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De Crónicas

HORIZONTES INFINITOS DE LA MORAÑA

HORIZONTES INFINITOS DE LA MORAÑA
HORIZONTES INFINITOS DE LA MORAÑA
Jesús Mª Sanchidrián Gallego
  • 31 de Diciembre de 2023

Hace más de cuatro siglos que Lope de Vega nos emplazó a la tierra morañega de Ávila, y en este artículo acudimos a la sin par convocatoria:

«Segadores de España, / vení a ver a la Moraña/ trigo blanco y sin argaña, / que de verlo es bendición. /… Labradores de Castilla, / vení a ver a maravilla/ trigo blanco y sin neguilla, / que de verlo es bendición».

En este viaje se abren horizontes infinitos en los que compartir profundos sentimientos. Todo desde el horizonte en el que se pierde la vista cuando nos apostamos sobre el terreno de la llanura morañega, donde se abre el infinito estepario de sobrecogedoras planicies que participa de un mismo paisaje cerealista.

¿Cómo contagiar estas querencias a las generaciones venideras?

¿Cómo explicar el apego de nuestros padres a estos campos de atractivo secular y difícil encaje en las rutas turísticas al uso?

¿Cómo enseñar la metáfora marinera del océano inmenso que se abre a los ojos de aldeanos y viajeros al alzar la vista?

Y ¿cómo hacer todo esto cuando vemos que los pueblos se vacían y abandonan por sus moradores legendarios, aquellos que heredaron y transmitieron por los siglos antiguas tradiciones y costumbres, ya desaparecidas, que son nuestra identidad cultural?

Empecemos entonces por conocer y saber más de cuanto nos rodea, y redescubriremos la magia de sus valores culturales y naturales que son el horizonte infinito e inagotable, sabiendo que las formas de vida antigua mantenidas durante siglos son parte del pasado que no volverá. Y en el redescubrimiento de La Moraña encontramos infinidad “Morañas” que son el ideario histórico de su devenir constante que seguidamente relatamos.

La Moraña prehistórica guarda testimonios de piedras talladas hace cien mil años en Narros del Castillo.

Entre los exponentes del calcolítico destacan los hallazgos de la Edad de Cobre encontrados en el yacimiento de El Tomillar en Bercial de Zapardiel, y el ajuar campaniforme de Valhondo en Pajares de Adaja.

La Moraña vettona, que linda por el sur con los castros de las Cogotas y de la Mesa de Miranda, tiene sus mejores ejemplos en los verracos graníticos (s. IV a. c. – s. I d. c.) de Mingorría, Santo Domingo de las Posadas, El Oso, Papatrigo y Arévalo.

La Moraña romana aparece representada en cerámicas de Papatrigo, en el extraordinario mosaico de Magazos (Nava de Arévalo), y en la villa romana descubierta en San Pedro del Arroyo.

Destacando en la historiografía el arqueólogo de Madrigal de las Altas Torres Emilio Rodríguez Almeida (1930-2016), autor de "Ávila romana. Notas para la arqueología, la topografía y la epigrafía romanas de la ciudad y su territorio", 2003.

La Moraña medieval, nombre de ascendencia árabe, debe su título a la singularidad de la reconquista cristiana en la que se respeta la cultura islámica de los habitantes de origen musulmán que conviven en su seno con otros venidos del norte peninsular.

La Moraña mora presume de morería en la ciudad de Arévalo donde nació el místico islámico llamado El Mancebo de Arévalo (s. XVI), el más relevante autor mudéjar-morisco del siglo de oro, a cuyo nombre unimos el de Omar Patún, quien escribió sobre la peregrinación a La Meca que hizo durante cuatro años entre 1491 y 1495.

La Moraña judía estuvo representada en Arévalo por el cabalista Moisés de León, toda una celebridad de su tiempo que falleció en la localidad allá por el año 1305 y fue enterrado en Ávila.

La Moraña cristiana, por su parte, tiene en el obispo y escritor Alonso Fernández de Madrigal, «el Tostado» (1410 - 1455), nacido en Madrigal de las Altas Torres, uno de los personajes más célebres.

La Moraña territorial agrupa a casi un centenar de municipios de la mitad norte de la provincia abulense cuyo territorio queda configurado en una inmensa llanura, que incluye la Tierra de Arévalo y el Campo de Pajares, con pequeñas y planas colinas que se pierde en el horizonte, como un mar en tierra adentro.

La Moraña panorámica ofrece una excelente vista para la contemplación, y ésta se presenta desde la atalaya que se levanta sobre Peñalba o la que se exhibe desde el Cerro Gorría.

Y situados aquí, enseguida se agolpan imágenes de numerosas vidas de hombres y mujeres que por aquí pasaron dejando reveladores signos de su historia, que es la nuestra.

La Moraña paisajística se delimita y configura en la mitad norte de la provincia distinguiéndose las siguientes Morañas:

La Moraña norteña llamada Tierra de Arévalo.

La Moraña occidental, entre el río Arevalillo y la provincia de Salamanca.

La Moraña oriental, entre el río Arevalillo y la provincia de Segovia de la que se separa por el río Voltoya.

Y también se distinguen la Moraña Alta y la Moraña Baja, según su mayor o menor altitud.

La Moraña es una marina de tierra donde hondean como veleros, torreones, torres campanarios y espadañas en un mar cerealista, en cuyo horizonte se juntan cielo y tierra.

La Moraña fluvial se peina con una raya que es el corredor verde que dibuja el río Adaja entre cárcavas y verdes pinares, y choperas junto a los arroyos.

Otros ríos que van a parar a la mar cerealista de la Moraña son:

El río Arevalillo, el cual se alumbra en el Cerro Gorría de la serranía de Ávila que se adentra en la Moraña por Bravos y Santo Tomé de Zabarcos.

El río Zapardiel que nace en la Laguna de San Martín de Cabezas de El Parral, y el Trabancos en Blascomillán.

Y en medio, la extraordinaria laguna de El Oso, un espacio de incalculable valor ornitológico y medioambiental.

La Moraña es arquitectura de barro y ladrillo que los artesanos moriscos modelan con maestría, quienes a las órdenes de curas y párrocos construyen iglesias y templos de orden románico junto a parte del caserío de nuestros pueblos.

Moraña viene de morería, y tierra de moros es el significado más aceptado, y los edificios monumentales mudéjares son creación original de su oficio de constructores.

La Moraña mudéjar es la arquitectura de ladrillo hecha arte por moriscos en templos, iglesias, ábsides, campanarios, torres y puentes.

Y en este conjunto monumental sobresalen los edificios religiosos de: Adanero, Albornos, Aldeaseca, Arévalo, Cabizuela, Donvidas, Espinosa de los Caballeros, Horcajo de las Torres, Langa, Madrigal de las Altas Torres, Narros del Castillo, Narros de Saldueña, Pajares de Adaja, Palacios de Goda, San Esteban de Zapardiel y Sinlabajos, entre otros.

La Moraña es artesanía de ladrillo y adobe, de este oficio son los viejos tejares donde se cuece y modela el barro que todavía quedan en: Bercial de Zapardiel, Berlanas, Castellanos de Zapardiel, Fuente el Sauz, Pajares de Adaja llamado del tío Mariano, Sanchidrián, Santo Tomé de Zabarcos llamado del tío Pío, y San Vicente de Arévalo, mientras que en Cabezas de Alambre hacían adobes.

Lo mismo que mantienen hornos de alfareros en Tiñosillos y Arévalo.

La Moraña es cielo azul, es sol de justicia, es pan de trigo candeal, es viña que verdea en la lejanía.

«Se tiende al sol de Castilla / Arévalo, y a su cielo eleva las torres de/ sus iglesias y conventos», escribió Miguel de Unamuno.

La Moraña poética se hizo verso en el libro Morañegas de Constantino de Lucas Martín (1882-1947), sacerdote natural de Viniegra de Moraña, quien fue un capellán castrense retirado en 1922 en la finca Machín de Arévalo.

Todos los pueblos se dan cita en este entrañable poemario que los niños recitaban en la escuela.

En él se canta al labrador, al pastor, a la música de tambor y gaitilla, al trillo, a la yunta, a los machos, a las mieses, a la campana, a los garbanzos, a la matanza, a la cocina, a la patrona, etc.

La Moraña del viajero vagabundo que fue Camilo José Cela era aquella donde se «cría el cereal, tolera la vid y maldice el árbol».

A la contra, Constantino de Lucas compuso el poema titulado «El árbol de la Moraña. Poema de mi tierra llana».

La Moraña de sombra arbolada en los pueblos es escasa y aquí el árbol tiene nombre propio: el árbol de la plaza, el árbol de la ermita, el árbol de la iglesia, el árbol del cuartel, etc.

La Moraña forestal se asienta en los pinares de Arévalo, Hernansancho, Villanueva de Gómez, San Vicente, Adanero, Espinosa, Orbita, Nava de Arévalo, Pedro Rodríguez y Cabizuela, El Oso, Riocabado, Tornadizos, Langa y Pozanco. También en las dehesas y montes de Castronuevo, Zorita, Navares, Almarza, Viñegra, Moraleja y Blasconuño.

Así como en las riberas de los ríos y arroyos Adaja, Arevalillo, Voltoya, Espinarejo, Zapardiel, Trabancos, Regamón, Berlanas, Mínime, san Miguel, Pontón y Mora.

La Moraña cerealista es granero de Castilla, y su más elocuente naturaleza que la identifica encuentra su armonía en una bella cancioncilla que recoge Lope de Vega en la comedia "El vaquero de Moraña" (1599-1603) y reseñamos al principio:

«¡Ésta sí que es siega de vida, / ésta sí que es siega de flor! /... Esta abundancia de cielo, / favorable y rico amigo, / tanto, que/ os vuelva trigo/ la misma hierba del suelo».

La Moraña agrícola y ganadera testimonia sus faenas en los aperos de labranza que se conservan en las casas, corrales, pajares y paneras de las localidades de la zona, en establos y dependencias agropecuarias, y muchos en la casa museo del pintor Eugenio López Berrón en Gotarrendura.

La Moraña de carretería era la actividad artesana que consistía en fabricar carros y aperos de labranza con los que se desarrollaban una parte importante de las faenas agrícolas.

Y los talleres carreteros que destacaron por su importancia en La Moraña y Tierra de Arévalo fueron los de Adanero Albornos, Aveinte y Flores de Ávila, sin olvidar otros en Peñalba, Cardeñosa, Crespos, Riocabado, El Oso, Madrigal y Arévalo.

La Moraña carreteril es la de los carreteros y carros agrícolas que utilizan los labradores tirados por bueyes, vacas, burros, caballos o mulas como animales de tiro.

Estos últimos sobresalen por su elegancia y decoraciones coloristas y todavía se ven algunos abandonados a su suerte en un rincón de las eras, o bajo un tinado medio arruinado, y otros, con mejor suerte, se exhiben en el Museo López Berrón de Gotarrendura y en el Museo de Ávila, a cuyo paso se cantaba:

«¡Que viene el carro!, gritaban/ los niños en la plazuela. / Más allá de los barbechos/ juegan las cigüeñas/ a cantar: Que ruede el carro, / que el carro ruede la rueda»

La Moraña arriera surcada por infinidad de caminos ya no siente de traqueteo de carros tirados por mulas y se ha hecho peregrina.

«El arriero va a pie junto a sus burros, o montado en uno encima de la carga, con las piernas colgadas junto al cuello. El arriero español es un hombre agradable, inteligente, activo y sufrido; resiste hambre y sed, calor y frío, humedad y polvo; trabaja tanto como su ganado y nunca roba ni le roban», escribió el viajero inglés Richard Ford en 1830.

La Moraña trajinante es la de comerciantes ambulantes y arrieros que recorren pueblos y aldeas ofreciendo productos y servicios:

Entre ellos, citamos algunos, a modo de ejemplo:

El tío Requena y el tío Ronda, de la Vega de Santa María, arreglaban y hacían albardas y colleras de burros, mulas y caballos.

El tío Trifón y el tío Calixto de Velayos hacían los ataúdes, timones de los carros y los estevones de los arados.

Los trilleros de Migueláñez empedraban la cara inferior de los trillos que después desgranaban el trigo y la cebada.

Los cacharreros de Tiñosillos llegaban con una buena muestra de cántaros, botijos y otros recipientes de barro. Los patateros llegaban de Tiñosillos y Cabizuela.

El tío Pistolo, desde Cardeñosa y Peñalba, recorría los pueblos como buhonero con un carro tirado por una mula.

Los ajeros y hortelanos eran de Las Berlanas.

El tío Jabonero de Velayos vendía trozos de jabón que llevaba en unas alforjas.

De Velayos llegaba Los vendedores de ultramarinos y frutas, peces y cangrejos del Adaja, chocolateros, panaderos, triperos, meloneros, y vendedores llegaban de Mingorría.

Los colchoneros venían con el buen tiempo de Villanueva de Gómez, quienes vareaban los colchones mientras la lana se oreaba al sol.

El tío Rascayú, de Arévalo, se instalaba en una casa los días que fueran necesarios para terminar aquellos grandes armarios, construidos en la misma habitación donde se ubicaba.

Y el tío Elías, también de Arévalo, hojalatero sesentón con bigote negro y muy moreno, se paseaba haciendo ruido con una sartén y un hierro, percusión tronadora, mientras se anunciaba:

«Nuestro oficio es un oficio muy chulo. / Señora, ¿quiere usted que le eche un culo? (a las cazuelas y pucheros)».

La Moraña peregrina se ha reinventado en interesantes rutas para senderistas y caminantes que cruzan la comarca por cañadas y caminos con especial fervor.

Y entre ellas descubrimos el camino de Santiago llamado del Sureste, por Gotarrendura, Hernansancho, Villanueva, El Bohodón, Tiñosillos y Arévalo.

La ruta del cortejo fúnebre de Isabel la Católica, desde Medina del Campo a Granada, sigue el mismo itinerario.

Otra ruta santiaguera y del Camino de la Lengua pasa por Mingorría y Santo Domingo de las Posadas Velayos, Blascosancho, Pajares de Adaja, Gutierre Muñoz, Órbita, Espinosa de los Caballeros y Arévalo.

La ruta teresiana de la cuna en Ávila al sepulcro en Alba de Tormes, por Gotarrendura, El Oso, Papatrigo, Fontiveros, Narros y Duruelo.

Y la ruta llamada del emperador Carlos V hacia su retiro de Yuste pasa por Horcajo de las Torres.

La Moraña molinera es la que se ocupa de la transformación del cereal en harina y pienso.

Para ello se construyen molinos en los cauces de los ríos y arroyos y se convierten en las instalaciones de uso colectivo donde se advierte un nivel más elevado de tecnología agraria.

«Parecéis molinero, amor/ Y sois criador; parecéis molinero, / y criais el pan entero;/ y sois pan verdadero/ hecho de harina de flor, / y sois criador», escribió Lope de Vega en "El rústico del cielo".

Otra cancioncilla anónima dice:

«Gasta la molinera/ Ojos de cielo/ Y unos labios que saben/ A caramelo».

Y los molinos de los que se conservan vestigios se encuentran: En el río Adaja: en Mingorría, Cardeñosa, Zorita, Pozanco, Navares, Hernansancho, Villanueva de Gómez y Arévalo (Quemado, Cubo, Obispo y Monjas).

En el río Arevalillo: en Sto. Tomé de Zabarcos, Albornos y Brabos. En el río Zapardiel: en Mamblas y en la alquería de Torralba de Cisla.

En el río Trabancos: en Rasueros, Flores de Ávila y Horcajo de las Torres.

En el Arroyo Aldeamar: en Blascomillán y San Juan de la Encinilla. En el arroyo Pinarejo: en Villaflor y Bularros.

Y en el río Voltoya: en Velayos.

Luego los molinos hidráulicos dieron paso a los molinos de piensos que se levantaron en los núcleos urbanos, y a los pueblos ribereños se unieron, entre otros, Papatrigo, El Oso y Las Berlanas.

La Moraña pastoril es la de los labradores que descubrieron el beneficio económico que les supondría la posesión de rebaños de ovejas.

Aprovechando los pastos de las tierras de barbecho y las de la rastrojera, no sólo aumenta su renta con la producción de lana y carne, sino que además les proporcionaba abono orgánico bueno y barato.

Ello dio lugar al pastoreo estable, el cual llegó a alcanzar tal importancia que consagró el dicho popular:

«Antes labrador sin orejas/ que sin ovejas».

La Moraña festiva se resume en un dicho popular que nos enseña mucho de tradiciones ancestrales: «Tres días hay en el año/ que relucen como el sol:/ la matanza, el esquileo/ y el día de la función».

La Moraña taurina guarda esta tradición ancestral en los encierros y festejos de Madrigal de las Altas Torres y Arévalo, y Cardeñosa conserva una histórica plaza junto a la ermita del Cristo.

La Moraña chacinera se representa en el ritual donde se da muerte al cerdo, animal que ha sido la base alimenticia familiar durante siglos. Es la matanza que en versos con pringue recitó elocuentemente Constantino de Lucas.

Y cuando llegaban los castradores de Adanero el alguacil pregonaba:

«Ha llegado el castrador de Adanero. El que tenga ganados que castrar que no los eche de comer y avise en la posada».

La Moraña cocinera guisa en la vieja lumbre rico cocido de garbanzos, magras, morcillas, torreznos, patatas, bacalao y sopas de ajo, y como algo extraordinario el tostón, un verdadero manjar.

La Moraña ganadera domaba sus vacas y bueyes para laborear el campo y para poner las herraduras a las vacas y bueyes levantó curiosos complejos pétreos formados por toscas columnas llamados potros.

Buenos ejemplos hay en Mingorría, Pozanco, Zorita, Santo Domingo, Gotarrendura, Hernansancho, Muñosancho y otros tantos pueblos.

La Moraña viñadora exhibe su verdor y riqueza en campos de Madrigal, Langa, Zorita, Pozanco, Gotarrendura, Peñalba, Hernansancho, Blascosancho, etc. que conservan lagares y bodegas.

Y llegado el mes de octubre decía un verso de Lope de Vega:

«A la viña, viñadores, que sus/ frutos amores son».

La recogida de la uva y la posterior elaboración del mosto es una de las labores tradicionales que se desarrollan en el campo más gratificantes, no en vano solía constituir una fiesta.

La Moraña deportiva compite en juegos de pelota, calva, barra, luchas y carreras de gallos.

Y sobresale la pelota hecha de piel de gato que golpea en los frontones que proliferan en todos los pueblos aprovechándose de los paredones y tapiales de iglesias y ermitas.

La Moraña feriante es la de las ferias ganado que tenían lugar en Ávila, Las Berlanas, Arévalo y Peñaranda, hasta donde llegaban los arrieros de la Sierra, las dehesas y La Moraña entera conduciendo ovejas, cabras, caballos, vacas, burros, mulas... Los aldeanos llegaban ataviados con trajes negros de pana y sombreros de paño (atrás quedaron las albarcas de goma y las boinas), y los animales lucían lujosas albardas y colleras mientras tiraban de carros ruidosos.

La Moraña folclórica es la que sale de la dulzaina y el tamboril. En la fiesta, los bailes eran amenizados por los tamborileros Modesto y Codileso, de Vega de Santa María, “Ojetete”, de Maello y el dulzainero “Polilo”, de Pozanco, alumno del famoso Agapito Marazuela. Las jotas y las danzas de palos son buenos ejemplos de la tradición musical.

La Moraña tejedora es la que mantenía una primitiva industria textil en Mingorría, Velayos y Santo Domingo de las Posadas, localidades que mediado el siglo XVIII, sin contar los tejedores aislados de Gotarrendura, Vega de Santa María y Zorita, mientras que Cardeñosa llegó a contar con una escuela de hilazas.

Así, Mingorría tenía entonces 14 centros cardadores y ocho telares, que daban trabajo a 19 tratantes y fabricantes de estameñas, 12 cardadores y peinadores de lana y dos aprendices, y a ocho maestros de tejer sayales y estameñas.

Velayos tenía 35 peinadores, 15 cardadores, 27 telares y 31 tejedores, entre ellos había seis fabricantes- tejedores que empleaban entre todos a 30 operarios, seis fabricantes-peinadores que elaboraban lana para estameñas y sayales, y un fabricante peinador y tratante de pieles de cabra.

Santo Domingo de las Posadas tenía tres peinadores, cuatro telares y cuatro tejedores. Estas localidades, junto con Villanueva de Gómez, eran las únicas de toda la Moraña y la zona centro de la provincia abulense donde se desarrollaba la actividad textil.

La Moraña de palomas de palomar encuentra su máximo exponente en el palomar que Santa Teresa heredó de sus padres en Gotarrendura, por expreso deseo de su madre doña Beatriz.

«Tenga la mercé de cebar y cuidar bien el palomar en estos meses de frío, ahora que está bien poblado (10.01.1541)».

«Hacedme mercé de enviar doce palominos la víspera de Santiago, que yo me holgaré mucho de ello (10.07.1546».

Estos son los primeros textos autógrafos que se conservan de Santa Teresa dirigidos a González de Venegrilla, natural de Mingorrría, rentero y administrador del palomar, los cuales fueron divulgados por el marqués de San Juan de Piedras Albas.

Este palomar y sus palomas marcaron el alma de Teresa de Jesús hasta llamar «palomarcicos» a todos sus conventos y «palomas» a sus monjas.

La Moraña de cruceros es la que integran las cruces de piedra granítica que componen viacrucis, simplemente calvarios o cruces aisladas a la puerta de iglesias, ermitas y cementerios.

Se levantan sobre peanas que tienen una forma cuadrangular o redonda, para lo que incluso se aprovechan las piedras de los lagares.

La Moraña romera es la del Cristo de los Pinares en San Vicente de Arévalo, su patrón oficioso que congrega en romería a toda la comarca.

Al mismo tiempo, todos los pueblos honran a sus vírgenes y patronos propios con oficios religiosos, procesiones, música de dulzaina y tamboril y subasta de banzos.

La Moraña ornitológica está en la laguna de El Oso donde se reúne una impresionante muestra de avifauna.

Y por su esbeltez llaman la atención las grullas y avutardas en Palacios Rubios, Madrigal, Horcajo, Aldehuela, Flores, Cisla, Moraleja, Sinlabajos, Papatrigo, El Oso y Campo de Pajares.

La Moraña cortesana fue regia durante la Edad Media con Alfonso VIII de Castilla (1155-1214), ganador de la batalla de las Navas de Tolosa murió en Gutierre Muñoz.

Con Alfonso XII de Castilla (1453-1468), hermano de Isabel la Católica, que tuvo su breve corte en Arévalo antes de morir envenenado en Cardeñosa.

Con la reina Isabel la Católica (1451-1504) natural de Madrigal de las Altas Torres, donde su padre Juan II (1405-1454) había fijado la corte castellana.

También con Fernando I (1503-1564), emperador de Alemania, hijo de Juana la Loca y Felipe el Hermoso y criado en Arévalo con su abuela Isabel de Portugal.

A ellos añadimos Sebastián I de Portugal (1554-1578) en la suplantación que hizo el impostor Gabriel Espinosa, el Pastelero de Madrigal ahorcado y luego decapitado en 1595, protagonista del drama de Zorrilla (1817-1893) "Traidor, inconfeso y mártir, que representó Julián Romea.

La Moraña palaciega tuvo su peculiar lujo en grandes casonas del duque de Montellano en Blascosancho; del conde de Adanero en esta localidad y en Fuente el Sauz; del conde de Valdeláguila en Fuentes de Año; del marqués de la Conquista en Vega de Santa María, y de los Cárdenas en Arévalo.

La Moraña jornalera era la que servía en los señoríos nobiliarios de los Alba, Montellano, Gómez (Dávila y Velada), la Conquista, Valdeláguila, etc. hasta que los últimos colonos adquirieron sus tierras.

La Moraña mística y asceta se hizo santa y literaria gracias a Santa Teresa de Jesús (1515-1582), natural de Ávila y emparentada con Gotarrendura; a San Juan de la Cruz (1542-1591), natural de Fontiveros, poeta de hermosos e íntimos versos;

y a Fray Luís de León (1527-1591), catedrático y poeta asceta hombre culto del renacimiento, que falleció en Madrigal de las Altas Torres.

La Moraña monástica tuvo en Arévalo su gran riqueza patrimonial y cultural en los restos de los conventos de San Francisco de la Observancia, de la Santísima Trinidad, de Franciscanos Descalzos, de la compañía de Jesús, de la Encarnación, de Santa Isabel de las Montalvas y de San Pablo de la Moraleja.

En Tiñosillos se encuentran los restos del convento de Nuestra Señora de los Ángeles.

En Madrigal de las Altas Torres destacan el majestuoso y arruinado Convento Extramuros y el habitado de las Madres Agustinas.

Y en Blascomillán el convento carmelita de Duruelo.

La Moraña fortificada se hizo fuerte en los castillos de Arévalo, Narros del Castillo, Castronuevo (del duque de Alba) y Narros de Saldueña (del duque de Montellano), así como en las murallas de Arévalo y Madrigal.

La Moraña de arte sacro inunda las parroquias e iglesias con hermosos artesonados y retablos barrocos tallados por la escuela de Gregorio Fernández (1576-1636).

Muchas de estas iglesias cuentan con órganos de gran valor que hacían sonar los sacristanes con notas celestiales.

La Moraña artística y literaria, se hace célebre en destacadas personalidades vinculada a esta tierra.

A modo de ejemplo, además de las citadas, mencionamos a Francisco Gutiérrez (1751-1782), de San Vicente de Arévalo, escultor de la Cibeles madrileña;

Francisco Méndez Álvaro (1806-1883), de Pajares de Adaja, médico y alcalde de Madrid;

Eulogio Florentino Sanz (1822-1881), de Arévalo, diplomático y poeta romántico;

Juan Jiménez Martín (1855-1901), de Adanero, famoso pintor decimonónico premio nacional en 1901;

la artista vanguardista Maruja Mallo (1902-1995) quien fue profesora de dibujo en el instituto de Arévalo;

Emilio Romero (1917-2003), periodista y escritor de Arévalo;

y los escritores de Langa José Jiménez Lozano (1930-2020), novelista y ensayista, y Jacinto Herrero Esteban (1931-2011), sacerdote, profesor y poeta

La Moraña de discreta ficción fue escrita por Azorín en Madrigal de las Altas Torres, Blasco Nuño de Matacabras, Monsalupe y Mingorría. En Paisaje de España visto por los españoles (1917), Azorín toma prestadas las impresiones de Galdós que prologan el libro de José M.ª Salaverría titulado "Vieja España. Impresión de Castilla", 1907, y en este viaje galdosiano mira «desde el tren que cruza vertiginoso uno de estos caminos y desde aquí contempla Castilla como parte de la España que se revela a los españoles».

En Monsalupe, Azorín compone el cuento "La amada patria. Padrón de españoles", y en Mingorría el titulado "Los vascos de Mingorría". Siglos antes, Cervantes, como guiño a su libertador Fray Juan Gil, relata un encuentro de Don Quijote con uno de los ricos arrieros de Arévalo.

La Moraña infinita, finalmente, tiene muchos más horizontes y otros más por descubrir. Tantos como hombres y mujeres nacieron, vivieron o murieron en esta tierra. Tantos como pasaron por ella, leyeron sobre ella o la vieron en un mapa. Tantos como pueblos y aldeas salpican su paisaje.

Tantos y tantos horizontes, que ya habrá otras oportunidades para encontrarnos de nuevo en ellos, igual que hicimos en el pueblo de El Oso hace una década con estas mismas reflex