La guerra civil española supuso el exilio de Claudio Sánchez-Albornoz de su país y el destierro de su casa abulense más querida. Ostracismo que duró hasta su visita de tres meses en 1976 y su posterior regreso en 1983 para morir en Ávila al año siguiente.
En este tiempo de deportación, primero acampó en una cátedra de la Universidad de Burdeos (1937-1940), recaló después en Argentina, su segunda patria, donde desarrolló una intensa actividad académica, a la vez que ocupó el cargo de presidente de gobierno en el exilio (1962-1971).
La nueva etapa americana es enormemente fructífera, fecunda y provechosa en la producción historiográfica de Sánchez Albornoz, así como en la reconstrucción de una deliciosa narrativa sobre Ávila, la cual se recoge en decenas de artículos y otros tantos capítulos de libros memoralistas.
Tras una breve estancia en París, a principios de 1937, Sánchez Albornoz se establece en Burdeos y ocupa una cátedra en la Facultad de Letras. En esta época, se afincó en la localidad cercana de Cauderán con sus padres, sus hijos y un hermano, a quienes mantenía con su salario de profesor, sin la posibilidad de recurrir a sus bienes incautados en España: «He contado muchas veces que los franquistas me robaron toda mi casa, excepto las figurillas del belén de mis pequeños».
La guerra duraba y el contrato universitario se acababa: «Mi madre poetizó nuestras preocupaciones: ¿Dónde y cómo pasaremos / Viejos, niños y mayores / los fríos y los rigores / Al llegar? / ¿Dónde y cómo viviremos / El invierno que se acerca / Y llama ya a nuestras puertas / para entrar?» (Anecdotario, 1976).
Así pues, el 30 de junio de 1940 don Claudio abandona Francia, advertido antes por «el prior de los jesuitas españoles de Burdeos que confesaba a su madre, de que tras la capitulación francesa frente a la Alemania nazi, la policía le buscaba para conducirlo a España y entregarlo al gobierno de Franco». Entonces, añade: «comprendí que mi hogar se había deshecho definitivamente, que mis hijos deberían muy pronto regresar con mis padres a Ávila. Y así ocurrió» (Anecdotario, 1976).
Don Claudio logró cruzar a la Francia Libre y desembarcar en Buenos Aires el 3 de diciembre de 1940, tras un periplo que le había llevado de Burdeos a Marmande, Marsella, Argel, Casa Blanca, Lisboa y Rio de Janeiro, acompañado de los cinco volúmenes que había elaborado para optar al premio Covadonga en 1921 y sus ficheros de notas.
Su primer destino fue la Universidad de Cuyo (Mendoza), donde terminó los tres volúmenes redactados en Burdeos de su obra monumental En torno a los orígenes del feudalismo (1942). Aquí, don Claudio se casó en segundas nupcias con Delia Casco Miquelena, una mujer de origen vasco, que en los años setenta enfermó y fue internada en un sanatorio.
El 15 de junio de 1942 Sánchez-Albornoz fue acogido como profesor en la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Buenos Aires, y en ella funda el Instituto de Historia y de la Cultura Española, que hoy lleva su nombre. Aquí, en 1944, alumbra su gran obra, la revista científica internacional Cuadernos de Historia de España, que así prologó: «Que al abandonar un día América, en retorno a la tierra en que vine a la vida o para emprender el último viaje, quede prendida en Argentina la semilla de la investigación de la historia española que hoy comienza a derramar entre sus estudios»
Desde entonces, la revista fue cauce historiográfico de investigaciones vinculadas al Medioevo de destacados especialistas, y voz crítica frente a la dictadura franquista, régimen que mediante orden de 1941 había retirado Sánchez-Albornoz la medalla de ingreso en la Real Academia de la Historia.
Durante el exilio, la vida y la trayectoria intelectual y política de Claudio Sánchez-Albornoz dejó de interesar en Ávila, hasta pasados treinta años, cuando en 1970 le fue concedido al conjunto de su obra el prestigioso Premio Internacional Antonio Feltrinelli por la Academia Nazionale dei Lincei de Roma. Un premio al que muchos bautizaron desde entonces como el "Nobel de la Historia", dotado con 250.00 pesetas.
Con tal motivo, en Ávila se recupera la memoria de Sánchez-Albornoz, quien declara su intención de «hacer en Ávila tres donativos: a la Casa de Misericordia, al asilo de Ancianos, y la Inclusa. Yo no he nacido en Ávila, sino en Madrid, pero me siento abulense como el primero -mis padres lo eran-» (DA, 2/09/1970). La donación se realizó por las hijas de don Claudio, quienes, finalmente, hicieron la entrega a las Reverendas madres superioras de la Residencia Provincial, la Casa de Misericordia, y el Asilo de Ancianos desamparados de nuestra ciudad (DAV, 19/04/1971).
Desde esas fechas, la figura de don Claudio aparece en El Diario de Ávila dentro de la sección «Ávila hace medio siglo». Así, se recuerda su boda (DAV, 10/05/1971), el homenaje por la distinción como hijo adoptivo (DAV, 13-26/08/1974), su ingreso en la Real Academia de la Historia (DAV, 22-29/04/1975), y su agradecimiento por las felicitaciones de Diputación y Ayuntamiento (21/05/1975).
En 1971, El Diario habla del profesor Claudio Sánchez-Albornoz nombrado doctor honoris causa por la Universidad Alemana de Tubinga, por considerársele «primero de los historiadores españoles actuales», y señalando que es el director del Instituto de Historia de España de la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Buenos Aires (DAV, 11/06/1976). Otras universidades que también le dieron igual título fueron las Burdeos, Gante, Lima, Buenos Aires, Oviedo, Valladolid y Lisboa.
LIBRITOS ‘BASTARDOS’.
La historia de Ávila resurge como un impulso personal y vivencial en los libritos que don Claudio llamaba mis bastardos, por tratarse de ensayos, reflexiones y pensamientos que escapan de su obra científica: «Están ahí proyectándose sobre España como recuerdos de este viejo español de las dos vidas de idéntica extensión, la primera en la patria –infancia, juventud, madurez-, la segunda en el destierro –madurez, vejez, ancianidad» (Confidencias, 1979).
Entre los títulos de dichos libros figuran los siguientes: De mi anecdotario político (1972), Con un pie en el estribo (1974), Anecdotario político (1976), Confidencias (1979), Postrimerías, del pasado hacia el futuro (1981) y Aún: Del pasado y del presente (1984), además de otras obras de ensayos en los que se cuelan antiguos recuerdos de su querida Ávila. En la misma línea, es destacable la antología de artículos incluidos en la selección publicada por El Diario de Ávila con el título Ávila en Claudio Sánchez-Albornoz (DAV, separata 9/1993).
Muchos de dichos textos eran artículos publicados en los años cuarenta y sucesivos en la prensa argentina, y en la última década de su vida en otros medios españoles. La primera recopilación titulada De mi anecdotario político fue editada en 1972 con éxito por Losada, la editorial argentina que se había convertido en la «editorial de los exiliados», lo que no trasciende en los medios abulenses. La obra fue reeditada en 1976 por la editorial Planeta con el título Anecdotario político y la siguiente dedicatoria: «A la ciudad de Ávila, cuna y sepultura de los míos, en agradecimiento por la confianza que a ellos y a mí nos ha otorgado durante largas décadas».
Dos años después, en 1974, La Revista de Occidente compone el libro Con un pie en el estribo bajo la dirección de José Ortega Spottorno, hijo del fundador de la revista, de quien escribe:
«Ortega y Gasset ha sido uno de los más profundos pensadores nacidos en España a través de los siglos. Ninguno le ha superado en la primera mitad del siglo XX. Solo puede emparejársele Unamuno. El Altísimo le dotó con una singular inteligencia, con una memoria prodigiosa, con un maravilloso talento de escritor, con una magnífica palabra y con una gran placer por la lectura» (Dípticos de la historia de España, 1982).
Una parte significativa del libro está dedicado a Ávila:
«San Juan. Las campanas de la catedral suenan a dos pasos y su claro sonido me transporta en seguida hasta la ciudad de Ávila» (DAV, 29/08/1974).
La obra es reseñada por la escritora Concha Castroviejo para La Hoja del Lunes y se publica en El Diario de Ávila con las siguiente palabras de don Claudio: «Vivo fuera de mí. En salto regresivo hacia el ayer y el salto audaz hacia el mañana. No puedo gozar de las delicias del presente. El presente huye raudo de mí. Es inútil que el mundo en torno me dispare a granel sensaciones múltiples, variadas, infinitas, hirientes».
En este mismo año, El Diario publica una jugosa entrevista de Pedro Mario Herrero a don Claudio aparecido en el diario Ya (DAV, 6/04/1974), donde se resume la parte más significativa de su trayectoria política (Diputado, ministro y embajador) y científica (Premio Covadonga, Académico y Premio Feltritinelli).
En la vertiente bibliográfica se destacan los libros En torno a los orígenes del feudalismo (1942), La España musulmana (1946), Estampas de la vida en León hace mil años (1947), Ruina y extinción del municipio romano en España (1943), España, un enigma histórico (1957) y Españoles ante la historia (1957).
Títulos que se suman a otros tantos como Lecturas históricas españolas, 1960; Despoblación y repoblación de la cuenca del Duero, 1965; Estudios sobre las instituciones medievales españolas, 1965; Estudios visigodos, 1971; Del ayer y del hoy de España, 1973; Ensayos sobre historia de España, 1973; Historia de España, El reino astur-leonés -722 a 1037 (R. Menéndez Pidal, dir.), 1980; De la Andalucía islámica a la de hoy, 1983; y Origen de la nación española: el Reino de Asturias, 1985. Aparte de distintos artículos, monografías y ensayos.
Sobre el destino de tan magna obra, don Claudio declaró el siguiente propósito:
«Lego a la ciudad de Ávila un ejemplar de todas mis obras y de los sesenta y dos tomos de mis Cuadernos de Historia de España, gruesos volúmenes que desde 1944 he ido publicando en Buenos Aires en colaboración con mis discípulos. Quiero que los abulenses de hoy y de mañana puedan tener cabal idea de lo que he ido creando desde 1936, cuando sin vacilar algunos de ellos me habrían fusilado si hubiesen podido» (La Vanguardia, 29/03/1979).
En 1974, de la mano del historiador comprometido con Ávila Ángel Barrios, llegan a la ciudad los ecos del enfrentamiento de dos concepciones del origen de España, o mejor del homo hispanus, concretizadas y desarrolladas en los libros «La Realidad histórica de España» (1954), del filólogo Américo Castro, a quien sigue con acritud de Pedro Laín Entralgo, y «España, un enigma histórico» (1956), de Claudio Sánchez Albornoz, ambos títulos escritos en el extranjero, en la nostalgia del exilio —sin duda con nostalgia muy distinta—, en Estados Unidos y Argentina (DAV, 10/06/1974).
Según Barrios, «la investigación de Castro, eminentemente literaria, concluye que la clave de la ‘forma vital hispánica’ surgió de la continuada interacción, de la ‘vividura’ entre cristianos, judíos y moros durante la Reconquista, de lo que deduce un alma española esencialmente religiosa que entorpece la penetración del pensamiento científico y tiene su más clara expresión en la radicalización del catolicismo, con la creación y vigencia secular de la Inquisición y los estatutos de limpieza de sangre. Para montar su tesis elimina la historia anterior a la ‘invasión musulmana’»
La explicación de Sánchez Albornoz, - continúa Ángel Barrios - mezclando una réplica en regla con sus ideas personales, refuta a su oponente olvidar épocas romanas, insistiendo en un carácter nacional prerromano, resultante de una fuerza ecológica adversa de tierra estéril y riguroso clima.
En su España un enigma histórico expresa los modelos que son su tesis sobré el ritmo reconquista-repoblación, en combinación con la inmadurez del feudalismo, en sentido estricto o institucional, y la debilidad de la burguesía castellana, de lo que deduce un arabismo sobre todo peninsular y con influencia reducida al sur… Sánchez Albornoz que utiliza la historia domina a su rival, pero como en toda disputa se apasionan, exageran. Y Castro incluso tergiversa. Y es que, como siempre sucedió en nuestro país, don Quijote no ha escuchado jamás a Sancho».
El medievalista Julio Valdeón Baruque, por su parte, apunta que «la polémica sobre la identidad nacional y la reconstrucción del pasado hispano se prolongaría entre “los gustadores del vinillo puro de la verdad” aportada por Sánchez Albornoz, y los que se dejaron “seducir por el oropel de las alhajas bellas pero falsas” de Castro, en palabras del autor de España, un enigma histórico».
Y añade que «el enfrentamiento entre ambos en tiempos de posguerra escapaba a la contemporaneidad y hundía sus raíces o en tierra de godos según Albornoz, o en la “bastardía”, de la convivencia entre judíos, árabes y cristianos para Américo».
Finalmente, para Julio Valdeón, Sánchez-Albornoz representa la transición del medievalismo decimonónico a la moderna historiografía medieval. A ello contesta don Claudio reivindicando la permanente actualidad de sus investigaciones (La Vanguardia, 28/04/1978).
En el plano político, es reseñable que, bajo la Presidencia de Luis Jiménez Asúa, Claudio Sánchez Albornoz es nombrado jefe del Consejo de Ministros en el exilio en sustitución del general Emilio Herrera Linares, puesto en el que permanecerá desde febrero de 1962 hasta febrero de 1971.
En este periodo se pretende crear un frente único antifranquista, sin exclusiones de las fuerzas del exilio y las disidentes de interior, e intensificar la proyección del mismo al interior. España necesitaba instituciones democráticas para su ingreso en Europa, lo que obligaría al régimen a cambiar formalmente de imagen, iniciando la "apertura" y, por ende, y precipitar un cambio cultural.
Años después, el 20 de noviembre de 1975, fallece el dictador Francisco Franco, sobre quien don Claudio había confesado:
«Arrodillado ante el confesor, tras la exposición de mis culpas dije: He deseado la muerte de Franco» (La Prensa, 10/06/1978).
Sin embargo, a su muerte escribió:
«Franco ha muerto. No quiero juzgarle. Mi juicio no podría ser desapasionado. Le juzgarán la Historia y Dios. Se ha abierto una nueva página de la historia española... Ha llegado la hora de la reconciliación» (Anecdotario político, 1976).
Hay que escribir una nueva página de nuestra historia, sin odios ni rencores, dice recodando los versos de De Jorge Manrique: «No se engañe nadie, no / pensando que de durar lo que espera / más que duró lo que vio / Porque todo a de pasar por tal manera» (Anecdotario, 1976).
LITERATURA EN EL DESTIERRO.
A propósito del homenaje que hemos tributado a Claudio Sánchez-Albornoz en la pasada Feria del Libro, nos adentramos en la literatura de su obra, la cual se encuentra en sus textos históricos, en lo que llama monografías y ensayos literarios, en pensamientos y reflexiones escritos en rica prosa y un lenguaje intimista y ágil con un alarde de erudición y memoria. Ciertamente, le hubiera gustado haber sido galardonado como miembro de la RAE.
Sus escritos abarcan varias ramas de la historia: historia política, historia del derecho y de las instituciones, fuentes e historiografía, historia económica y monetaria. Sin embargo, siendo la lectura una de las aficiones de nuestro historiador, traemos a colación algunas de las obras literarias de su biblioteca con las que compartir sus inquietudes intelectuales.
De su afición a la lectura, don Claudio recuerda:
«Me di a leer los muchos libros de mi padre y de su abuelo. Saboreé entonces algunas obras de Santa Teresa, las comedias de Tirso, los Episodios Nacionales [Galdós], muchos volúmenes de la Biblioteca Clásica, una historia de la Revolución francesa… Tirso me hizo sentir la tentación de escribir comedias, pero no estaba dotado para ello» (Confidencias, 1979).
De ahí la pesadumbre por la pérdida de la biblioteca familiar: «Desde muchacho he gustado de cuadros, libros y de antigüedades. He referido otra también mi tristeza por el saqueo de mi casa madrileña (Calle Ferraz, 2) y la consiguiente pérdida de libros, de antigüedades y de cuadros» (La Vanguardia, 2/11/1977).
En la distancia, don Claudio aguanta gracias al espíritu teresiano:
«Delante del Cristo que preside, sobre mi bargueño, en la habitación donde trabajo se acentúa ese vuelo del alma hacia el pasado en una catarata de contritos recuerdos de lejanos avatares non sanctos de mi vida. Podría decir como mi paisana Santa Teresa: ¡Vivo sin vivir en mí! Extraño mal ese cautiverio en el pretérito, ese cautiverio torturante y absorbente» (La Vanguardia, 15/11/1978),
Y no es fácil olvidar la pesadumbre y la inquietud que aflora en su mente que solo se soporta con la fuerza de la santa de Ávila:
«Durante estos largos años, a cada hora he podido exclamar: ¡Vivo sin vivir en mi!, como mi paisana Teresa de Jesús. Y con motivo, porque me hallaba en acecho continuo, a la espera, desesperada muchas veces, de saber con precisión qué había ocurrido en la lejana ciudad de Ávila, en mi patria, en Europa o en el mundo» (Confidencia, 1979).
Ya en la vejez, vuelven los fantasmas de la muerte: «Acabo de releer a Bécquer; de releerle otra vez. En mi ancianidad frecuento los grandes poetas de mi patria, desde Santillana y Manrique hasta los Machado y Salinas, para no citar de los de hoy sino a los muertos. Tras su lectura me ha tintineado en la memoria su poema: Dios mío, qué solos -se quedan los muertos [rima LXXIII de Gustavo Adolfo Bécquer]:
«La lengua de hierro de la alta campana con que Bécquer hacía despedir a la pobre niña muerta cuyo féretro habían depositado en una solitaria capilla de un desierto templo, me trasladó al repicar de las campanas de mi Ávila adorada… A veces no se oía bien desde la calle el nombre del abulense muerto cuyo anuncio fúnebre hacía el monaguillo desde lo alto de la torre tras golpear con la lengua de hierro la alta campana, digámoslo con palabras de Bécquer» (La vanguardia, 3/01/1980).
ROMANCES.
A la rica colección de romances que hizo Ramón Menéndez Pidal (1971), don Claudio añade viejas versiones de Gredos. Son romances escuchados en compañía de don Ramón y de Américo Castro en las cumbres de la abulense cordillera, como acredita una fotografía de entonces:
«En Bohoyo -¿y cómo no?, diría un porteño- buscamos y hallamos a la romancera del pueblo. La encontramos lavando junto a una típica casa del valle abulense del Tormes, casa a cuyos pies corría por un regato el agua de las nieves de Gredos. Nos recitó muchos romances, y, entre ellos, uno de los más difundidos por todo el mundo de hablas hispánicas -en España, en el norte de África, en las islas ibéricas del Atlántico y en las dos Américas-: El Romance de Gerineldo y la infanta» (Leoplán, 1945).
Y de aquí recuerda:
«¡Rocas, nieve y sol! Las entrañas de Gredos son como las entrañas de la Castilla heroica y mística. Entre sus altas cumbres, a cuyos pies yacen los dos océanos de las dos llanuras de Mío Cid y de Don Quijote, fue acaso España tentada por Satán con la oferta del dominio de los incógnitos mares del Nuevo Mundo» (Leoplán, 1945).
Otros romances escuchados en la excursión por Gredos fueron el Romance de Blanca-Niña, recitado por doncellas serranas de Bohoyo indumentadas con sombreros, peinados y refajos; y El infante Arnaldos cantado por uno de los pastores de Candeleda, los cuales vestían conforme la costumbre de la tierra baja de Ávila, es decir, del Valle del Tiétar.
En sus frecuentes citas literarias nos dice:
«He traído muchas veces a capítulo en mis escritos una frase genial de mi paisano -era abulense- San Juan de la Cruz: Un solo pensamiento del hombre vale más que todo el mundo».
De Lope de Vega, el capellán que fue de San Segundo en Ávila, anota:
«El pueblo es necio, y pues lo paga, es justo hablarle en nececio para darle gusto».
De Calderón, homenajeado en Ávila en su centenario, reseña los versos:
«Aprendieras buen oficio / y no te quejes dello / que tamborilero y fraile / predicador no es lo mismo» (La Vanguardia, 4/10/1978).
También acude a las Greguerías de Ramón Gómez de la Serna a propósito de la polémica sobre la exportación del vino español y las importaciones de bacalao de un país el norte europeo.
Ante las nuevas políticas españolas, después de muerto Franco, escribe: «Cuiden otros del gobierno y del mundo y sus monarquías’, me atrevo a decir con Góngora. En mi encierro bonaerense seguiré adelante mi camino. Mi camino rectilíneo hasta un mañana, sin mañana terrenal» (La Vanguardia, 14/03/1978).
Especial atención merece a Sánchez-Albornoz la escritura de Azorín.
«Apresuraos. Quiero ya descansar y echar un trago del vinillo centenario de la cueva... Pero no, no es aquí. Esa campana no es la campana de, San Pedro. ¿Dónde estamos? ¿Por qué no me lleváis a Duque de Alba?» «Padre, imposible hemos debido de ceder nuestra Casa al gobernador militar de Ávila». «¡Cruel viaje imaginario de las tinieblas del soñar despierto!».
Y absorto en la lectura azoriniana añade:
«Me ha seducido siempre la exquisita sensibilidad de Azorín y su prosa transparente; su devoción por mi tierra castellana, devoción sin regateos ni reservas -como los de Machado por ejemplo-, devoción de enamorado y no de hijo, me ha inclinado además hacia Azorín con fervorosa gratitud. He leído y releído muchas veces su Castilla… Vivir es ver Volver para Azorín y los personajes que su fantasía crea de la nada o cuyas vidas literarias prosigue con amor -los dos enamorados, de la Celestina; el hidalgo toledano, del Lazarillo de Tormes; la Ilustre Fregona; o la sobrina, de La Tía Fingida [Cervantes], vuelven, antes o después, al primer escenario de su dramática existencia» (La Prensa, 18/11/1941).
En su apesadumbrada vigilia, don Claudio rememora el pasaje de Fray Luis de León: «En el profundo del abismo estaba / Del no ser, encerrado y detenido. [Y añade] Lejos de mi país y de los míos, me siento también, yo en el no ser, detenido y encerrado. ¡Cruel viaje imaginario en las tinieblas del soñar despierto!» (La Prensa, 18/11/1941).
De Unamuno, uno de los más profundo pensadores de España, con quien coincidió en las Cortes constituyentes de 1931, Sánchez-Albornoz recuerda el hondo espíritu castellano que transmite: «[Ahí] ¡Si los hombres supieran historia! Lecciones de un castellano de buen sentido» (Los Andes, 7/06/1942).
Viajando en tren por peladas sierras argentinas «llevaron mi pensamiento hacia algunos altos pasos montañosos de mi lejana España, y se asomó, por último, a la tierra bellísima de los lagos y de los bosques -tras el purgatorio, el paraíso, como en la Divina Comedia- (Dante), para detenerse, a la postre, tan fatigado y polvoriento como los viajeros, a la vera del agua» (Los Andes, 13/08/1945).
Emotivas son las palabras que don Claudio toma prestadas del poeta León Felipe:
«¿Quién soy yo?, preguntaba León Felipe la otra noche. No soy maestro, ni sacerdote, ni filósofo, ni historiador, nos dijo en su magnífico poema; ignoro mi nombre y mi patria, de donde vengo y a dónde voy. Acaso soy Jonás. Soy tal vez un embudo de trasiego por el que sopla el viento. Solemos no conocernos a nosotros mismos, y eso le ocurre a León Felipe. A medida que sus palabras sacudían mi alma hasta que la emoción llegó a tortura, iba adentrándose en mí una imagen clara del poeta y me iba dando a mi mismo una respuesta a su pregunta trascendente» (Ensayos sobre historia de España, 1973).
La guerra trajo a Sánchez-Albornoz las palabras de Valle Inclán pronunciadas en una charla en el Ateneo, cuando ante la euforia por haberse logrado el cambio de régimen pacíficamente, en medio de cantos y alegrías, dijo solemnemente: «Sí, sí; no se ha derramado una gota de sangre; pues sepan ustedes, van a correr torrentes» (Anecdotario, 1976).
Y ante los nuevos tiempos de la “multimilenaria civilización”, don Claudio apunta que en cada esquina podrían escucharse las frases clásica de los personajes de Jacinto Benavente:
«La palabras del señor Pantalón de los Intereses creados: -¡Mi dinero! Y las del Rojo de La Malquerida: - ¡Yo quiero mucho mando! ¡¡El dinero y el poder!! Pero al instante y por cualesquier medios» (Mundo cristiano, febrero 1978).
De Eulogio Florentino Sanz, poeta de Arévalo, su tierra abulense, rescata un poema recuperado por Menéndez y Pelayo: «Pues sueña con la patria / a los reflejos/ de sus distante sol / el desterrado / como con su niñez / sueñan los viejos» (La Vanguardia, 15/11/1978).
Especial admiración sentía Sánchez-Albornoz por el diplomático y escritor Salvador de Madariaga por su maravillosa labor cultural y quijotismo demostrado en la representación internacional de la República: «Desde siempre he leído con placer y provecho cuanto ha escrito Madariaga». A su lado, don Claudio se cree el «Sancho abulense», nieto de algún caballero villano de Ávila de los Caballeros, como se ve, un fiel escudero de la heterodoxia hispana de Madariaga, Blanco White y Santayana (Anecdotario, 1976).
Otros autores que figuran en la biblioteca de Claudio Sánchez Albornoz, con sentidas dedicatorias en sus libros, recogidos por María Mercedes Témerley (Estudios de historia de España, 17/2015), son Ramón Menéndez Pidal (La España del Cid; Los godos y el origen de la epopeya española: El padre Las Casas y su doble personalidad; y Romancero Hispánico), Rafael Alberti (Retornos de lo vivo lejano [poemas del destierro]), Miguel Ángel Asturias (Ejercicios poéticos); Guillermo de la Torre (poesía), María Teresa León, Francisco Ayala, Julián Marías, Fernando Díaz Plaja (ensayos); José Blanco Amor (ensayos), y Enrique Larreta (La Gloria de don Ramiro).
Finalmente, sobre la obra de Larreta escribió:
«Ávila os debe gratitud. Las páginas de vuestra magnífica obra desbordan amor a la ciudad de don Ramiro. Habéis atraído hacia ella la atención y la devoción de muchos miles de lectores de ambos mundos, nuevo y viejo, para quienes Ávila era un nombre sin vida. Y habéis enseñado a amarla a quienes ya la conocían. La habéis inmortalizado en la geografía de la literatura contemporánea» (Los Andes, 2/03/1941).