El dibujo y la pintura como expresión de un sentimiento especial por la ciudad de Ávila y su original representación artística siempre han sido un atractivo constante a lo largo de su historia. Y de esto, precisamente, es de lo que nos ocupamos hace tiempo en unas jornadas celebradas en El Episcopio abulense compartiendo mesa con el emérito arquitecto municipal Armando Ríos y el pintor Juan Antonio Piedrahíta (DAV, 29/01/2014).
Sobre este tema sumamente interesante, ya hemos tratado, de alguna manera y de pasada, cuando publicamos Los Cuatro Postes de Ávila (2003), Ávila dibujada (2005), Álbum del Grande (2006), La Muralla de Ávila (2007), Para entender las murallas de Ávila (2007), Avileses (2009) y Ávila romántica (2010).
Ahora, de forma monográfica, esquemática y resumida, reseñamos la impronta que dejaron las bellas artes en Ávila, lo que hacemos en un primer acercamiento, seguro que incompleto, repasando, a modo de exposición virtual, la riqueza plástica de la ciudad que siempre ha sido fuente de inspiración artística para dibujantes y pintores. Y así, comenzamos diciendo que hasta la aparición de las primeras fotografías de Ávila en 1860, e incluso años después, la imagen de la ciudad sólo fue conocida gracias al dibujo, el grabado y la pintura.
Un emocionante ejemplo de la primera representación pictórica de Ávila se atisba en el fondo que pintó Pedro Berruguete en 1499 en la tabla titulada «Martirio de San Pedro Mártir de Verona» donde se nos figuran las murallas que encierran la ciudad coronada por la catedral y el río Adaja como parte del retablo encargado por el monasterio abulense de Santo Tomás.
El primer dibujo en el que se representa algún acontecimiento ocurrido en Ávila es el que hizo el 8 de julio de 1534 Julio Cornelio Vermeyen (1500-1559), pintor de cámara y cronista gráfico del emperador Carlos V, sobre una corrida de toros celebrada en la plaza del Mercado Chico. Vermeyen hizo este dibujo ilustrativo del natural con gran detalle, igual que al año siguiente trazó otras composiciones, como los tapices sobre «La conquista de Túnez» que había tenido lugar en mayo de 1535 y donde aparece autoretratado.
Pero, el mejor testimonio gráfico de Ávila del siglo XVI lo encontramos en una vista de 1570 dibujada por Anton Van den Wyngaerde, pintor flamenco nombrado por Felipe II pintor de cámara. El extraordinario dibujo de la ciudad que hizo Wingaerde desde las inmediaciones del cerro de San Mateo, responde a la idea de la época asentada en que la importancia de un reino descansa en la imagen de las ciudades que lo conforman. Ciertamente, «la ciudad era el marco en que se desenvolvía la cultura. Es el rostro monumental de un territorio, de un señorío, de un reino.
En su perímetro se encierra lo civil y lo religioso. Es el refugio del hombre libre, al amparo de las murallas, que hablan de defensa de unos moradores protegidas por los fueros». Y la panorámica de Wyngaerde, de una admirable fidelidad fotográfica, será una referencia constante en las imágenes y vistas que todavía hoy son el referente de la identidad de Ávila.
Mediado el siglo XIX, el dibujo se convierte en el protagonista de la recreación artística de tipos populares y escenas monumentales a través del que se representaba la ciudad de Ávila. Y ello ocurría en imágenes grabadas e impresas en láminas coleccionables o reproducidas en revistas, periódicos o libros ilustrados. Y en esto se aplicaron destacados dibujantes y grabadores como:
Juan de la Cruz Cano, Van Halen, Francisco Aznar, George E. Street, Parcerisa, Valeriano Foulquier, Boronat, Harry Fenn, Charles Whymper, J. Cebrián, Brugada y Pasco, Xumetra y Manuel Sánchez Ramos. A ellos sumamos, entre otros, los nombres de Calixto Ortega, Valeriano Bécquer, Bernanrdo Rico, Severini, Joaquín Sierra, Cecilio Pizarro, Páramo, Laporta, Mencia, Llanta, Vilaplana, Brugada y de Pascó. Y también los románticos Valentín Carderera y Solano (1796 - 1880) y Jenaro Pérez Villaamil y Duguet, (1807-1854).
Es en la década de 1860, la ciudad de Ávila alcanzó una extraordinaria notoriedad gráfica debido a los grabados de Francisco Javier Parcerisa (1803-1875) publicados en el libro Recuerdos y Bellezas de España (1865) de José Mª Cuadrado. E igualmente, sobresalen los dibujos de Valeriano Domínguez Bécquer (1833-1870), que junto a textos de su hermano Gustavo fueron grabados por Severini y Bernardo Rico, entre otros, para las revistas ilustradas El Museo Universal en 1867 y 1868, y La Ilustración de Madrid en 1870 y 1871. A ellos sumamos los grabados abulenses que publicaron en las páginas de La Ilustración Española y Americana durante 1875 a1892. A la vez que nuevas vistas de la ciudad encontraron asiento en los buenos dibujos de Hye Hoys (1866) dedicados a la capital teresina, y Millán y Donon (1870) que grabaron y dibujaron Ávila para el “Museo de Antigüedades”.
Por otro lado, a través de la pintura del siglo XIX, Ávila es, por un momento, uno de los protagonistas del arte español de la época. Y buceando entre los numerosos cuadros de este siglo encontramos títulos tan entrañables para Ávila como: «La fuente y la ermita» (1867) de Valeriano Domínguez Bécquer; «Interior de San Pedro de Ávila» (1876) de Enrique Mélida; «Santo Tomás con San Luis de Francia» (1876) de Alberto Commelerán; y «Basílica de San Vicente» de Manuel García “Hispaleto” (hijo). También Pablo Gonzalvo Pérez pintó en 1874 «Interior de la capilla de San Bernardo, donde se juramentaron los Comuneros de Castilla», e «Interior de la Sacristía menor en la catedral de Ávila» (1879) y otros de la puerta y basilica de San Vicente.
Igualmente, pueden citarse los cuadros de Francisco de Goya y Lucientes, a quien descubrimos pintando en Arenas de San Pedro en 1783 en el Palacio del Infante don Luis de Borbón, y en Piedrahita en 1786 en el palacio de la Duquesa de Alba. Mientras que en el Museo del Prado, procedentes del monasterio abulense de Santo Tomás, se guardan el citado «Martirio de San Pedro Mártir», «La Virgen de los Reyes Católicos» (1491) y «Auto de fe», pintura de Berruguete sobre el acontecimiento ocurrido en Ávila en 1492.
ILUSTRADORES. En la larga nómina de dibujantes y grabadores de estampas abulenses encontramos a Francisco Xavier Parcerisa dibujó los monumentos de la ciudad en Recuerdos y bellezas (1865); Cecilio Pizarro dibujó el «Ábside de la catedra» y «La puerta de San Vicente» (1866), el pintor Henri Regnault dibujó la ciudad antes de regresar a su país donde encontró la muerte guerreando en 1871; Bernardo Rico Ortega grabó numerosas vistas de Ávila sobre dibujos de Valeriano Bécquer y fotografías de Laurent publicadas en la prensa ilustrada durante 1867-1893; José Luis Pellicer hizo la litografía «Labradoras del Valle Amblés» (1867) sobre un dibujo de Valeriano Bécquer; José Severini fue un ilustre grabador de dibujos de Ávila en 1867-1869; al tiempo que Antonio García Mencia dibujaba bellamente «La basílica de San Vicente»; Francisco Laporta dibujó «El arco del Alcázar» (1869); y Joaquín Sierra lo hizo de los principales monumentos para la Crónica de la Provincia de Ávila (1870) sobre fotografías de Laurent.
EXPOSICIONES NACIONALES DE BELLAS ARTES.
Entre los prestigiosos pintores, dibujantes y grabadores participantes en las Exposiciones Nacionales de Bellas Artes del siglo XIX vemos numerosos nombres de quienes ocuparon de temas o personajes abulenses. Entonces, en la amplia nómina de artistas observamos que: Francisco de Paula Van Halen dibujó la ciudad en España Pintoresca (1842); José de Madrazo Aguado hizo el retrato de Isabel II (1845), cuya copia se halla en el Ayuntamiento de Ávila; Federico de Madrazo Kuntz retrató a La Marquesa de Espeja (1852), cuya réplica hecha por su hijo menor Ricardo en 1892 se conserva en el Museo de Ávila; mientras que Luis de Madrazo pintó a Isabel la Católica, Santa Teresa y el Duque de Abrantes senador por Ávila; Francisco Aznar y García dibujó los monumentos abulenses para la obra Monumentos Arquitectónicos de España (1859); y Antonio Gisbert pintó 1860 su famoso cuadro “Los Comuneros”, del que una copia hecha por Bernardino Sánchez en 1873 se conserva en el Ayuntamiento de Ávila.
Siguiendo el recorrido por las Exposiciones Nacionales de Bellas Artes del siglo XIX, nos sorprende la presencia destacada de los pintores de abulenses en las mismas. Así, Antonio Bernardino Sánchez expuso en 1858, 1866 y 1871; Manuel Sánchez Ramos participó en 1876, 1881 y 1887; Juan Giménez Martín lo hizo en 1876 hasta 1901; José Sánchez Rodríguez en 1884 y 1899; Casto Severini en 1887; Rafael Martín en 1890; y Gerardo Soubrier y López en 1892, 1897, y 1899. Contemporáneos de todos ellos son también los pintores de Ávila José Tolosa, Blas Olleros Quintana, Andrés Hernández Martín, y Timoteo Sandoval.
Nuevos y originales títulos nos dejaron Ángel Lizcano y Monedero, quien pintó «Mercado de Ávila» y «Recuerdo de Ávila» (1871); y José Garnelo Alda, que realizó «La madre de los gracos» (1888) que se conserva en el Ayuntamiento de Ávila, y «Capea en Las Navas del Marqués»; Víctor Morelli autor de la «Batalla de Alpens» (1873), que se exhibe en la Academia de Intendencia de Ávila; Bartolomeu Maura i Montaner grabó «Tipo del Valle Amblés» (1874), sobre la pintura original de Valeriano Bécquer, y varios retratos de Santa Teresa y de los los políticos abulenses Manuel y Francisco Silvela; y Juan Comba dibujó el «Claustro de Santo Tomás» (1882) engalanado en una exposición agrícola.
De la misma manera e interés, el pintor social Vicente Cutanda y Toraya hizo «Un mercado de Ávila» (1882) y retrató «Santa Teresa en éxtasis» por encargo del cabildo catedralicio; Tomás Campuzano y Aguirre dibujó la ciudad en 1885 en una composición del ábside de la catedral, el Mercado Grande y las Murallas para La Ilustración Española y Americana; Vilaplana ilustró con dibujos sobre fotografías de Laurent la guía de Ávila que escribió Valentín Picatoste en 1890; Miguel Hernández Nájera hizo «El cordel de las merinas» (1892); Blas González García-Valladolid es el autor de un retrato del obispo de Ávila Fray Fernando Blanco y Lorenzo (1895) que posee el Ayuntamiento de la ciudad; Manuel Alcázary Ruiz pintó «Segadoras de la campina de Ávila» (1896); y Emilio Poy Dalmau hizo un cuadro del interior del convento de Santo Tomás de Ávila y otros tantos que se conservan en el consitorio abulense fechados en 1901.
Por lo que se refiere a los abundantes cuadros de historia realizados durante el siglo XIX protagonizados por la reina abulense Isabel de Castilla y por Santa Teresa de Ávila sobresalen, además de los Madrazo, Eduardo Rosales, Dionisio Fierros, Benito Mercadé, Muñoz Degrain, Víctor Manzano, Emilio Sala, Martínez Cubells, Francisco Pradilla, Luis Álvarez, Isidoro Lozano, Carlos Luis de Ribera, Miguel Jadraque y Emilio Poy, entre otros
NUEVAS TENDENCIAS.
Ya en el primer tercio del siglo XX, la atración por Ávila y su historia artistica queda recogida con extraordinaria sensibilidad, colorido y plasticidad en otras obras las de Aureliano de Beruete (1845-1912), Casimiro Sainz (1853-1898), Darío de Regoyos (1857-1913), José Moreno Carbonero (1858-1942), Joaquín Sorolla (1863-1923), José Garnelo y Alda (1866-1944), Ignaco Zuloaga (1870-1945) y Carlos Lezcano (1870-1929), Eduardo Chicharro (1873-1949), Fernando Álvarez de Sotomayor (1875- 1960), Francisco Sancha (1874-1936), el mejicano Luis Martínez Vargas Machuca (1875-1929), Juan Echevarría (1875-1931) y Emilio Poy Dalmau (1876-1933).
Más nombres se sumanan la larga lista de artistas que tomaron Ávila como fuente de inspiración, como Ramón de Zubiaurre (1882-1969), Daniel Vázquez Díaz (1882-1969), José Mª López Mezquita (1883-1954), François Maurice Roganeau (1883-1973), Enrique Martínez de Tejada y Echevarría –ECHEA (1885-1959), José Gutiérrez Solana (1886-1945), Eduardo Martínez Vázquez (1886-1971), Diego Rivera (1886-1957), Güido Caprotti da Monza (1887-1966), José Alberti (1890-1976), María de los Ángeles López-Roberts (1890-¿?), Manuel Castro Gil (1891-1961), Enrique Brañez de Hoyos (1892-1976), Benjamín Palencia (1894-1980), Antonio Veredas Rodríguez (1889-1962), el argentino Francisco Vidal (1897-1980), Francisco Soria Aedo (1898-1965), José Sánchez Merino (1902-1968), Rafael Peñuelas Fernández (1906-1993); el frances Ives Brayer (1907-1990); y Adelina Labrador (1914-1999). Sin olvidar a Rafael Sastre y Pablo Sansegundo Castañeda.
Todos ellos, y otros muchos, sintieron una especial atracción por Ávila, su muralla y sus gentes, lo que les llevó a plasmar una singular visión de la ciudad percibida con profundidad de sentimientos. Lo que hicieron, unas veces, como fondo de la figura retratada del escritor, otras de los hombres y mujeres que peregrinan a la ciudad cargados de alforjas, morrales o cestas, otras como escenario de los pasos de Semana Santa o la procesión de Santa Teresa. Y siempre recogiendo el espíritu de la ciudad medieval y el paisaje castellano. Es entonces como a través de la pintura, Ávila se convierte por un momento en protagonista del arte español de la época.
Repasando entonces la interesante “pinacoteca” de los artistas reseñados, descubrimos que la ciudad de Ávila aparece singularmente retratada protagonizando las nuevas tendencias artísticas. Buenos ejemplos de ello son las obras de Regoyos, Echevarría, Zuloaga, Beruete, López Mezquitza, Sorolla, Solana, Chicharro, Vázquez Díaz y Benjamín Palencia, entre otros.
El tremendismo de Regoyos y de Solana, autores ambos de sendos libros titulados igual, La España Negra, pretendieron una visión dramática y de hermosa tristeza de España, de sus gentes y de sus costumbres. Solana pintó dos atormentados cuadros de Ávila titulados «Disciplinantes» (1912) y «Los disciplinantes» (1932) que representan un trágico paso de Semana Santa junto a Los Cuatro Postes con la ciudad amurallada al fondo, protagonizado por un Cristo agonizante rodeado de hombres con capirote azotándose el torso desnudo y ensangrentado.
Ávila es protagonista en la pintura de Ignacio Zuloaga cuando retrata al enano Gregorio «El Botero» (1907), y al escritor Enrique Larreta (1912). En estas obras, como en «Los penitentes† o «Los flagelantes» (1908), «El Cristo de la Sangre» (1911), y «Ávila. Paisaje sin figuras» (1917), la ciudad aparece al fondo, Ávila de los Caballeros, Ávila de Santa Teresa, la Ciudad de Dios. Y del retrato de Larreta, Ramiro de Maeztu relató: «La naturaleza del hombre y la del ambiente se hacen concéntricas en este lienzo. Ambas se reflejan en forma recíproca y omnímoda, y su lirismo de flor efímera y esta nueva categoría artística del pintor vascongado, no hace sino más fuerte la fuerza de Zuloaga». Sobre esta pintura, escribió también Unamuno: «La ciudad de Ávila envuelve al personaje, al hombre, su alma, porque, ¿qué es el alma de un hombre sin su visión de lo que le rodea y sostiene. Y al fondo, Ávila, la de los caballeros y la de Santa Teresa, la ciudad amurallada que evoca a Jerusalén, a la ciudad de Dios, pero también a la ciudad de los hombres».
Por su parte, Aureliano de Beruete pintó con gran lirismo la ciudad de Ávila en 1909 en varias vistas generales de la muralla. En 1912, Joaquín Sorolla retrata Ávila con maestría en los cuadros que titula «Tipos de Ávila», «Fuente del Pradillo», «Murallas de Ávila» y «Vista de Ávila», y luego en «Castilla. La fiesta del pan». Antes, en 1910 había pintado «Los puentes de Ávila» con las murallas asomándose tímidamente por encima.
José María López Mezquita se siente atraído por Ávila desde 1911, y a finales de la década de 1920 instala su estudio en una hermosa casona colindante con la ermita románico - mudéjar de Santa María de la Cabeza, desde donde amanece cada día asomado a la grandiosidad de las murallas. Y entre sus obras destacamos el hermoso cuadro titulado «Campesinos abulenses» con el que participa en la Exposición Nacional de 1915 donde se representa una bella escena de tipos populares en los Cuatro Postes con la ciudad amurallada al fondo. La visión que se enriquece con los óleos titulados «Camino del Mercado» (1918), «oledad» (1922), «Campesina» (1923), «Mujeres castellanas» (1926), «Mujer de Ávila» (1926) y un tríptico panorámico de la ciudad realizado desde el cerro de San Mateo (1930) que años después retomó en la vista desde el mismo lugar que ilustró con jóvenes seminaristas (1952).
Eduardo Chicharro fue un enamorado de Ávila y sus contrastes medievales, monumentales, campesinos y rurales, entre los que surge una fuerza y colorido deslumbrante en personajes como «El jorobado de Burgohondo» o «El alguacil Araujo». Y además oreció la ciudad como modelo para sus alumnos aventajados como Diego Rivera.
La revista “La Esfera” se ocupa repetidas veces de este importante y premiado pintor que vivió y pintó en Ávila, quien junto a López Mezquita se anticipó a la posterior llegada de Caprotti, y así dice el afamado crítico de arte de la revista José Francés: La labor pictórica de Guido Caproti «ha sido realizada en Ávila, penetrado por entero del encanto brujo que se respira con el ambiente de la ciudad única. Llegó a ella Caprotti después de dos grandes pintores españoles López Mezquita y Chicharro», y el escenario de la ciudad amurallada se multiplicó entre los motivos de su pintura.
Guido Caprotti da Monza, un pintor abulense nacido en Italia, redescubrió la ciudad en un frío invierno de 1916 donde la nieve retuvo el tren en el que viajaba desde París hacia Madrid. Desde entonces, Ávila se convirtió en su ciudad adoptiva, tanto que nada más llegar solicitó del Ayuntamiento un lugar para pintar, y éste le ofreció un local del desaparecido Alcázar. Allí instaló su estudio, donde antes lo habían hecho Sorolla, Zuloaga, López Mezquita y Chicharro, y el primer gran cuadro que pintó fue “Los ojos de la noche”, donde la ciudad amurallada aparece al fondo, tras un grupo de serenos con farolillos enmarcados por el arco de San Vicente. A esta obra de Caprotti siguieron otros cuadros titulados: «Dominicos antes Avila», «Mercado Grande», «Aixa», «La procesión de la Santa», «La fuente», «La ciudad duerme», «Autorretrato», etc. donde Ávila es el motivo pictórico central.
Las pinturas de Enrique Brañez de Hoyos y de María de los Ángeles López Roberts son portada de la revista ilustrada La Esfera en 1923, donde Ávila y sus gentes aparecen engrandecidos destacando aspectos populares y coloristas. Como también ocurrió con la numerosa obra abulense de Francisco Sancha, con los dibujos de Echea de las murallas, y con la pintura de Francisco Soria Aedo, cuya «obra tiene el relieve, el color, y el movimiento de la vida y el ambiente mismos».
De igual manera, la ciudad incorporada a los retratos de importantes personajes toma cuerpo en el cuadro de Juan Echevarría donde retrata a Azorín sobre la muralla que había pintado en 1919. El pintor escribió entonces: «Todo me habla (en Ávila) de espíritu y procuraré no enturbiar éste, prescindiendo en lo posible de lo pintoresco y de las armonías brillantes de color, es decir, que tiendo a una emoción más concentrada y pura». Para este cuadro de Echevarría, escribió Azorín, «posé - no hay vocablo castellano adecuado –unas ochenta veces, en varias tandas. La obra está sólidamente construida; al fondo aparece. Avila con sus murallas; la tonalidad es severa».
También las vanguardias del momento encuentran acomodo en la ciudad que pintaron André Lothe (1930) y André Masson (1934), incluida la visión cubista de Daniel Vázquez Díaz (1935). Por su parte, los dibujantes del siglo XX combinan vistas monumentales y aspectos costumbristas haciendo posible la promoción de una ciudad que se resistía a quedar anclada en el pasado como hicieron Salvador de Azpiazu (1925) y Muirhead & Gertrude Bone (1926), así como J. Pedraza Ostos, Loigorri e Ibañez. Y a ellos añadimos los extraordinarios ilustradores de La Gloria de don Ramiro de Enrique Larreta, Alejando Sirio (1929) y Jean Gabriel Daragnés (1951), quienes ofrecen una novedosa visión de la ciudad histórica.
Y todos recordamos los amables dibujos de Antonio Veredas Rodríguez y José Sánchez Merino que recogen el sabor popular de Ávila. Igual que buenos dibujantes de la ciudad fueron también José Mª Gimeno Ávila, autor del grandioso mural de la estación de trenes en 1956, y los abulenses José Luis Herrero, Manuel Morejón y Juan Martínez Cardillo Coca, a los que sumamos últimamente al arquitecto municipal Armando Ríos Almarza que recrea la historia monumental de Ávila en expresivos y coloristas “apuntes”.
A partir del último tercio del siglo XX, la ciudad encuentra nuevas representaciones en la pintura de Luciano Díaz Castilla, Eugenio López Berrón, Fernando Sánchez y Ricardo Sánchez, así como Antonio Bruja, Mariano Herrero, Juan Antonio Piedrahita y Paco Jiménez Verdú, éste último homenajeado en Ávila a indicativa del colectivo «Ávila abierta». Y no podemos olidar la larga nómina de pintores abulenses que tuvieron en Ávila su locus standi como Javier Paradinas, José Luis Serna, Ángel Espí, Florencio Galindo, Ángel Sardina, Arturo Martínez, Carmelo Sansegundo, Marcelo Saenz Guadaño, Antonio Martín Corredera, Jesús Velayos, Arturo Martínez, Pajares, Gabriel Ramos, Pablo Martín Camarero, y un largo etcétera. Otros muchos nombres se quedan en el tintero con igual o mayor mérito que los citados, y a ellos volveremos en otra ocasión. Por último, ahí están las convocatorias anuales de pintura rápida donde numerosos artistas retatan la ciudad de forma espontánea y con gran maestría.
LA ESCUELA DE ARTE DE ÁVILA.
En el contexto de cuanto hemos dicho no podemos dejar de reseñar las aportaciones del profesor Juan Antonio Sánchez Hernández contenidas en el libro Las artes plásticas en Ávila (1950-1970). La escuela contemporánea de Ávila (IGDA, 2022), el cual nació como una recomposición de la tesis doctoral dirigida por José Antonio Calvo Gómez y presentada en 2016 en la Universidad Católica de Ávila. La obra es un excelente manual, escribe el autor, «con voluntad de enriquecer nuestro legado cultural contemporáneo, con el conocimiento en profundidad y la exposición de los entresijos y los sucesos acaecidos en torno a las artes plásticas en Ávila durante los años cincuenta, sesenta y sus aledaños, ojalá consiguiéramos, además llamar la atención sobre las capacidades de las artes plásticas recientes como recurso económico y complemento turístico».
Con este trabajo, señala Juan Antonio Sánchez, se hace la luz y justicia a una época, de la que José Luis Gutiérrez Robledo escribió al presentar a los artistas abulenses en 1985: «Dentro de las muchas lagunas que en la Historia del Arte Abulense existen, ninguna más amplia, más profunda, que la formada por el desconocimiento de este siglo XX que ya casi termina».
Qué mejor oportunidad que esta, otra vez, para rendir «un homenaje a un tiempo, espacio y personas concretas que dentro de circunstancias hostiles, consiguieron que las bellas artes volvieran a brillar en una ciudad que siempre había tenido una tradición artística importante». Sobre todo, cuando reconocemos que la antigua escuela «fue un auténtico lugar de encuentro y de reunión, vivero creativo, casa común hospitalaria, motivadora y paraíso cotidiano para todo aquel que tenía inquietudes plásticas», dijo el autor, en cuyo seno surgió una «joven generación deslumbrante de artistas plásticos contemporáneos», la cual estaba integrada, sin ánimo de grupo, por Mª Teresa Méndez, Fausto Blázquez, Miguel Ángel Espí, Florencio Galindo, Javier Paradinas, Marcelo Sáez Guadaño, Fernando Sánchez (Pirata) y Ángel Sardina.
Los jóvenes aprendices de artistas tuvieron como maestros venerados a José Alberti, Manuel Colomé, Antonio Arenas, Matilde García, Guillermo García Saúco, Antonio Veredas y Adelina Labrador, entre otros, quienes ejercieron un magisterio extraordinario. Sin olvidar la impronta que dejaron Juan Luis Vasallo. Eduardo Chicharro y Benjamín Palencia, aparte del compromiso con el desarrollo y la cultura que demostró el gobernador de la época Vaca de Osma y la renovación educativa que impulsó Joaquín Ruiz Giménez. Y tales eran las inquietudes y cualidades artísticas del grupo, que al salir de la escuela lograron éxito y reconocimiento fuera de nuestras fronteras, alcanzando incluso prestigio internacional.
La Escuela de Artes de Ávila fue creada en 1933 bajo la denominación de “Escuela de Artes y Oficios Artísticos” quedando instalada en el instituto de la calle Vallespín. Con ello se iniciaba una nueva etapa que daba continuidad a la «Escuela de Artes y Oficios» puesta en marcha en 1882 por el Casino «Hijos del Trabajo». Al año siguiente, en 1934, la escuela se instala en la plaza de la Constitución nº 10, actualmente Plaza del Mercado Chico nº 7, en el local de dos plantas cedido por el Ayuntamiento con personal y material, el cual ocupaba hasta entonces la Escuela Municipal de Dibujo de Ávila que venía funcionando dese 1841. En 1963, el centro se incorpora a la enseñanza reglada y pasa a llamarse Escuela de Artes Aplicadas y Oficios Artísticos, y en 1969 se inaugura el actual edificio construido según proyecto del prestigioso arquitecto José María García de Paredes Barreda, y se produce el traslado desde el local del Mercado Chico.
De los avatares de la escuela reseñamos que en el curso 1990/91 el centro comienza a impartir el Bachillerato de Artes Plásticas y Diseño y en el curso 1995/96 se implantan varios ciclos formativos de Artes Plásticas y Diseño, pasando a denominarse Escuela de Arte. En el curso 2007/08 se implantan las enseñanzas superiores de Conservación y Restauración de Bienes Culturales, y la escuela cambia su nombre por el actual de Escuela de Arte y Superior de Conservación y Restauración de Bienes Culturales.