16 de septiembre de 2024

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De Crónicas

FERIA DEL LIBRO. ÁVILA'2023. SANTA TERESA DE JESÚS EN ESCENA

FERIA DEL LIBRO. ÁVILA'2023. SANTA TERESA DE JESÚS EN ESCENA
FERIA DEL LIBRO. ÁVILA'2023. SANTA TERESA DE JESÚS EN ESCENA
Jesús Mª Sanchidrián Gallego
  • 18 de Abril de 2023

SANTA TERESA DE JESÚS EN ESCENA

“Santa Teresa de Jesús en la escena” es el título elegido en la conferencia que impartiremos el 22 de abril (18:00h.) para conmemorar su figura en el Año Jubilar Teresiano en el marco de la Feria del libro, lo que efectuaremos tomando como referencia la representación de “La Vierge d'Avila: Sainte Thérèse”.

La obra es una recreación teatral de la vida de Teresa de Jesús estrenada en París en 1906 contra cuya representación se rebelaron los abulenses aclamando a su paisana en un momento en el que algunos creyeron que su figura había sido atacada, desprestigiada y denostada, lo que trajo los fantasmas de hechos incendiarios ocurridos en la ciudad y otros profanadores de iglesias templos y símbolos religiosos en tiempos de la invasión francesa.

Dicho acontecimiento nos sirve ahora, una vez más (Diario de Ávila, 1/04/2019) para acercarnos a Teresa de Jesús y al contexto social de su reivindicación cultural que tanto atrae, imanta y sugestiona a cuantos contactan en el escenario con su biografía o comparten pasajes de su vida en la lectura, la oración, la devoción, la manifestación o la simple admiración.

Y es que, aunque la presencia de Santa Teresa se nota de forma permanente en la vida religiosa, e incluso literaria y cultural de la sociedad de nuestros días, especialmente de la abulense, son los acontecimientos novedosos y de actualidad de cada época los que sirven de revulsivo para su revitalización.

Estas líneas se aprovechan entonces de la celebración del IV centenario de la canonización de Teresa de Cepeda y Ahumada (1515-1582), igual que en otras ocasiones la excusa fueron las distintas efemérides también centenarias, como su nacimiento, muerte, beatificación o titulación como doctora de la iglesia o de la universidad salamantina, por ejemplo.

Y todo sin olvidar que Ávila honra cada año a la Santa con tradicionales fiestas patronales, igual que las distintas comunidades religiosas hacen lo propio en sus conventos y museos carmelitanos, en lo que también confluyen centros diversos, como el Teresiano Sanjuanista abulense.

Como punto de partida de nuestra disertación tomamos un singular hecho que gira en torno al teatro, porque es en el escenario donde mejor se produce la exposición pública y la recreación biográfica de Teresa de Jesús, una monja cercana que es mujer, madre, esposa, hermana, amiga, paisana, activista y rebelde que se convierte en un personaje de carne y hueso que respira, habla, mira y te toca.

Y tal fuerza demostró el teatro hace cien años, que los abulenses, gente pacífica y mayoritariamente conservadora, se levantaron en “armas” con rezos y oraciones de munición, también con versos, para defender a su patrona y paisana Teresa de Cepeda de un ataque que se intuyó cometido por los franceses, nada menos, de los mismos que saquearon la ciudad en la guerras napoleónicas y que predicaban el libertinaje.

La fecha elegida por la ciudad de Ávila para celebrar esta singular onomástica fue el domingo 25 de noviembre de 1906, un día en el que se mezclaron la festividad religiosa, la manifestación popular, la reivindicación identitaria y las muestras de protesta y desagravio.

Esta exhibición de unidad callejera se produce como reacción contra una afrenta imperdonable, dicen los organizadores, producida contra la Santa, cuya imagen preside la plaza del Mercado Grande, y contra el profundo sentir de los abulenses y de tantos devotos y religiosos carmelitas que oran en silencio ajenos a polémicas externas. Todo ocurrió porque unas semanas después de que la ciudad de Ávila festejara a la Santa, como bien narra en otra oportunidad Francisco Grandmontagne (“El Sol, 11.06.1927), con jura de bandera de la Academia de Administración Militar y misa de campaña incluidas (ABC, 21.10.1906), en París acababa de estrenarse el 9 de noviembre de 1906 la obra de teatro “La Vierge d'Avila: Sainte Thérèse” (ABC, 10.11.1906).

La obra pertenecía a Catulle Mendès (1841-1909), autor que ya había hecho que la obra formara parte de la Comédie-Française desde 1901, y de quien en 1910 se estrenó en Barcelona la comedia trágica “Scarron” precedida de gran éxito en teatros del extranjero (“La Vanguardia, 10.05.1910).

Después de alguna discusión con el autor (New York Times, 16.03.1902), la protagonista de la obra fue la actriz más famosa del momento, Sarah Bernhardt (1844-1923), quien estuvo acompañada de la música en directo del compositor venezolano Reynaldo Hahn de Echenagucia (1874-1847) en un ambiente sobrecogedor decorado por M. Paquereau.

Todo un espectáculo en el que Ávila aparecía recreada en su plaza, el convento de la Encarnación, un calvario y el paisaje circundante junto a Alba de Tormes y El Escorial.

CRÍTICAS

Pues bien, tanto el texto, como la interpretación y puesta en escena fue calificada por la prensa española de aberrante, blasfema, cínica, irrespetuosa, falsa, antinacional, bufonada, grotesca y ridícula, entre otros calificativos de rechazo.

Y es que los franceses metidos a contar la historia de España hace tiempo que sólo dicen las “consabidas tonterías” llenas de prejuicios caricaturescos, había escrito Ramiro de Maeztu (“La Correspondencia”, 2.12.1906). La noticia teatral detonante de tan inusitada reacción había saltado a la opinión pública en el número de noviembre de la revista londinense Saturday Review, de la que se hizo eco la prensa española con especial adhesión de Maeztu (Por esos mundos, 1.12.1906; La Correspondencia Española, 2.12.1906; El siglo futuro, 4.12.1906), donde R. B. Cunninghame hizo una encendida crítica de la representación:

«Aparte de una Biblia cómica, sería difícil imaginar nada de peor gusto que la última creación de Mme. Sarah Bernhardt, La Vierge d’Avila. No es necesario ser cristiano, no es necesario ser creyente en lo sobrenatural para asquearse de la astracanada de los señores Bernhardt y Mendès. La Santa de Ávila… Nadie que haya leído sus Moradas o su Camino de perfección, dejará de percibir su preeminencia espiritual y artística. Y a esta mujer, copatrona de España como el mismo Santiago, los Sres. Bernhardt y Mendès han querido ridiculizar en su melodrama sentimental».

El autor de la crónica, Robert Bontine Cunninghame Graham (1852-1936), fue un destacado escritor, periodista y político (el primer laborista del parlamento inglés y líder nacionalista escocés). Sentía especial admiración por la Santa igual que su esposa, Gabriela de Balmondiere - Carrie Horsfall (1858-1906), quien había escrito en 1894 una interesante biografía de Santa Teresa, con cuyo motivo el matrimonio recorrió Ávila y otros lugares teresianos, y en España conoce a Azorín, Baroja, Maeztu, Pérez de Ayala y Pardo Bazán, todos igualmente fascinados por Teresa la andariega.

La prensa de la época enseguida se hizo eco de los actos reivindicativos de la sociedad abulense, esencia espiritual del catolicismo, que se había manifestado en defensa de la figura de Teresa de Jesús y contra lo que consideraba un “atentado” (La Basílica Teresiana, 15.12.1906).

Autoridades civiles, militares y religiosas arropadas por muchedumbres de fieles, niños y viejos, vecinos de la ciudad y de los pueblos circundantes, y la población entera se dieron cita todos a una para protestar contra los franceses. Con tal motivo «se celebró en la catedral (de Ávila) la solemne función religiosa de desagravio a Santa Teresa… Asistieron al acto las autoridades en pleno y toda la población de Ávila. Después se ha organizado una procesión a la que han concurrido 50 cofradías, los niños de las escuelas públicas y particulares, los asilados de la Inclusa y muchos elementos de los pueblos cercanos, con sus autoridades al frente. Presidieron el gobernador interino, el alcalde y el presidente de la Diputación. Al llevar la imagen de la Santa al convento en donde se venera, diéronse numerosos ¡vivas!» (Mayoral, ABC, 26.11.1906; y Nuevo Mundo, 26.11.1906). La manifestación ciudadana recordó entonces al levantamiento que tuvo lugar cien años provocado por la ocupación y asolación que sufrió Ávila por las tropas del general Hugo, el militar que era el padre del escritor Víctor Hugo, quien siguió a Santa Teresa y los místicos al adentrarse en el misterio poético del Ser.

Por el contrario, en París la obra de teatro de Catulle Mendès y la interpretación de Sarah Bernhardt tuvo un gran éxito, más poético y declamatorio que dramático, a pesar de que la obra se tiñe de “ultrajes a la verdad histórica” y de “fantasías pintorescas”, reseñó la prensa (ABC, 13.11.1906).

Ello contrasta con el enorme fervor popular francés por el Carmelo a partir de su primera fundación en París en 1604 por las religiosas Ana de Jesús y Ana de San Bartolomé junto a otras cuatro monjas, a pesar de que para muchos españoles Francia era considerada entonces como un país de herejes. Igualmente, llama la atención que en Francia se venerara a su propia Santa carmelita de Lisieux, María Francisca Teresa Martín Guérin (1873-1897), conocida como Santa Teresita del Niño Jesús, canonizada en 1925, cuya memoria de santidad se venera en una impresionante basílica levantada en 1929, mientras que en Alba de Tormes languidecía el proyecto neogótico de Repullés en obras desde 1898.

Casi coincidiendo con las funciones teatrales de Sarah Bernhardt, la revista que se edita en París “Le Tour du Monde” nº 30 de 27 de julio de 1907 publica un reportaje sobre Ávila de Jane Dieulafoy (1851-1916), donde la autora, mujer fascinante e increíble, escritora feminista de novelas y libros de viajes, periodista, interesada en la investigación histórica y arqueológica, y fotógrafa vocacional, así como una “feminista” reivindicativa que se vistió de hombre para ir a la guerra y recorrer países orientales, adoptando después este aspecto de forma definitiva como mujer en rebeldía constante. Entonces se detiene en el convento carmelita de La Encarnación y se fija con atención en la figura de Santa Teresa por su valentía, entre otros muchos aspectos de la ciudad.

Más aún, siguiendo a Germán Masid Valiñas en su estudio sobre “La mística castellana en la bibliofilia francesa” (Seminario de estudios medievales y renacentistas, Salamanca, 2011), diremos:

“El interés por Teresa de Ávila y por San Juan de la Cruz cuenta con una tradición muy arraigada en Francia, ya sea en el ámbito popular, ya en el ámbito de la cultura, desde las primeras publicaciones en el siglo XVII hasta las más recientes”.

Igualmente, “las manifestaciones populares también siempre han sido relativamente abundantes en Francia, sobre todo las que se refieren a Santa Teresa: postales, estampas caladas, tallas de madera, vasos de cristal con la imagen de la Santa grabada, láminas litográficas de gusto popular –a veces con doble título en francés y español–, papeles pintados, etc. Con lo que todo este conjunto decorativo también pone de manifiesto la importancia del mito de esta figura”.

No olvidamos que en Francia, las obras de Santa Teresa han sido históricamente objeto de especial atención por editores, intelectuales e hispanistas franceses como Edmond Cazal, Paul Claudel, Paul Valéry, Louis Bertrand, Marcelle Auclaire o Florence Delay.

Y en este sentido, nos llama la atención la recreación iconográfica del libro del historiador Henri Guerlin (marido de J. Dieulafoy) sobre la representación artística de la Santa a través de la pintura, incluyendo imágenes de su exhibición en andas procesionales que recorren la ciudad (H. Guerlin, Sainte Thérèse, 1917).

A pesar entonces de tantas opiniones contestatarias por la interpretación francesa de la vida de la Santa abulense, Sarah Bernhardt se convirtió en esta época en el icono y rostro de Teresa de Jesús para los franceses, tanto que su imagen retratada sobre el escenario con hábito carmelitano se reprodujo en la prensa gráfica y en millares de tarjetas postales que circularon con gran éxito comercial por las estafetas de correos.

Finalmente, la postalmanía de la imagen de la actriz francesa rememorando a la Santa, junto al ánimo fervoroso y de admiración por Teresa, prevaleció entre la sociedad parisina, lejos de las alucinaciones poéticas que algunos quisieron ver en la obra teatral que la puso de actualidad.

De todo lo que sucedió entonces y de la representación teatral no nos queda más testimonio que los retratos de Sarah Bernhardt, el texto de Catulle Mendès y la música de Reynaldo Hahn, aparte de los comentarios y críticas publicadas en la prensa española y francesa, por lo que nuestra opinión será siempre parcial e incompleta pues nos falta una toma de contacto directo con la escenografía en su conjunto, lo mismo que debió sucederle a la mayoría de los manifestantes que protestaron. Sin embargo, no acabamos de entender la actitud repulsiva española, pues es incomprensible que la actriz más famosa de la escena internacional del momento, junto con uno de los autores más consagrados y uno de los compositores más prestigiosos, se unieran para dramatizar la vida de una de las figuras más importantes de la Historia con intenciones provocativas, vejatorias y burlescas.

Y tampoco sabríamos explicar cómo uno de los teatros más señeros y exitosos de la capital parisina, el “Sarah Bernhardt”, fue el escenario de más de medio centenar de funciones de “La Vierge d'Avila”, si no fuera por la fuerte atracción del personaje, incluso para los franceses más liberales.

Entre las celebridades relacionadas con Ávila que se cruzaron en la vida Sarah Bernhardt, figura el torero Mazzantini, su amante en Cuba (Le Figaro, 9/03/1887).

Luis Mazantini y Eguía (1856-1926) desempeñó el puesto de gobernador civil de la provincia de Ávila (1920) con esigual fortuna por las presiones caciquiles. Arruinado y subsistiendo con una pensión graciosa de exgobernador, terminó sus días en Madrid el 23 de abril de 1926 después de haber sido inmensamente rico.

Respecto a la relación de este famoso y popular torero con Ávila, ésta se produce en sus continuos desplazamientos en tren hacia el norte peninsular con parada en esta capital, en la exhibición estoqueadora demostrada en el antiguo ruedo del paseo de San Roque, en su abrumadora presencia en periódicos y revistas compartiendo noticias de esta tierra, y en su decisiva actuación en las huelgas y manifestaciones habidas en Ávila durante su mandato de gobernador. Además y en su honor, Ávila contó a principios del siglo XX con un café llamado “Café de Mazzantini”, situado en la actual calle Comuneros de Castilla (antes dedicada al gobernador o llamada la “Maldegollada” por la antigua cárcel allí existente en el solar que ocupa el mercado de abastos, la cual comunica con la plaza del Mercado Chico.

El 14 de noviembre de 1886, miles de fanáticos a las corridas de toros se congregaban a lo largo de la costa habanera para saludar al famoso torero Luis Mazzantini y a su cuadrilla que venían a bordo del vapor correo Cataluña, procedente de Cádiz. Las autoridades, promotores y anfitriones del diestro salieron a recibirlo en dos buques remolcadores que llevaban encima orquestas tocando pasodobles. Desde el muelle

hasta el hotel Inglaterra donde se hospedó lo acompañaron cientos de admiradores.

Mazzantini no solo cautivó a los fanáticos por su valentía en la Gran Plaza de Toros de La Habana situada antiguamente en la Calzada de Infanta y la de Carlos III, sino también a la sociedad capitalina que se enorgullecía por su presencia en los salones más aristocráticos de la ciudad donde hacía gala de su amplia cultura y su elegante vestir. Muy pronto su nombre se vio en las anillas de una variedad de tabacos, en las tiendas de moda y hasta en la cartelera del teatro Tacón, como actor dramático en la obra Echar la nave, cuyos beneficios donó al Colegio de niñas pobres de Jesús del Monte. Su contrato de catorce corridas se alargó en dos lidias más para complacer el deseo de sus admiradores impresionados por su arrojo en el ruedo.

Semanas después, a principios del enero de 1887, arribó a La Habana en el vapor inglés Dee, otra celebridad, la excéntrica actriz francesa Sarah Bernhard y su compañía dramática después de una gira triunfal por Sudamérica. Los habaneros que le dieron la bienvenida quedaron boquiabiertos al ver que entre su numeroso equipaje traía jaulas de exóticos pájaros de plumas multicolores, iguanas, un galápago, un jaguar, perros, gatos y un féretro de palo de rosa con agarraderas de plata que según decían era la cama donde dormía y estudiaba sus papeles. Madame Bernhard con su inseparable lecho mortuorio, su troupé y sus mascotas y se hospedaron en el hotel Petit, ubicado al lado de La Chorrera.

Sarah se presentó en el Gran Teatro Tacón el 10 de enero de 1887 con la obra Cittá morta, del dramaturgo Gabriele D’Annunzio, poeta y también su amante. También escenificó La extranjera, La dama de las Camelias, La esfinge y otras piezas que arrancaron estruendosos aplausos y vítores de los espectadores habaneros y también de los matanceros durante su actuación en el teatro Sauto.

El día de su debut, Sarah conoció a Mazzantini y ambos, grandes amantes, intercambiaron experiencias durante su estancia en isla. Algunas veces se les veía por la orilla de La Chorrera donde pescaban o nadaban, otras en el elegante y apartado Hotel Trocha, en el Vedado, donde tenían su escondite. El y su cuadrilla le dedicaron una corrida a la artista y su elenco, que fue amenizado por un grupo de músicos negros entonando el popular pasodoble Mazzantini y días después actuaron juntos en el drama “El noveno mandamiento”. El amor se disipó cuando cada quien regresó a su país.

A ella se le recuerda por su arte, no por ciertos modales groseros que la caracterizaban y que hirieron la sensibilidad de los cubanos cuando en una función en el teatro comentó: “Los cubanos son indios con levita”.

En cambio a Mazzantini todos lo querían por su simpatía y educación y la esplendidez con las instituciones para pobres a los cuales dedicó en varias ocasiones una parte de los beneficios de una corrida. El toreo costeó también el tratamiento de la enfermedad y los funerales de uno de sus banderilleros conocido como “El Barbi”, que murió en La Habana, así como la tumba que aún conserva sus restos en el Cementerio de Colón. En la Isla también se le recuerda con el decir popular que ha trascendido mediante generaciones: “Mejor no la hace ni Mazzantini el torero”.

Sea como fuere, lo que importa es que la figura de Santa Teresa cobró entonces un especial protagonismo como figura de gran hondura humana, además de espiritual, que hoy equipararíamos a uno de los más relevantes activistas que quieren cambiar y mejorar la sociedad en la que les ha tocado vivir. De la prensa francesa nos quedamos entonces con los siguientes atributos predicados de Santa Teresa, “patrona unánime venerada de la católica España”:

Celeste visionaria, pasional, emotiva, simbólica, triunfadora, cautivadora, dulce, misteriosa, piadosa, bondadosa, clemente, pacífica, rebelde y heroína como Juana de Arco (“Le Figaro”, 11.11.1906; “Le Gaulois”, 11.11.1906; “Les Temps”, 12.11.1906).

Y en esta línea sobresale el libro de la vida de la Santa que en forma de biografía novelada compuso la escritora, hispanista y periodista francesa Marcelle Auclair (1899-1893), con quien descubrimos su modernidad y plena actualidad (La vie de Sainte Thérése d'Avila. La dame errante de Dieu, 1950): Santa Teresa decía de las mujeres de su época cosas como éstas: «Basta pensar que soy mujer para que se me caigan las alas», «mujer y ruin», «de muchas mujeres juntas, Dios nos libre».

De las feministas actuales hubiera pensado lo que yo, que tienen mucha razón, pero que demuestran una agresividad excesiva y eso no les ayuda. (Marcelle Auclair, El País, 31.05.1979).

Mientras en Francia las estrellas del teatro se ocupan de reinterpretar la vida de la Santa en la modernidad del momento, lo que hará de nuevo Marcelle Auclair medio siglo después, y también el joven Cioran, e incluso la polémica dibujante Claire Bretecher (El País, 19.08.1979), en España se recupera el misticismo de su estampa en la Exposición Nacional de Bellas Artes abierta en Madrid en el mes de mayo de 1906, lo que se produce con la exhibición del cuadro “Éxtasis de Santa Teresa” pintado por Manuel Alcázar (“La Ilustración Española y Americana”, 22.05.1906), sobre el que la crítica ya advertía: «Casi todo el que trata literaria ó artísticamente la figura da Santa Teresa, la maltrata. Es mucha, como que es incalculable, la excelencia de alma tan depurada, y muy difícil no calumniarla» (El Imparcial, 17.05.1906).

Aparte del supuesto maltrato producido en la obra de Mendès, otros autores franceses apuntalaron esa visión distorsionada, como ocurre en la novela histórica “Sainte Thérèse” (1921) de Edmond Cazal, seudónimo de Adolphe d’Espie de la Hire (1878-1956), donde se daba una visión rocambolesca de la biografía de la Santa, al decir de Joseph Pérez, al atribuir aquél sus éxtasis a un delirio místico de clara connotación sexual, lo que también fue duramente criticado por el hispanista Gaston Etchegoyen y por Azorín (ABC, 20.02.1921), siendo tal el rechazo que la novela se incluyó en el “Index librorum prohibitorum”.

Pasada la euforia de reivindicación teresiana de 1906, la protesta santoral no tardó en estrellarse con la cruda realidad de situaciones de miseria por las que pasan los más menesterosos. Y así, poco tiempo después, los panaderos de Ávila hacen huelga en 1907 exigiendo un salario justo, al tiempo que se producen manifestaciones por la escasez de pan frente a la fábrica de harinas propiedad de Isidro Benito Lapeña, quien fue senador y promotor del sindicato católico que denominó Santa Teresa, “secuestrando” así el nombre de la Santa.

Por estos años paran en Ávila el arquitecto Enrique María Repullés (1845-1922), los pintores Eduardo Chicharro (1873-1849) e Ignacio Zuloaga (1870-1945), y los escritores Alberto Insúa (1883-1963) y Amado Nervo (1870-1919), quienes, a su manera, testimonian el espíritu teresiano en sus obras.

Repullés, que había proyectado en Ávila la Biblioteca-Museo Teresiano en 1898, se hallaba ahora inmerso en las obras de construcción de la Basílica de Santa Teresa de Alba de Tormes, cuyo proyecto neogótico había sido premiado en la Exposición Internacional de París de 1900.

Chicharro pinta el cuadro “Las tres esposas” donde destaca la figura de la Santa en primer plano arrodillada a los pies de Cristo crucificado, el cual fue galardonado con el primer premio de la Exposición Nacional de Bellas Artes celebrada en Madrid en 1908. Zuloaga pinta “Los flagelantes” (1909) y “El Cristo de la sangre” (1911) con Ávila de telón de fondo, cuadro éste que se exhibió en el Salón de la Société Nationale des Beaux-Arts de París de 1912, y del que Guillaume Apollinaire dijo:

«Una imagen bastante precisa de la religión mística y sensual que subyace a las creencias de una España en la que se siguen celebrando procesiones de flagelantes y donde la alegría del dolor aún podría transportar las almas como en tiempos de Santa Teresa».

Alberto Insúa visita Ávila en 1907 y recuerda en sus memorias la atracción que comparte con Unamuno:

«Sentía admiración por Santa Teresa: una admiración sui generis. De heterodoxo. Una simpatía inefable por la mujer. Su ausencia de religiosidad le incapacitaba para comprender «del todo» a la Santa».

A lo que apuntilló Juan Ramón Jiménez:

«Son los dos hermanos de nuestro Don Quijote, porque Santa Teresa fue en todo la mujer quijote española: idealista y andariega de caminos como Unamuno».

Amado Nervo, por su parte, cautivado por Teresa de Jesús recorre Ávila en 1909 y escribe una glosa al poema teresiano “Vivo sin vivir en mí”:

«Vivo ya fuera de mí,

después que muero de amor;

porque vivo en el Señor/

que me quiso para Sí.

Cuando el corazón le di

puso en mí este letrero:

Que muero porque no muero».

A todos ellos se une el poeta y dramaturgo Eduardo Marquina (1879-1946) con una obra teatral que bien sirvió para contrarrestar el “agravio francés”. Y así llegó al escenario madrileño de la Princesa con el estreno el 15 de mayo de 1911 del auto teresiano “La Alcaldesa de Pastrana”, donde Marquina recrea la primera juventud de Santa Teresa de Jesús y su relación con la Princesa de Éboli.

Y sin olvidar lo sucedido el en teatro de Sarah Bernhardt, la crítica hizo bandera con la obra de Marquina:

«La comedia es sencillísima y tiene por principal objeto reconstituir la noble figura de Santa Teresa de Jesús, tal como fue en vida, llena de serenidad y de majestad, sin mojigaterías y sin nerviosidades. Los escritores extranjeros que han visto en ella una histérica no la han comprendido, ni se ha tomado el trabajo de informarse. La Santa Teresa de Catulle Mendès no tiene el menor parecido con la verdadera Teresa de Jesús. Eduardo Marquina ha querido destruir esas mistificaciones extranjeras y devolver al carácter de la Santa todo lo que tuvo de humano, comprensivo y simpático» (La Correspondencia de España”, 2.05.1911).

Igualmente, sobre la versión de Santa Teresa de Eduardo Marquina, y los mejores versos que había escrito, dijo el crítico Caramanchel:

«El interés del cuadro está en la pintura que hace Marquina de la Doctora de Ávila, devolviéndole aquel su carácter austero, sereno y llanamente castellano, tergiversado y desnaturalizado por algunos escritores extranjeros, especialmente por Catulle Mendès en su Vierge d’Avila» (La Vanguardia, 31.05.1911).

El auto teresiano forma parte, junto con otras dos piezas más, “Las Cartas de la Monja” y “La muerte en Alba”, de la trilogía “Pasos y trabajos de Santa Teresa de Jesús” que escribió Marquina en esta época.

El papel de Teresa de Jesús fue interpretado magistralmente en esta ocasión por María Guerreo Torrija (1867-1928), la mejor actriz española del momento que ya había actuado en París en 1898 ante Catulle Mendès (“La Vanguardia”, 22.10.1898) y que bien podía competir ahora con Sarah Bernhardt cuando declama: «No vengo a poner el suelo/ con lo celestial en guerra,/ sino a cultivar la tierra/ como un arrabal del cielo».

Y María Guerreo, como también gustaba a “la Bernhardt”, se retrató en el estudio del fotógrafo Antonio Cánovas “Káulat” metida en la piel de Santa Teresa, estampa que utilizó como regalo íntimo, como lo prueba la copia que dedicó a Margarita Xirgu poco tiempo antes de morir.

Mucho antes de que Catulle Mendès fijara su poética y dramaturgia en Santa Teresa, ya lo había hecho Lope de Vega, quien le dedicó dos obras de teatro y varios poemas, a la vez que participó activamente en los actos celebrados por su beatificación y canonización (1614).

He aquí los primeros versos de un hermoso soneto:

«Herida vais del Serafín, Teresa,/ corred al agua, cierva blanca y parda,/ que la fuente de vida que os aguarda,/ también es fuego, y de abrasar no cesa».

En la misma línea de desquite con la “escandalosa” obra de Catulle Mendès, mejor moderna y avanzada, en 1932, Marquina estrena en el teatro Infanta Beatriz de Madrid la obra titulada “Santa Teresa: estampas carmelitas” con la famosa Lola Membrives (1888-1969) como primera actriz (Nuevo Mundo, 02/12/1932).

Al año siguiente, la compañía de María Palou Ruiz 1891-1957) inició una larga gira por España con la obra de Marquina. Con igual éxito concluyó la gira por provincias que hizo la actriz madrileña Carmen Muñoz Gar (ABC, 5.03.1933), habiendo sido la representación un ejemplo de pluralismo artístico.

Tal fue el éxito de la obra de Marquina, que el Ayuntamiento de Ávila, en sesión del 31 de marzo de 1933, acordó dedicarle la calle de los Tallistas como reconocimiento a la labor divulgadora de la vida y obra de la Santa. Por la misma razón, el consistorio abulense también inauguró el 27 de septiembre de 2011 una calle dedicada a la escritora irlandesa Kate O´Brien (1897-974), autora de pasionales textos protagonizados por la ciudad y Teresa de Jesús ('Adiós España', 1937; 'Esa Dama', 1946; y 'Teresa de Ávila', 1951).

Otro punto de encuentro con Santa Teresa en Francia nos llega del filósofo francés de origen rumano Emil Cioran (1911-1955), quien dijo: «Si España fuera cíclope, Teresa de Ávila sería su ojo».

Al tiempo que en su etapa de juventud, atraído por el misticismo, presentó a Santa Teresa como la «una esposa de la canción, un corazón traspasado, el misterio del solitario, de una pasión divina imparcial, la misma fuerza» (Lacrime e santi, 1990).

Sin salir de Ávila, ni de sus teatros, traemos a colación la exhibición de la película muda titulada “Escenas de la vida de Santa Teresa” producida por Juan Vila, quien paraba en Martiherrero, y dirigida por los hermanos Bringola, la cual se estrenó el 1 de junio de 1926 en el telón del Teatro Principal de Ávila (El Heraldo de Madrid, 26.06.1926).

Lo mismo que tres años después, en 1928 se exhibió el documental “Ávila y América” dirigido por el sacerdote José María Sánchez Bermejo con especial atención al paisaje y la ciudad teresiana, proyecciones que ya son parte de la historia del cine abulense que bien ha estudiado Emilio C. García Fernández (Ávila y el cine, 1995).

Otras realizaciones cinematográficas sobre el personaje de Teresa de Jesús, igual que creaciones literarias y representaciones teatrales, se han sucedido con profusión a lo largo del tiempo, si bien su desarrollo en estas líneas excedería del planteamiento de este artículo, lo que impide que citemos a Juan Mayorga, autor de la obra La lengua en pedazos (2013) y Premio Nacional de las Letras “Teresa de Ávila” de 2016.