39. MAYORAL, ¡POR FAVOR!, NO ME PONGAS EN EL GRANDE.
Igual que en un tiempo la plaza del Grande fue el lugar donde el pregonero alzaba su voz para anunciar y publicitar los bandos y otros acontecimientos, también lo fue para exponer las fotografías que retrataban la vida de la ciudad. Y así, ante la falta de medios técnicos que posibilitaran la incorporación de la fotografía a la prensa local, las imágenes que ilustraban las noticias que se producían en Ávila se exponían en los escaparates del Mercado Grande, tal y como cuenta el fotógrafo Antonio Mayoral:
“Hasta los años 30, para poder ver la imagen de un acontecimiento de cualquier índole, que venía impreso en las páginas del periódico, había que aproximarse hasta el comercio de los hermanos Hidalgo, en la Plaza de Santa Teresa, donde se exponían aquellos documentos gráficos que completaban el cuerpo literario de aquella noticia. Posteriormente, sería el establecimiento de ventas de zapatos de Eleuterio Sansegundo, en el que, en dos vitrinas situadas en los extremos de la fachada, se expusieran la fotografías”.
Y tal era el éxito de la singular exposición fotográfica, que un preso en la cárcel, cuando se vio sorprendido por el fotógrafo, gritó: “Mayoral, ¡por favor!, no me pongas en el Grande, que yo no he sido”. Pasado el tiempo se comprobó que, efectivamente, el detenido fotografiado por Mayoral fue declarado inocente.
La historia gráfica del Mercado Grande ha sido retratada por los fotógrafos de prensa José Mayoral Encinar y su hijo Antonio Mayoral Fernández, principalmente. Ellos han sido los reporteros de la ciudad durante décadas, y a través de sus instantáneas podemos descubrir el devenir de la plaza en los acontecimientos más significativos. Unas selecciones de fotografías del Archivo Mayoral sirven entonces para conocer el protagonismo del Mercado Grande, lo que bien puede hacerse en los siguientes títulos de fotos:
“Postales de la Plaza con vistas generales y de monumentos (1915-1928), Representación del recibimiento a Isabel la Católica (1925), Bendición del Somatén (1926), Riego con mangas de los árboles de la plaza (c. 1926), Jura de bandera de los alumnos de Intendencia (c. 1927), Pavimentación de la plaza (1934), Santa Procesiones de Semana (1935), Procesión de la Consagración del obispo Santos Moro Briz (1935), Manifestación del 1º de mayo (1936), Noche de lluvia (1936), Visita militar (1937), Mitin del General Cabanillas (1937), Semana Santa (1937), Jura de bandera (1937), Concentración por la toma de Lérida (1938), Fiesta de la Flor (1939), La Plaza de Santa Teresa después de la guerra civil (1939), Entrega de la bandera a la Academia de Intendencia (1940), Cucañas en las fiestas (1946), Procesión del Corpus (1953), Desmontando “La Palomilla” (1965), Plaza de Santa Teresa con coches (1967), Derribo del edificio que hace esquina con la calle Estrada (1969), La Plaza de Santa Teresa invadida por el tráfico (1974), El Príncipe Felipe por el Mercado Grande (1979), Derribo de las casas adosadas al arco del Alcázar y la Muralla (1981), IV Centenario de la muerte de Santa Teresa (1981), Procesión del Corpus (1982) y Entierro de Sánchez Albornoz (1984)”.
La imagen de la plaza del Grande ha sido igualmente reproducida en infinidad de ocasiones, y lo sigue siendo habitualmente en El Diario de Ávila, y en esta tarea destaca Javier Lumbreras, igual que antes lo hizo Antonio Mayoral Fernández. Finalmente, también hay que añadir que en los últimos años han aparecido nuevos medios de comunicación que también difunden ampliamente la imagen del Mercado Grande, igual que se hace a través de folletos y carteles turísticos, si bien su reseña aquí sería extensísima.
40. IMPRESIONES Y RECUERDOS.
La fuerza y la atracción de Ávila, y por ende del Mercado Grande, no pasó inadvertida para viajeros y escritores que divulgaron la imagen de la ciudad, y sus huellas las descubrimos en novelas, memorias, libros de viajes y otros textos.
La riqueza colorista y pintoresca del Mercado Grande en días de mercado sirvió para ejemplificar su tipismo en personajes populares. Los sacamuelas, los copleros, y los contadores de historias trágicas escenificadas sobre un cartelón, llamaban la atención de la gente que acudía al mercado. Célebre fue el “tío del arrabel” o “jorobado de Burgohondo” que pintó Chicharro entre dos mujeres ataviadas con trajes y sombreros típicos. Cela, por su parte, quedó prendado de las enseñanzas de Merejo, limpiabotas y matador de reses bravas, “el gran Merejo, como le llaman, con la conciencia triste, los niños, los camareros, los chóferes de Ávila, es un español canijo, renegrido, que limpia botas de ganadero y zapatos de señorito por las terrazas de los cuatro cafés de la ciudad”.
Las impresiones de visitantes y literatos, y de los personajes novelescos de sus obras, ofrecen una visión fresca e imaginativa que no puede pasar desapercibida, pues enriquece sin duda el patrimonio cultural del Mercado Grande, que es Ávila, incluso cuando excepcionalmente el recuerdo se vuelve tenebroso y antipático si se refiere a la España negra.
Ya hemos reseñado a lo largo de estas páginas las impresiones, recuerdos y enseñanzas de Valeriano Garcés, José Mª Quadrado, Martín Carramolino, Fabriciano Romanillos y Fernando Cid, Jorge Santayana, José Mayoral Fernández, Antonio Veredas Rodríguez, y José Jiménez Lozano, entre otros, y que, aunque ahora no reproducimos de nuevo, bien merece resaltarse otra vez el valor de sus testimonios.
Ahora, sólo nos detenemos en aquellos pasajes donde la plaza del Mercado Grande, o las gentes que acuden a él, aparecen en el relato de una manera expresa, pues retomar los numerosos escritos de otros tantos escritores y viajeros que recorrieron la ciudad excede del propósito de estas páginas. Así, sin ánimo de ser exhaustivo, se recogen a continuación textos donde aparece la plaza reflejada de autores tan significativos como Larreta, Unamuno, Pío Baroja, Lorca, Cela, Delíbes, Sánchez Albornoz, Aranguren, Ridruejo, Sánchez Pinto y Julián Gallego, y sin olvidar, como ha quedado dicho, a los autores citados anteriormente.
41. TRAS LAS HUELLAS Y EL DEJO ESPIRITUALES DE DON RAMIRO.
En el otoño de 1902 visita la ciudad Enrique Rodríguez Larreta (1875-1961), alojándose en el Hotel del Inglés (actual Hotel Continental) frente a la catedral. Vino desde Argentina acompañado de su esposa cuando ya había elegido Ávila como escenario novelesco, incluso antes de conocerla. Tenía noticia de sus monumentos y crónicas de la ciudad gracias a la historia escrita por Quadrado y las fotografías de Laurent grabadas por Meisenbach que la ilustran. Como guía siempre se sirvió del libro de Carramolino, recuerda Gómez Montero, que pudo adquirir en la tienda de Lucas Martín, sita en el Mercado Grande, y probablemente del Estudio Histórico de Ávila escrito por Ballesteros, el cual también se anunciaba en dicho comercio junto a la guía de los Monumentos de Ávila de Fabriciano Romanillos y Fernando Cid. Entusiasmado el escritor con la ciudad que estaba descubriendo decidió definitivamente escribir “La Gloria de Don Ramiro”, una novela histórica sobre Ávila de los Caballeros en tiempos de Felipe II, la cual todavía tardó seis años en terminar. Entonces, el Mercado Grande y la Alhóndiga aparecerán en el libro como el lugar del que saldrá Diego Bracamonte para ser ajusticiado en el Mercado Chico acusado de “rebelión fiscal” contra el rey.
Con la novela de Larreta Ávila se hizo “modernista” en la literatura, universal en su historia, monumental en su arte y arquitectura, y lugar de peregrinación y atracción para numerosos viajeros que querían seguir las huellas de Don Ramiro. Sobre la ruta en Ávila de don Ramiro, se publicó un reportaje ilustrado con fotografías en la revista “La Esfera” el 10 de octubre de 1925, con texto de Muñoz Greco, con lo que la ciudad alcanzó una extraordinaria difusión y merecido renombre. Y en esto coincidió el escritor gaditano Juan Egea Rodríguez, cuando en 1969 publicó el texto titulado “Ávila, la ciudad con alma”, donde decía: “Para transitar por Ávila se requiere la ayuda de una buena guía. Y nadie mejor para este menester que don Ramiro”.
Buena muestra de la admiración por don Ramiro, por Larreta y por Ávila, son las páginas escritas hacia 1925 por Francisco Grandmontagne (1866-1936), director que fue del periódico de Buenos Aires “La Prensa”. El periodista llegó la plaza del Mercado Grande y se acerca bajo los soportales a una pequeña librería donde se lee “Expendiduría de periódicos”, y pregunta: - ¿Tiene usted “La Gloria de don Ramiro”? El librero se ríe y contesta afirmativamente, pues dice que se vende muchísimo en Ávila, en Castilla y en toda España.
Ávila es la proyección del espíritu del autor de “La Gloria de don Ramiro”, escribió Unamuno, proyección que se reflejó en el cuadro que Zuloaga pintó de Larreta en 1912, donde se envuelven el personaje, el hombre y su alma reflejada en la ciudad amurallada.
En 1909, Miguel de Unamuno (1864-1936) dedicó a la obra de Larreta y a Ávila un extenso e interesante artículo en el que concluyó: “Cuando vuelva a Ávila, que he de volver, buscaré allí las huellas y el dejo espirituales de don Ramiro”. Y Unamuno volvió en 1921, y vio que “se entra en la ciudad por puertas, pasando bajo un dintel de piedra, como se entra en una casa. A la puerta principal de entrada la flanquean dos robustos torreones, dos cubos de la muralla”, pasó entonces por el Mercado Grande que se apareció como el patio de Ávila la casa, pues “una ciudad así, murada y articulada, es una ciudad. Tiene unidad, tiene fisonomía, tiene alma”.
Finalmente, insiste Unamuno en la historia de la ciudad, y escribe sobre el suceso de los caballeros de Ávila, los que desnudaron la estatua del rey don Enrique en las afueras, mientras “las recias murallas, calentándose al sol desnudo de Castilla, se estremecieron acaso en su meollo viendo ese ejemplo de caballerosidad altanera”.
42. UNA ATENAS GÓTICA, ESO ES ÁVILA.
Pío Baroja (1872-1956) llegó a Ávila en una fría y lluviosa mañana de 1901 en un tren que tomó en la estación del Norte de Madrid. Al pasar por el Mercado Grande le llama la atención la iglesia románica de San Pedro y la puerta del Alcázar, los monumentos valedores de la plaza que atraviesa. Se detiene y contempla “el arco de la muralla, antigua entrada de la ciudad. La puerta rompe el muro, airosa, artística en su esquemática sencillez. Dos formidables torreones, unidos por un arco volado, la flanquean” con severa grandeza de toscas torres, plantadas como campeones guerreros que defienden la entrada.
Corría el año 1907, cuando durante el verano se instaló en Ávila el novelista y periodista nacido en La Habana Alberto Insúa (1883-1963). En aquel entonces preparaba el tríptico titulado “Historia de un escéptico”, y la primera novela escrita fue “En tierra de Santos”, donde se descubre el alma del Mercado Grande, sobre el que Galdós escribió “Eso es Ávila”. Por su parte, los personajes de Insúa mantienen entretenidos comentarios sobre la plaza que sirven para ilustrar al lector:
“Pasando por otra de las grandes puertas de la muralla, don Alfredo y Bermúdez habían llegado a la plaza del Alcázar. Don Alfredo miró los dos torreones y la robusta torre del homenaje, almenada en su altura y en el matacán que la circunda. Desde aquel punto se veía parte del valle Amblés, con sus montes azules recortándose en el horizonte. En el fondo de la plaza jugaban varios niños en torno a la estatua de Santa Teresa, y dos mujeres enlutadas salían de una iglesia de hermoso ventanal románico. Bajo las acacias del paseo había grupos de hombres y mujeres del pueblo. Algunos soldados iban de un lado a otro. Unas muchachas llegaban de la fuente con sus cántaros sobre las caderas. Por los soportales discurrían varios sacerdotes y militares, y de cuando en cuando unas señoras entraban en alguna tienda o salían de ella agitando sus abanicos… En la plaza del Alcázar o Mercado Grande era la hora del paseo. Las luces eléctricas amarilleaban de trecho en trecho. El obelisco y la estatua de Santa Teresa permanecían en la penumbra, y los torreones y el arco de la puerta del Alcázar se erigían sobre las copas de los árboles y se marcaban austeramente en el cielo”.
El viajero León Roch (seudónimo de Federico Pérez Mateos) captó en 1912 unas interesantes impresiones de Ávila en su recorrido por la ciudad, “tan austera y adusta, honestamente recogida entre sus fuertes murallas, inmutable y eterna, como si sobre ella no hubiera pasado el tropel de los siglos”. En la ciudad que refleja León Roch destaca la limpieza de las calles y el aspecto cuidado y coquetón de sus remozadas casitas, por ello, a su llegada a la plaza del Mercado Grande se ve sorprendido por el “irritante pegote” que ofrece el “caserón destartalado” adosado al cubo del arco del Alcázar. Igualmente, Roch se fija en teatro y cinematógrafo de la calle Estrada el “Coliseo Abulense”, y se asombra de la estampa de los burros que tomaban la ciudad cargados de mercaderías y cántaros de leche: “se agrupan confundidos los fuertes y sesudos asnos…
No se escucha un rebuzno; ni siquiera los asnos jóvenes se permiten una indiscreta insinuación con las burritas gentiles”. En ese día de mercado se ven campesinos vestidos de negro, de graves rostros; asnos cargados de cazuelas, pucheros y gallinas, ofreciéndose un destacable contraste entre el carácter propio de la ciudad y la incipiente aparición de la vida moderna.
También hacia 1912 llegó a la ciudad el pintor José Gutiérrez Solana (1886-1945), año en el que pintó una sangrante escena de la semana santa abulense. En su relato, el viajero, que es Solana, pasa “por la plaza del Alcázar, toda rodeada de las murallas… A la puerta hay grandes carros y galeras llenos de cofres y talegas. También hay varias tiendas de vidrieros, tintorerías y alguna confitería; en un gran armario, a la entrada, se ven las colinetas y pasteles. Al lado, una sastrería”. Es viernes y hay mercado en la plaza. Se ven bueyes, mulas y otros ganados; viejos labradores, mujeres con cestas al brazo, pastores con medias azules y perneras de piel de oveja, y pobres pidiendo comida entre los feriantes; sacos de legumbres, patata y frutas, pellejos de vino y barriles de pescado. Son éstas impresiones que recogerá después en su libro “La España Negra”, el mismo título tenebroso que ya había dado el también pintor Darío de Regoyos (1857-1913) al libro de su viaje de 1888, fecha en la que pintó dos vistosas acuarelas del Mercado Grande en día de mercado, aunque en el texto describía la puerta del Alcázar como “siniestros calabozos inquisitoriales.
En un viaje cultural y de estudios del año 1916, llegó a Ávila Federico García Lorca (1898-1936), que por entonces destacaba como un joven músico de 18 años. La ciudad monumental le pareció a Lorca la edad media levantada del suelo, y qué asombro le produjo el colorido de los trajes de hombres y mujeres que son el tipismo del campo, los cuales llenaban la ciudad para honrar a Santa Teresa en su fiesta, según carta a sus padres que escribió el 19 de octubre de 1916.
Siguiendo las palabras de Azorín (1873-1967), pronunciadas en 1924 con motivo de su ingreso en la Real Academia, diremos que Ávila es una Atenas gótica que señorea los graneros, las eras y los mercados de toda Castilla. Y toda la espaciosidad de una plaza –la del Mercado Grande-, en la que sólo se ven un caballero con sombrero de copa y una dama con miriñaque y una sombrilla, es la representación de Ávila en las viejas estampas. Azorín había leído el libro de Quadrado de 1865, donde se insertan las estampas de Ávila dibujadas por Parcerisa, y también había consultado la guía de Valeriano Garcés de 1863, y bien pudo decir: “Ávila es, entre todas las ciudades españolas, la más siglo XVI”.
43. LA SOMBRA DEL CIPRÉS Y VIAJE DEL VAGABUNDO.
La primera novela de Miguel Delíbes (n.1920), La sombra del ciprés es alargada, con la que obtuvo el premio Nadal en 1947, toma la ciudad de Ávila para desarrollar la acción de sus personajes. La plaza del Grande es la antesala del recinto amurallado y del mirador del valle, donde se mezclan y confunden los profundos sentimientos del protagonista:
“De improviso me hallé en la plaza de la Santa, con la estatua en el centro casi cubierta por la nieve. Ante la entrada principal de la muralla me invadió una vaga congoja, un difuso conocimiento de una relación latente entre Jane y aquellas añosas piedras. Me detuve otra vez y permanecí un rato absorto sin saber en qué pensaba. Luego reanudé mi camino, evitando la entrada en la ciudad amurallada, orientando mis pasos hacia el paseo del Rastro. Volví a experimentar un anómalo sentimiento de placidez al desbocar mi vista por el nevado valle Amblés”.
Durante el periodo comprendido entre 1946 y 1952, Camilo José Cela (1916-2002) recorrió las tierras de Ávila y Segovia recopilando impresiones de sus gentes, su paisaje, sus pueblos y ciudades, cuyo material plasmó en un entretenido libro de viajes. De su paso por el Mercado Grande nos describe la riqueza monumental y humana de la plaza, lo que hace después de poner en orden sus papeles en una mesa del café “Pepillo”:
“Siguiendo hasta la plaza de Santa Teresa, el vagabundo llega a darse con la puerta del Alcázar, son sus dos fuertes torres y su barbacana de almenas…. El vagabundo, que no es hombre entendido en monumentos, se siente impresionar por el duro y noble aire de estas recias piedras que levantan veinte metros del suelo… En la terraza de un café, y cazando a la espera, el vagabundo se encontró con Merejo, limpiabotas y matador de reses bravas, del que también era amigo… A la plaza de Santa Teresa llegan los autobuses de la estación, con su cargamento de señoras de luto y capidengue, sus campesinos de cayada y bufanda, sus niñas de lazo y falda dominguera, sus mocitos serios y pensativos: sus garzones de boina y acné juvenil, sus zagales que aprenden para cura, para mancebo de botica, para comerciante, para veterinario, para auxiliar de hacienda, para escribiente de juzgado, para muerto en olor de santidad… (mientras) unos turistas fotografiaban un burro. ¡Los hay memos!”.
44. ÁVILA PARA RECORDAR, VISITAR Y SOÑAR.
Qué recuerdo más entrañable el de Claudio Sánchez Albornoz (1893-1984), escrito desde su exilio argentino para el libro sobre Ávila que dirigía Baldomero Jiménez Duque y editado con motivo del IV Centenario del Tránsito de Santa Teresa de Jesús y en Homenaje al Papa Juan Pablo II. El texto se presenta como el sentimiento de toda una vida añorando Ávila y el Mercado Grande, y toda la vida de la ciudad resumida en un instante pasional:
“Una noche deliciosa de verano. Una plaza. A un lado, las torres del Alcázar de Ávila, Enfrente, el óculo románico del templo de San Pedro. Soportales. La casa de Sagasta. Una columna y encima la imagen de Teresa de Cepeda. Unas acacias. Unos arcos voltaicos encendidos. Y la colmena humana que pasea a los acordes de un pasodoble de la banda –pésima- de Críspulo. Un estudiante va y viene también con unas señoritas entre la muchedumbre. Risas y galanteos. Un inicio de amor. Esperanzas. El mundo al alcance de la mano”.
El Mercado Grande fue uno de los lugares más entrañables para el filósofo abulense José Luis López Aranguren (1909-1996), quien nació dentro del recinto amurallado de la ciudad histórica, si bien a los pocos meses, dice en su libro sobre Ávila, “nos trasladamos a la casa recién terminada, única de Ávila donde he vivido, en el Mercado Grande, esquina a la calle Estrada. En su azotea.... mi hermano y yo pasábamos mucho tiempo jugando y mirando desde arriba la plaza… Casi al lado o enfrente de la casa, a la otra acera entrada y a la calle, estaba el cine, de cuyo local mi padre era copropietario, por lo que teníamos en él abierta la entrada… Cada día de fiesta bajábamos con el abuelo a la plaza, donde estaba instalado el quiosco de la banda de música”.
De su niñez en Ávila, continúa Aranguren, guarda hermosos recuerdos de juegos y paseos en el Mercado Grande, la asistencia a misa en la parroquia de San Pedro, y los gigantes y cabezudos de las procesiones. Finalmente, apunta “he eligió Ávila para recordar, visitar, soñar y, un día, ser llevado a reposar”.
En su libro de Ávila, dedicado a la ciudad y sus santos Teresa de Jesús y Juan de la Cruz, que es guía espiritual y libro de viaje, el Mercado Grande se asoma en el destronamiento de Enrique IV, en el proceso inquisitorial contra los judíos, y en las citas hechas sobre las visiones literarias de Larreta, Montherlant, Delibes y Sánchez Pinto.
Del 5 al 15 de noviembre de 1997, Ávila rindió un entrañable homenaje a la figura de Aranguren, quien había sido catedrático de Ética y Sociología en la Universidad Complutense de Madrid, un intelectual de reconocido prestigio, y promotor y participante en las Conversaciones de Gredos. Con tal motivo, el Ayuntamiento organizador del homenaje le dedicó también una calle en el barrio de las Hervencias.
El escritor Dionisio Ridruejo (1912-19975), apasionado viajero, poeta y autor de una “Guía de Castilla la Vieja”, se adentró en Ávila para recopilar su historia y su cultura, con el propósito de contárnosla después en el libro que escribió en 1968.
Dionisio Ridruejo participó en las Conversaciones de Intelectuales de Gredos que dirigió el sacerdote Alfonso Querejazu durante 1951-1969, de ahí su cercanía con las tierras abulenses. A partir de aquí, Ávila se convirtió en una importante referencia en la historia cultural y espiritual de España de quienes hicieron la transición del régimen franquista durante 1970-1980, dice Olegario González de Cardedal.
El Mercado Grande o plaza de Santa Teresa aparece, escribió Ridruejo, ante la puerta del Alcázar como el centro de Ávila y el lugar más animado, con su panda y media de soportales a la izquierda, y la hermosa iglesia de San Pedro al fondo y también el convento de la Antigua, y al sur el antiguo Hospital de la Magdalena, en cuyo contorno monumental queda definida la plaza. Y es en el Mercado Grande donde el autor sitúa el destronamiento “en efigie” de Enrique IV. También reseña el “Auto de Fe” celebrado en la plaza en el atrio de San Pedro, el suceso que acabó con el ajusticiamiento de Bracamonte, y la visita de Felipe II siendo niño. Finalmente, el autor cita entre sus fuentes los textos de Ariz, Ponz, Quadrado, Santayana, Larreta, Sánchez Albornoz y Cela, sin olvidar a Santa Teresa de Jesús y San Juan de la Cruz.