José Luis Alfayate Martín (Ávila, 19/02/1935 – Ávila, 7/06/2023) se nos ha ido dejándonos el siguiente epitafio de cómico entregado:
«Es nuestro consejo ‘estar siempre unidos’, pues nuestro deseo se basa en el amor y todos los hombres en uno fundidos para darle al mundo la fe y el perdón. ¡Señoras! ¡Señores! ¡Así fue la función!... (Dando varios giros por la pista; van haciendo mutis por el foro, mientras cae el telón). FIN».
Él fue la sonrisa de Ávila durante décadas, al mismo tiempo que juglar y comediante. La trayectoria artística de José Luis Alfayate se recuerda en las numerosas actuaciones y recreaciones dramáticas de otras tantas obras y monólogos con que nos divirtió y aleccionó en su extensa y dilatada actividad cómica de más de medio siglo como aventurero solista del entretenimiento y el humor, o formando pareja con otros amigos de comedia como Amancio Gil, Pacorro o Fidel Sáez.
Ejerció su oficio de aficionado con absorta dedicación, ocupándose también de la dirección y la escritura, y fue teatrero ambulante con el grupo Jufra (luego Jufran), siguiendo la estela renacentista de los cómicos de la legua, esparciendo por nuestros pueblos entretenimiento y diversión, también cultura y saberes, incluso, a veces, pensamiento crítico en ironías y sátiras, como hacían los universitarios de La Barraca y las Misiones pedagógicas.
Su principal campo de acción fue Ávila, capital y provincia, pueblos y aldeas, haciéndolo en los más variados tablados ubicados en calles y plazas, parroquias, residencias de tercera edad, centros culturales, salones municipales, recintos palaciegos y castillos, jardines, corralas y colegios mayores, etc. También en teatros de Ávila, Segovia, Madrid, Valladolid y escenarios de certámenes varios.
En esta tarea participó en los más ocurrentes eventos, programas, festivales, galas de todo tipo, fiestas patronales, funciones, certámenes, concursos, y celebraciones. Más de ochenta son las localidades que lleva recorridas el grupo Jufran, cuentan sus miembros.
Todo lo apunta José Luis Alfayate por boca de Domingo del Prado (Gentes de Ávila, 1994), lo escribe en Ávila sonríe (Impr. Grafi, 3, 1999), nos lo recuerda en Comediantes, crónica teatral de un pueblo (“Piedra Caballera”, Mingorría, 2002), y lo cuenta en una entrevista con Ester Bueno (Diario de Ávila, 30/01/2023).
Aparte de cuanto nos enseñó en cada una de las obras de las que es autor, director y/o actor, así como en su faceta de voluntario comprometido que ejerció en la diócesis abulense. Más aún, su afición, que no profesión, la ejerció compaginándola con una rica vida familiar y su trabajo como empleado del Banco Central, puesto al que accedió como botones a los dieciséis años, y desde cuya sede en el Mercado Grande veía pasar toda la vida abulense como en el gran teatro del mundo”.
PAYASO Y CÓMICO.
Años después de la muerte de su padre, ocurrida cuando contaba cuatro años, el mundo del circo le atrajo sobremanera contó a Ester Bueno: «Un día, tendría yo seis o siete años, apareció en San Vicente un circo ambulante... todo lo que vi allí me cautivó, los payasos, esos personajes que eran como niños torpes y divertidos, el clown blanco con su traje de lentejuelas brillantes, la música, los chistes, salí contagiado de esa magia que percibí en el circo, un mundo distinto al que conocía».
Como aprendiz de actor cómico empezó a representar sus primeros papelillos en el grupo de teatro de la Juventud Antoniana, el artístico de la OJE y el de la Academia Sindical. Más tarde siguió actuando en obras que promovía el Frente de juventudes, después en Educación y Descanso, en “La Farsa”, en Radio Ávila y, finalmente, en Jufran. A partir de entonces, la gracia del titiritero y el animoso bufón le poseyó y abdujo hasta sus últimos días, de ahí su querencia por el personaje payaso:
«Recuerdo con especial cariño una obra pequeña que escribí y que titulé como El payaso amigo de Cristo que he representado en distintos espacios, siguiendo con esa impronta que el Circo me dejó ya desde mi infancia.
En ella trato de representar los valores cristianos desde un punto de vista humano, emotivo y crítico también». Aspecto éste de la personalidad de Josele que ha sido destacada por la diócesis (www. diocesisdeavila.com) y por Israel Muñoz (DAV 8/06/2023), con especial atención a su carácter afable y jovial, y su dedicación y colaboración pastoral con el obispado y la parroquia de Santiago. Con su característico aspecto bromista y chistoso, Josele hacía gala de su particular humor contagioso que alternaba con papeles dramáticos y personajes de “varietés”.
En tal estado le caricaturizó Domingo del Prado, como un arlequín, ese antiguo personaje de la comedia del arte italiana tejedor de sencillas tramas que se representaban por pueblos y aldeas. Tan acertada fue la caricatura que ilustraba la descripción ingeniosa y desenfada de su trayectoria teatral, que el propio Alfayate lo reseñaba en su biografía como uno de sus méritos.
Al mismo tiempo, los guiones de sus divertidos espectáculos quiso compartirlos en el libro Ávila sonríe:
«Este libro, solo pretende divertir y entretener, con un variado y variopinto material humorístico, a base de entrevistas, noticias, guiones, poesía y parodias». El libro, abulense de la risa, ilustrado con dibujos y viñetas del propio Alfayate que firmaba como Alfa, está dedicado a los compañeros de fatiga con los que formó pareja en una primera etapa de su carrera cómica:
«Deseo dedicar este trabajo, con mi admiración y cariño a estos grandes cómicos abulenses, Amancio Gil, Francisco González y Fidel Sáez, con los que tuve la gratificante experiencia de formar pareja humorística con los nombres artísticos de “Los Atómicos”, Josele y Pacorro y Josele y Fidelín, con los cuales, y utilizando alguno de estos guiones, conseguimos llevar por los pueblos y ciudades el humor arrancando la sonrisa, haciendo felices a varias generaciones de abulenses».
El recuerdo de aquella experiencia juvenil de “Los Atómicos”, campeones del concurso de artistas de noveles de Radio Ávila, fue el motivo del homenaje rendido a su “partenaire” Amncio Gil en 2002 con participación del hijo de éste haciendo pareja con Alfayate (DAV 2-4/03/2002).
Pacorro, por su parte, formó el grupo “Gala abulense”, con el que recorrió escenarios con los guiones y chistes de su etapa con Josele, mientras que Fidel Sáez, Fidelín, se unió más tarde, en los años setenta, al grupo Jufra, del que se había hecho cargo el propio Alfayate en 1968.
AUTOR, ACTOR Y DIRECTOR DRAMÁTICO.
Todo empezó en la infancia: «Desde muy niño se despertó en él la afición por el arte de Talía, debutando como actor a los diez años en un teatro portátil instalado en Ávila y donde se representaban comedias y cuentos infantiles», dice de sí mismo en tercera persona, siendo ahí donde se vio cautivado por Caperucita, Pinocho, el Gato con botas, Blancanieves, etc. A los quince años escribe su primera comedia El enigma, mientras estudia en la Escuela Formación Profesional.
En su etapa del servicio militar escribe los guiones del grupo “Los Atómicos”, lo mismo que hace después para los espectáculos donde actúa con Pacorro y Fidelín, los cuales se recogen en su libro Ávila sonríe. Sin embargo, su máxima creatividad se produce cuando aterriza en la feligresía franciscana del convento de San Antonio, donde dirigirá el grupo de teatro parroquial que acababa de poner en escena el sainete Mañanitas al sol, de los hermanos Quintero, del que formaban parte, entre otros, Enrique Mateos, Miguel Ángel Hernández, Antonio Burgos y Rafi García, miembros que siguen en activo. Sobre la incorporación de Alfayate, cuenta él mismo a Ester Bueno:
«Tenía 29 años cuando comencé a dirigir Jufran y también a escribir obras para ser representadas por la compañía. Estuve al frente de Jufran durante 35 años, toda una vida de emociones alrededor del teatro y todo lo que conlleva ese mundo. Fui actor, director y escritor, tocando todas las aristas del mundo teatral. En este periodo escribí seis obras [en realidad fueron bastantes más], todas representadas en diferentes lugares, todas con una trayectoria».
Como cuentista, en 1971, con el título Sucedió en Navidad gana el certamen de “Cuentos Navideños" organizado por la Jefatura Provincial del Movimiento de Ávila. En 1973 participa en el “Concurso de Cuentos del Diario Regional de Valladolid” con El Niño Sentía Frío, siendo finalista entre 119 autores de España y del extranjero, igual que lo fue en el Concurso internacional de Lerma (Burgos).
En su faceta de poeta, dice: «en un certamen en Castilla y León, conseguí el tercer premio en un encuentro del Club de los 60 entre 235 poemas».
Ya como autor dramático, escribió y estrenó con el grupo Jufran las obras tituladas La Función (1974), sobre las pasiones y defectos del ser humano; El Final Provocado (1975), una obra futurista ante un escape nuclear; Esa Juventud Rebelde (1976), donde se adentra en el problema de las drogas; De Profesión Altruista (1980), que trata de la grandeza del ser humano; y ¡Oh! Mi Ciudad (1982), que nos ilustra sobre los conflictos familiares entre distintas clases sociales. Otros títulos que escribió fueron Vamos al Circo (1994); El Santo de Padua (1996), de temática religiosa; la comedia Dos Okupas en mi Sopa (1998); y La Luz Resplandeciente de Alcántara (1999), dedicada a san Pedro de Alcántara.
Y a ellas se suman obras infantiles escritas para el grupo Jufrantil:
El tesoro más valioso, La Navidad de Tinín, Dartacán y los extraterrestres alucinantes y Dartacán y los arlequines pillines. Además, suyos son los arreglos y textos de quince leyendas de Ávila a partir de los argumentos de José Belmonte, las cuales fueron representadas por el grupo Jufran en la “Ronda de las Leyendas” de la capital entre 1998-2002.
Finalmente, a ello hay que sumar las intervenciones como extra junto a sus compañeros de Jufran en series y películas como Castillo Interior, La pasión turca, La mentira tiene cabellos rojos, Acto de posesión y Extramuros. Por otro lado, en su faceta de director y actor, intervino en casi medio centenar de obras. A los 23 años interpretó a Mariano en Cuñada viene de cuña, obteniendo el premio al mejor actor cómico en el Trofeo del Duero.
Su carrera ya no para, le cuenta a Domingo del Prado, y se integra en grupos locales de jóvenes como “Talía” y “La Farsa” a la vez que conoce a Carmen, «su compañera de reparto en la vida real, y con la que representa la obra La Familia, un resonante éxito entre sus hijos» (José Luis, Ana, Marta y Cristina).
La abundante producción teatral de Alfayate con el grupo Jufran ofrece un extraordinario repertorio que a las obras citadas hasta ahora suma:
Jaque a la juventud, Seis personajes en busca de autor, El agua en las manos, La tienda, Historia de un pechicidio, Juegos de invierno, Balada de los tres inocentes, Cuidado con las personas formales, Una casa de líos, La ratonera, Don Armando Gresca, Los Pelópidas, El llanto de Ulises, Maribel y la extraña familia, La venganza de Don Mendo, No le busques las tres piernas al alcalde, Historia de un adulterio, Anillos para una dama, No somos ni Romeo no Julieta, Dos okupas en mi sopa, La Zapatera Prodigiosa, y De cómo Antoñito López, natural de Játiva, subió a los cielos.
De algunas de estas obras nos ocuparemos brevemente, pues su conjunto, más las que ha representado al día de la fecha el grupo Jufran, bien merecería un estudio aparte sobre este tipo de teatro y su influencia y penetración en la sociedad abulense durante los cincuenta y cinco años que lleva activo. En cuanto a los personajes, Alfayate recordaba especialmente su interpretación en la obra La huella del grupo “Talía” que dirigía José Antonio Prieto Adanero, así como el papel de Moncada en La venganza de don Mendo.
Entre los reconocimientos, Josele destacaba la distinción concedida en 1973 por la Institución Gran Duque de Alba y el homenaje recibido junto a Fidel Sáez en Ávila en 1996. Igualmente, lucía con orgullo el premio como mejor director concedido en el XIV Certamen de Teatro para Aficionados de Vitigudino (Salamanca) de 2001, por la obra Anillos para una dama, de Antonio Gala, al que se sumó el premio como mejor compañía concedido a Jufran por esa misma representación y el premio como mejor actriz concedido a Lourdes Sánchez, galardón al que se añaden las nominaciones como mejor director en certámenes de Arévalo (Ávila) y Benavente (Zamora). Sobre esta trayectoria, dice Alfayate a Ester Bueno:
«He disfrutado mucho de humorista, como actor también, en todas las ocasiones que me subía al escenario. Me he sentido arropado por un público que me quería y quería al grupo, que seguía y valoraba lo que hacíamos. Me sentía útil, nos sentíamos parte de una sociedad que nos necesitaba y a la que necesitábamos. Me quedo con grandes amigos, con el descubrimiento del teatro como forma de vivir la vida con intensidad, y con la convicción de haber contribuido a hacer del teatro algo apreciado y admirado en nuestra ciudad».
SOBRE ALGUNAS OBRAS.
Entre el amplio abanico escenográfico desarrollado por el grupo Jufran bajo la dirección de José Luis Alfayate nos detenemos en algunas de las obras representadas, las cuales tuvimos oportunidad de presenciar y fotografiar en la sala de teatro “Las Pozas” de Mingorría, donde Josele tiene parte de su herencia familiar (Comediantes. Crónica teatral de un pueblo, 2002).
Aparte de que otros destacados miembros de Jufran, como José Antonio Jiménez y Juan José Severo, se ocuparon en esta localidad de dirigir el grupo infantil “Miguel Delibes”. Lo mismo que de este pueblo salieron alumnos aventajados que hoy forman parte del cuadro de actores de Jufran, como son Emilio Sánchez y Luis Alberto Pindado.
Así, ahora nos detenemos en obras de Adrián Ortega, Alfonso Paso, Pedro Mario Herrero, Muñoz Seca, Mihura y Lorca, lo que nos da idea de la versatilidad temática y de tendencias abordadas, así como el ideario que subyace en las distintas representaciones.
Repasando entonces dicho repertorio, nos encontramos un divertido ejemplo del teatro vodevilesco de los años de la posguerra en Don Armando Gresca, de Adrián Ortega, dándose la circunstancia de que su estreno en Madrid en 1951 fue protagonizado por el actor y empresario José Alfayate, pariente de nuestro Josele. Sobre la representación de Jufran en 1991, Alfayate apuntó:
«El grupo, consciente de que el pueblo recupere la alegría tan deteriorada por los acontecimientos cotidianos que eclipsan nuestro sentido del humor, ha optado por programar este tipo de teatro popular, advertidos por propia experiencia, de que esta manifestación cultural es agradecida por un público que busca en ella la evasión de traumas y problemas diarios como algo vital que ilumina el oscuro panorama que nos rodea».
Con la misma idea se pusieron en escena las obras de Alfonso Paso Cuidado con las personas formales (1985) y No somos ni Romeo ni Julieta (1996), con las que, en palabras de José Luis Alfayate, se pretendía
«hacer cultura y divertir, huyendo adrede de llenar la mente de farragosas ideas o enrevesadas cuestiones, sabiendo que el teatro no tiene porqué ser excelente sin recurrir a los clásicos, y culto si no se exponen las tendencias vanguardistas».
En 1991, a modo de inflexión en su trayectoria, Jufran puso en escena La venganza de don Mendo, en homenaje a su autor, Pedro Muñoz Seca, en el 110 aniversario de su nacimiento.
Fue un espectáculo memorable de veintidós actores dirigidos por José Luis Alfayate, sin olvidar la colaboración de decoradores, encargados de luz y sonido, maquilladores, coreógrafos, sastres y regidores, identificados todos ellos con la siguiente presentación:
«Juglares, parodiantes en la historia,/ de la farsa caminantes sin fronteras,/ del esfuerzo y la fatiga bien notoria,/ de los dramas pioneros y profetas./ Bello arte el vivir representando / la comedia de la vida sobre escena,/ en la fama de sus gentes mal mirados,/ herederos de infortunios y leyendas». Alfayate interpretó al Marqués de Moncada, a quien así se dirige Don Mendo (Fidel Sáez):
«Siempre fuisteis enigmático / y epigramático y ático / y gramático y simbólico, / y aunque os escucho flemático / sabed que a mí lo hiperbólico / no me resulta simpático. / Habladme claro, Marqués, / que en esta cárcel sombría /cualquier claridad de día / consuelo y alivio es».
La comedia burguesa y convencional vuelve renovada en la obra No le busques tres piernas al alcalde, de Pedro Mario Herrero, representada en 1993:
«una comedia que cuenta, con sentido del humor, las andanzas de un alcalde que se promociona para diputado que rige los destinos de un pueblo, al que domina con caprichos y amenazas, poniendo al descubierto vicios, defectos, intimidades, concesiones y represiones en un clima de corrupción».
Del mismo autor y parecido tono, el grupo había representado en 1984 La balada de los tres inocentes, dirigida y protagonizada por Fidel Sáez y estrenada antes en 1980, y puesta en escena después en la Muestra de Teatro Ciudad de Ávila del año 2000.
Atractiva fue la obra Maribel y la extraña familia, de Miguel Mihura, representada en 1992, donde el autor demuestra un poder imaginativo y la fantasía poética siguiendo las tendencias del realismo social de Buero Vallejo y Alfonso Sastre.
Por último, citamos La zapatera prodigiosa, obra de Federico García Lorca representada en 1999, puesta en escena también en el IV Certamen de Teatro Aficionado Ciudad de Arévalo. Con ella volvió a las tierras morañegas el gusto por el teatro, gracias a una versión de la farsa lorquiana que el grupo localizó en cualquier lugar de Castilla con el fin de hacerla sentir más cercana del público.
“CRÓNICA DE LOS CÓMICOS DE LA LEGUA”.
A continuación se transcribe un texto de José Luis Alfayate que nos dejó dando testimonio de su experiencia teatral (Comediantes, 2002).
«Mucho se ha escrito y hablado de aquellos inolvidables artistas conocidos con el apelativo de ‘cómicos de la legua’, gentes que, impulsadas por su afición al teatro, caminaban con su carromato por pueblos y aldeas representando farsas y comedias intentando hacer el teatro su medio de vida.
Grupos de artistas integrados, la mayoría de las veces por los miembros de una misma familia, esforzándose en llevar su inquietud cultural a lugares donde, eran acogidos cediéndoles plazas y corrales donde poder realizar sus representaciones, que en más de una ocasión, les originó tener que tomar las de “Villadiego”, pues alcaldes y curas creyeron ver en aquellas comedias un pretexto, para hacerles objeto de burlas y críticas.
Muchas y penosas calamidades tenían que soportar estos cómicos errantes, durmiendo en míseras posadas, y otros a la luz de la luna, y más de una vez en cuadras compartiendo su “camerino” con toda clase de animales.
Estos cómicos, se sentían observados con malsana y ruin desconfianza, pues bien sabían de su fama de pícaros, y gentes del “mal vivir”, y raro era el pueblo o aldea que así que notaban la presencia de estos artistas, cerraban puertas y ventanas, y no quedaba gallina suelta por las calles y corrales.
Bien es verdad, que más de una vez se vieron en la necesidad de recurrir a estas artimañas, y allá donde podían saciar su hambre atrasada, que para su desgracia, era frecuente y habitual, ya que las escasas monedas que percibían por su “galas” no les permitían cubrir sus necesidades básicas.
Otras compañías con mejor suerte, actuaban en teatros en grandes ciudades, compitiendo con los espectáculos de “Varietés”, tan de boga en aquella época, y donde los hombres, acudían a satisfacer sus instintos eróticos contemplando las rollizas piernas de las chicas del conjunto, y a escuchar los atrevidos cumples, que tanta fama dio a muchas artistas del género, y tantos sinsabores la implacable censura.
Su dedicación al teatro, su coraje, y empeño en llevar la cultura teatral por España, fue sembrando en otras gentes el deseo de ir formando grupos de aficionados para así, poder probar fortuna, y comenzar su andadura en el arte de Talía, dando comienzo la proliferación de distintas compañías en pueblos y ciudades españolas.
Hoy raro es el pueblo o ciudad, que no dispone al menos, de un grupo de teatro, que con dedicación y mucho sacrificio, trata de satisfacer su afición teatral, tornándose así, de alguna manera, en “cómicos de la legua”, pues también se tienen que desplazar a otros lugares, para representar sus montajes, y donde el público sabe valorar su generoso esfuerzo, y existe una preocupación por parte de las instituciones por tratar de ayudarles.
Poco a poco, se va dejando a un lado esa desconfianza y olvidando la mala fama que a la gente del teatro se le atribuía, aunque es cierto, que los medios de comunicación de vez en cuando, nos muestran la vida frívola y escandalosa de algunos cómicos del momento, que nada hacen por evitarlo, aireando sus miserias morales como abanderados del progresismo y modelo de vida.
Todos cuantos hemos estado en este mundillo, incluso los que aún permanecen en activo, saben muy bien, que todavía se les sigue considerando personas de poco fiar, de ser poco serios y tomar la vida a chirigota, por parte de algunas personas y los aficionados pueden sufrir en algunas ocasiones discriminaciones laborales por parte de jefes y superiores, pues estiman, (No todos por suerte) que sus empleados a dedicarse a la actividad escénica, dañan la buena imagen de la empresa, pues consideran al teatro como un entretenimiento sin ningún atisbo cultural.
En mi larga andadura por el mundo teatral, que sobrepasan los cincuenta y cuatro años, puedo asegurar que yo, también he padecido en mis propias carnes, esa indiferencia y desconsideración por parte de algunas personas, al tasar mi inclinación por este arte, y he podido palpar como en algunos lugares, todavía se padecía los efectos de aquella fama de los “Cómicos de la legua”.
En cierto pueblo de la provincia de Ávila, nos presentamos con un espectáculo de variedades, donde yo actuaba como humorista, con el nombre artístico de “Los Atómicos” y como el local donde teníamos que actuar carecía de camerinos, nos dejaron cambiarnos de traje en una casa del pueblo, cuya dueña, antes de que procediéramos a vestirnos, cerró con llaves, armarios, arcones y puertas, llevándoselas debajo del mandil, no sin antes echarnos una despectiva mirada.
Años más tarde, en otro lugar, entré con algunos miembros de la compañía al bar a tomar unas consumiciones, y el tabernero mirándonos de arriba abajo, se negó a servirnos, pues le habían informado de que al pueblo habían llegado los titiriteros y que tuviera cuidado con ellos, pues seguramente no tendríamos dinero con que pagar los vinos y viandas.
De la escasa consideración para los grupos de aficionados, queda constancia en otra ocasión, donde para poder actuar, se empeñaron en ponernos sobre el suelo a modo de escenario, algunos tablones como los que se usan para las obras, con el consiguiente enfado de todo el grupo, al que se le había tomado por una comparsa donde la cabra y el pandero era el mejor número del repertorio.
Más recientemente tuvimos que suspender una representación en otro pueblo durante las fiestas locales, por empeñarse los “entendidos en la cultura teatral” del lugar, que el escenario debía de ser montado en la era, y el grupo electrógeno pegado al escenario, a pesar de haberles encargado cómo deberían haberlo hecho.
O tener que actuar sobre un camión o entre remolques; escenarios montados al lado de una cuadra y tener que escuchar rebuznos de los animales, en medio de declamaciones o situaciones dramáticas. En una localidad abulense, tener que regresar a Ávila, porque el escenario del teatro donde teníamos que actuar, estaba ocupado por leña y escombros, que nadie se había molestado en quitar. Y tener que ensayar en un local con velas por falta de luz.
Gracias a Dios, que a lo largo de estos años, también tuve ocasión de pisar escenarios como el del Teatro María Guerrero, El Juan Bravo de Segovia, Televisión Española, Sala Borja de Valladolid, Colegios Mayores de Madrid, los teatros abulenses, de muchas ciudades españolas y de la provincia, donde cuántos de aquellos cómicos de la legua hubieran soñado actuar.
Por todo lo que tuvieron que sufrir, por su continuo sacrificio en aras del teatro, no puedo por menos que dedicarles un merecido homenaje de admiración y respeto, porque con su afición sin límites, fueron llevando sobre su destartalado carro del teatro, miles de sueños y fantasías, con las que hicieron las delicias de aquellas gentes tan faltas de ese “algo” que les hiciera olvidar, aunque sólo fuera el tiempo que duraba cada representación, la dificultosa situación de nuestra querida España.
Gracias también les sean dadas, porque aquellos “cómicos de la legua” nos enseñaron a amar el teatro».