elogios y esta Dirección tiene un verdadero placer en consignarlo».
La obra pictórica de Valeriano Bécquer de temática abulense se completa con los extraordinarios dibujos que hizo para la prensa ilustrada, concretamente para El Museo Universal y La Ilustración de Madrid, según reseñaremos más adelante. En este proceso de multiplicación de imágenes, los dibujos de Valeriano se convierten en el referente de la nueva concepción visual y gráfica del arte, la historia y el costumbrismo. Coetáneo de Bécquer fue el pintor francés Henry Regnault (1843-1870), quien llegó a España en 1868 animado por Mariano Fortuny, autor que también dibujó Ávila, encontrando aquí una inagotable fuente de inspiración, fruto de la cual son los cuadros Arrieros españoles (pintura), Pórtico de una iglesia de Ávila (acuarela) y La carretera de Ávila (cróquis a pluma).
EXPOSICIONES NACIONALES.
Entre los prestigiosos pintores, dibujantes y grabadores participantes en las Exposiciones Nacionales de Bellas Artes del siglo XIX observamos una amplia nómina de artistas que se ocuparon de temas o personajes abulenses. Entres ellos, sobresalen los autores Francisco de Paula Van Halen, que en 1842 dibujó la ciudad, sus gentes y sus monumentos, en España Pintoresca; Luis de Madrazo, retratista de Isabel la Católica, Santa Teresa y el Duque de Abrantes senador por Ávila en 1871; Francisco Aznar y García, que en el periodo 1859-1882 dibujó los monumentos abulenses para la obra Monumentos Arquitectónicos de España; Antonio Gisbert, que pintó en 1860 su famoso cuadro Los Comuneros, una copia del cual hecha por Bernardino Sánchez en 1873 se conserva también en el Ayuntamiento de Ávila; Francisco Xavier Parcerisa, que en 1865 dibujó los más importantes monumentos de la ciudad en Recuerdos y bellezas; Cecilio Pizarro que en 1866 dibujó el Ábside de la catedral; Bernardo Rico Ortega, grabador de un gran número de vistas de Ávila sobre dibujos de Valeriano Bécquer y fotografías de Laurent publicadas durante 1867-1893 en la prensa ilustrada; y José Luis Pellicer, que hizo la litografía Labradoras del Valle Amblés sobre un dibujo fechado en 1867 de Valeriano Bécquer
Otros nombres que sobresalen en la larga nómina de las Exposiciones Nacionales son José Severini, ilustre grabador de dibujos de Ávila en 1867-1869; Antonio García Mencia, que en 1869 dibujó bellamente Las Calle de la vida y la muerte y La basílica de San Vicente; Francisco Laporta que hacia 1869 dibujó El arco del Alcázar; Joaquín Sierra, que en 1870 dibujó los principales monumentos para la Crónica de la Provincia de Ávila sobre fotografías de Laurent; Ángel Lizcano y Monedero, que pintó en 1871 Recuerdo de Ávila (1871); José Garnelo Alda, que realizó La madre de los gracos (1888) que se conserva en el Ayuntamiento de Ávila y Capea en Las Navas del Marqués; Víctor Morelli, que pintó la Batalla de Alpens (1873) que se conserva en la Academia de Intendencia de Ávila; y Bartolomeu Maura i Montaner, que en 1874 grabó Tipo del Valle Amblés sobre la pintura original de Valeriano Bécquer, varios retratos de Santa Teresa (1881) y de los políticos abulenses Manuel y Francisco Silvela.
En 1882, Ávila celebra el III Centenario de la muerte de Santa Teresa y Juan Comba, que dibujó el Claustro de Santo Tomás y varias escenas conmemorativas; Vicente Cutanda y Toraya, que pintó Un mercado de Ávila (1882); Tomás Campuzano y Aguirre, que dibujó la ciudad en 1885 en una composición del ábside de la catedral, el Mercado Grande y las Murallas; Vilaplana, que ilustró con dibujos sobre fotografías de Laurent la guía de Ávila que escribió en 1890 Valentín Picatoste; Miguel Hernández Nájera, que hizo El cordel de las merinas (1892); Blas González García-Valladolid, autor de un retrato del obispo de Ávila Fray Fernando Blanco y Lorenzo (1895) que se conserva en el Ayuntamiento de la ciudad; y Emilio Poy Dalmau que hizo un cuadro del interior del convento de Santo Tomás de Ávila, además de otros tantos que se conservan en la casa consitorial fechados en 1901.
En 1871, la Exposición Nacional de Bellas Artes es inaugurada por el monarca Amadeo de Saboya, en cuyo séquito de reciente llegada a España le acompañó el que fue famoso torero y Gobernador de Ávila Luis Mazzantini. Al nuevo rey le llamó la atención el cuadro titulado Recuerdo de Ávila, y no pudo por menos que adquirirlo para su colección particular. El pintor firmante de la obra era Ángel Lizcano y Monedero (1846-1929), artista cultivador de un estilo romántico y pintoresco que fue puente entre Goya y el arte contemporáneo. En la misma exposición de 1871 participó también el pintor abulense Bernardino Sánchez con sendos cuadros del interior de la catedral, si bien el primer premio de la muestra fue para Eduardo Rosales por el cuadro Muerte de Lucrecia. De nuevo se presentó Lizcano a las Exposiciones de 1876, 1878, 1881, 1884 y 1887, donde obtuvo diversos premios y coincidió con los pintores abulenses Manuel Sánchez Ramos y Juan Giménez Martín. Años después, en 1892 pintó un místico retrato de Santa Teresa y pronto se consagró como dibujante e ilustrador de revistas y libros, especialmente los de su amigo Benito Pérez Galdós.
El tipismo de Ávila y de sus gentes fue captado igualmente en 1888 por Darío de Regoyos (1857-1913), pintor de vocación europea y uno de los más representativos de la pintura moderna. A su paso por la ciudad en julio de 1888, esbozó la imagen de Cristo crucificado que se venera en muchos templos abulenses, el interior de la catedral y varias vistas de la plaza del Mercado Grande con el alegre tipismo de sus gentes. Fruto de este viaje, que hizo acompañado por el poeta Emilie Verhaeren, fue la obra España Negra, donde incluyeron los grabados Ávila con luna y La procesión de San Vicente. Participó sin mucho éxito en la Exposiciones Nacionales de 1890, en la que fue premiado el cuadro abulense El cordel de las merinas de Hernández Nájera.
Los abundantes cuadros de historia realizados durante el siglo XIX protagonizados por Isabel la Católica y por Santa Teresa de Jesús son un motivo sobresaliente en la pintura de Luis y Federico de Madrazo, Eduardo Rosales, Dionisio Fierros, Benito Mercadé, Muñoz Degrain, Víctor Manzano, Emilio Sala, Martínez Cubells, Francisco Pradilla, Luis Álvarez, Isidoro Lozano, Carlos Luis de Ribera, Miguel Jadraque, y Emilio Poy, entre otros, quienes también participaron en su mayoría en las Exposiciones Nacionales de Bellas Artes. Igualmente, podemos citar aquí a Aureliano de Beruete y Moret, a José Moreno Carbonero, y a Joaquín Sorolla, quienes también retrataron Ávila.
PINTORES ABULENSES.
Aunque los artistas abulenses no se prodigaron en dibujos y grabados de la ciudad, bien merece la pena detenernos en el trabajo de los pintores de Ávila, donde funcionaba una exitosa escuela municipal de dibujo. En 1863, sabemos que Ávila contaba, con dos estudios de pintores de cuadros, el de José Tolosa y Ortels y el de Bernardino Sánchez. José Tolosa, tenía su estudio de pintor en la Bajada a Santiago número 3, y trabajó también iluminando fotografías. En 1849 participó en la exposición convocada por las Academia de San Fernando y colaboró con varios retratos litográficos en la obra Estado Mayor del Ejército, falleciendo en Madrid en 1879.
Antonino Bernardino Sánchez (1814-1885), natural de Peñaranda de Bracamonte (Salamanca) destacó como hombre culto y polifacético que llegó a Ávila en 1841 para ocupar la plaza de director de la Escuela Municipal de Dibujo, empleo que compatibilizó con los trabajos de médico, pintor y fotógrafo. Se domicilió en la calle Capilla de Mosén Rubí, 1, y formó parte de la Comisión Provincial de Monumentos Históricos y Artísticos, a la vez que académico correspondiente de la de San Fernando. A su intervención, junto a José Bachiller, se debe la conservación en el Monasterio de Santo Tomás de las pinturas de Pedro Berruguete amenazadas en las expropiaciones desamortizadoras de la época.
Bernardino Sánchez, trabajó como copista en el Museo del Prado y pintó los telones y decorados del Teatro Principal de la capital abulense. Participó en las Exposiciones Nacionales de Bellas Artes de los años 1858, 1866 y 1871, sobresaliendo entre sus obras las tituladas Interior de la basílica de San Vicente, Interior de la capilla de la Anunciación, Vista general de Ávila, Vistas del castillo de Arévalo, Vista interior de la nave izquierda y altar colateral de Santa Catalina de la catedral de Ávila y Vista del ábside interior y altar del Tostado en la misma catedral. En 1882 participó en la Exposición de Ávila con Interior de la iglesia de San Vicente y Una hermana de la caridad. De su trabajo artístico se conserva un bello cuadro pintado al óleo de la ciudad vista desde Los Cuatro Postes fechado en 1864, el cual fue presentado a la Exposición Nacional de 1866. Este cuadro fue comprado por el Ayuntamiento por mil pesetas pagadas a plazos que actualmente lo conserva.
También cuelga en una de las paredes del Ayuntamiento de Ávila una copia del famoso cuadro titulado Los Comuneros que en 1860 pintó Antonio Gisbert Pérez (1834-1901) y fue primer premio en la Exposición Nacional de Bellas Artes de ese año. Ello no deja de ser una reveladora sorpresa por su carga ideológica, pues fue adquirido por el consistorio en 1873 al precio de doscientas pesetas, probablemente para celebrar el advenimiento de la I República acaecido en febrero del mismo año, mediante compra hecha al autor de la copia Bernardino Sánchez, profesor de la Escuela Municipal de Dibujo. Ya entonces, dicha pintura, por su significado histórico, se había convertido en símbolo del progresismo y el liberalismo español del siglo XIX frente al absolutismo monárquico, de ahí que proliferaran numerosas copias del cuadro o grabados del mismo, como el que hizo el litógrafo Regino Casado.
En 1866 se instaló en Ávila Agustín Ruiz de Santayana (1814-1893) con su hijo, el futuro pensador y escritor Jorge R. Santayana, quien nos dejó escrito: «Respecto a la pintura, las ideas de mi padre eran totalmente las del artesano ejerciendo concienzudamente su oficio, y bien podría haber pintado como Monet si hubiera sido más atrevido». De su obra se conservan varios retratos familiares realizados en Ávila
La tradición artística abulense encarnada en Bernardino Sánchez fue seguida por su hijo Manuel Sánchez Ramos (1855-1940), quien, como su padre, fue médico, dibujante, pintor y gran aficionado a la fotografía. Participó en las Exposiciones Nacionales de Bellas Artes de 1876, 1881 y 1887, con las obras Interior del crucero de la izquierda y parte de la trasera de la catedral de Ávila, Interior de la reja de la capilla de Nuestra Señora de las Cuevas, y Una calle de Ávila. A las exposiciones celebradas en Ávila en 1872 y 1882 presentó las obras tituladas La nave mayor de la catedral y Una vieja, obteniendo en esta última la segunda y tercera medalla. Su participación en la Exposición Nacional de 1887 mereció una mención especial del Jurado por Interior de la catedral de Ávila, cuadro que donó al Ayuntamiento, donde actualmente se conserva. Como dibujante, Sánchez Ramos colaboró en 1894 con el arquitecto E.M. Repullés y Vargas en la monografía La Basílica de San Vicente en Ávila. Contrajo matrimonio con la hija de Antonino Prieto, académico y constructor que hizo importantes obras en la Muralla y en San Vicente bajo la dirección de Repullés, quien nos dejó un hermoso dibujo del Mercado de Abastos proyectado en 1893, igual que hizo una pintura de Santa Cecilia, patrona de los músicos.
La plasticidad y colorido del interior de la catedral quedó bellamente reflejado en el cuadro titulado La catedral de Ávila, del abulense nacido en Adanero Juan Giménez Martín (1855-1901). Doña Jimena Blázquez y Viático de Ávila son otras dos obras dedicadas a Ávila de este pintor que fue alumno de Federico de Madrazo, Carlos Luis de Ribera y Carlos Haes, y pensionista de la Diputación Provincial de Ávila en la Escuela Superior de Bellas Artes de San Fernando y en la Academia de Roma. Juan Giménez participó en numerosos certámenes y concursos artísticos, así como en las Exposiciones Nacionales de Bellas Artes celebradas entre 1876 a 1901. En ésta última, el cuadro de La catedral de Ávila obtuvo una Tercera Medalla, con lo que la imagen catedralicia alcanzó un merecido protagonismo
Fueron también artistas representativos de la pintura abulense del siglo XIX Blas Olleros Quintana, natural de Piedrahíta, pensionado por la Diputación de Ávila para estudiar en Roma, donde pintó interesante cuadros de temática costumbrista y de la antigüedad clásica, y realizó cotizadas acuarelas que expuso en la galería Hernández en Madrid. Así como, Francisco García de la Cal, nacido en Ávila, que estudió en Madrid en la Escuela Superior de Bellas Artes, fue pensionado por la Diputación Provincial en Roma y se presentó a la Exposición Nacional de 1881 con el cuadro Dad de beber al sediento, a la vez que posó como modelo para su amigo Francisco Pradilla Ortiz, quien lo retrató representando a Boabdil en el emblemático cuadro La rendición de Granada que se conserva en el Senado.
Otros nombres que sobresalen en la paleta abulense fueron Andrés Hernández Martín, quien solicitó, igualmente, como Francisco de la Cal, aunque sin éxito, a la Diputación una beca para estudiar en Roma. Timoteo Sandoval, quien participó en 1882 en la Exposición celebrada en Ávila con varias copias al óleo de cuadros originales de los grandes maestros. José Sánchez Rodríguez, natural de Arévalo, alumno de la Escuela Especial de Pintura, Escultura y Grabado, y participante en las Exposiciones Nacionales de 1884 y 1899. Casto Severini, discípulo del pintor Judas Fernández, que en 1887 participó en la Exposición Nacional con la acuarela ¡Tan sóla y tan melancólica! Rafael Martín, natural de Ávila, quien expuso en la Nacional de Bellas Artes de 1890 su lienzo titulado Jerezano. Gerardo Soubrier y López, también natural de Arévalo, estudiante de pintura con su padre. Y Emilio Soubrier, un destacado paisajista que participó en las Exposiciones Nacionales de 1892, de 1897 (donde obtuvo una mención honorífica), y de 1899.
Finalmente cabe resaltar que fueron muchos los pintores y artistas que incorporaron Ávila a la historia del arte con una extraordinaria sensibilidad colorido y plasticidad. Todos ellos sintieron una especial atracción por la ciudad, lo que les llevó a plasmar su singular visión de la ciudad percibida con profundidad de sentimientos. Unas veces como fondo de la figura retratada, otras de los hombres y mujeres que peregrinan a la ciudad cargados de alforjas, morrales o cestas, otras como escenario de los pasos de Semana Santa o la procesión de Santa Teresa, y siempre recogiendo el espíritu de la ciudad medieval y el paisaje castellano.
Jesús Mª Sanchidrián Gallego