16 de septiembre de 2024

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De Crónicas

ECOS ABULENSES DEL SILENCIO EN LA NOVELA DE NIEVES ÁLVAREZ

ECOS ABULENSES DEL SILENCIO EN LA NOVELA DE NIEVES ÁLVAREZ
ECOS ABULENSES DEL SILENCIO EN LA NOVELA DE NIEVES ÁLVAREZ
Jesús Mª Sanchidrián Gallego
  • 09 de Febrero de 2024

Ávila y un pueblo innombrado vuelven a ser uno de los personajes emblemáticos de la última novela de Nieves Álvarez Martín, Los sonidos del silencio (Ed. Lastura, 2023, 310 págs.).

El libro ha sido presentado el viernes 9 de febrero en la Librería Letras (19:00 h), con participación de uno mismo, la escritora Clara Martín Muñoz, el cómico Emilio Sánchez Álvarez y la propia autora, bajo la batuta del musicólogo Gustavo Moral Álvarez .

El acto se repetirá al día siguiente sábado en Mingorría con los mismos protagonistas y con Ana Pose, en un periplo que comenzó en Santander y que pasará también por Valencia, Madrid, Valladolid, Segovia, Sevilla y Córdoba.

Con esta obra, Nieves Álvarez cierra con éxito la trilogía «Vieja amiga oscuridad» en la que se incluyen los títulos Alicia en el País de la Alegría (2019) y Vamos a contar mentiras (2021).

En todos ellos, el paisaje natural de ese pueblo cercano que no se cita permanece inmutable, igual que las tradiciones y costumbres y las raíces culturales de sus gentes que siguen presentes en esta tercera novela:

«Soy de aquí, y por muy lejos que me pueda marchar, siempre llevaré este pueblo dentro de mí. Nunca renunciaré a mis orígenes», dice Alicia.

 

En esta última entrega, ambientada en los años sesenta-setenta, Ávila es el destino provinciano de los alumnos becarios de pueblo que fían el futuro al fruto de sus estudios. En esta ocasión, a la cartografía de las dos novelas anteriores se suma la bulliciosa y vibrante capital madrileña, como ciudad de ida y vuelta hasta el mar, anota la autora:

«La historia [de Alicia] comienza en su pueblo y en Ávila, la capital, continúa en Madrid y el desenlace se sitúa en Santander».

Para nuestra protagonista, Madrid es la pasarela a la modernidad del ‘siglo de las luces’ de un mundo cambiante. La vida de Alicia, el alter ego de Nieves Álvarez, cubre en esta etapa el paso de la adolescencia y la juventud hasta la madurez como mujer, en un proceso de continua exploración de sentimientos y de sus propias habilidades y capacidades, siempre mirando al futuro y, a la vez, asumiendo el pasado sin rencor.

Retomando las novelas anteriores, diremos que en Alicia en el país de la alegría, la primera novela, todo el ritual del ciclo vital de las gentes de nuestros pueblos se sucede en multitud de escenas que representan distintos periodos intergeneracionales que componen un mosaico de la sociedad rural de la época.

Estos años de infancia marcaron de por vida la existencia de Alicia, impregnada de su herencia familiar y las condiciones sociales del momento, las cuales también se rememoran con frecuencia en el último libro, sin olvidar que el primero «no era un libro de sentimentalismos vacíos, ni desafectos, sino un libro lleno de optimismo y vitalidad, un libro de amor a esta tierra, un libro de homenaje a nuestros padres y abuelos, un libro de sufrimientos y retos superados, un libro de emociones, en definitiva, el libro del país de la alegría», comentamos entonces.

En una vuelta de tuerca en el tiempo, Nieves Álvarez recupera la memoria de los padres de Alicia en Vamos a contar mentiras, la segunda novela, aunque es la primera en el orden cronológico de la historia.

En la sociedad rural de entonces se palpa la violencia silenciosa, se atisban los malos tratos en el entorno familiar, los abusos y marginación de la mujer.

Aunque es una sociedad caciquil y clerical, hay tiempo para la ternura y los buenos oficios de médicos rurales y maestros de escuela, en contraste con miradas furtivas de vecinos mezquinos y codiciosos.

Al final, los que nunca volvieron de la guerra permanecen en el olvido mientras sus viudas y huérfanos esperan algún milagro. Entremedias, la historia de los padres Juan y María discurre empapada de dolor y amor.

Ellos se casaron en una parada de clemencia hecha en el campo de concentración de Martiherrero donde él estaba preso y ella esperaba un hijo.

Ahora, en Los sonidos del silencio se abre para Alicia una nueva etapa llena de cambios. Antes de nada, la autora advierte:

«Alicia no soy yo, pero sus padres sí fueron mis padres». Las dos, Alicia y Nieves, son ejemplo de tesón en el estudio y perseverancia y esfuerzo de constante superación: «Las cosas hay que conseguirla por uno mismo, no pidiendo favores a nadie, los favores se pagan más pronto o más tarde».

No es esta una novela histórica, dice la autora, aunque lo que narra forma parte de la historia de España y le sucedió a ella, a alguien de su entorno o a algún compañero o amigo, se trata de «una historia de ficción basada en hechos reales.

Todo lo que en ella se cuenta sucedió de verdad a alguien en algún momento... Identificar los sucesos históricos, valorarlos, comprobar de qué manera nos afectaron, hacer pensar. Esos son los objetivos de mis novelas».

En los nuevos horizontes que se abren para Alicia después de la pubertad, se suceden experiencias con las que irá llenando su mochila vital y cultural con bolsillos dedicados al estudio, las letras, las ciencias, el arte, la política, el amor y la sexualidad, la música, el compromiso social y el voluntariado, entre otras cargas.

De ahí también el título de la novela, Los sonidos del silencio, tomado de la canción de Paul Simon que simboliza la lucha contra los fanatismos, el odio y la violencia, como destaca Juan Ramón Barat en el prólogo.

En este transitar, la cabeza de Alicia es un torbellino de ideas y pensamientos, los cuales van poco a poco fraguando, su personalidad y vocación, tal y como va anotando en su diario: «Sólo sé que no sé nada» (Sócrates). «Pienso luego existo» (Descartes).

 

«Todo pasa y todo queda…» (Antonio Machado). «Aquellos que educan bien a los niños deberán ser más honrados que los que los producen. Los padres solo les dan la vida; los maestros, el arte de vivir bien» (Aristóteles).

«Los grandes egoístas son el plantel de los grandes malvados» (Concepción Arenal). «Frecuentemente hay más que aprender de las preguntas inesperadas de un niño que de los discursos de un hombre» (John Locke).

«Los hombres son como el vino. Algunos se convierten en vinagre, pero los mejores ganan con el tiempo» (Angelo Giuseppe Roncali, Juan XXIII).

Con las remembranzas de su diario, Alicia acumula un «bagaje de emociones, sentimientos, realidades, fracasos y éxitos que serán un tesoro».

Y no olvida que todo cuanto sucede en la novela rebosa de referencias constantes hacia la familia y su tierra: «Yo siempre tengo presente nuestro pueblo, nuestra familia, de donde vengo. La memoria de este lugar, estoy segura, no se me olvidará nunca».

En otro lugar añade: «Procedo de una familia humilde, sé de dónde vengo y eso me acompañará toda la vida. Les debo a mis padres y a mi hermana lo que soy y lo que pueda llegar a ser».

De la misma forma, también se cruzan en la novela otros personajes y protagonistas que acumulan vivencias de la memoria colectiva de aquellos años, donde sobrevuela «el amor, el deseo de mejorar, la necesidad de saber, la pasión por la lectura», dice la autora.

Alicia, igual que Nieves, gracias al buen hacer de los maestros de escuela de su pueblo, cursa el bachiller elemental en Las Teresianas, una institución que se asentó en Ávila en 1919, primero como Academia de Santa Teresa y luego como colegio hasta su cierre en 1974, año en el que pasó a ser la actual residencia universitaria femenina y Centro Cultural Miravalle.

Allí fue una excelente estudiante obsesionada por las buenas notas que le garantizaban su condición de becaria.

Después del bachillerato, el siguiente sueño de Alicia era hacerse maestra:

«Si se sueña puede hacerse realidad» De su paso por la Escuela Normal o de Magisterio de Ávila recuerda a los profesores de Pedagogía, Matemáticas, Dibujo, Música, Francés y Formación en el Espíritu Nacional.

Luego hizo el Servicio Social, la ‘mili’ de las mujeres, en el Castillo de las Navas del Marqués, impartido por la Sección Femenina, donde fue jefa de campamento y se oía el himno ‘miliciano’ del Cara al sol. Por fin obtuvo el título de maestra y finalizó el tiempo de convivencia con las teresianas de las que se despide con añoranza:

«A pesar de todo, no podré olvidar el colegio, ni lo bueno ni lo malo que he vivido entre estos muros».

Con el flamante título de maestra, Alicia rememora su primer destino en un pueblo de Ávila, de igual forma que Nieves lo hizo en Viñegra de Moraña:

«Era un pueblo pequeño, / una escuela pequeña, / una vida pequeña, / y unos grandes deseos / de enseñar y aprende…». De esta experiencia educativa, la autora recoge la voz de los vecinos:

«En el pueblo hablan maravillas, las cosas que hizo con los niños, la ayuda que daba a los vecinos para hacer gestiones… el teatro, los poemas, todo».

El libro de cabecera de Alicia fue entonces Gramática de la fantasía, Introducción al arte de contar historias, y más concretamente el poema de la Oreja verde, de Gianni Rodari:

«Se convirtió en mi libro fetiche. Apliqué sus técnicas siempre que me dejaron en las prácticas que realicé como maestra».

Dejando atrás el magisterio, Alicia ingresa en la Universidad Complutense para estudiar medicina, gracias a una beca salario gestionada por su tutora en Las Teresianas de Ávila, con lo que se ve transportada a otro planeta:

«Lo pensaba realmente y me parecía increíble que que yo estuviese allí, estudiando en la Facultad de Medicina. Yo, una niña de pueblo, una niña nacida muerta en una familia humilde, una pobre niña pobre».

Con este ánimo e inusitada ilusión, Alicia aterrizó en su nuevo destino: «Llegué a Madrid con la cabeza llena de ideas, el corazón rebosante de sensaciones y el firme propósito de organizar mi vida durante los próximos años en la capital: el estudio, la participación, el voluntariado, el teatro, la lectura, el trabajo.

Me propuse, incluso, descubrir lo que realmente estaba pasando en mi país».

Y aquí descubrió que «el campus era un hervidero de chicos y chicas hablando, riendo, leyendo, escribiendo, bailando… El tiempo no podía ser mejor y cualquier espacio, al aire libre, se convertía en una tertulia improvisada. Grupos homogéneos, mixtos, parejas».

Y ante la nueva experiencia escribe: «La vida en la universidad es una rueda que gira y gira, que me envuelve, me persigue, me atropella y me impide respirar, pero es una maravilla poder vivir esta vorágine deliciosa».

En la construcción de una memoria colectiva de una época con la participación de los personajes que se cruzan en la vida de Alicia, figuran músicas y lecturas cautivadoras de aquella generación, las cuales se descubren entre líneas por nuestra protagonista.

Entre los nombres que sobresalen están el músico de jazz Tete Montoliu y el cantautor Joan Manuel Serrat, como avance de otros tantos estilos que sorprenden a Alicia. Antes solo conocía las canciones de los bailes de su pueblo.

Ese baile en el que «algunos chicos nos pedían el favor y se lo concedíamos, pero solo una vuelta», a la vez que sonaban Manolo Escobar, Juanito Valderrama, Julio Iglesias y Rafael Farina, y en el que, a lo sumo, los jóvenes marcaban el ritmo de la yenka y el twist, lo cual servía cotilleo a las mujeres en los lavaderos de La Tusa.

También el teatro, del que su padre era un aficionado comediante, entró a formar parte del acervo cultural de Alicia. Todavía recuerda el impacto de la obra Las criadas, de Jean Genet, y otra de Bertolt Brech, a la vez que conoce el buen hacer de Francisco Nieva que alaban sus alumnos.

Entre las lecturas que se intercambian los personajes de la novela, Alicia empieza a componer su particular biblioteca partiendo de los recuerdos de infancia:

«Desde muy pequeña he sido una niña curiosa, alegre, inconformista, mi capacidad de asombro parecía no tener fin. Lo observaba todo, lo analizaba todo, lo quería saber todo. Mi mundo eran los libros, la familia y un paisaje de cantos y santos. Ávila y las murallas, los misterios, las incertidumbres».

En un principio, el libro mejor ajustado a su temperamento, al decir de su madre, era Antoñita la fantástica, de Boritas Casas, y recuerda que «cuando era pequeña, en el pueblo hubo una librería para descambiar que también guardaba libros prohibidos».

Ahora, aparte de los libros de medicina que adquiere en La Felilpa de la calle de los Libreros donde La Felipa los vendía de segunda mano, se familiariza con El libro rojo, de Mao Zedong, lo mismo que una amiga le recomienda La sexualidad humana, de Master& Johnson, y La función del orgasmo, de Wilhelm Reich, a la vez que disfruta con Juan Salvador Gaviota, de Richard Bach y Alicia en el país de las maravillas, de Lewis Caroll.

Por último, en su viaje al norte lleva consigo Una aldea de la China popular, de Jan Myrdal, El desierto de los tártaros, de Dino Buzzati, El Amante de lady Chatterley, D. H. Lawrence y el El libro negro, Giovanni Papini.

De la vida en Madrid, Alicia describe su paso por una pensión, un piso compartido y una habitación alquilada, donde su espacio habitacional se parecía a las historietas de La rue del Percebe, de Francisco Ibáñez.

Y es que los colegios mayores resultaban muy caros, lo que no impedía disfrutar de sus actividades culturales.

Antes se había enamorado del CMU Moncloa, en cuyo jardines había expuesto Chillida y algunos de sus colegiales, como Carlos Bousoño, participaron en tertulias poéticas con Vicente Aleixandre.

En verdad, dice, «los colegios mayores de Madrid, eran, normalmente, un lugar de encuentro de estudiantes. Los más cocnurridos, sin duda, el san Juan Evangelista [el Johny] o el Chaminade [el Chami], se llevaban la palma con recitales, conciertos, mesas redondas, debates, activismo en general. Progresistas y comprometidos con las causas estudiantiles».

Aparte del alojamiento, la comida es otra de las preocupaciones de los estudiantes, quienes se mantienen con bocadillos y comidas esporádicos en los comedores universitarios.

De ahí que Alicia evoque en su relato algunos momentos de las comidas y dulces de su casa a base de sopas de ajo, alubias con chorizo, jamón, croquetas, tortilla de patata, filetes rusos con tomate para el viaje, codornices en escabeche, chocolate con bizcochos de soletilla, bollos del portillo, churros de la vecina, ‘pijama’ de postre, y bambas de crema de Iselma que «saben a amor de madre», igual que sus guisos, dulces, retorcidos, flores, rosquillas y pastas. Qué apetitosas esas viandas de chorizo, morcilla, patatas y huevos cocidos, y pan de pueblo que degustan los viajeros en tren. No olvida Alicia el banquete de boda de una amiga en Los Cuatro Postes de Ávila, ni los momentos del casamiento de la hermana en San Vicente o el bautizo del sobrino.

No todo en la aventura madrileña es ensueño y fantasía, ilusión o quimera. También hay momentos de desasosiego por las redas policiales entre estudiantes donde Alicia fue detenida:

«El tiempo, el espacio, los exámenes, los experimentos, el amor y el desamor, la intranquilidad, el crecimiento de mi sobrino, la lealtad y el conflicto. La vida pasando de manera desordenada y rebelde, las decisiones acertadas y erróneas, la curiosidad, todo me llevó a un torbellino de ideas y sensaciones que no me dejaban en paz».

Entre los sucesos y cambios sociales, políticos y culturales producidos en España en la década de los setenta, Alicia rememora la influencia del Mayo del 68, el atentado de Carrero Blanco (1973), la muerte de Franco (1975), el nombramiento de Suárez como presidente (1976), el asesinato de Arturo Ruiz por los Guerrilleros de Cristo rey (1977), etc., así como su protagonismo en las manifestaciones y detenciones de universitarios a quienes defiende Cristina Almeida, lo que relaciona con lo sucedido en su pueblo:

«Unos jóvenes, en las fiestas quemaron la bandera nacional y fueron detenidos. Todo el pueblo se manifestó en contra de tal detención, en una manifestación silenciosa, con cirios encendidos como si fuera una procesión».

Los hechos ocurrieron en Mingorríra y la noticia fue publicada en El Diario de Ávila el 18 de agosto de 1977.

Al mismo tiempo, Alicia, y también Nieves, sufre por las penurias de su padre cantero, engañado por los contratistas que pereció de silicosis, padece injustamente la sombra de su padre que estuvo preso como impedimento en la obtención del pasaporte, llora por la muerte de su hermano muerto en accidente, se siente abatida por el fallecimiento de su madre y piensa:

 

«La muerte y la vida se alternan, se suceden, se relacionan. Cuando nacemos solo tenemos una certeza: vamos a morir».

 

Transcurren los años, y Alicia medita:

 

«El paso del tiempo es inexorable: nos busca, nos encuentra, pasa por nosotros, nos derrota y continúa su camino. Lo más importante es saber que nuestro tiempo es finito, y ser capaces de emplearlo de la mejor manera posible».

 

En las idas y venidas a Ávila y Madrid de Alicia, también de Nieves, se suceden alegrías e infortunios, y siempre rondando las cosas de casa, donde la familia regenta un bar, las mujeres hacen guantes, el frío se calma con el brasero de cisco que vendía el tío cisquero y las mantas de Palencia que traía el tío pañero, los novios se quieren en el berrocal del Cristo, las películas y series del teleclub entretienen a los vecinos, las fiestas se celebran con inusitado alboroto, la patrona Nuestra Señora del Rosario tiene a su madre como la mayor devocionaria, la Virgen se pasea de casa en casa en una capillita, ver pasar los trenes es motivo de los paseos habituales, la centralita de teléfono es un inestimable medio de comunicación, y los misterios se guardan en un caja de membrillo, igual que conserva la colcha regalo de la comadrona que la salvó la vida al nacer.

 

Al final, en cada despedida, al dejar atrás el paisaje eterno de «el Cristo, el Canto del bollo, Rogallinas, la ermita y el berraco de la Virgen, comprendí que comenzaba una nueva etapa», dice nuestra protagonista.

De nuevo en Madrid, Alicia alterna las vacaciones con trabajos esporádicos como encuestadora, contadora de gintonic en una discoteca y publicista:

 

«¡Ay!, la publicidad, una forma de jugar con nuestras emociones, con nuestros sentimientos, con nuestros deseos de ser personas».

 

Es mismo verano en atención a sus paisanos dirigió un taller de consumo: «Me encantó impartir un curso en mi pueblo con mujeres… Todas disfrutamos, reímos, trabajamos y comprendimos la importancia de analizar lo que vemos, lo que nos ofrecen los anuncios, lo que compramos».

 

Siguió una charla pública «que versó sobre publicidad y sobre las técnicas que utilizan los supermercados para guiar nuestras compras. Mis objetivos: provocar el debate y conseguir que hablasen también los hombres.

 

Y hablaron», siendo inevitable entre el público un recuerdo hacia el padre y el hermano muertos. Con ello, hizo bueno que «eso de que nadie es profeta en su pueblo es una mentira como una casa. Yo no quería ser profeta, pero sí devolver mi pueblo algo de lo mucho que me ha dado a mí: una familia estupenda, una identidad clara y una pertenencia a una clase social que obligaría siempre a defender a quienes tienen menos».

 

De los últimos años en Madrid, Alicia recuerda:

 

«los acontecimientos se amontonaron en mi memoria, se aglutinan, se estiran, se encogen, se mezclan con la vida diaria, con los avatares para seguir resistiendo, con las vivencias en Malasaña [al lado de Ana Rossetti] y el Pozo [del padre Llanos], con el teatro, las investigaciones, los lugares, las emociones, los espejismos amorosos, la idea de que nada era como me parecía, todo cambiaba ante mis ojos como si estuviese viviendo en un lugar irreal».

 

Finalmente, con el flamante título de medicina, Alicia se despide de su pueblo, «quería vivir junto al mar», y hace realidad la promesa de su niñez: «algún día tomaría uno de esos trenes que iban hacia el norte».

Y Nieves apunta: «soy una amapola trasplantada al mar». En Santander encontró el amor de su vida y termina la historia: «Ese mismo día decidimos no separarnos nunca más. Lucharíamos juntos por construir un mundo mejor».

 

ACTIVISMO CULTURAL EN ÁVILA.

 

Nieves Álvarez Martín, nació en Mingorría en 1949 y se hizo maestra en Ávila, donde dio clases en Las Teresianas y La Milagrosa, luego para los para emigrantes en Alemania y después en las escuelas de Casavieja y Viñegra de Moraña, hasta que en 1974 se asentó en Cantabria.

 

Ejerció de profesora, pedagoga, educadora, activista defensora de los consumidores como Directora de la Escuela Europea de Consumidores (1998-2009), viajera infatigable, escritora compulsiva y comprometida, conferenciante.

Además, es autora de más de doscientas publicaciones y materiales didácticos multimedia, ferviente lectora, escritora, artista plástica y, sobre todo, una poetisa apasionada.

 

Ha colaborado en revistas educativas y literarias, dirigido programas de radio y televisión, ha obtenido 15 premios literarios y otros tantos profesionales, ha participado en obras literarias colectivas y ha coordinado publicaciones, investigaciones y actos artísticos y poéticos.

 

Ahora, de tan amplia trayectoria, nos detenemos en las últimas de sus creaciones e intervenciones que tuvieron lugar en su pueblo y en la ciudad de Ávila. Empezando por Mingorría, su tierra natal, apuntamos que colaboró con los versos de su libro Desde mis manos vegetales (1982) y la obra teatral Colorilandia (1986) en la revista cultural ‘Piedra Caballera’; impartió un curso de consumo (1991); compuso poemas para la exposición Trenes de cercanías, sobre el atentado del 11M (2005); celebró el día del libro con una selección de sus escritos (2006); declamó una selección poética del libro Los últimos secretos de la voz (2012); intervino en el encuentro de quintos de 1949 con un poema heroico dedicado al pueblo donde nació (2014):

 

«Una vez tuve un pueblo como éste. / Un pueblo con veredas y montañas, / con personas, con ríos y animales, / con nieve en el invierno; y en las parvas / calor cada verano. ¡Ay, trillar!, / en un grito la voz se me desgarra».

Años después, escenificó en dos monólogos y un recital poético La vida en tres actos (2016). Por último, en 2019 compartió con sus paisanos la novela Alicia en el país de la alegría.

 

De la misma manera, en la capital abulense participó en 2011 en el Ciclo de Literatura celebrado el aula José Hierro con Palabras de interperie: «La muchacha / de los ojos azules / estudiaba un examen / en los trenes de marzo».

 

En 2012 ilustró la exposición ‘En el margen de la luz’, de Miguel Ángel García, con Poemas para una fotografía. Y en 2014 presentó el poemario Desde todos los nombres (Abecedario del olvido), dedicado a su padre, Juan Santos Álvarez, quien estuvo nueve años en campos de trabajo y de concentración franquistas: «A veces, / abro el cajón de arriba de la cómoda. / En él siguen durmiendo aquellas sábanas / (ésas que tú bordaste de pequeña) / y unos versos de amor / con el arrullo de tus recitales / los viernes por la noche /y los sábados, antes de cenar».

Igualmente, participó en la Ronda Poética en la Muralla de Ávila en homenaje a Luis Cernuda (2013) y a Teresa de Jesús (2015), y también en la edición ambientada en ‘El vuelo de los vencejos’ (2019). En 2015, sobre la santa de Ávila expuso en Santander Teresa. Erótica de la luz.

 

En 2016, concurre al Premio Fray Luis de León de Madrigal de las Altas Torres obteniendo una mención de honor por su madrigal ‘Sabiéndote’: «No sabes que lo sé. / Yo sé que lo he sabido / mirándote pasar por mi ventana. / Dulce rayo de sol, / voz blanca de una nana / que refleja su luz en un latido». Este mismo año, Pronisa publica el libro Certezas, en el cual se incluye su relato ‘Paisajes’: «Es casi la hora. Amanece. Por la ventana se cuelan los primeros rayos del Sol que me dan en la cara».

 

En 2019, presenta Alicia en el país de la alegría en el Episcopio y en la Librería Senén en la Feria del Libro. En 2021, Ávila vuelve a ser el lugar elegido para presentar al público su segunda novela, Vamos a contar mentiras. Por último, en 2022, participa con el relato ‘La maestra’ en el libro Contamos todas. Veintinueve narradoras de cuento de Castilla y León que se presenta en la Librería Letras.

 

Par terminar, añadimos que es miembro de Genialogías (Asociación de mujeres poetas) y de MAV (Mujeres en las Artes Visuales). Otros de sus poemarios son “Tremor de polvo rojo” (2018), “Con-finada” (2020), “Cercana lejanía/ Closer Farnes (2020), “Con-fin-ada (2020) y “Voz dormida” (2023).

Entre sus últimas investigaciones sobresalen “Descubrir lo que se sabe. Estudio de género en 48 premios de poesía” (2017). Y entre las exposiciones relacionadas con la discriminación de las mujeres y la violencia machista figuran “Ponte en mi piel” (2016), “100x27 Mujeres sin sombrero” (2018) y “Mira desde mis ojos” (2018), a las que suma las últimas instalaciones poéticas “Donde queda la huella”, (2022), “Mañana es ahora” (2023) y “Tempus fugit” (2023).