La incomprensible demolición de la antigua la estación Mingorría por Adif, desatendiendo el clamor de los vecinos, fue la triste noticia de muchos medios durante la segunda semana de febrero.
Con ello, Mingorría desaparece del mapa ferroviario y pierde parte de su identidad cultural por falta de sensibilidad e ignorancia inexcusable de los poderes públicos y gobernantes, por lo que ahora, más que nunca, es preciso reivindicar su memoria histórica ligada a lo que durante 160 años fue un soplo de vida y alma de sus gentes.
Tal evocación hace que dicho espacio bien merecería la declaración de bien de interés cultural por su vinculación a acontecimientos y recuerdos del pasado, tradiciones populares, actividades culturales, y aspectos etnológicos y del patrimonio industrial.
Hubo un tiempo en el que la estación de Mingorría fue un hervidero de viajeros. A la vez, la existencia de un muelle de mercancías y un apartadero de carga y descarga denota la ingente actividad comercial del lugar. Por ferrocarril llegaban productos de ultramarinos, el cacao para las fábricas de chocolate que había en la localidad, los abonos con los que se preparaban los campos, el hierro que se utilizaba en la fabricación de ruedas de carro, las ruedas de hormigón con anillos férreos para los abundantes molinos harineros del río Adaja y la gasolina cuando estos y los de chocolate se accionaban con un motor, etc. Incluyo por tren llegaban las compañías ambulantes de teatro, los loteros, el pescado que recogía la tía María, y un tren economato estacionaba periódicamente en la estación con gran variedad de artículos para las familias de los empleados.
En sentido contrario, aparte de piedra, desde la estación se exportaban garbanzos, otros excedentes agrícolas y leche de cabra. A finales del siglo XIX, los cabreros Agustín Sanchidrián y sus sobrinos suministran desde Mingorría la leche al prestigioso café Varela de la calle Preciados de Madrid. Para ello, ingeniaron cocerla a altas temperaturas y luego enfriada en una charca abierta en las inmediaciones de la estación antes de enviarla por tren, y así fue como la estación de Mingorría se convirtió en centro logístico de distribución de leche pasteurizada. Más tarde, cuando se construyó la vía doble del ferrocarril, el agua de la charca se canalizó hasta el pueblo y se inauguraron la fuente conocida como ‘Caño de la República’ y los lavaderos ‘Las Pozas’.
De la misma manera, también eran activos los carteros Marino, Felipe, Severino y Juliete, quienes subían diariamente a esperar el tren correo. A ellos, antiguamente, se sumaba un peatón de correos que hacía el servicio repartiendo la correspondencia a los pueblos de Zorita, Gotarrendura, Peñalba y Monsalupe. La carbonilla de las locomotoras se tiraba en un terraplén junto a la vía que luego era recogido por los vecinos para las estufas y cocinas de casa.
Familias enteras nacieron y se criaron en la estación, cuyos recuerdos merecen un capítulo aparte.
En el complejo ferroviario se construyeron viviendas con anexos para gallinas y cerdos, una cantina y una fuente con lavadero, lo que supuso un gran el arraigo para sus ocupantes y una singular configuración del paisaje rodeado por el este de grandes moles de granito. Por último, no hay que olvidar la atracción romántica de mozos y mozas en los paseos vespertinos para ver pasar los trenes, en cuyo recorrido unos altos chopos advertían de la cercanía de la estación, mientras a la entrada del recinto un sauce llorón daba la bienvenida. Al fondo, una hermosa morera sombreaba las viviendas de los ferroviarios y surtía de comida a los gusanos de seda que criaban los niños.
INAUGURACIÓN.
El 4 de marzo de 1863 se abrió al público y entró en explotación el tramo ferroviario Sanchidrián–Ávila, a cuya financiación había contribuido el ayuntamiento con parte de los ingresos por las ventas de los bienes municipales desamortizados. Ese día fue cuando llegó a Mingorría el primer tren de su historia. En la misma época residía en la localidad un francés, Louis Donicean, a través del cual el alcalde de Ávila León Castillo Soriano, había adelantado dinero para el tramo Mingorría-Las Navas que completaba la línea férrea Madrid-Irún que se inaugura el 15 de agosto de 1864 por la reina Isabel II en San Sebastián.
La crónica de la inauguración fue cubierta por el escritor y poeta Gustavo Adolfo Bécquer, quien a su paso por Ávila escribió: «Casi perdida entre la niebla del crepúsculo y encerrada dentro de sus dentellados murallones, la antigua ciudad, patria de Santa Teresa, Ávila». Añadiendo que desde el tren se divisan los frondosos encinares de las dehesas de Ávila, Mingorría, Tolbaños, Escalonilla, Santo Domingo de las Posadas y Velayos, mientras que a lo lejos se aparecen los caseríos de nuestros pueblos, cuyas gentes entusiasmadas se concentran en las estaciones con vivas a la comitiva y el progreso.
A partir de este momento, se recuperan del anonimato multitud de pueblos y lugares y se descubren nuevos paisajes, tal y como recoge Valeriano Garcés González en su guía de 1863, donde Mingorría figura con una población de mil cien habitantes dedicados a las faenas agrícolas y la industria de la panadería.
VIAJEROS ILUSTRES.
El 15 de septiembre de 1865 el tren en el que viajan Isabel II y la Familia Real se detiene en la estación de Mingorría al regreso de su expedición veraniega por las Provincias Vascongadas. Coincidiendo con ello, la Reina depositó en la Tesorería de la Hacienda Provincial 20.000 reales para socorrer a los pobres y enfermos necesitados de los pueblos del tránsito. A Mingorría le correspondieron 890 reales con 50 céntimos que la Junta Municipal del 19 de noviembre de 1865 repartió entre 41 beneficiarios (incluidos seis matrimonios).
Al partir el tren de Mingorría, se dispuso el lanzamiento de seis cohetes, lo que sirvió de aviso para el inicio del programa de actos de recibimiento organizados por el Ayuntamiento de Ávila, como reseña José Moreno Guijarro (Glorias de Ávila, 1889).
En 1876 se detiene en la estación de Mingorría la comitiva real de Alfonso XII. En esta ocasión, Miguel Vázquez hace entrega a S. M. de un encendido poema enalteciendo su persona: «Triste la España / Lloraba conflita / Porque la devoraba / La guerra carlista… / ¡Viva el rey! / Viva el ejército español! / Porque venció al enemigo / Que devoraba la Nación».
El ayuntamiento, por su parte, festejó el fin de la guerra con repique de campanas, disparo de cohetes y bailes públicos, tal y como se recoge en las actas municipales de febrero y marzo de ese mismo año. Al mismo tiempo, los seguidores de don Carlos de la localidad son desterrados, estando entre ellos el médico, el notario y acaudalados labradores, los mismos que se negaron a jurar la Constitución cuando fueron elegidos concejales tiempo atrás, por lo que fueron destituidos y multados con 40 escudos cada uno.
A finales del siglo XIX y principios del siglo XX era frecuente que los periódicos incluyeran una sección titulada «Movimiento de viajeros», en la cual se informaba de los desplazamientos de ilustres personalidades. Uno de ellos dice: «Ayer llegó a Ávila el general Bermúdez Reina, que se hallaba en su finca del inmediato pueblo de Mingorría. En la estación lo esperaba el Sr. Sagasta» (El Día, 3/09/1897). Eduardo Bermúdez Reina, victorioso contra los carlistas y ministro de la Guerra con Sagasta, se había asentado en 1876 en la finca de recreo llamada «Villa Julia» de ‘El Chorrito’ de Zorita de los Molinos.
Igualmente, también eran frecuentes las reseñas de los desplazamientos que hacía Celedonio Sastre, cuñado de Santayana, quien también paraba en la estación de Mingorría y desde aquí en calesa se acercaba a Zorita. Celedonio Sastre era un abogado propietario de las dehesas de La Aldehuela y Olalla, y fue alcalde de Ávila y director de la Caja de Ahorros. Otros viajeros citados son el cura párroco, el médico Nicanor Ortiz y el maestro Raimundo Losada, no siéndolo el joven boticario José Giral Pereira, quien llegó de incógnito en 1901 y décadas después fue ministro, presidente de gobierno y presidente de la República en el exilio.
HISTORIADORES.
Por la recién inaugurada línea, en 1865 pasa José María Quadrado, autor del capítulo dedicado a Ávila en Recuerdos y bellezas de España, quien se lamenta: «La rapidez del tren por la vía férrea asentada largos trechos junto a sus márgenes [del río Adaja] no consiente detenerse en las estaciones de Mingorría, de Velayos, de Sanchidrián o de Adanero, título de condado, para reconocer su inexplorado suelo».
En 1900 el prestigioso historiador y arqueólogo Manuel Gómez Moreno trabaja en el Catálogo Monumental de la Provincia de Ávila y escribe: «Por fin yo salí de Madrid el lunes a mediodía, y al siguiente fui en tren desde Ávila a Mingorría, llegué lloviendo y el miércoles de mañana empecé mi excursión en burro, mejorándose el tiempo, que sigue muy bueno; antes de ayer y ayer recorrí varios pueblos». A principios de octubre vuelve a Mingorría, cuando se festeja a la Virgen del Rosario, y aquí le llama la atención la iglesia y la escultura zoomorfa, cerdo o verraco, del siglo IV a. de C., situada en lo alto del cerro donde está la ermita, de cuya figura hizo un sencillo y bello dibujo con el que ilustró sus apuntes.
CANTERÍA.
En 1861, coincidiendo con la construcción de la línea de los Ferrocarriles del Norte, las canteras de Mingorría cobran un gran protagonismo, gracias a la alta demanda de piedra para el balasto de la vía y la construcción de numerosos puentes y obras de fábrica. Con tal motivo llegaron muchos obreros del norte peninsular, quienes dejaron apellidos como Ibarzabal de la localidad vizcaína de Zornotza (Amorebieta).
En el año 1925 se instala la vía doble, aumentando entonces la demanda de piedra y de mano de obra, tanto que mediado el siglo XX hay censados unos 150 trabajadores dedicados a la cantería, más de la mitad de la población activa de Mingorría. Al mismo tiempo, funcionó una enorme explotación minera a cielo abierto conocida como la “Cantera Grande”, de donde se extraía el balasto para la vía. Dicha cantera estuvo funcionando durante los años de 1923-1987 y en ella se emplearon cerca de un centenar de trabajadores. Situada en las inmediaciones de la estación, la cantera fue explotada por RENFE a través de la contrata de “Agromán” primero, y luego “Canteras Huarte”, hasta su cierre en 1988. Todavía hoy queda pendiente la obligada restauración paisajística a la que se comprometió la compañía ferroviaria.
Terminados los trabajos ferroviarios, los canteros se dedican a hacer adoquines y bordillos para el pavimento de calles y plazas del resto de España. Se aprovecha para ello, una vez más, la facilidad de transporte que ofrece el tren, para lo era necesario acarrear la piedra desde las canteras hasta la estación, trabajo que hacían los agricultores en carros de vacas o bueyes, preferentemente. Un ejemplo de la ingente producción de piedra lo encontramos en los anuncios que relacionan vagones de piedra, adoquines y bordillos que han de ser puestos al descargue en la estación de Burgos en 1938 (Diario de Burgos, 2, 7 y 12/10/1938).
Otras muestras significativas son el contrato de diciembre de 1939 suscrito por Miguel Camarero Alonso para suministrar un vagón de bordillos para el Aeródromo de León, y el compromiso para proveer 5 vagones semanales de adoquines para Valladolid.
SABOTAJES Y TIEMPOS DE GUERRA.
Durante la segunda República se especulaba que los explosivos utilizados en las canteras de Mingorría fueron los artefactos empleados en los sabotajes producidos en las vías del ferrocarril. La primera detonación tuvo lugar en abril de 1934, lo que provocó la paralización en la estación del tren especial que conducía a El Escorial a un grupo de afiliados de Acción Popular (partido católico integrado en la confederación de derechas de la CEDA) procedentes de la provincia de Salamanca. Reanudado el tráfico ferroviario los pasajeros llegaron a la concentración a la que se dirigían y escucharon las proclamas de Gil Robles (El Liberal, 24.04.1934).
El 20 de julio de 1936 El Diario de Ávila reseña de forma fantasiosa una inexistente sublevación en Mingorría, pues no pasó de una simple escaramuza y un conato de enfrentamiento con la guardia civil. Se decía que los comunistas del pueblo habían cortado la carretera con carros y troncos, y ocupado la estación del ferrocarril a las órdenes de Moscú con intención de marchar sobre Ávila. Lo único cierto fue que en el altercado murió por accidente “Tío Bartolo”, el turronero del pueblo, y que Ramón Rodríguez, conductor de la fábrica de Chocolates ‘La Mingorriana’, que sacó una sábana blanca de paz y rendición fue fusilado días después.
Otra explosión en la vía de trágicas consecuencias fue la que tuvo lugar el 17 de abril de 1938 en el paraje de ‘Maripedro’, cercano a la estación de Mingorría. Según consta en las actas municipales, en el incidente murió el Delegado Provincial de Orden Público y otras tres personas más, una de ellas el jefe de la brigada de explotación de las canteras mientras manipulaba el explosivo. Por tal motivo, fueron injustamente fusilados Gregorio Pastor Vallejo (factor de la estación), Luis Pardo Trujillo (cantero y contratista) y Ángel Martínez Vázquez (obrero).
A raíz de estos hechos, toda la red ferroviaria del término fue objeto de una rigurosa vigilancia por parte de la Guardia Civil y por vecinos voluntarios, para lo que el Ayuntamiento, en sesión del 24 de abril de 1938, acordó dotar de los medios humanos y materiales necesarios, lo que fue reforzado con la llegada a la estación un destacamento del ejército el 12 de marzo de 1939.
Pasados unos meses, e igual que ocurrió un año antes con la llegada de tropas de fascistas italianos, el sábado 2 de julio de 1938 se detuvo en Mingorría la tercera compañía del «Tercio de Requetés de Nuestra Señora de Montserrat», una unidad militar carlista que se unió al alzamiento nacional, y desde aquí se dirigió a san Esteban de los Patos, donde acampó en las eras. La compañía catalana, formada por un centenar de soldados, estuvo quince días instruyéndose y realizando maniobras tácticas para nuevas acciones de apoyo al ejército franquista en Extremadura. Finalmente, el 15 de julio, el batallón se embarcó en la estación de Mingorría hasta Ávila y desde aquí a Salamanca, escribió en su diario el soldado Salvador Puntí i Puntí.
Al final de la guerra, en mayo de 1939, en Burgos se organizó un viaje en tren especial por la Juventud Obrera Católica para ver el Madrid arruinado por las bombas. El convoy hizo parada en Mingorría, donde unos simpáticos dulzaineros recorrieron los coches tocando diana, a los que se unieron los viajeros con alegres canciones. Ello nos trae a la memoria la figura del músico dulzainero Agapito Marzuela que estuvo desterrado en el molino de Polilo en Pozanco y que venía a pasar revista al cuartel de Mingorría.
La guerra causó muerte, cárcel, depuraciones, confinamientos e inhabilitaciones de muchos vecinos. Como ejemplo de ello, y por su relación con el mundo ferroviario, citamos el caso del maestro Rafael Ruiz Macho, hijo del jefe de la estación de Mingorría, que estudió magisterio en Ávila a la vez que enseñaba las primeras letras a sus convecinos. Fue acusado de auxilio a la rebelión por ser activista de la casa del pueblo, miembro del Izquierda republicana y luchar en el bando republicano. Al finalizar la guerra, fue detenido y condenado a veinte años de cárcel, y nunca pudo ejercer de maestro. Su hijo, Rafael Ruiz Sanchidrián (nac. 1945), fue ingeniero de RENFE, promotor del Tren Murallas de Ávila, director del Museo del Ferrocarril y Director Comercial de Regionales.
CRÓNICA NEGRA.
A lo largo de los 160 años de vida de la estación de Mingorría han sido numerosos los accidentes ocurridos en sus inmediaciones por descarrilamientos, averías, choques, atropellos, muertes, estancamiento por la nieve, incendios, etc. Entre ellos, los más llamativos fueron los que ocasionaron muertes o desgracias personales, y los que tenían causa en asesinatos, peleas, robos o detenciones de los que montaban sin billete en Ávila. En cualquier caso, todos estos sucesos contaron con la implicación bienhechora de los empleados ferroviarios y de los vecinos de Mingorría para paliar dicho infortunios.
El 16 de diciembre de 1889 la guardia civil capturó al autor de las puñaladas inferidas a un contratista de obras a quien robó un reloj y nueve duros, tirándose después del tren antes poco antes de llegar a Mingorría. En 1891, el tren al entrar en agujas se topó con el cadáver del guarda Víctor Jiménez, y el 27 de septiembre de 1897 un pastor murió arrollado de la estación.
En mayo de 1913 un preso se arrojó por la ventana del tren para escapar. En abril de 1915 la caja de caudales de la recaudación de estación de Mingorría fue violentada y robado el dinero había en ella. En 1917 el cantero Ladislao Rodríguez, de 18 años, murió arrollado al intentar subir al tren en marcha. En 1925 muere el fogonero Julián Guerra en un accidente. En 1927 es detenido el guardafrenero Julián Illesca Pérez destinado en Mingorría acusado de varios robos.
En 1928 se arrojaron del tren en marcha Anastasia Quemada, de 61 años, y Petra López, de 23, cuyas graves lesiones son curadas por el médico del pueblo. También en 1928, durante las obras de la doble vía y ensanche realizadas en la estación, se desprendieron varias piedras que golpearon al obrero Domiciano García Portela. En 1934 el tren rápido arrolló un rebaño de ovejas matando algunas y causando heridas al pastor Eugenio Martín, de Escalonilla.
En enero de 1944 el médico de Mingorría tuvo que atender a los pasajeros que sufrieron quemaduras por el incendio de uno de los coches del tren expreso de Galicia. En octubre del mismo año fue denunciado Andrés Escribano, vecino de Adanero, por daños en la vía férrea, igual que lo fueron otros en años sucesivos por tirar piedras al tren.
En agosto de 1953 Justiniano Soto González asesina a Eugenio Garrido Jiménez mientras dormía en el terraplén de la vía próxima a la estación de Mingorría. En julio de 1954 Pablo Burguillo Jiménez, vecino de Tolbaños, se cayó del tren antes de bajarse en Mingorría quedando inconsciente en el terraplén.
Quince días después, un obrero perteneciente a la brigada de Mingorría que trabajaba labrando traviesas en la vía sufrió un accidente al golpearse con la herramienta.
En febrero de 1957 Domingo Palomo Vázquez, cantero de Mingorría metido a ferroviario en Madrid, descubrió en el interior de un vagón de mercancías el crimen de una mujer degollada en la estación de las Peñuelas.
El 17 de agosto de 1957 Marcelina Velayos Jiménez al intentar subir al tren en marcha junto a su hijo y su marido, el cartero del pueblo, cayó bajo las ruedas del tren que la seccionó completamente. En enero de 1960 un camión que acababa de ser cargado de gravilla en la cantera por José Martín Hernández, Gregorio Camarero y Demetrio y Jesús Pindado es arrollado en el paso a nivel, resultando herido José Martín. Otro accidente similar ocurrió en 2023 al ser arrollado un camión cisterna.
En 1964 alcanzó una grandísima difusión y sensacionalismo la crónica negra del llamado «Crimen de Mediana» (DAV 5/04/1968), en cuyo caso fueron condenados Enrique Jurado y Doroteo Méndez por el asesinato el 31 de octubre 1965 de Juan Antonio Adanero del Nogal, vecino de Escalonilla, cuyo cadáver fue colocado en la vía del tren en las inmediaciones de la estación de Mingorría para no dejar rastro.
El 13 de diciembre de 1996 mueren Miguel Arévalo Galán y su hijo al ser arrollado el coche con el que cruzaban el ‘Paso de la Mula’. En septiembre de 1998 un tren de mercancías arrolló a ocho vacas suizas de Ricardo García en el paso a nivel de Mingorría.
En 1977 Cecilio Sánchez vio como un tren se llevó por delante dos burros que habían quedado atascados al cruzar la vía. El 12 de julio de 1990 una mujer de 35 años fallece al ser arrollada por un tren, suceso que se repite en agosto de 2008 cuando otra mujer fenece bajo las ruedas del tren y, una vez más, el 27 de junio de 2020, la desgracia se ceba con otra mujer de 30 años.
ESTACIÓN CULTURAL.
La estación hizo posible que el nombre del pueblo apareciera en todas las guías de viaje, además de convertirse en un espacio mágico para la literatura. Así, el periodista e historiador francés Luis Teste en 1872 anota: «El ferrocarril atraviesa, hacia Mingorría, grandes zanjas abiertas a golpe de dinamita, sigue por elevados y tortuosos terraplenes y por fin llegamos a Ávila».
Igualmente, el abulense de criazón, Jorge Santayana, importante escritor, filósofo y pensador, recuerda con especial emoción: «Cada vez que yendo de París en los años del ochenta y del noventa [del siglo XIX] me advertía la aurora, después de dos noches en tren, que ya estaba llegando a mi destino, me palpitaba el corazón al buscar con la vista los nombres de las últimas estaciones, Arévalo y Mingorría».
En 1907, Galdós para en la línea de Mingorría en la estación de Medina del Campo y se adentra en Moraleja y Blasconuño de Matacabras y Madrigal de las Altas Torres, y sube a un tren imaginario que cruza vertiginoso el paisaje donde los pueblos están anclados en la tierra como en un mar, campos morañegos de trigales salpicados de amapolas y atravesados por arroyuelos humildes.
En este caso, el tren ficticio se convierte en la atalaya simbólica desde la que contemplar la llanura castellana, tal y como se hace en Mingorría desde su estación legendaria. También el poeta Jacinto Herrero, desde Monsalupe, recoge en sus versos el sonido del tren que surca las tierras morañegas.
Azorín, por su parte, solía apoyar sus visiones literarias de los pueblos y lugares en las guías de viajeros de la época, las cuales ilustraba con la perspectiva fugaz que divisaba desde el tren. Así, sin necesidad de visitar y recorrer los lugares, escribió sobre Riofrío, un pueblecito de Ávila y sobre la capital abulense («Una hora de España», 1924), lo mismo que hizo en el cuento titulado Los vascos de Mingorría (1936) en el que «Don Bernardo Echeveste se dirigía a la estación. Ningún viaje de los que por el planeta había hecho le impresionaba más que éste»
Para escribir La sombra del ciprés es alargada (1947) Miguel Delibes hace con frecuencia el trayecto Valladolid-Ávila, en el que Mingorría le advertía de la próxima llegada a la ciudad amurallada. Por su parte, Olegario González de Cardedal y José Manuel Sánchez Caro, importantes pensadores abulenses, escribieron el prólogo del libro Ávila en la literatura (1984), de Benito Hernández Alegre: «Hay que amanecer en Ávila, llegar en tren por Mingorría tras larga noche desde la niebla de Francia o de Inglaterra para quedar sobrecogidos por la luz posando sobre sus torres [de Ávila]».
Otros autores que incorporan la estación de Mingorría a las historias que cuentan son Paul Harrison (La casa del arpa, 2018) y Nieves Álvarez (Vieja amiga oscuridad, 2019-2023), sin olvidar las referencias de otras publicaciones divulgativas (Mingorría, crónicas de un pueblo, 1991; Comediantes, 2002; y Rutas Mágicas por los pueblos del Adaja, 2001).
Por otra parte, el tren fue durante muchos años el medio de transporte más frecuente que utilizaban los cómicos ambulantes que llegaban a Mingorría, quienes contagiaron su arte al factor Marcelo Rodríguez Ferrero, que en el pueblo se hizo director teatral de aficionados, y a Vicente Nieto, ávido lector de textos teatrales de los años treinta y cuarenta.
La música llegó a la estación con la siguiente reseña: «Mingorría. La Rondalla del Aspirantado de Ávila celebra una velada artística en el Teatro ‘Ideal’ de esta villa». En el tren de las siete de la tarde llegaron treinta y seis jóvenes con su consiliario don Jesús Jiménez, siendo recibidos por el señor cura párroco, seminaristas y todo el pueblo» (DAV, 7.06.1954). También los escolares de Ávila se acercaban en tren hasta Mingorría donde visitaban la fábrica de chocolates.
Décadas después, un reguero de gente desembarca en la estación, igual que antaño se veía cada fin de semana, si bien en esta ocasión lo era para asistir a los conciertos musicales que tenían lugar en las fiestas de verano (DAV, 18.08.1981). Igual que el 2 de febrero de 1991, la estación fue tomada por los escolares del CRA Miguel Delibes de Mingorría con destino al Museo del Ferrocarril de Madrid en una interesante jornada educativa dedicada al tren.
Esto mismo hicieron las Águedas el 6 de febrero de 2001 para unirse en Ávila a la fiesta de las mujeres y, paradojas de la historia, fueron ellas las que 23 años después bailaron al son de la dulzaina y el tamboril a modo de homenaje y despedida inexorable de la vieja estación en la mañana del comienzo de su demolición.
FIN.
Con la llegada del nuevo mileno, la estación con su muelle y apartadero y las antiguas viviendas entraron en un alarmante declive y abandono al suprimirse el despacho de billetes y la posterior parada de viajeros. Para evitar su olvido entonces, Adif puso en marcha en 2012 un plan de alquiler y venta de las estaciones en desuso. Con esta medida, se pretendía evitar que las estaciones acabasen en estado de ruina, añadiéndose que con ello «se ofrecían soluciones de vivienda asequible, y se revitalizaba el medio rural, aprovechando el gran valor patrimonial que estos edificios tienen como parte de nuestro legado industrial».
Dicho plan no dio resultado en Mingorría, así que, casi por sorpresa para los vecinos, e ignorando su interés cultural, Adif, con el auxilio der la guardia civil, demolió la estación durante la noche del 7 al 8 de febrero.
De nada sirvieron las justas protestas de la Asociación de vecinos ‘La Tusa’, apoyadas por Ecologistas en Acción, el Comité de Empresa de Adif y la Federación por el patrimonio de Castilla y León, a las que a última hora se sumó el Ayuntamiento que conocía el proyecto desde hacía dos años, pero ya era demasiado tarde.