05 de febrero de 2025

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De Crónicas

CRÓNICAS DEL MERCADO GRANDE (V) Aproximación cultural a la plaza de Ávila

CRÓNICAS DEL MERCADO GRANDE (V) Aproximación cultural a la plaza de Ávila
CRÓNICAS DEL MERCADO GRANDE (V) Aproximación cultural a la plaza de Ávila
Jesús Mª Sanchidrián Gallego
  • 26 de Enero de 2025

29. HACER JUSTICIA Y MUERTE EN LA PICOTA.

Otro de los escenarios para los que sirvió la plaza del Mercado Grande fue el de los ajusticiamientos, y lugar de exhibición y escarnio público de los condenados en causas criminales, aprovechando la picota instalada en la misma para tal fin.

En una mezcla de leyenda e historia, cuentan las crónicas y recoge el padre Ariz, cómo en el año 1090 se produjo el ajusticiamiento de Sancho del Carpio, gobernador de Talavera, por traicionar la defensa y la lucha contra los moros, los cuales lograron por ello traspasar el río y saquear las tierras a la derecha del Tajo. Entonces fue detenido y juzgado en Ávila en la plaza del Mercado Grande, donde igualmente fue ajusticiado.

É fallaron en puridad con el señor Conde, e les fue mandado que ficiesen justicia, é que sentencian a Sancho del Carpio, conforme al fuero de Castilla, é non de otra guisa, é oteandolo tal, fallaron que le devia tallar la cabeza, e ser fecho tajadas: é asi lo pendolaron Martin Figueras, é Alfonso de Peñalva, juezes de fueros.

  Al día siguiente, el Conde Don Ramón de Borgoña ordenó la ejecución de la sentencia, y Jimén Blázquez ordenó armar un tablado en el coso mayor del Mercado Grande, y sacaron a Sancho del Carpio con una cadena rodeando su cuerpo, y le montaron en un rozino, y le fue tallada la cabeza, e fizieron su cuerpo quatro piezas, e las agarraron en las quatro vias mayores, cercanas a la Ciudad.

            Se alzaba en la plaza del Mercado Grande una picota que solía consistir en un poste de madera o columna de piedra que se utilizaba como poste de castigo y de horca de los condenados en causas criminales. La función penal de las picotas fue abolida mediante Real Cédula de Fernando VII al establecerse el garrote vil como único procedimiento para ejecutar las penas de muerte.

            Una interesante referencia a la picota del Grande la encontramos en la cita que hace Quadrado del acta del 18 de diciembre de 1474 extendida con motivo de las exequias del Enrique IV y la proclamación de los Reyes Católicos: “e al Mercado Grande, e ahí cabe la picota el dicho alguacil quebró otro escudo faciendo el dicho llanto (¡ah!  por buen rey e buen señor)”.            

Como buena muestra de la función penal que cumplía la picota del Grande cabe reseñar el fallo dictado el martes día doce de febrero de 1493 por el Alcalde de la ciudad en un proceso y causa criminal:

“Que lo deuo condenar y condeno a pena de cient açotes, los quales le sean dados públicamente por las calles e plaças acostumbradas desta çibdad, las manos atadas e vna soga a la garganta ençima de vn asno, e se lo lleuen hasta la picota del mercado Grande e allí sea atado e clauado la mano derecha e la dicha picota con un clauo”.

            El ajusticiamiento de don Diego de Bracamonte en 1592 no se produjo en la plaza del Mercado Grande, aún estando preso en el edificio de la Alhóndiga, porque la muerte en la picota se producía por ahorcamiento, y los nobles tenían el privilegio de morir degollados, a cuyo fin se instaló el cadalso en el Mercado Chico, donde se le cortó la cabeza.

La asistencia a los ajusticiados fue una de las competencias que tenía asumidas la cofradía de la Magdalena, con la que se fusionaron en 1511 la cofradía de Concepción y la de Las Ánimas. A través del estudio de estas cofradías realizado por Ana María Sabe conocemos que el día 26 de junio de 1713 se ajustició a un hombre en el Mercado Grande por el método de la horca a las 11 de la mañana, siendo asistido por la cofradía de la Veracruz y por la de las Ánimas, y enterrado en el cementerio de la Magdalena.   

            Siguiendo entonces a Ana Mª Sabe, cabe decir que otros ajusticiamientos producidos en el Mercado Grande se cobraron la vida de un tal Benito Montoya, el 20 de enero de 1664, y otras tantas en 1725.  En 1751 el reo fue un soldado de infantería condenado por desertor, en 1753 es ejecutado otro saldado del Regimiento de Brabante, el 19 de febrero de 1772 se ejecuta al portugués José Domínguez “con la sentencia de arrastrado, ahorcado y cortada la mano derecha”, en 1773 se ejecuta a Juan Blázquez por contrabandista, en 1776 es ejecutado al soldado portugués José Martín del Regimiento de Navarra, y el 17 de febrero de 1792 se ajusticia a Luis García, vecino de San Bartolomé. 

            El sentimiento trágico de la muerte cobró un dramatismo especial durante los primeros días de la guerra civil de 1936 en los que hubo fusilamientos de presos políticos, siendo el más significativo el del escritor, periodista y gobernador de Ávila, Manuel Ciges Aparicio, cuñado de Azorín.  En estos tiempos, la muerte en la plaza de los antiguos ajusticiados era como una tenebrosa aparición o una pesadilla para algunos, como lo fue para Claudio Sánchez Albornoz, con casa cerca del Mercado Grande en la calle Duque de Alba, diputado por Ávila y ministro republicano, de quien cuenta Javier Varela: “una obsesión le acompañó durante toda su vida: la de morir fusilado en la Plaza del Mercado de Ávila, a los sones de una banda de música”.

 30. LAS GRANDEZAS DE ÁVILA Y LA PALOMILLA.

Como un gran obelisco situado en mitad de la plaza se levanta en el Mercado Grande un monumento dedicado a Santa Teresa conocido popularmente como “La Palomilla”. Su emplazamiento siempre ha estado vinculado a la plaza de Ávila como un elemento que le es propio, aunque también ha sufrido traslados y desplazamientos en diversas épocas. El Grande y la Palomilla llevan unidos más de un siglo, y por ellos pasa toda la historia de la ciudad y de sus gentes.

            La “Palomilla” es el nombre con el que se identifica el “Monumento a las Grandezas de Ávila” promovido por la Diputación Provincial en 1882 con motivo del III Centenario de la muerte de Santa Teresa de Jesús. “La Palomilla” se convirtió desde entonces en una de las señas de identidad de la plaza del Mercado Grande y de la ciudad de Ávila.  El grupo escultórico ganador del concurso convocado al efecto estaba formado por el arquitecto zaragozano Félix Navarro bajo el lema “El amor da vida a las piedras”, mientras que la imagen de la Santa es obra del escultor Carlos Palao, director en aquella época del Museo Provincial de Bellas Artes de Zaragoza.

El monumento realizado por la Diputación “osténtase en la Plaza del Alcázar, sobre una base cuadrada de granito, que cierran gruesas y pintadas barras de hierro, un prisma en cuyos cuatro frentes hay inscriptos los nombres de los Santos, Escritores, Políticos y Guerreros que, con las glorias de su fama por sus brillantes hechos, dieron honra y prez a la provincia, y sobre el prisma una columna que sustenta la estatua de la Santa”.

            Los nombres ilustres que “glorifican” la historia de Ávila, propuestos por la Diputación y aceptados por la Real Academia, son entre los Santos: Segundo, Vicente, Sabina y Cristeta, Pedro del Barco, Juan de la Cruz, Bº Alonso de Orozco, Vª María Díaz, y Vª Maria Vela. Entre los Escritores y Artistas: El Tostado, Juan Sedeño, Alfonso Díaz de Montalvo, Juan Díaz Rengilfo, Luis Dávila, Sebastián Vivanco, Nicolás García, y Gil González Dávila. Entre los personajes políticos: Isabel I de Castilla, Pedro Sánchez Zurraquín, Sancho Dávila, Pedro de La Gasca, Diego Espinosa, Diego de Guzman, Enrique Dávila Guzman y Diego Mexía Velázquez. Entre los guerreros célebres: Gil González Dávila, Gómez Dávila, Alfonso Dávila Alvarado, Sancho Dávila, Fernán Gómez Dávila, Alfonso Dávila Guzman, Pedro Dávila, y Antonio Dávila y Toledo.

            Desde que fue levantado el monumento de Santa Teresa en 1883, su emplazamiento siempre ha estado en el Mercado Grande, con excepción hecha del periodo de 1965-1985, en el que el mítico monumento fue trasladado al jardín del Recreo, coincidiendo con la realización de sucesivas y discutidas obras de remodelación de la plaza, en las que sus promotores no supieron integrar el famoso grupo escultórico.

En cualquier caso, la imagen de la plaza del Mercado Grande siempre ha estado asociada a su emblemática “Palomilla” coronada por la imagen de Teresa de Jesús, lo que la convierte en la plaza de toda la provincia de Ávila, y también de una parte importante de su historia que quiere proyectarse al mundo mirando al cielo. 

31. LA MÚSICA DEL TEMPLETE.

Concluida la remodelación del Mercado Grande iniciada en el último tercio del siglo XIX, y crecido ya el arbolado del pequeño jardín plantado en la plaza parecía oportuna la instalación de un templete de música que sirviera para los conciertos de las bandas municipal y militar, e incluso de las numerosas charangas.

En ocasiones no debieron lucir mucho las actuaciones musicales del Mercado Grande, tanto que en una ocasión estaba escuchando la charanga el Presidente de Gobierno Sagasta desde el balcón de su casa, cuando le preguntaron si ¿podría haber una banda peor que ésta?, a lo que contestó: - Esta misma al año que viene.

En 1885 se había autorizado la construcción de un modesto templete en el jardín de San Antonio, y en 1910 empezó a funcionar uno de madera situado delante de “la Palomilla” del Grande. Entonces ya se había decidido levantar un  quiosco de música definitivo, si bien el primer proyecto no se conoció hasta que en 1917 fue presentado por la Sociedad Española de Construcciones Metálicas, siendo rechazado por su excesivo coste. En 1920 se redacta un nuevo proyecto, esta vez por el Arquitecto Municipal Emilio González, el cual es finalmente ejecutado sobre un zócalo de sillería granítica de forma octogonal, disponiéndose sobre pedestales de piedra una estructura metálica apoyada en columnas y cerrada con una cubierta de cinc. El templete fue construido en 1921 y permaneció en la plaza hasta 1934, año en el que fue trasladado hasta su actual emplazamiento en el jardín del Recreo.

Con el flamante quiosco musical parecía que Ávila daba un paso más en su modernización, al aumentarse con ello la oferta de entretenidos programas de conciertos a los que acudían los abulenses y a la numerosa colonia veraniega que se daba cita en las noches de verano, tal y como cuenta Mayoral: “En la plaza del Mercado Grande, las noches de estío, bajo el purísimo azul del cielo abulense, se congrega la colonia veraniega, con el pueblo, en un viviente cuadro de intensa cordialidad. Hace música en el templete la brillante banda de la Academia de Intendencia militar. La ‘música alegre y el sordo vocerío’, que dijo Espronceda, le dan a la plaza extraordinario realce”.

La música del templete impregnó profundamente en los recuerdos del Mercado Grande que enseguida nos asaltan a la memoria: “Todos los domingos, a las doce de la mañana, la banda municipal tocaba el ‘Himno de Cádiz’, mientras los abulenses aplaudían, vociferaban, y creían que en el poder de España no se ponía el sol”, escribió Emilio Yuste.

            “Me he visto flirteando en el Mercado Grande con algunas muchachas en noches veraniegas, sin escuchar los pasodobles de la banda pésima de Críspulo”, recordaba Claudio Sánchez Albornoz desde su exilio argentino.

            “Los chicos se iban al Mercado Grande, donde paseaba y se sentaba la élite de Ávila en las noches de verano, a veces con la música primitiva de la banda municipal”, rememoraba el filósofo y abulense de criazón Jorge Santayana.

            José Luis López Aranguren, que nació en Ávila y vivió en el Mercado Grande, escribió en su libro sobre la ciudad donde dice: “Mi abuelo era muy aficionado a la música, en San Sebastián estaba estrechamente ligado al Orfeón Donostiarra y en Ávila contribuyó decisivamente a crear una Sociedad Filarmónica que organizó conciertos muy importantes y así recuerdo, en nuestra casa y antes de que él fuera al teatro Principal donde había de actuar, al gran pianista Rubinstein. T cada día de fiesta bajábamos con el abuelo a la plaza, donde estaba instalado el quiosco de la banda de música”

            Las actuaciones de la Banda Municipal tenían especial protagonismo durante las celebraciones festivas, y así se anunciaban, por ejemplo, en las ferias de septiembre de 1931: “Día 5: De nueve a once de la noche Concierto por la Banda Municipal en el Mercado Grande e inauguración de una tómbola benéfica, pro obreros, para la que donarán preciosas muñecas confeccionadas por distinguidas señoritas. Día 9: Fuegos artificiales de gran vistosidad, colocándolos a ser posible en el torreón del Alcázar, y en los intermedios Concierto”.

            La ciudad tuvo por entonces varias bandas de música. Las más profesionales eran la de la Academia de Intendencia que dirigía el maestro Román San José, y la banda Municipal que dirigió el Maestro Piquero, contándose también actuaciones de las bandas de la Inclusa y del Regimiento del Rey, entre otras. Los conciertos del templete comenzaban en primavera y finalizaban con la llegada de los fríos otoñales, manteniéndose entretenido el vecindario durante todo este tiempo en uno de los ocios más agradecidos.

            Aunque trasladado el templete al jardín del Recreo durante la República, no por ello dejó de sonar la banda municipal en la plaza del Mercado Grande, incluso la banda de la Legión Cóndor amenizaba durante la guerra civil las mañanas de domingo con marchas militares alemanas y fríos pasodobles. Luego las bandas acudieron en procesión acompañando a los santos patrones o a los pasos de Semana Santa, y eran frecuentes los conciertos que tenían lugar en el Mercado Grande coincidiendo con las fiestas de Santa Teresa, no faltando tampoco el sonido de las trompetas y tambores en los desfiles militares, ni la música popular que desgranaban la dulzaina y el tamboril de Cándido y Eutiquio.

            Además de la música del templete, en el mercado Grande era frecuente oír las notas que salían de café de “Pepillo”, cuyas habituales y características sesiones musicales duraron décadas. De ello se encargaron Ángel Peñalba (piano) y Arturo Escobar (violín), quienes habían sido primeros premios del conservatorio de Madrid y regentaban una academia de música en la calle Tomás Pérez (actualmente Alemania). Sus actuaciones en el Café de La Amistad se anunciaban periódicamente en el diario local, y buena muestra de ello fue el programa publicado en El Eco de la Verdad a lo largo del año 1898 en diversas ocasiones.

32. PUESTOS Y LUGARES DEL ALBOROQUE.

La importancia comercial de la plaza del Mercado Grande a lo largo de la historia ya se deduce de la organización espacial de la ciudad medieval, tal y como resulta de la información que aportan la Consignación de rentas ordenadas por el Cardenal Gil Torres a la Iglesia y el Obispado de Ávila de 1250, así como del Libro Becerro primordial de toda la Hacienda del Cabildo de 1303. Siguiendo entonces a Ángel Barrios, diremos que, a finales del siglo XIII, de los 310 inmuebles urbanos propiedad del cabildo, 54 eran tiendas situadas en el centro de la ciudad, donde el Mercado Grande era el sitio con mayor dinamismo comercial. En él se hallaban los más importantes mesones, donde se recogía como huéspedes a los mercaderes y otras gentes de paso, allí se encontraban las “establías”, donde las personas de visita podían guardar sus bestias de transporte, y su buen número de tiendas ocupaban los lados de dicha plaza.

El Mesón del Arco está datado desde el 27 de mayo de 1373 en un pergamino del archivo de la Catedral, indica Andrés Sánchez, formando parte de las casas “sitas en la dicha ciudad a la caveza de la iglesia de La Magdalena, que llaman el Mesón del Arco de la Plaza del Mercado Maior, con sobrado y corral”, sobre las que el Cabildo Catedralicio tenía un censo otorgado por Juan Sánchez, vecino de Ávila, ante el notario público Juan Fernández, el cual producía 360 maravedíes anuales pagaderos en los plazos de San Juan y de Navidad.

            El catastro de Ensenada de 1751 nos informa que en el Mercado Grande estaba la Alhóndiga o pósito de granos, una tienda de aceite y jabón, y la Casa de las Carnicerías de la ciudad, la misma que ya funcionaba en 1497.

El citado catastro localiza igualmente en la plaza del Mercado Grande el llamado Mesón del Grande, uno de los cinco existentes en la ciudad. Los otros eran los llamados de la Fruta, del Toro, de las Tablas y de la calle de don Gerónimo.

            Siguiendo a Ensenada sabemos también que, en 1751, en los portales del Mercado Grande, existía un puesto público donde se vendía vino común y ordinario. Otros puestos estaban en la calle de don Gerónimo junto al Alcázar, y en el arco del Puente Adaja. Además, la ciudad cuenta en propiedad con siete de las diez tabernas existentes, una de ellas situada bajo los portales del Mercado Grande.

            En 1850 se instaló en el edificio de la Alhóndiga el Café Rubiños, con botillería y sala de baile y música en la galería del piso alto.

Sabemos que la Posada del Mercado Grande es el establecimiento que ocupaba el número 25 de la Plaza del Alcázar en 1863. Las otras posadas de la ciudad tenían por nombre del Rastro, de la Fruta, de la Estrella, del Puente, de la Feria y de las Vulpes. También en la Plaza del Alcázar número 19 había una de las numerosas casas de huéspedes abiertas en la ciudad para dar alojamiento a los obreros del ferrocarril.

            En los días de mercado los visitantes y comerciantes descansan a la puerta de los mesones y posadas, o “echando el alboroque” ante la talaverana jarra de buen tinto en las numerosas tabernas del Chico o del Grande; y no pocos escandalizando en los bodegones del Puente, escribió Veredas.

33. ÁVILA ES COMO CONSTANTINOPLA. Ávila es como Constantinopla, escribió José Jiménez Lozano, donde el Mercado Grande constituye, junto con el Chico, el grueso de la actividad comercial. En el Grande “se trajinaba en un comercio menor como el mercado de la tea, si bien un poco más arriba estaba la zona de los mesones y, luego, un poco más arriba todavía, se extendían los barrios cesteros y alabarderos, y también, como en torno al Mercado Chico, había hornos, herrerías y carnicerías, Y, por todas partes, incluso hilanderas, fundidores, tintoreros y cardadores, oficios en que predominaban islámicos y judíos, que tenían sus casas junto o entre las de los cristianos viejos”.

La intensa vida de los comercios de la plaza que pasan de generación en generación son una de las imágenes más peculiares con la que se identifica la misma plaza, por ello repasamos sus nombres. Repaso que hacemos a través de las distintas guías publicadas en la época, porque en ellas se indica la especialidad del comercio y su forma de anunciarse, lo que resulta de lo más ilustrativo. 

            En 1863 la ciudad cuenta con apenas siete mil habitantes (1.498 vecinos), año en el que la guía de Valeriano Garcés reseña que la plaza del Mercado Grande alberga una escuela pública de niños y niñas para la práctica normal de maestros en la Alhóndiga, un almacén de quincalla, cerrajería y otros objetos, una casa de huéspedes, una confitería, un estanco, una fábrica de sombreros, una pastelería, una perfumería, una joyería, y la relojería de Julio Schilling.

En las viviendas habitan funcionarios del Estado, del Gobierno Militar, del Ayuntamiento, y de la Catedral, entre otros vecinos. Contándose un administrador del Estado, un canónigo, un cirujano, un sombrerero, un delineante, un delegado de seguros, el promotor fiscal, el comisario de guerra, un regidor municipal y el depositario del ayuntamiento. 

En contraste con el mercado medieval, los soportales del Mercado Grande, el mejor escaparate de la ciudad que ya supera los once mil habitantes, representan en los años 1896 y 1900 el símbolo de la modernidad. En esos años se publican las guías de Antonio Blázquez y Fabrican Romanillos, y en sus páginas se insertan entrañables anuncios publicitarios de los comercios de la ciudad, lo que constituye una interesantísima fuente de información de la que nos servimos para conocer los establecimientos de la plaza del Alcázar, sin intención de ser exhaustivos.