El cantautor y folclorista Ismael Peña Poza (nac. 1936, Torreadrada -Segovia), convertido en botijero de arte, ha instalado en el almacén visitable del Museo de Ávila, hasta el 8 de enero de 2023, su impresionante colección de botijos convertidos en esculturas y objetos pictóricos:
«Se ha abandonado el clásico lienzo, y todas las obras que presento en esta exposición se han realizado sobre un botijo: La piel del agua», dice.
Es la tercera vez que Ismael recala en el Museo de Ávila. Ya lo hizo en febrero de 2020 disertando sobre las colodras y cuernas labradas, testimonios del arte pastoril, e interpretando piezas del cancionero popular.
Volvió en noviembre de ese mismo año en un concierto dedicado a la mujer juglaresa, creadora y presente en la música tradicional española en el período que va desde la Edad Media hasta la actualidad.
Entonces hizo gala de virtuosismo en el empleo de instrumentos como el dulcimer de la familia del salterio, guitarra, cencerros y campanillas, un caldero y tijeras de esquilador, almirez, hoz y piedra de afilar, tapadera con dedales, pandereta, rabel, zanfoña, y una tablilla huesera.
Ahora, a propósito de la exposición de botijos, Ismael, su artífice, nos recuerda que el humilde botijo «tuvo su esplendor cuando la necesidad le hacía imprescindible.
Era el rey de los alfares, en las fuentes alcahuete, altanero en los balcones, lozano en esquinas y quicios. Achantador de capotes taurinos en los días de viento, centro de corrillos vecindones en los días de verano, transmisor de secretos y besos...».
Y en esto, pasando revista a los botijos dispuestos en perfecta formación, observamos que hablan desde los altares del arte aportando novedosas experiencias creativas.
Ciertamente, deteniéndonos entonces en el rico muestrario cerámico inaugurado en el Museo de Ávila, comprobamos que el sencillo y modesto botijo nos habla de historia, cuando se sabe de su origen milenario en la antigua Mesopotamia y de su transitar por todas las civilizaciones.
Nos habla de etnografía, cuando se asienta en la tradición y la cultura popular.
Nos habla de literatura, cuando el escritor repara en su presencia al escribir.
Nos habla de libros, cuando es utillaje en novelas y poemas.
Nos habla de música, cuando suena en el cancionero y en la voz del trovador.
Nos habla del campo, cuando alivia el sudor del labrador.
Nos habla de trabajo, cuando aplaca la sed del obrero.
Nos habla de fiesta, cuando simboliza celebraciones y recreos.
Nos habla de toros, cuando las peñas vitorean en la plaza.
Nos habla de artesanía, cuando se modela en los alfares.
Nos habla de aguadores, cuando reparte bebida fresca.
Nos habla de botijeros, cuando deambula por calles y mercadillos.
Nos habla de museos, cuando es pieza de coleccionistas.
Nos habla de religiosidad, cuando representa el fervor piadoso.
Nos habla de estampas, cuando es inmortalizado por genios del retrato.
Y el botijo nos habla de pintura y de escultura, cuando Ismael atrapa en su piel los trazos, adornos y contornos que salen de las manos de afamados artistas.
Y también nos habla de las complicidades del propio Ismael, cuando recuerda los dichos a su persona por el músico Agapito Marazuela, el pintor Salvador Dalí, la poetisa Gloria Fuertes y el escritor Francisco Umbral.
En su regreso a Ávila, Ismael viene hace como un arriero trajinante cargado de botijos, con la peculiaridad de que lo hace como un marchante de obras arte que no vende, pero que sí muestra las que recolecta invitándonos a su disfrute en la contemplación.
Su figura se asemeja en esta ocasión a la de los botijeros ambulantes que cantaba el tenor Luis Mariano (Irún, 1914-París, 1970) en la película “El sueño de Andalucía” (1950):
«Ay, ay, ay, ay, ay, ay, ay, ay, ay/. El botijero ya está aquí. / Ay, ay, ay, ay, ay, ay, ay, ay, ay. / El botijero viene y va. / Ay, ay, ay, ay, ay, ay, ay, ay, ay. / Cuántos botijos venderá».
Lo mismo que el botijo también protagoniza una estrofa de la zarzuela “Agua, azucarillos y aguardiente” con letra de Miguel Ramos Carrión (1897):
«Te canto a ti, que el agua cristalina / sabes frigorizar sin pompa vana, / expuesto en el balcón o en la ventana / a los besos del aura vespertina».
Ismael coincide entonces con el famoso cantante de operetas Luis Mariano en que ambos son músicos, y los dos hicieron carrera en París, ciudad capital de la música y el arte de vanguardia que les acogió.
Y en París se retrató Ismael con el pintor Salvador Dalí, su primer “contribuyente” artístico en la formación de su colección de botijos que preside la exposición abulense.
A la sazón, en 1971 Dalí trazó sobre un botijo de arcilla blanca una estilizada figura quijotesca, mitad músico mitad caballero, con su nombre dedicado a modo de escudo, apuntado luego: Ismael, «el cantante místico vertical más inspirado de la Tierra».
Por otro lado, también en París, en 1938 Dalí inició un periplo con talleres efímeros repartidos por Francia e Italia donde pintó el cuadro “Violetas imperiales”, título de las películas protagonizadas por Raquel Meller (1923 y 1932), y años después por Carmen Sevilla y Luis Mariano, nuestro botijero sevillano en este viaje, quien ensalzó la singular pieza cerámica musicando para el cine el oficio de romántico vendedor que anuncia:
«Venid todas a mi pregón. / Lo bueno es la repetición. / Agüita que vas a beber. / No la dejes niña correr».
En su larga trayectoria folclorista y etnográfica, Ismael coincide con otra de las figuras más relevantes del folk en España, Joaquín Díaz (Zamora, 1947).
Y aunque la evolución musical de cada uno siguió derroteros distintos a ambos les une la misma querencia por la cultura popular. En el asunto de los botijos, Joaquín Díaz canta en el romance de “Las tres comadres” (1990):
«En un barrio tres comadres / se fueron a merendar / Perejil con cola / y eran las tres: / la Juana “la Tana”, / la Trini y la Inés. / La una lleva treinta huevos /para que toquen a diez/ Perejil.../ La otra lleva un botijuelo /para que beban las tres. / Perejil... / Después de haber merendado / buenas estaban las tres. / Perejil.../ La una mira para el cielo / parece un pañuelo inglés. /Perejil... / La otra mira pa el botijo /parece un niño sin pies. / Perejil...».
Anteriormente, Agapito Marazuela (1891-1983), admirado maestro musical de Ismael, había recogido en tierras de Arévalo (Ávila) y de Santa María la Real (Segovia) una canción donde el botijo es símbolo del trabajo en el campo y la religiosidad campesina:
«El agua que el gañán lleva / metida en el botijón, /significa la amargura / que bebió Nuestro Señor» (Cancionero de Castilla, “El arado”, canto nº 99, 1932).
Tonada que recuerda Jesús Velayos entre los recitados de Semana Santa en Cardeñosa (Ávila), fiesta religiosa que también se recrea en el famoso “Botijo de Pasión” de Astudillo (Palencia) que tiene bajorrelieves en sus paredes, como ocurre también en los “Botijos de Santos”.
Una gran amistad y cariño unió a Ismael con la poetisa Gloria Fuertes (1917-1998). Él la acogió en su casa en su ancianidad, y ella le prestó exitosas letras para sus canciones que el cantautor completaba con música. Un buen ejemplo fue la exitosa melodía de “Dónde vas carpintero”.
Entonces dijo Gloria Fuertes: «pocas veces el compositor termina el poema del autor. El caso de Ismael, el compositor, el intérprete, el artista, ha puesto el último verso al poema con su música».
Sobre el tema del botijo, Gloria Fuertes dedica un poema al “cotorro” de Cascorro que es más chulo que un botijo, y hace acertijos:
«Acertijo, acertijo, / tiene agua y no es botijo. / Va sin gorro / y con pitorro. / Acertijo, acertijo, / tiene agua y no es botijo. / Tiene goma y no es pelota / (por billón cuento sus gotas)…».
También recita: «Sí. Un fantasma con botijo / te abraza con regocijo. / ¡Bienvenido, alma bendita! / (y te ofrece agua fresquita / y así el susto se te quita)…».
Otro escritor que se cruzó en la vida de Ismael fue Francisco Umbral, quien escribió: «Ismael es el nuevo juglar de la poesía española.
Es un esteticista y un hombre que ha conseguido, por fin, cantar la poesía con temor y temblor». Nuevas citas de Umbral se publican en sus columnas de El País y El Mundo, donde recuerda al cantautor:
«el señorito español, en fin, anda un poco perdido y cualquier día se sube al caballo y se viene a la guerra democrática para pararla, como Ismael» (El País, 30.03.1977), a la vez que comenta:
«el botijo es la menina de la gran apoteosis velazqueña del calor» (El Mundo, 23.07.1995)
Desde principios de siglo, Ismael, el último juglar rebelde, ha recorrido un significativo número de ciudades como botijero de arte: Córdoba, Talavera de la Reina, Palencia, Burgos, Segovia, etc.
En este peregrinaje, Ismael actúa como coplero de romances de ciego que ha cambiado los “pliegos de cordel” y cartones por botijos ilustrados coleccionados durante décadas.
Con ellos reparte agua en espacios expositivos y museos como el de Ávila con la siguiente proclama:
«Son botijos decorados a modo de frescos que recuerdan la frescura que el botijo procura, y forma un grupo bienamado, estético y orgulloso. Están llenos del caudal generoso de la amistad y con toda mi sed, a todos les doy las gracias. Os invito a beber su arte».
El resultado de esta iniciativa es «una muestra de arte español contemporáneo impreso y plasmado sobre uno de los objetos más representativos de la sabiduría popular, el botijo».
Ya lo dice el poeta José Hierro del Real (1922-2002), hijo adoptivo de Ávila, ciudad donde tiene un aulario de poesía con su nombre, y cuya escritura figura en uno de los cartones de la exposición botijera:
«El botijo pertenece a la humildísima ruralidad», habiéndose transformado en esta ocasión en una «fiesta de la imaginación y la alegría a la que cada artista ha contribuido con su fantasía», y cuyo resultado es «una divertida y hermosa locura de este loco de voz siempre presente que es Ismael».
Igualmente, adornan la exposición de Ismael textos del premio Nobel Camilo José. Cela, quien fue vagabundo por Ávila, elogiando el botijo que es un buen invento con citas en la obra de Lope de Vega y el refranero castellano, concluyendo:
«Para mí tengo que el botijo es una herramienta noble y útil que -nuevo o viejo- hace el agua fresca porque le da la gana y no porque le empuje la luz eléctrica» (ABC, 18.05.1980).
Al atractivo por la original y sentimental cerámica de alfarería se suma el escritor morañego José Jiménez Lozano (Langa, Ávila, 1930 – Valladolid, 2020):
«Los botijos-botijos tienen una más importante historia. Hechos de la misma materia roja que el hombre, los botijos-botijos no solo han guardado agua para a apagar la sed (…) si no que han encarnado las más profundas imágenes del afán, las esperanzas y las alegría o la tristeza y soledad de ánima de los hombres» (El Día de Valladolid, 5.08.2007).
Con la llegada de la industrialización, el botijo característico del medio rural se hizo obrerista en el País Vasco.
En su honor, en la localidad de Éibar (Guipúzcoa) se ha erigido una escultura dedicada al botijero de Urkizu, muchacho que hacía de pinche llevando agua en botijos a los talleres de la población.
Lo mismo que también subió a las oficinas, como rememora el poeta y premio Cervantes Antonio Gamoneda Lobón (Oviedo, 1931), cuando hizo de meritorio en el Banco Mercantil como “chico del botijo”.
Y también había aguadores con botijos en los espectáculos de lucha libre del Campo del Gas de Madrid, recuerda José Luis Garci.
En la calle Toledo de Madrid el botijo fue reclamo publicitario y de identidad comercial del bazar centenario llamado igual, “El Botijo”, abierto desde 1754.
Su nombre se debe por aquel botijo lleno de aguardiente colocado en el mostrador del que la clientela podía beber un trago a chorro por el precio de una perra gorda, y que hoy cuelga de su fachada. Sobre el dueño de este comercio botijero escribió Manuel Machado:
«El amo de la tienda del Botijo es republicano furibundo» (ABC, 29.09.1903). Por su parte, Ramón Gómez de la Serna dibujó el bazar y compuso la siguiente greguería (1917):
«Al sentirnos mal tenemos sudor frío de botijos».
De la misma manera, en la última Feria del Libro de Madrid la librería independiente de Malasaña “Tipos Infames” colocó en su caseta un botijo:
«Se han pasado y asomado por nuestra caseta para beber del “botijo de la feria” autoras maravillosas, lectores acalorados, editoras infalibles, otras librerías amigas y distribuidores de buen hacer... en fin, toda la cadena del libro refrescando el gaznate cuando el sol más aprieta».
Otros escritores “botijeros” que anotaron en sus obras este atrezo fueron Galdós, Baroja y Delibes. Galdós introdujo el botijo como utillería en su novela Fortunata y Jacinta (1887):
«mañana a estas horas estaré oyendo cantar el botijo e leche»;
«jarro de vino y botijo de agua completaban el servicio»;
«ponía esta señora sus cinco sentidos en los botijos para enfriar el agua, y tenía a gala el que en ninguna parte la hubiese tan fresca y rica como en su casa».
Pío Baroja, viajero en tren por Ávila, y errante por el Valle del Tiétar, escribe:
[En Córdoba] «las aceras estaban ocupadas; un vendedor de Andújar se paseaba delante de sus fuentes y plazas, tinajones y botijos verdes, puestos en cuadro en el suelo» (La feria de los discretos, 1905). Y por último, Miguel Delibes, como lo hacía Lope de Vega en sus comedias, incluye en la novela “El hereje” (1998) la siguiente cita: «Los alguaciles se apresuraron a bajarle del pollino para darle agua de un botijo».
También el botijo es motivo festivo que cobra especial relevancia en la localidad de Dueñas (Palencia), donde sus celebraciones del mes de agosto se llaman “Fiestas botijeras”, pues el botijo es una seña de identidad de la localidad.
Sus habitantes se conocen como botijeros a raíz de la crónica que da cuenta del «asalto y destrucción del Castillo, en poder de los moros, por los habitantes y vasallos a botijazos, sin que quedara piedra sobre piedra».
También en Melilla funciona una “Peña Botijera” que testimonia esa tradición alfarera en la ciudad autónoma.
Y qué decir tiene la proliferación de peñas recreativas (Pozuelo, Morata de Tajuña, Valdeverdeja, Torrenueva, Alcoléa, Marbella…), deportivas (Ocaña, Alicante…), folclóricas (Santiago y Zaraiche, Murcia) y taurinas (Boadilla del Monte, Hoyo de Manzanares, Torrejón, Antequera…) que toman el botijo como nombre y enseña.
Otra efeméride es la que desde el siglo XVII, cada 15 de agosto, Toledo mantiene viva, consistente en la tradición de beber agua en botijo el día de la patrona de la ciudad, la Virgen del Sagrario, fecha en la que en el claustro de la catedral se disponen decenas de botijos llenados con agua de los aljibes subterráneos extraída gracias a los pozos que existen bajo el subsuelo procedentes de la antigua mezquita de la ciudad.
En cuanto a la procedencia y fabricación de botijos en Ávila, muchos salían de los propios talleres alfareros de la capital y provincia.
Como señala Abraham Rubio Celada, en Ávila hubo alfares de vasto y de loza esmaltada ya desde la Edad Moderna, tal como han revelado las excavaciones practicadas en la ciudad, algunas de las principales piezas recuperadas se pueden ver expuestas en el Museo de Ávila.
Y en la provincia, añade Abraham Rubio, destacaron los talleres de Arenas de san Pedro, Arévalo, El Bohohón, Mombeltrán, Navalmoral de la Sierra, Poyales del Hoyos, Sotillo de la Adrada y Tiñosillos. Igualmente, son abundantes los centros alfareros que utilizaban las excelentes arcillas del terreno, muchos de ellos ya extinguidos como Casavieja, o Piedrahíta, con una producción de cántaros, botijos, tinajas y ollas para bodas.
Otros centros extinguidos de cerámica de Ávila son Muñochas, Maello, y Cebreros con una producción grande de tinajas dedicadas desde tiempos muy antiguos al almacenaje de sus vinos. Especial mención merece Tiñosillos, donde a finales de los años treinta había hasta treinta alfarerías dedicadas a la producción de vasijas para agua, piezas para el fuego y tinajas.
De la misma manera que ha hecho Ismael en su afán coleccionista dando un nuevo significado al botijo como objeto artístico, otros coleccionistas lo han convertido en pieza museística de gran valor cerámico.
Y así nace el Museo del Botijo Español de Toral de los Guzmanes (León), donde se cuentan casi tres mil ejemplares.
Con igual interés merece citarse también el Museo del Botijo de Villena (Alicante), dedicado a botijos de todo el mundo, así como el Museo del Càntir de Argentona (Barcelona), donde se albergan piezas de Pablo Picasso y donde se cuenta la historia del botijo desde la Edad de Bronce, su función, proceso de fabricación y centros productores.
Más aún, en un pueblo de Valencia se promociona un “Museo Virtual del Botijo”, a la vez que el Ayuntamiento de Salamanca se hizo eco de la colección de Alfonso Llanos Grande, y la Escuela Técnica Superior de Ingenierías Agrarias de la Universidad de Valladolid en Palencia hace campaña de promoción del botijo diciendo:
«El botijo es un invento formidable: práctico, sencillo, bonito, barato, ecológico, sostenible, natural, campero, agrícola, forestal, industrial, enológico, didáctico y social».
En cuanto a los botijeros, los vendedores errantes que trajinaban a lomos de caballerías por pueblos y ciudades como cantó Luis Mariano, queda el testimonio gráfico que nos dejaron en Ávila los fotógrafos Ángel Redondo de Zúñiga a la puerta del mercado de abastos, y José Mayoral Encinar en la calle Vallespín, frente al palacio de Polentinos.
Mientras que en la península fueron famosos lo botijeros extremeños de Salvatierra de los Barros (Badajoz), localidad que contó con cuarenta hornos alfareros y surtían a media España, llegando incluso a Bruselas.
LA EXPOSICIÓN.
Volviendo a la exposición La piel del agua instalada en la iglesia románica de Santo Tomé, almacén visitable del Museo de Ávila, diremos que allí se exhibe una selección de cuarenta botijos, entre el centenar de la colección que atesora Ismael Peña, coleccionista también de 1.200 instrumentos de música, 2.700 juguetes, 600 trajes, 700 encajes o 1.200 objetos vinculados a la vida tradicional castellana.
Los botijos que se presentan aquí están decorados por otros tantos pintores y escultores españoles contemporáneos (s. XX y XXI), quienes han recreado sobre estas piezas su particular concepción estética del significado de la botijería que ahora adquiere vida propia. Para eso, dice Ismael:
«he pedido a pintores, escultores y gentes del arte en general que se atrevieran con él. Que tejieran, amorosos, su arte culto con el arte popular del rechoncho botijo y en su piel quedase plasmada la huella de su arte, cambiando el plano vertical del cuadro por la superficie voluminosa del botijo».
El resultado es la reconfiguración de la antigua iglesia de Santo Tomé en un lugar donde los botijos comparten espacio con robustas y primitivas esculturas de verracos (toros o cerdos) vettones, estelas funerarias medievales, carros de labranza, el alfarje del antiguo palacio de Valderrábanos (s. XVI), un mosaico romano de la villa de Magazos (s. IV), el sepulcro de Bernardino de Barrientos esculpido por Vasco de la Zarza (s. XVI), el sepulcro de ‘Abd Allah ibn Yusuf, el Rico” (s. XV) y otras piezas (capiteles, laudas, piedras de molino, capiteles, balaustres, molduras, tuberías, etc.)
También una mujer saliendo del baño, escultura de escayola patinada de Fausto Blázquez (1968) mira de reojo, e incluso una valla publicitaria del mítico café “Pepillo” arropa la “botijería” de Ismael Peña.
La exposición de botijos presenta un original recorrido por el arte contemporáneo ofreciendo una singular composición.
Primero tenemos un recipiente humilde hecho de barro siguiendo las formas tradicionales de fabricación de estas vasijas de cuerpo esferoide con un asa en su parte superior y dos orificios, uno a cada lado llamados boca para llenar y pitorro para beber.
Se trata de una escultura arcillosa universal con personalidad propia, cargada del simbolismo y la historia que desprende la narrativa que llevamos escrita.
La plasticidad de su imagen se observa en los retratos que le hicieron Sorolla (1904) y Dalí (1921), y en el modelado cerámico de Picasso (1952), igual que hicieron de los aguadores Velázquez (1618) y Goya (1810).
Después, este peculiar elemento artesanal, tan arraigado en la cultura popular, se convierte en soporte escultórico sobre el que se modela una obra artística única, la cual adquiere una función nueva. La creación final ya no es botijo de aguadores, ni de pinches, ni de utilleros.
Es una obra que se presenta interactuando con el visitante, lo que se produce ahora en el “bazar arqueológico” del museo de Ávila adquiriendo una nueva vida entre culturas arcaicas y ancestrales.
La composición final es una simbiosis de la figura cerámica de barro dotada con asa, boca y pitorro, sobre la que el artista deja su huella como vestimenta con el siguiente resultado:
1) Manuel Alcorlo (Madrid) recrea las cuatro estaciones haciendo literatura.
2) Manuel Avedán (Madrid) llama bolero al botijo de piel blanca que salpicado de conos volcánicos le sobresalen a borbotones.
3) El segoviano Rafael Baixeeras hace un soleado botijo marino.
4) Juan Barjola (Badajoz) titula su obra “tauromaquia” donde el botijo es todo un símbolo
5) Rafael Canogar (Badajoz) delinea escenas urbanas en círculos con anulares de color.
6) Octavio Colis (Logroño) incrusta los clavos Cristo en el botijo que llama de jueves santo.
7) Salvador Dalí (Girona) nos descubre al juglar Ismael.
8) El “Equipo Estudio” (Vigo) trae el alma de Galicia en el botijo con el pitorro roto que sangra agua por un grifo que gotea.
9) Roberto Fernández Soravilla (Madrid) adivinando la evolución humana transforma el botijo en una auténtica máquina de beber.
10) Hugo Figueroa (Argentina) sorprende detrás de una mirada cautivadora.
11) Antonio Fraguas “Forges” (Madrid) hace una viñeta digital dedicada a san Ismael, juglar y mártir.
12) Sergio Gay (Valladolid) enseña la esencia del placer de beber en botijo en cuyas entrañas se guarda el arte de pintar.
13) José Lapayese del Río (Madrid) abre la ventana agrietada del tiempo desde donde se divisan los campos de Castilla.
14) Eduardo López Casado (León) pinta la acequia seca en una alegoría fantástica.
15) José Luis López Saura (Segovia) transforma (anamorfosis) la imagen del botijo semejando luminaria que se apaga en su interior.
16) Antonio Madrigal (Segovia) celebra la fiesta de de un fornido y sonrosado fauno protector de los campos.
17) Chema Manzano (Palencia) traza los surcos de ancha es Castilla que doblegan la tierra.
18) Ricardo Miguel (Salamanca) recrea un botijo con jeringuillas en la boca al que llama “botijoadicto”.
19) Antonio Mingote (Barcelona) colorea el ambiente festivo de una verbena.
20) José Mª Moro (Segovia) nos refresca la memoria en el origen de la vida haciendo un botijo al que le salen chupetes de lactantes.
21) Ismael Peña (Segovia) compone un botijo sin asa decorado con el oro de las Indias y el rostro de Cristo.
22) José Mª Pérez de Cossío (Segovia) presenta un botijo sin asa que se derrite y diluye como los pensamientos de agua.
23) Guillermo Pérez Villalta (Cádiz) celebra la hora del aperitivo playero.
24) Cristóbal Povedano (Jaén) anuncia una vida nueva en “gestación”.
25 Alberto Sartorios (Roma) pinta el mar Mediterráneo con el agua en el interior del botijo.
26) Juliette Schlunke (Australia) descubre el sexo de la naturaleza en la mujer.
27) Eusebio Sempere (Alicante) viste al botijo como una ratita presumida con de cintas de círculos coloreados.
28) Javier Serna Avendaño (Burgos) muestra mujeres enraizadas que se funde en el barro del botijo.
29) Eduardo Úrculo hace del botijo una sugerente figura andrógina.
30) Manuel Villaseñor (Ciudad Real) dibuja sensuales juegos en el Olimpo.
31) Manuel Viola (Zaragoza) estampa reflejos y variaciones de formas y colores que se acomodan en la figura esférica del botijo.
Especial atención merecen los artistas abulenses representados en las siguientes obras:
32) Josefa de Castro (Poyales del Hoyo) modela un botijo cerámico vidriado dedicada al esfuerzo y cooperación frente al Covid-19.
33) Lola Cubo arropa de rojo al botijo con hilos trenzados acorazando su corazón.
34) Javier Gómez (Pedro Bernardo) “esculpe” un botijo de cristal y forma caprichosa.
35) José Luis Pajares pinta un enigmático botijo con tres ojos.
36) Carmelo San Segundo encierra media docena de membrillo en un botijo que se asoman radiantes.
37) Rafael Sánchez refleja el rostro de Jano, dios del devenir de la vida que aquí se hace diosa.
38) Ricardo Sánchez cuida con mino la aspereza de la naturaleza en un botijo para Gredos.
39) Santiago de Santiago (Navaescurial) sitúa al botijo en medio de un fuerte abrazo de un hombre y una mujer que son manantiales de agua viva.
Y por último, 40) Jesús Velayos muestra en un botijo paisaje el incipiente fruto de la sembradura.