La ciudad vista desde el histórico lugar de los Cuatro Postes es la imagen universal con la que tradicionalmente se identifican Ávila y sus gentes. Rescatar la mirada de nuestros antepasados a través de la recopilación de antiguas estampas y testimonios artísticos supone entonces revitalizar su atractivo místico y guerrero que cautivó a viajeros y artistas.
Para explicar la magia que se desprende de la singular panorámica que presenta Ávila desde el paraje conocido de los Cuatro Postes y su entorno, recorremos la historia de la fotografía abulense, recuperando con ello las imágenes que retrataron un gran número de artistas hasta ahora desconocidos para el gran público. Como contraste a la visión monumental de murallas, iglesias y palacios que hoy podemos admirar, las viejas fotografías nos muestran también antiguas escenas de arrieros y campesinos que prestaron su colorido a los grandes maestros de la pintura moderna del primer tercio del siglo XIX.
Las añosas y amarillentas estampas que inmortalizaron los retratistas ambulantes y algunos aficionados, o aquellas otras que circularon por medio mundo como postales, o las que se reprodujeron en libros y periódicos, tienen durante cien años en la ciudad de Ávila el mismo punto de encuentro: los Cuatro Postes. Es lógico entonces que este lugar, que tanto une a los abulenses y sus visitantes, se convierta en el protagonista de las ilustraciones con las que se quiere enseñar la ciudad milenaria de santos y caballeros, y qué mejor lugar para ello que el nuevo mirador, que también es “humilladero” de la cultura, convertido para la ocasión en el lugar donde se hicieron las viejas fotografías que ya son parte de la historia de la ciudad.
1. PANORÁMICA MÁGICA.
La contemplación de Ávila desde el lugar conocido de los Cuatro Postes ha fascinado a cuantos se han acercado a esta atalaya para asomarse a la ciudad, tanto que esta visión ha quedado plasmada en fotografías, dibujos, grabados, pinturas, versos, novelas, leyendas y cartas de viaje, entre otras manifestaciones artísticas y literarias.
La fotografía sirve entonces como valioso instrumentos gráfico que muestra el devenir histórico de la ciudad antigua y el recorrido de la misma a lo largo de siglos. En ello, las instantáneas y capturas plásticas se convierten en la protagonista de estas crónicas, lo que aprovechamos para adentrarnos en la historia abulense a través de la imagen, y lo hacemos desde uno de los espacios más privilegiados.
Con esta idea sobresalen en el campo de la fotografía las obras de retratistas como Clifford, Laurent, A. Muriel, Alguacil, Torrón, J. David, Lévy, Isidro Benito, Hauser y Ménet, Thomas, Lacoste, Redondo de Zúñiga, Alois Beer, Moreno, Roisin, Ortiz Echagüe, Santa María del Villar, Conde de la Ventosa, Hielscher, Wunderlich, Mas, López Beaubé, Mayoral, Loty, Lladó, Aledo, E. Sougez, I. Morath, E. Has, Delgado, etc.
Para ello, nos detenemos en la centuria que parte del útlimo tercio del sigo XIX porque es lo suficientemente amplio y representativo como para mostrar en toda su amplitud la ciudad que sigue atrayendo y atrapando a viajeros y peregrinos, en un intento también por separarnos de la fotografía que se hizo desde los años sesenta hasta nuestros días, pues su tratamiento excede de nuestro propósito inicial de detenernos en la entrañable fotografía antigua y otras tantas representaciones artísticas, si bien rescatamos algunas pinturas de épocas recientes por su valor testimonial colorista de variadas emociones.
Se integran en este acercamiento a la historia gráfica abulense, además de fotografías, pinturas, dibujos y grabados, donde la ciudad vista desde los Cuatro Postes y su entorno aparece retratada ya desde 1570. Estas imágenes e ilustraciones encontraron en la fotografía un valor añadido en la percepción de la ciudad, pues gracias a ella se vieron multiplicadas en libros y revistas, e incluso sirvieron de modelo artístico de muchas de ellas.
Las vistas pictóricas seleccionadas son una muestra ejemplar de la importancia de Ávila como fuente de inspiración de multitud de pintores y dibujantes, quienes elevaron la ciudad amurallada a un protagonismo extraordinario en el arte moderno del primer tercio del siglo XX. Ahí están las obras de Beruete, Zuloaga, Sorolla, Solana, López Mezquita, Echevarría, Caprotti, Soria Aedo, Chicharro, etc., a las que sumamos algunas de pintores actuales que tomamos prestadas para la ilustración de este artículo.
A través de las crónicas que presentamos hacemos un recorrido por la historia de la fotografía de Ávila siguiendo el rastro de los numerosos fotógrafos, también importantes pintores, que se acercaron a la ciudad, la cual quedó inmortalizada en fotografías e imágenes, incluyéndose algunas de éstas para ilustrar el peculiar viaje que nos ocupa.
En esta singular ruta cultural, también cobra protagonismo la imagen del escaparate universal de Ávila, donde tienen especial relevancia las murallas, sobre las que se elevan la espadaña del Carmen, las torres de la iglesia de Mosén Rubí, de la catedral del Salvador, de la iglesia de San Esteban y de la iglesia de la Santa, y el torreón de los Guzmanes.
Otras vistas nos muestran el señorío de la ermita románica de San Segundo, el antiguo palomar, los puentes sobre el Adaja, la antigua fábrica de harinas que antes fue Real Fábrica de Algodón, el molino de la Losa, el lugar donde estuvo el antiguo hospital de San Lázaro, el fielato, y el río Adaja. Y además se puede observar el viejo caserío que formaba el barrio del arrabal del puente por donde desfilan campesinos, molineros, bataneros, arrieros, trajinantes, ganaderos, pastores, chocolateros, buhoneros y peregrinos.
2. LA MIRADA DE LA CIUDAD.
Al mirar la ciudad amurallada desde el lugar llamado de los Cuatro Postes enseguida surgen multitud de manifestaciones culturales relacionadas con la historia, las leyendas, la tradición, el arte, la literatura, la religión, la poesía, la pintura, y la fotografía, que se mezclan con el recuerdo de antiguas batallas y vidas de santos, y el trasiego de campesinos, molineros, bataneros, y chocolateros.
Redescubrir otras formas de ver la ciudad es lo que se consigue desde el “humilladero” en el que paran los viajeros espectantes. Los humilladeros surgieron como pequeñas capillas construidas a la entrada de las ciudades para ofrenda penitencial de los viajeros, como también se hacía en época romana. Con esta idea, el Consistorio abulense, representado por el corregidor D. Rodrigo Dávila, el 24 de agosto de 1566, festividad de San Bartolomé, contrató la construcción del humilladero de “La puente del Adaja”, conocido hoy con el nombre de «Los Cuatro Postes», con el maestro de cantería Francisco de Arellano. Antes de su emplazamiento actual, la edificación, formada por cuatro columnas dóricas arquitrabadas de piedra con tejadillo y escultura de San Sebastián, se proyectó sobre otro ya existente junto a la ermita de este santo, dedicada después a San Segundo.
No se trata ya de recuperar antiguas tradiciones piadosas, sino de servir de escaparate y mirador de la ciudad, como una atalaya vigilante de su devenir y a la vez revitalizar la imagen de Ávila. Los peregrinos teresianos encuentran en Los Cuatro Postes el lugar donde Santa Teresa de Jesús (1515-1582), siendo niña, fue recogida junto a su hermano Rodrigo por su tío Don Francisco cuando pretendían huir a tierra de moros para ser martirizados, lo que recogen los rondadores de leyendas Picatoste (1888), Dacarrete (1928) y Belmonte (1947), quienes nos cuentan también que este sitio de Los Cuatro Postes era lugar de romería y paso hasta la ermita de San Leonardo sita en la vecina dehesa de Pancaliente.
Y sucedió que en el año 1157, reinando en Castilla Sancho III El Deseado, azotó a la ciudad una epidemia de peste, por lo que los abulenses se dirigieron en romería hasta la ermita de San Leonardo, y la población sanó, y venció en dura batalla a los moros. Como testimonio de estos sucesos, el Concejo decidió festejar cada año a San Leonardo con una procesión hasta su ermita, y siendo larga la distancia acordó la construcción del humilladero de Los Cuatro Postes.
3. EN ÁVILA MIS OJOS.
Cuenta también la leyenda transmitida desde el siglo XVI por Ayora (1519) y Cianca (1595) lo sucedido a Santa Paula Barbada, una joven de Cardeñosa, cuando se acercaba a la ciudad por la calzadilla romana que sale junto a Los Cuatro Postes allá por el año 1060. Un buen día, al verse perseguida por un caballero, se refugió en la ermita de San Segundo y pidió a Dios le diese alguna fealdad para no ser conocida y descubierta, y al momento se le cubrió la cara de pelo, lo que le salvó de su malvado pretendiente.
«En Ávila, mis ojos/ dentro de Ávila. / En Ávila del río», reza el Cancionero de Palacio del siglo XV. Efectivamente, no sólo las murallas se aparecen al viajero asombrado que se acerca a los Cuatro Postes, pues a sus pies en lenta corriente río pasa el río Adaja. En sus aguas han bebido los molinos y batanes que proliferan en la zona llamados de El Puente, de La Losa, de El Batán, de El Yzquierdo, de El Reoyo, y de El Cubo. En sus orillas abrevaban los ganados que se daban cita en la feria de San Julián (finales de junio), las lavanderas acudían al río cargadas de ropas que frotar y aclarar, e Incluso el río sirvió de casa de baños para el aseo personal. Finalmente, también el río fue la fuerza motriz de la Real Fábrica de Algodón (1792), después convertida en fábrica de harinas (1850), y vio pasar cada día a los molineros, tintoreros y curtidores que poblaban el burgo o barrio del puente.
Rodearon el actual lugar de Los Cuatro Postes varias ermitas, buenos ejemplos de la religiosidad popular. Una de ellas se encontraba en el cerro de San Mateo erigida en su honor, a los pies de los Cuatro Postes estuvo la ermita de San Julián, y al otro lado del río, San Lorenzo, y más cerca San Segundo, antes de San Sebastián Santa Lucía. Esta última, la evocadora ermita románica, que dijo García Lorca en su visita de 1916, es la única que se conserva.
Los Cuatro Postes fueron testigos mudos de los grandiosos actos que se sucedieron durante los días del 11 al 18 de septiembre de 1594, en los cuales se celebró la traslación de los restos del patrón de la ciudad San Segundo desde su ermita hasta la Catedral. Se representó la “Comedia de San Segundo” escrita por Lope de Vega para la ocasión, y tuvieron lugar grandes procesiones desde la ermita, a las que siguieron corridas de toros, fuegos de artificio, juegos de cañas, danzas, música, villancicos, poesía mural y misa solemne.
Todo ello se le aparecía al viajero y al peregrino que avistaba la ciudad desde Los Cuatro Postes viendo por el camino real de Arévalo y Madrigal de las Altas Torres, y así escribió Unamuno en 1921 cuando llegó por segunda vez a la ciudad desde Salamanca:
«Y en esto se nos apareció Ávila de los Caballeros, Ávila de Santa Teresa de Jesús, la ciudad murada. Y se nos apareció encendida por el rojo fulgor del ocaso del sol que abermejaba sus murallas, en una rotura de un día borrascado. El ceñidor de las murallas de la ciudad subía a nuestros ojos; a un lado de él, fuera del recinto de la urbe, la severa fábrica de la basílica de San Vicente, y en lo alto, dominando Ávila, la torre cuadrada y mocha de la catedral. Y todo ello parecía una casa, una sola casa, Ávila la Casa».
4. EL MARCO DE LA CIUDAD. Hasta la aparición de las primeras fotografías de Ávila en 1860, e incluso años después, la imagen de la ciudad fue conocida a través de dibujos, grabados y litografías. Un emocionante ejemplo del primer dibujo en el que se representa algún acontecimiento abulense es el que hizo el 8 de julio de 1534 Julio Cornelio Vermeyen, pintor de cámara y cronista gráfico del emperador Carlos V, sobre una corrida de toros celebrada en la plaza del Mercado Chico. Vermeyen hizo este dibujo del natural y es seguro que tomó también diversos apuntes de la ciudad que luego utilizó en otras composiciones, como los tapices que hizo sobre «La conquista de Túnez».
Defendemos aquí, que las murallas que el pintor flamenco reproduce en uno de estos tapices, donde el autor aparece autorretratado, son el lienzo oeste de las murallas de Ávila. Ello no es de extrañar si sabemos que la batalla de Túnez que presenció Vermeyen tuvo lugar en mayo de 1535, y los cartones coloridos que se utilizaron para los tapices fueron realizados en 1547 basándose en los apuntes anteriores que había tomado en Túnez y Ávila, lo que justifica la reproducción en los mismos de iguales motivos taurinos que los del Mercado Chico.
El mejor testimonio gráfico de Ávila del siglo XVI lo encontramos en una vista de 1570 dibujada por Anton Van den Wyngaerde, pintor flamenco nombrado por Felipe II pintor de cámara.
El extraordinario dibujo de la ciudad que hizo Wingaerde desde las inmediaciones del cerro de San Mateo, responde a la idea de la época asentada en que la importancia de un reino descansa en la imagen de las ciudades que lo conforman. Ciertamente, «la ciudad era el marco en que se desenvolvía la cultura. Es el rostro monumental de un territorio, de un señorío, de un reino. En su perímetro se encierra lo civil y lo religioso.
Es el refugio del hombre libre, al amparo de las murallas, que hablan de defensa de unos moradores protegidas por los fueros». La panorámica de Wyngaerde, de una admirable fidelidad fotográfica, será una referencia constante en las imágenes y vistas que todavía hoy son el referente de la identidad de Ávila.
5. BESOS DE FUEGO.
Ávila tardó en divulgarse mediante imágenes impresas o a través de las páginas de la prensa ilustrada, lo que se produjo con los dibujos de Francisco de Paula Van Halen (1815-1877), los cuales fueron comercializados como litografías sueltas y publicados en 1842 en El Semanario Pintoresco Español. Ya en la década de 1860 la ciudad de Ávila alcanzó una extraordinaria notoriedad gráfica debido a los grabados de Parcerisa publicados en el libro Recuerdos y Bellezas de España (1865) de José Mª Quadrado, y los dibujos de Valeriano Bécquer, que junto a textos de su hermano Gustavo fueron grabados por Severini y Bernardo Rico, entre otros, para las revistas ilustradas El Museo Universal en 1867 y 1868, y La Ilustración de Madrid en 1870 y 1871. Igualmente se publicaron grabados abulenses en las páginas de La Ilustración Española y Americana durante 1875 a1892. La ciudad vista desde los Cuatro Postes encontró también buenos ejemplos en los dibujos de Hye Hoys (1866) y Millán y Donon (1870).
Ya en el siglo XX, los amables dibujos de Antonio Veredas y Sánchez Merino (1902-1968) recogieron el sabor popular de Los Cuatro Postes y la vista de la ciudad desde este lugar, como también lo había hecho el grabador Manuel Castro Gil (1891-1961), e igualmente Salvador de Azpiazu (1925), Muirhead & Gertude Bone (1936) y J. Pedraza Ostos (1940), con lo que la combinación de vistas monumentales y de dibujos costumbristas de la mano de prestigiosos artistas hizo posible la promoción de una ciudad que se resistía a quedar anclada en el pasado.
Y como buen resumen de esta percepción, retomamos las palabras de Antonio Veredas, quien también fue académico y director del museo de Ávila: «Los Cuatro Postes resultan un formidable punto de vista. ¡Qué panorama más grandioso ofrece la ciudad, contemplada desde allí, poniendo besos de fuego en los cristales de sus casas; y en esas noches de luna, en que la urbe parece transformada en espléndida joya de piedra; y en esos días de nieve, cuando la Naturaleza asocia su arte prodigioso a las obras de los hombres; y en esos atardeceres tempestuosos, en que el viento silba y el agua resbala por las renegridas piedras de los viejos monumentos; y en esas mañanas, en fin, cuando triunfa la luz incomparable de Castilla, las cigüeñas coronan las torres, los vencejos entoldan la población y los ruidos parecen músicas lejanas!».
6. VISTA UNIVERSAL.
Con la aparición de la fotografía, la ciudad de Ávila cobra una nueva dimensión y se convierte a través de la misma en una ciudad impresa en libros, periódicos, revistas, fascículos; una ciudad de inspiración literaria y artística; una ciudad monumental y deseada; una ciudad turística y viajera; una ciudad pintoresca y castiza; una ciudad histórica y ennoblecida; y finalmente en una ciudad coleccionada como cartas de amor. Y esta ciudad imaginada se hace presente en una vista universal, la que se ofrece desde los Cuatro Postes.
La ciudad se multiplica y contagia su imagen más bella. Ávila se viste para la ocasión y se engalana con sus monumentos. Su reflejo aparece quieto en la fotografía, y transformada en tarjeta postal ilustrada inicia un viaje imperecedero. Y tanta actividad y movimiento generado en la multiplicación de imágenes hoy se rememora en la moda y manía por poseer, mostrar, e intercambiar una foto o postal antigua capaz de engullir y encerrar toda la historia de una ciudad: Ávila.
La fotografía nació en 1839 de la mano de las técnicas del daguerrotipo, y pronto se convirtió en el mejor medio de propaganda e ilustración de ciudades, paisajes bucólicos, tipos populares y monumentos. De ella se sirvió el libro con ilustraciones y fue la base documental para la realización de planchas litográficas o de grabados utilizadas en la edición y la prensa ilustrada.
El torbellino de vistas urbanas de la ciudad medieval que iniciaron su viaje por el tiempo un siglo atrás sigue todavía cautivándonos como antaño, haciéndolo con la misma fuerza que entonces. La imagen de Ávila trascendió de una forma masiva y abrumadora al encierro de sus murallas para proyectarse universalmente a través de lo que fue la imagen impresa y moda de enviar postales y el coleccionismo de tarjetas, así como de la vocación artística de fotógrafos creadores de álbumes monumentales y archivos históricos.
Efectivamente, la representación gráfica de la ciudad abulense, es decir la plasmación y reproducción de imágenes y vistas de la misma, o de motivos históricos y pintorescos propios de sus señas de identidad, ha tenido su mejor exponente en la fotografía, y la mejor perspectiva que ofrece Ávila es la que puede contemplarse desde el lugar de los Cuatro Postes.
7. MEMORIA DE LA CIUDAD.
Adentrados ya en interior de la esencia misma de la vieja ciudad, y aproximándonos a su evolución gráfica y percepción plásticas a lo largo de la historia, observamos que la fotografía y la tarjeta postal ilustrada tienen un papel preeminente, igual que las recreaciones de trazos, líneas y colores que recrearon otros artístas. Por ello, aún sin explicar la extraña y poderosa atracción que ejerce Ávila sobre las miradas que se fijan en ella, dibujantes y retratistas han querido inmortalizarla con vocación de transmitir la idea de su belleza espiritual y material a la humanidad.
Los temas preferidos por fotógrafos, pintores y el público de la época son las vistas generales y los monumentos de la ciudad y, especialmente, las Murallas y sus puertas, la Catedral, la basílica de San Vicente, el monasterio de Santo Tomás, la plaza del Mercado Grande y la puerta del Alcázar, el paseo del Rastro, el puente sobre el Adaja, la Academia de Intendencia, el monasterio de La Encarnación, la Casa de las Carnicerías, el Balneario de Santa Teresa, la plaza del Mercado Chico, y la plaza de las Vacas. A estas vistas hay que sumar los palacios, los jardines y los arrabales de la ciudad, además de las que recogen tipos populares y la presencia humana, cuya temática de naturaleza costumbrista y pintoresca es la más valorada.
Mirar la ciudad desde los Cuatro Postes, ese emblemático conjunto arquitectónico que conforma el humilladero que recibe al viajero que llega por la antigua carretera de Salamanca, es redescubrir su imagen más característica. Ávila desde los Cuatro Postes es la historia de Ávila en la fotografía. Es la imagen de la que ahora nos sirve para recorrer su historia gráfica, así como la de los fotógrafos que eligieron este lugar para detener el tiempo.
Contemplar Ávila desde el altar de los Cuatro Postes es incorporar a la memoria de la ciudad el paisaje que configuran el río Adaja, la ermita de San Segundo, los puentes sobre el río, la desaparecida fábrica de harinas, el palomar y el caserío que forman los arrabales, la diadema de piedra que son las murallas que encierran la ciudad medieval marcada por esbeltos cubos que marcan la entrada, el molino de La Losa que define el centro de las panorámicas, el cordel de Las Moruchas que delimita y quiere separar lo rústico y de lo urbano, la vieja carretera de Salamanca y la ronda, el cerro de San Mateo que se convierte en una atalaya superior para recrear la vista, y sobresaliendo en el recinto amurallado la iglesia de Mosén Rubí, la catedral, la iglesia de San Juan, el Torreón de los Guzmanes, la iglesia de La Santa, el Palacio de Justicia y la espadaña del Carmen.
Recorrer la ciudad a través de antiguas imágenes y recreaciones plásticas, y hacerlo, prácticamente, desde un solo punto de vista podría parecer aburrido y repetitivo, pero la riqueza de las perspectivas que se ofrecen están apoyadas por la singularidad del fotógrafo que quiso inmortalizar la ciudad, o del artista que descarga con ello toda su evocación, lo que pude observarse en la selección pictórica que ilustra esta crónica.