09 de marzo de 2025

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De Crónicas

ÁVILA DE NIEVE EN LA PINTURA DE JUAN ANTONIO PIEDRAHÍTA

ÁVILA DE NIEVE  EN LA PINTURA DE JUAN ANTONIO PIEDRAHÍTA
ÁVILA DE NIEVE  EN LA PINTURA DE JUAN ANTONIO PIEDRAHÍTA
Jesús Mª Sanchidrián Gallego
  • 09 de Marzo de 2025

Aunque en los últimos inviernos apenas nieva en Ávila, gracias a la pintura de Juan Antonio “Piedrahíta” (nac. 1951), sabemos que a partir de ahora aquí siempre habrá nieve. Así, en la vieja ciudad mesetaria de clima mediterráneo continental y cercada por las estribaciones de Gredos y Guadarrama, las cumbres blancas de estas sierras toman asiento en los murallones medievales trasladándonos por un instante a tierras glaciares. De su contemplación compartimos las impresiones que siguen, coincidiendo con el cambio de estación que se producirá en breve.

La riqueza plástica de la pintura y la quietud de la blancura que destella convierten a Ávila en lugar de nieves perpetuas. La armonía del paisaje nos presenta la pureza, la limpieza y la tranquilidad de una ciudad detenida en el tiempo donde la nieve es el motivo pictórico que propicia el redescubrimiento de sus valores monumentales mezclados con pequeños detalles pétreos, terrosos y vegetales y con otros elementos de la actualidad.

ÁVILA NEVADA es el título de una veintena de cuadros en los que el pintor abulense Juan Antonio Piedrahíta quiso hacer una recreación plástica de la ciudad amurallada desde poniente, velada por la blancura que todo lo cubre. Con ello formó un amplio catálogo de una exposición que exhibió en El Episcopio hace diez años, cuyas estampas permanecen hoy en la memoria como nieves perpetuas a modo de testimonio de los inviernos abulenses que, seguro, volverán.

ÁVILA NEVADA es la ciudad iluminada con texturas lechosas de nieve que evocan multitud de Ávilas en el quinto centenario del nacimiento de la monja Teresa de Cepeda y Ahumada.

ÁVILA NEVADA es la ciudad renacentista que imaginan los infantes y  caballeros abulenses que luchan con los tercios en las tierras heladas de Flandes las cuales ya habían sido motivo pictórico en las miniaturas de los Hermanos Limbourg al final de la Edad Media.

ÁVILA NEVADA es la ciudad cubierta de blanco en la misma la panorámica que hizo Anton Van de Wyngaerde en 1570 por encargo de Felipe II desde el cerro de San Mateo, época ésta del máximo esplendor abulense que conoció Teresa de Jesús.

ÁVILA NEVADA es la ciudad barroca que asemeja a aquellos paisajes urbanos nevados que los pintores flamencos (Pieter Brueghel -el Viejo y el Joven-, Jacob Grimmer, Hendrick Avercamp, etc.) convirtieron en género cuando una amenazante glaciación asoló Europa en el siglo XVII.

ÁVILA NEVADA es la ciudad en la que situamos las inclemencias atmosféricas de la “Oda a Felipe Ruiz” que canta Fray Luís de León, el poeta agustino editor de las obras de Teresa de Ávila fallecido en Madrigal de las Altas Torres: “Las soberanas aguas / del aire en la región quién las sostiene; / de los rayos las fraguas, / dó los tesoros tiene / de nieve Dios, y el trueno dónde viene”.
            ÁVILA NEVADA es la ciudad que describió el soldado y escritor Marcel Limouzín cuando acompañaba al ejército francés del general Hugo que invadió estas tierras: “Ávila, era agradable en verano, es muy triste en invierno. Altas murallas, aún bien conservadas, la rodean y están unidas entre sí por un número considerable de torres. […] Abundantes nieves la cubrían entonces, y durante la noche escuchábamos el aullido de los lobos que venían a merodear alrededor de la ciudad”.

ÁVILA NEVADA es la ciudad que, en tiempos de la guerra civil,  abre las calles de nieve con presos políticos mientras soldados alemanes pelotean en el lienzo norte, época en que la nieve también llegó al frente cainita que recuerda el poeta Miguel Hernández: “Nieve donde el caballo que impone sus pisadas / es una soledad de galopante luto. / Nieve de uñas cernidas, de garras derribadas, / de celeste maldad, de desprecio absoluto (…) / Sobre la nieve / blanca, la vida roja y roja / hace la nieve cálida, siembra fuego en la nieve”.

ÁVILA NEVADA es la ciudad que adivinamos en el libro de Azorín dedicado al pueblecito de Riofrío donde se desgranan las sonoras campanadas de la catedral entre el silencio de la nieve que va cayendo.

ÁVILA NEVADA es la ciudad que galardona a los escritores con el “Premio las Letras Teresa de Ávila”. Ellos nos dejaron los siguientes versos: “La nieve puso un dedo entre los labios” (Leopoldo de Luís). /  “Mientras caiga la nieve y los pájaros vuelen (…), / yo te estaré queriendo, vida mía, en la sombra” (Luís Alberto de Cuenca). “La nieve en los ojos. / La nieve, dueña ya, / del cielo y de la tierra” (Antonio Colinas).

ÁVILA NEVADA es la ciudad que imaginamos en el libro Orbes del sueño (2013) de la premiada teresiana con las Letras de Ávila Clara Janés donde se mezclan poemas e imágenes de revelación íntima entre la nieve, el blanco y el frío que nos acerca al enigma del cosmos y el hombre.

ÁVILA NEVADA es la ciudad convertida en portal navideño que bien rememoramos en los villancicos de su hijo adoptivo José Hierro: “A este paisaje bordado /  el silencio lo hace irreal. / Pirotecnia vegetal / Evaristo lo ha incendiado. / ¿Pasarán, habrán pasado / los Magos y los pastores? / Música de nieve y flores. / Pero el niño sólo oía, / desde el vientre de María, / cantos de ángeles cantores”.

ÁVILA NEVADA es la ciudad de mirada limpia y crujiente que se nos aparece igual que al caminante Antonio Gamoneda: “La nieve cruje como pan caliente / y la luz es limpia / como la mirada de algunos seres humanos, / y yo pienso en el pan y en las miradas / mientras camino sobre la nieve”.

ÁVILA NEVADA es la ciudad fugaz en invierno, una estación blanca bellamente pintada por Goya cuando andaba por tierras abulenses del Corneja coloreando los tapices de las cuatro estaciones.  

ÁVILA  NEVADA  es la ciudad impresionista captada con igual sentimiento con el que atraparon el frío helado y la nieve plúmbea los pintores Cézanne, Gauguin, Monet  y Pisarro y Van Gogh.

ÁVILA  NEVADA  es la ciudad helada que pintó Tomás Campuzano y grabó Bernardo Rico Ortega acompañando al arquitecto Repullés cuando éste estaba escribiendo sobre la muralla, la catedral, la basílica de San Vicente y otros monumentos, según publicó en “La Ilustración Española y Americana” en 1888.

ÁVILA  NEVADA  es la ciudad cuyas cumbres lejanas pintaron  Martínez Vázquez, Benjamín Palencia y Díaz Castilla. Lo mismo que hicieron los pintores que pasaron por Ávila: Regoyos y Sorolla, retratistas de la sierra de Guadarrama con caperuza blanca, Vázquez Díaz, autor de “La fábrica dormida” entre montañas nevadas, y Diego Rivera que “apaleó” el blanco de los paisajes mexicanos de Iztacalco.

ÁVILA  NEVADA  es la ciudad en la que se vio atrapado el pintor Güido Caprotti en 1916, y tal fue la atracción que aquí se quedó para siempre dejándonos hermosas y numerosas estampas de blanca nieve y frías piedras monumentales.

ÁVILA NEVADA es la ciudad incomunicada con la línea del ferrocarril del siglo XIXI en construcción cuyo recorrido desde El Escorial a Sanchidrián tuvo que hacer en diligencia el escritor danés Hans Cristian Andersen y esperar aquí la llegada del tren en medio de una tempestad de nieve de una noche fría y lúgubre del invierno de 1862: “Resopló la locomotora y con la claridad del amanecer salimos corriendo por la gran llanura. La nieve caía formado pequeños montículos. Aquí veíase un viñedo, allá un pino solitario; pensaba sin duda como yo: ¿Estoy realmente en España, en un país cálido?”.

ÁVILA NEVADA es la ciudad donde los trenes se estancaban por la nieve, siendo frecuente noticia por ello en los sucesos de la prensa decimonónica, y motivo de su representación gráfica en la que se afanaron Bernardo Rico y otros grabadores de la prensa ilustrada decimonónica.

ÁVILA NEVADA es la misma ciudad donde se respira el frío que pintó a principios del siglo XX Juan Echevarría con mezclas violetas y azules que cubren el pálido caserío amurallado. Igual que Picasso trazó tipos que reflejan la melancolía de los días gélidos. Todo contrasta con la emoción que despierta la alegría de la nieve.

ÁVILA NEVADA es la ciudad que se  apareció al escritor y viajero Miguel de Unamuno  en 1921, antes de que el invierno la tiñera de blanco: “Encendida por el rojo fulgor del ocaso del sol que abermejaba sus murallas, en una rotura de un día aborrascado. El ceñidor de las murallas de la ciudad subía a nuestros ojos; a un lado de él, fuera del recinto de la urbe, la severa fábrica de la basílica de San Vicente, y en lo alto, dominando Ávila, la torre cuadrada y mocha de la catedral. Y todo ello parecía una casa, una sola casa, Ávila la Casa”.

ÁVILA NEVADA  es la ciudad pétrea que avistaba el filósofo Jorge Santayana cuando venía en tren desde París antes de llegada de las nieves invernales: “Las perfectas murallas de Ávila en suave declive hacia el lecho del río invisible, con todos sus baluartes reluciendo claramente a los horizontales rayos del sol y la torre catedralicia en el centro, sobresaliendo sólo un poco sobre la línea de las almenas y no menos imperturbablemente sólida y grave. La piedra, bajo esa luz solar horizontal, tomaba un tinte dorado precioso y casi jovial frente a las rocas negruzcas y las cuestas áridas de los cerros descendentes, sólo aliviados aquí y allá por franjas de álamos o encinas de un verde oscuro”.

ÁVILA NEVADA es la ciudad fría y soñada por José Agustín Goytysolo y lugar de destino del viajero enamorado: “Si te sueño te veo / Ávila fría” (...) / A pesar de la nieve iré / y te encontraré. / Por el puerto de Tornavacas / cruzaré hasta Ávila”.

ÁVILA NEVADA es la ciudad silenciosa, amada y pura del poeta Leopoldo Panero: “Vaya en silencio mi palabra. / Como la nieve al descender / duerme la luz, para que abra / la fe mi sueño y pueda ver”. “Mi sueño son y mi total tristeza; / y mi límite son frente a la nada; / y es a mi consuelo amar, Ávila pura… / ¡Qué la nieve defienda tu pureza, / el agua tu quietud amurallada, / y tu absoluta paz la noche oscura!”.

ÁVILA NEVADA es la ciudad navideña que añora el escritor abulense José Belmonte: “Se me agolpan recuerdos de aquellas navidades en Ávila, al abrigo del brasero de cisco removido con la badila, -cuando la ceniza se pegaba a la badila, nevada al canto”.

ÁVILA NEVADA es también la ciudad de fría nieve que describió el historiador benedictino Fray Justo Pérez de Urbel: “Ávila de los Santos y de los cantos, panera, baluarte, muralla; pero también drama, poesía, leyenda, la leyenda propia de una tierra fuerte y compacta, que es aire puro y nieve fría, y almena y blasón y altivez y bravura”.

ÁVILA NEVADA es la ciudad que tiene por faro el tañido del zumbo de San Juan que orienta a los perdidos en la nieve.

ÁVILA NEVADA es la ciudad panorámica y colorista descrita por el cronista y dibujante Antonio Veredas en su libro Cuadros abulenses (1939): “Ávila entre nieves y hielos ofrecía panoramas y cuadros verdaderamente grandes, singulares, maravillosos (…) Caen los esponjosos copos a modo de lluvia de flores de almendros, para ornamentarlo todo con alburas deslumbrantes, propias de hermosas vestiduras nupciales, o este que responde al momento en que, roto ya el manto plomizo del cielo, asoma el sol para colocar finas veladuras, las almenas y los arbotantes”.

ÁVILA NEVADA es la ciudad tempestiva de fríos inviernos y alegres tipos populares que dibujó José Sánchez Merino, maestro de nuestro pintor, quien también nos trajo la nieve glaciar de las cumbres de Gredos.

ÁVILA NEVADA es la ciudad que atrapa la infancia y el palpitar tembloroso del corazón que intuimos en los versos del poeta, profesor, sacerdote y también hijo adoptivo de Ávila Jacinto Herrero Esteban: “Y si vuelve la nieve, ya lo digo, / como cuando era niño, que no viene, / ¡qué membranza tendremos! Se detiene / un momento en su vuelo y al hostigo / de las rachas de viento, busca abrigo / en el alero del hastial. Mantiene / su nítido temblor sin que lo llene / de acabada blancura. Trae consigo / la soledad del campo, el lejano / grito de los muchachos, las bandadas / de pardos estorninos, de arrecidos / gorriones; la cellisca sobre el llano / que borra los lindazos y cañadas / como en mi corazón golpes sufridos”.

ÁVILA NEVADA es la ciudad de plata que diría Blas de Otero, para quien la nieve es imagen pura que no se olvida: “Cuando tu cuerpo es nieve perdida en un olvido deshelado, y el aire no se atreve a moverse por miedo a lo olvidado (…) Cuando es ya nieve pura, y tu alma señal de haber llorado”.
            ÁVILA NEVADA es la ciudad que tiene en el horizonte las cumbres del Zapatero y  la Serrota que “al borrarse la nieve, se alejaron/ los montes de la sierra”, decía Machado, y que reía Góngora: “Cuando cubra las montañas / de blanca nieve el enero, / tenga yo lleno el brasero / de bellotas y castañas, / y quien las dulces patrañas / del Rey que rabió me cuente, / y ríase la gente”.

ÁVILA NEVADA es la ciudad en polvo, pero polvo enamorado, y de fuego encendido que recuerda la poesía amorosa de Quevedo: “Lo que me quita en fuego, me da en nieve / la mano que tus ojos me recata; / y no es menos rigor con el que mata, / ni menos llamas su blancura mueve”.

ÁVILA NEVADA es la ciudad donde cantó Amancio Prada a Teresa de Cepeda y a Juan de Yepes al tiempo que guarda nuevas composiciones “esperando la mano de nieve” y entona la copla popular asturiana “si la nieve resbala”.

ÁVILA NEVADA es la ciudad de la niñez, de la mocedad, de la vejez, del paisaje celeste, de la noche de luna que inspira al artista, lo mismo que canta Gerardo Diego: “La nieve, niños, la nieve, / baja la nieve. / Por Quintanar de la Sierra / danzando viene. / Temblando la nieve viene, / flor de diciembre. / Ángeles hilan los copos, / ruecas celestes. / Colmen, niños, vuestras manos, / trapos de nieve”… /  La nieve, mozas, la nieve, / vuelve la nieve, / a besar vuestras mejillas, / manzana y leche. / Ya nieva sobre los pinos, / ya nada es verde. / Nieva sobre las palomas. / Nadie se mueve. / Ay, que silencio tan hondo. / Callan las fuentes. / Si no fuera por el río, / callar de muerte. / Ya nieva la nieve nueva / sobre la nieve”… / La nieve, viejos, la nieve, / qué fría viene. / Ya mide más de una vara / por las paredes. / Caperuza de la torre, / nata en copete. / Qué bien arde la carrasca. / La noche crece / y nieva la nieve fuera, / sobre la nieve”.

 

ÁVILA NEVADA  es la ciudad que nos traslada, por un instante, a la estepa rusa que recrea Boris Pasternak: “Cae y cae la nieve. No parecen / copos, sino que sobre los remiendos / de una capa a la tierra descendiese / lentamente la cúpula del cielo”.

ÁVILA NEVADA es la ciudad divina y estrellada que contemplamos con la poetisa Premio Nobel Gabriela Mistral: “Ha bajado la nieve, divina criatura, / el valle a conocer. / Ha bajado la nieve, mejor que las estrellas. / ¡Mirémosla caer!”. 

ÁVILA NEVADA  es la ciudad que canta, alumbra y purifica la poesía de Jorge Guillén: “Lo blanco está sobre lo verde, / y canta. / Nieve que es fina quiere / ser alta. / Enero se alumbra con nieve, si verde, / si blanca. / Que alumbre de día y de noche la nieve, / la nieve más clara. / ¡Nieve ligera, copo blando, / Cuánto ardor en masa! / La nieve, la nieve en las manos / y el alma. / Tan puro el ardor en lo blanco, / tan puro, sin llama. / La nieve, la nieve hasta el canto / se alza. / Enero se alumbra con nieve silvestre. / ¡Cuánto ardor! Y canta. / La nieve hasta el canto -la nieve, la nieve / en vuelo arrebata”.

ÁVILA NEVADA  es la ciudad  de calles estrechas y llenas de frío nevado que describió García Lorca en Impresiones y paisajes (1918) a propósito de su visita a la tierra natal de la flamenquísima Teresa. Y aquí traemos su  recuerdo de cuando nieva en el alma: “También sobre el alma nieva. La nieve del alma tiene copos de besos y escenas que se hundieron en la sombra o en la luz del que las piensa. La nieve cae de las rosas, pero la del alma queda, y la garra de los años hace un sudario con ellas”.

ÁVILA NEVADA es la ciudad que nos trae a la memoria Julio Llamazares, quien se hizo viajero en el libro Las rosas de piedra (2008)  donde se detiene en la ciudad nevada escribiendo Ávila, sueño de hielo, lo que nos recuerda su poemario Memoria de la nieve (2010): “Mi memoria es la memoria de la nieve. Mi corazón está blanco como un campo de cruce (…) La nieve siguió cayendo mansamente y sepultó su memoria para siempre…Solo estoy, en esta noche última, como un toro de nieve que brama a las estrellas”.

ÁVILA NEVADA es la ciudad protagonista de la novela La sombra del ciprés es alargada (1947) de Miguel Delibes: “Ávila de noche, nevada y con luna, se encontraba consigo misma. Exhalaba su aroma de siglos sin bastardearle con modernas impurezas; con hábitos y costumbres en discrepancia con su añeja raíz (…) Ávila energía de la nieve mística y escandalosamente blanca, como una monja o una niña vestida de primera comunión. Tenía un sello antiguo, hermético, de maciza solidez patriarcal. La villa centrada en plena y opulencia civilización, era como una armadura detonando en una reunión de fraques. Imaginé  que no otra, en todo el mundo, podía ser la cuna de Santa Teresa. Porque su espíritu impregnaba, una por una, cada una de sus piedras y sus torres”.

 

REFLEJOS. Finalmente, Ávila es la ciudad donde se agolpan todas las “Ávilas nevadas” de Juan Antonio Piedrahíta y otras muchas que quedan en la memoria. Es la misma ciudad rescatada por el pintor con singular estilo para un emocionante viaje contemplativo a través de 25 reflejos de otros tantos de sus cuadros.

1. Ávila en el horizonte se asoma con vegetación que teje de ramaje tornasolado y bajo un cielo dorado que bebe de un manto blanco en un paisaje atravesado por una diadema almenada de torres que deja sobresalir penachos y campanarios. El Adaja deja entrever su silueta en una ribera boscosa de la que bebe San Segundo y el viejo del barrio del puente.

2. Los pies de los Cuatro Postes deshielan sudores blancos derramados en la escalinata del humilladero que también es reclinatorio de peregrinos.

3. El agua corre bajo el puente romano y lame los cimientos de la antigua fábrica de harinas. La nieve posada en la orilla y retenida por hierbas secas se mira en el espejo de un remanso de paz.

4. Desde la lejanía del camino de Fuentes Claras la tierra que refleja el cielo plomizo se ilumina de tallos pajizos de bellos contrastes teñidos de blanco. Y en el horizonte, una corona pétrea de formas onduladas en la que sobresale la catedral, y en medio de la estampa atisbamos los arrabales de San Martín y Santa María de la Cabeza sobre una masa arbórea que crece junto al arroyo Vacas.

5. La nieve se deshace en la calle azulona que desemboca en la fachada sur de la basílica de san Vicente bajo un palio lateral de árboles enramados como garlitos. El templo románico irradia un especial calor del granito que amarillea el tímido sol que brilla entre nubes difuminadas.

6. La risca del Tesorero que sobresale en el cerro de San Mateo se ve prolongada por la muralla en una formación rocosa quebrada por una amplia vaguada fluvial hendida por el río bajo un cielo que se enrojece tímidamente.

7. El sol y la luz brillan en el adarve de la muralla cuando amanece en los tejados de la catedral y el episcopio cubiertos de luminoso candor.

8. Las ermitas de Santa María de la Cabeza y San Martín y el estudio del pintor López Mezquita que tiene por campanario un hermoso cedrobordean la calle que abreun gran surco tapizado sobre la nieve. Algunos coches envueltos en blanco marcan los bordes y la perspectiva que se pierde en la torre mudéjar.

9. Desde la atalaya del cerro de San Mateo se ve brotar la muralla entre piedras y tallos secos que se contornean entre blancos celestes como el dibujo de tejados sobre paredes terrosas.

10. El cielo quiere romper el frío y penetrar por el lienzo sur de la muralla. La chimenea de la fábrica de la luz pincha las nubes del cielo que han dejado de espolvorear, por debajo un cercado de piedra bien detallado marca la frontera del frío.

11. La vía férrea atraviesa la perspectiva en paraleloa la cortina muradaque separa el cielo gris de un sembradoblancode tejadillos del barrio dela Encarnación. En primer plano una llaga en la nieve sobre la que se levanta un terraplén pajizo en el que se asienta el paso del tren.

12. La nieve permanece en los cercados de la Viñuela, y en el lienzo norte bajo tímidos rayos que prestan su ardor celeste. La verticalidad de la panorámica desde el altozano del camino de Fuentes Claras se define por una torre de alta tensión, los torreones de la muralla,y las torres de la ermita de San Martín yde catedral.

13. La tierra aflora a la superficie entre moles graníticas y una alfombra blanca enlazada por la muralla de penachos que la impide juntarse con el cielo.

14. En este cerro de san Mateo se aposentó el pintor de cámara de Felipe II Anton Van Den Wyngaerde para dibujar la ciudad renacentista en 1570 que ahora contemplamos entre la neblina y el blanco que no se atreve con las rocasque se encrestan con las murallas que sobresalen por el norte sobre barrio de Santiago.

15. El humilladero de los Cuatro Postes es todo un símbolo de la ciudad mística desde la que uno se asoma presidiendo un privilegiado altar que ofrece hermosos contrastes. Aquí descansa la gente piadosa en su peregrinar y se para a la contemplación de un singular paisaje medieval salpicado deblancura.

16. La cuesta de cerro de San Mateo por el antiguo camino del pueblo de La Colilla entre el caserío que se extiende por los arrabales del puente ofrece una panorámica abigarrada donde la nieve se ciñe dibujando el camino de entrada a la ciudad.

17. La muralla mira al mediodía en cuyo extremo la torre de la iglesia de San Nicolás se empequeñece por la estilizada chimenea de la vieja fábrica de la luz. En medio un montículo blanco con faldas sirve de improvisado mirador sobre la vaguada que traza el río.

18. El arrabal del puente, barrio de curtidores y molineros, situado hacia poniente deja entrever en el horizonte la sierra de la Paramera con el pico Zapatero cubierto de excepcional blancura, al tiempo que la muralla ilumina el cielo.

19. Desde la ladera de los Cuatro Postes que discurre por la Cañada Real Soriana Occidental que cruza el Adaja dejando a un lado la fuente de la Canaleja, se divisa alo lejos el lienzo norte con sus pozos de la nieve que se quiebra por la espadaña del Carmen. Y en el recinto amurallado brotan los edificioscon capirotes blancos que dibujan la trama urbana de la ciudad histórica.

20. La calle San Segundo, brillante con ribetes blancos, se emboca solitaria de norte a sur hasta frenarse con la torre cabera y el cimorro catedralicio. A un lado y frente al jardín de San Vicente las casonas que ennoblecían la ciudad episcopal.

21. La calle de la Vida y la Muerte que bordea la catedral resplandece con la luz que proyecta el suelo luminoso de blanco algodonado.

22. En una mañana soleada, desde el adarve de la puerta del Mariscal se contempla la plaza de Fuente el Sol presidida por la majestuosa cabecera de la capilla de Mosén Rubí. En este caso, los coches ocupan el espacio que antaño llenaban la soldadesca, caballerías y mercaderes atestiguando el paso del tiempo. La nieve purifica el paisaje urbano que coloniza el tráfico y la presencia humana haciéndola sentirse viva.

23. Las rocas y los verdes claros se asoman entre los blancos lechosos absorbentes de la luz solar derramados por el suelo pedregoso y la pradera del lienzo norte. En el centro, la ermita de San Segundo preside la escena bajo las murallas que circundan el caserío que asoma sus rojizos tejados salpicados de manchas blancas bajo un cielo de tonos rosas pastel.

24. La naturaleza en estado puro se presenta en formas rocosas primitivas que componen la atalaya del cerro de San Mateo desde donde se vigila la ciudad. La piedra silueteada por la nieve adquiere especial armoníade colores salpicados de tallos secos de plantas silvestres.

25. La vieja chimenea de la fábrica de la luz enladrillada en forma circular rompe en vertical la blancura salpicada de manchas verdosas de coníferas resistentes al frío. Y todo visto a través de una imaginaria ventana empañada de tenue neblina.