La noria de San Nicolás se nos aparece en Ávila como un singular elemento de su patrimonio cultural, ese atrayente imán de permanente prestancia a la hora de reescribir nuestra historia, el cual, en este caso, nos sirve para trazar una ruta mágica en torno al peculiar funcionamiento de estos artilugios dentro de la actividad agrícola del hombre.
La noria de San Nicolás presenta además interesantes connotaciones en las que gravitan aspectos históricos, literarios, poéticos, artísticos, arquitectónicos, industriales, artesanales, arqueológicos, paisajísticos, románticos, místicos, costumbristas, etnográficos, sociales y económicos de la ciudad de Ávila que nos permiten un mayor conocimiento de nuestra identidad cultural.
La noria de San Nicolás de Ávila, que es un poco cualquier noria, es una muestra ejemplar de los ingenios hidráulicos que colonizaron la ribera abulense del río Adaja en la Edad Media ideados para extraer agua y regar la tierra.
La noria de San Nicolás se situaba a la entrada de la ciudad, donde se llega por los accesos que siguen el curso de la margen derecha del río junto a la sombra de la fresneda del Soto, lugar donde dormitaba el ganado trashumante en días de feria antes de mercadear en los lienzos de la muralla.
La noria de san Nicolás se halla en una zona de llanura del valle Amblés antes de que el río se precipite para mover los molinos harineros que proliferan aguas abajo. Es por ello que en las inmediaciones de la noria y en todas las huertas del lugar se producen con frecuencia desbordamientos que son imposibles de atajar, como el ocurrido en 1834 y otras tantas inundaciones que se recuerdan, qué paradoja para la máquina destinada a sacar agua.
La noria de San Nicolás es uno de los pocos vestigios de la arquitectura menor y el patrimonio industrial que quedan en Ávila, a los que se suman aguas abajo las ruinas de la antigua fábrica de la luz y de una desaparecida fundición de hierro, el solar de la histórica fábrica de harinas, el renovado molino de la Losa y un derruido batán, dejando de lado las tenerías medievales destinadas al curtido de pieles en una actividad artesanal ya olvidada.
La noria de San Nicolás es el barco primero y más grande de la flota del mar de huertas que bañaba los suelos ribereños de la parroquia de San Nicolás, la misma tierra en cuyas inmediaciones se han hallado verracos vettones, se asentaron pobladores romanos y siglos después fue cementerio musulmán.
La noria de San Nicolás es el nombre con el que ahora testimoniamos todas las norias sembradas en las numerosas huertas que existieron en Ávila, imponente fue la del monasterio de Santo Tomás que también regaba la huerta con agua canalizada desde Las Hervencias, las cuales fueron construidas, como las de toda la península, con técnicas heredadas de la civilización árabe que ejecutaban con pericia los artesanos musulmanes que poblaban la ciudad.
La noria de San Nicolás debió seguir el sistema de implantación morisca que recogen los Libros de Censos del Cabildo de la Catedral y que ha estudiado Serafín de Tapia: «En 1396, Hamad, hijo de Alí, moro, toma del Cabildo a renta una tierra en Grajal cerca del río Adaja por 10 años y se compromete a hacer huerta en ella y a hacer una noria».
La noria de San Nicolás gozó entonces de la visión de los poetas árabes que vieron en las norias o máquinas hidráulicas elevadoras de agua una plañidera de lacerante gemido, como dice José Jiménez Lozano siguiendo a Manhbùb, un poeta y gramático del Al-Andalus que vivió a finales del siglo X o principios del XI que escribió:
«[Esta máquina], capaz de gemir, tiene párpados que no disminuyen la masa glauca de agua pura derramada sobre sus bordes… Se diría que los cangilones sobre su dorso son perlas para adorno colocadas sobre una diadema que ciñe la frente».
La noria de San Nicolás es una noria mora cristianizada con el nombre del patrón del barrio situado extramuros y al suroeste de la ciudad, igual que al norte de Ávila se encuentra la conocida como “Huerta del Moro”, toponimia que se conserva en la actualidad.
La noria de San Nicolás es como la noria de la huerta de Santa Teresa, huerta que perteneció a su tío Francisco situada detrás de su casa natal y que compró el ayuntamiento en 1876 para ampliar la Academia de Administración Militar. Allí había un manantial y una noria rodeada de árboles donde Teresa sacaba agua:
«Paréceme a mí que se puede regar de cuatro maneras (con pozo, noria, río o lluvia) … con noria y arcaduces, se saca (el agua) con un torno; yo lo he sacado algunas veces” (Libro de la vida, cap. 11/7)».
La noria de San Nicolás se accionaba por el tiro de los animales de labor y sobre este trabajar Santa Teresa construyó una hermosa alegoría de la oración: «Los asnillos trayendo el agua de la noria con los ojos cerrados y no entendiendo lo que hacen, sacan más que el hortelano con toda su diligencia» (Libro de la vida, cap. 22/12».
La noria de San Nicolás era similar a las que trajeron a España los agricultores asirios que se afincaron en Andalucía y Levante a partir del siglo VIII, y que a partir de entonces se empleaba no solo en la agricultura sino también para abastecimiento urbano y de baños públicos, igual que en Babilonia se utilizaban para regar los jardines colgantes hace más de 2.500 año escribió Herodoto.
La noria de San Nicolás original se construyó por los carpinteros musulmanes y así, una vez excavado el pozo, se tomaban las medidas del brocal y teniendo en cuenta la profundidad del pozo fabricaban las ruedas y demás estructura utilizando maderas duras bien curadas, sin usar clavos o soportes de hierro y sí cuñas y ensamblajes de madera.
La noria de San Nicolás siempre ha sido una noria ‘de sangre’ formada por un mecanismo compuesto básicamente de dos grandes ruedas de madera, una horizontal que, movida por un animal, transmite su giro a otra vertical instalada sobre la boca del pozo, que tienen una cuerda circular con vasijas adosadas (arcaduces o cangilones) que cuelga hasta el fondo del pozo y que al girar la rueda eleva el agua hasta la superficie.
La noria de San Nicolás se construyó siguiendo las reglas del buen hacer de los carpinteros medievales, sin especiales normas escritas sobre su emplazamiento, cosa que después fue regulada por ordenanzas en otros sitios (Madrid, 1661, 1796, 1820, 1866, etc.; Murcia, 1889; etc.)
La noria de San Nicolás se componía, igual que la mayoría de estos artilugios, de la rueda del agua, vertical, formada con una maza central con cojinetes en los extremos para sujetarla al pozo, y treinta y dos puntos de madera para engranar con el arbolete. En ella se sitúa la maroma a la que se sujetan los arcaduces o cangilones de barro.
La noria de San Nicolás tenía, como todas, un arbolete, rueda horizontal asentada sobre el plato de hierro situado encima de una piedra, y en su centro una caña de madera terminada en balastos de hierro.
La noria de San Nicolás también tenía una maza que sujeta el mayal de olivo o de eucalipto al que se enganchaba el aparejo del animal, a la vez que sobre el arbolete se colocaba la guiadera, que servía para encauzar al animal en su marcha por el carril.
La noria de San Nicolás se nos presenta igual que las que sirvieron de inspiración a Lope de Vega, Antonio Machado, Juan Ramón Jiménez, García Lorca, Gerardo Diego, Miguel Hernández, Jaime Torres Bodet, Gloria Fuertes y Félix Grande, entre otros poetas.
La noria de San Nicolás tirada por el animal de carga que sirve al campesino nos habla de esclavitud, libertad y resignación en el poema de Félix Grande escrito en el periodo 1963-1966:
«Como mula de noria cuyo horizonte/ es un oscuro trapo que le asfixia los ojos,/… es esclavo de una meta circular, increíble, inexistente,/ como esa vieja cosa equina/ que con una industriosa sumisión proporciona/ grano y paz a sus dueños soñolientos,/ de igual manera tú, resignación, innoble/ … cohabitas con la ceguera y el esfuerzo cansino/ extenuándote en círculos, mientras ellos / dormitan su modorra dominadora / en la sombra del huerto / totalmente imposible para ti, miserable».
La noria de San Nicolás, cuando era tirada por una mula vieja, bien puede servir para imaginar la escena poética que recitó Antonio Machado de su libro Soledades: «La tarde caía / triste y polvorienta. / El agua cantaba / su copla plebeya / en los cangilones / de la noria lenta. / Soñaba la mula/ ¡pobre mula vieja!, / al compás de sombra / que en el agua suena».
La noria de San Nicolás tenía arcaduces o cangilones, primero de barro y luego metálicos, que dejaban caer el agua sobre una artesilla de madera de la que partía una atarjea que conducía el agua bajo el carril y a través del lavadero a una balsa donde se acumulaba para el riego.
La noria de San Nicolás tenía un pozo profundo de sección circular de dos metros y medio de diámetro realizado en mampostería irregular, mientras que el entramado de la noria se colocaba sobre una plataforma elevada y el agua extraída discurre por un canal de ladrillo hasta la balsa dispuesta para el riego.
La noria de San Nicolás es una más de las que censa Madoz en Ávila en su diccionario geográfico de 1850 entre otros sistemas de riego que utiliza el hortelano: «Para el sistema de riego emplean los naturales: la noria, el cigüeñal, las bombas y chupones, o simplemente la soga y la polea».
La noria de San Nicolás es noria de la huerta del mismo nombre, igual que otras huertas los son de los conventos de la Encarnación, Gordillas, San José, Gracia, Gordillas, la Concepción, San Antonio, Santo Tomás, etc. O también son huertas de caserío, como las de las Ordenanzas Municipales de 1894 nombradas del Vado de San Mateo, del Obispo, de Muñoz, de las Sanguijuelas, del Cristo de Linares, de Robinsón, de Manolillo, del Moro, de Grávalos, de Don Bartolomé, de Soriano de Ocaña y de Gutiérrez. Y a ellas se suman las huertas del Moro, del tío Pichichi y las de las dehesas que circundan la ciudad, entre otras.
La noria de San Nicolás regaba hortalizas, verduras y algunas frutas que los huertanos venden desde tiempos medievales en los tradicionales mercados de las plazas del Grande y del Chico. Y en ello se ocupaban todavía a mediados del siglo XX diez hortelanos censados a título principal más otros sesenta agricultores o jornaleros huertanos.
La noria de San Nicolás de origen medieval fue renovada en el siglo XVIII, como ocurrió de forma generalizada a partir de entonces en otros muchos lugares, y la estructura de madera fue sustituida por otra menos artesanal y aparatosa hecha de hierro de fundición que seguía siendo accionada por mulas o burros.
La noria de San Nicolás participa del dicho “quien no te conozca que te compre”, donde la noria forma parte del escenario de la historia (recogida por Fernán Caballero) que concluye con esa frase, la cual actualmente se utiliza, como hizo Quevedo, para resaltar los defectos que tiene la persona, significando que si alguien ya los conoce entonces no te quiere.
La noria de San Nicolás es metáfora literaria e imagen reflexiva en textos de Fernando de Rojas, Santa Teresa, Cervantes, Azorín, y José Jiménez Lozano.
La noria de San Nicolás simboliza el fluir de agua y con ello el paso del tiempo (tempus irreparabile fugit), que así reflexionaba Fernando de Rojas por boca de La Celestina: ¡Ay quién me vio y quién me ve ahora!... Mundo es, pase, ande su rueda, rodee sus arcaduces, unos llenos, otros vacíos».
La noria de San Nicolás es símbolo de dos fuentes de agua: la noria y el manantial, y siguiendo el símbolo teresiano de la experiencia orante, sirve para explicar el proceso creativo del escritor dice José Jiménez Lozano en su “abecedario”:
«Esta escritura que sacamos a veces a fuerza de muchas vueltas, pero otras de repente, se nos ofrece como un manantial, Aunque quizás, desde luego, porque hemos dado muchas vueltas a la noria y sacado, una y otra vez, arcaduces secos o cuyo agua no acertamos a verter».
La noria de San Nicolás es igual a la rememorada por el niño Jiménez Lozano junto al río Zapardiel de Langa, su pueblo, cuando nos describe su interior sobrecogedor:
«[Por dentro] la cúpula de la cimbra donde giraba la máquina [la rueda del agua] entraba la luz que iluminaba aquel oscuro recinto débilmente. La cadena de los arcaduces mostraba un brillo siniestro, y el pozo, si estaba casi vacío era como una sima impresionante, y en sus paredes se veían a veces las horribles salamandras; si estaba lleno, era un agua negra, como una gran pupila. Y estaba el fragor que se oía allí dentro, en aquella oquedad con bóveda, causado por el agua que se derramaba de los cangilones».
La noria de San Nicolás tenía un burro de empleado, un burro que no sabía leer con un triste destino de dar vueltas, y al burro le cantó Gloria Fuertes como le cantan los poetas: «¿Qué culpa tiene el burro de ser burro? / En el pueblo del burro no hay escuela. / El burro se pasa la vida trabajando, / tirando de un carro, / sin pena ni gloria, / y los fines de semana / atado a la noria».
La noria de San Nicolás en funcionamiento es como una ruleta del tiempo, del paso del día a la noche que compuso García Lorca en su poema “El diamante”: «Se agitan en mi cerebro / dos palomas campesinas / y en el horizonte, ¡lejos¡,/ se hunde el arcaduz del día/ ¡Terrible noria del tiempo!»
La noria de San Nicolás también nos recuerda el refrán que da significado a que lo mismo que el arcaduz recoge el agua del río para después verterla, a veces las personas malgastan en proyectos y demandas infructuosas las riquezas de su caudal: «Arcaduz de noria, el que lleno viene, vacío torna».
La noria de San Nicolás nos sirve para explicar el dicho cervantino de Don Quijote cuando se sentó a comer con los cabreros y el vino rodaba y desaparecía en el gaznate (Cap. XI), como el agua del pozo que pasa al riego:
«No estaba, en esto, ocioso el cuerno, porque andaba a la redonda tan a menudo [ya lleno, ya vacío, como arcaduz de noria], que con facilidad vació un zaque de dos que estaban de manifiesto».
La noria de San Nicolás refleja misteriosos amoríos que vienen y van en palabras de un personaje de la comedia El castigo sin venganza de Lope de Vega, escritor que fue capellán de la ermita de San Segundo de Ávila:
«… Misterio tiene/ tu sufrimiento, perdón: / que pensamientos de amor / son arcaduces de noria: / Ya deja el agua primera / el que la segunda toma».
La noria de San Nicolás se presta a la figuración plástica como las representaciones pictóricas que hicieron de otras tantas Goya, Gustave Doré, Carlos Haes, Joaquín Sorolla, Joaquín Mir, José Piello Llull y Pérez Villalta.
La noria de San Nicolás nos acerca al grabado de Goya sobre los horrores de la guerra contra los franceses, también padecidos por la ciudad de Ávila, donde una primitiva noria de arcaduces es el telón de fondo de la escena en la que un solado napoleónico intenta raptar a una doncella y una vieja con puñal pretende evitarlo.
La noria de San Nicolás, situada junto a la iglesia del mismo nombre, recibía al viajero que llegaba por la carretera serrana del suroeste ajena a su peregrinaje, y entre los ilustres aventureros que se acercaban a la ciudad en el siglo XIX encontramos al barón Jean-Charles Davillier, quien recorría la España romántica acompañado del pintor y grabador Gustave Doré ilustrador de su guía de viajes. De Ávila le llama la atención las murallas, la catedral y las figuras de El Tostado y Santa Teresa, mientras que entre los grabados que iluminan la obra destacamos ahora una noria de Valdepeñas tirada por un caballo.
La noria de San Nicolás y todas las de las huertas de la zona constituían un singular elemento del paisaje ribereño que se abría al Valle Amblés, lo mismo que las estampas coloristas que pintó Carlos Haes, pintor decimonónico de campos, marinas y espacios naturales con norias abandonadas y otros elementos de arquitectura popular.
La noria de San Nicolás, en otro tiempo, silueteaba al amanecer, cuando en su horizonte no existían edificaciones y todo era campo y en la lejanía serrana se adivinaba escondido el pueblecito de Riofrío, el mismo sobre el que noveló Azorín e igual que hizo de su tierra alicantina bajo el esqueleto de una noria, la misma estampa luminosa que retrató Sorolla, otro pintor que se sintió atraído por luz de Ávila:
«El alba tiene más poesía que su heredera la aurora. La aurora son vivos arreboles de carmín, de nácar y de oro, y el alba es una casi imperceptible claridad teñida acaso de un leve verdín de cobre... La noria, con su castillete de hierro, comienza a dibujar su esqueleto en el escaso claro».
La noria de San Nicolás brilla en verano bajo un cielo azul que deslumbra, de la misma manera que con un cromatismo desbordante Joaquín Mir, pintor catalán de estilo posimpresionista y renovado modernismo pintó en Mallorca La noria del onclet.
La noria de San Nicolás era recia y austera, por ello llaman la atención los colores floridos que contrastan con las paredes encaladas entre verdes y bermellones en torno al castillete de la noria andaluza que pintó el gaditano José Pinelo Llull a principios del siglo XX.
La noria de San Nicolás ha dejado de servir para el riego y es un icono de la tradición agrícola de la ciudad. Por su parte, el pintor posmodernista Pérez Villalta en 1980 recrea en un cuadro “transvanguardista” y figurativo el movimiento de la noria como representativo del fluir del pensamiento.
La noria de San Nicolás descansa después de siglos agitando el subsuelo torrencial ya sin arcaduces ni balsa que acoja el agua, aquí se detuvo el tiempo bajo la luna, lo que nos trae a la memoria el poema titulado La noria de Miguel Hernández incluido en su obra Perito en lunas:
«Luna, a la danzarina de las danzas / desnudas, a la acequia, acoge e iza, / en tanto a ti, pandero, te golpea: / ¡cadena de ti misma, prometea!».
La noria de San Nicolás toma el agua subterránea de la cuenca del Adaja con la que llena una gran balsa, estanque o acequia, mientras que en la orilla del río de esta zona que llegaba hasta el antiguo vado de San Mateo, frente a la desaparecida fábrica de la luz, existía una zona de baño sólo para mujeres, decían las ordenanzas municipales de finales del siglo XIX.
La noria de San Nicolás extraía agua de riego, aunque también podía servir para beber, abrevar y quizás bañarse, y todo ello lo hacía Platero escribe Juan Ramón Jiménez:
«Cuando, entre un olor a naranjas, se oye el hierro alegre y fresco de la noria, Platero rebuzna y retoza alegremente. iQué sencillo placer diario! Ya en la alberca, yo lleno mi vaso y bebo aquella nieve líquida. Platero sume en el agua umbría su boca, y bebotea, aquí y allá, en lo más limpio, avaramente» (Cap. LVII).
La noria de San Nicolás también era remanso de paz con la aurora, sin ruido de chorros de agua, ni gemidos de engranajes, ni pisadas de paso lento de caballerías, solo se escucha el zumbido de las abejas, y eso es lo que cuenta Juan Ramón Jiménez a su burro Platero:
«Platero, tú nos ves, ¿verdad? ¿Verdad que ves cómo se ríe en paz, clara y fría, el agua de la noria del huerto; cuál vuelan, en la luz última, las afanosas abejas en torno del romero verde y malva, ¿rosa y oro por el sol que aún enciende la colina?» (Cap. LXXXIII).
La noria de San Nicolás purificaba la tierra con agua limpia de riego que también blanquea la ropa, mientras que “la noria lava pañales”, dice una canción de cuna de Gerardo Diego:
«Dejad que pasen los arroyos/ Dejad que vuelen mis lágrimas / No permitáis en cambio que se acerquen / las ventanas lejanas / La noria seguirá / lavando los pañales / y la playa acunando / los náufragos triviales».
La noria de san Nicolás fue noria de campo y pueblo y ahora es noria de ciudad, fue noria mora hasta que se bautizó, fue noria de sangre hasta que desaparecieron mulas y burros, fue noria de ruedas y cangilones hasta que enmudeció, fue noria de huerta y ahora es noria de jardín, fue noria de verduras y hortalizas hasta que la tierra se urbanizó, y fue noria de agua hasta que el pozo se secó.
La noria de San Nicolás, desapareció cuando se instalaron motores de bombeo y descendieron los acuíferos debido a su sobreexplotación, dejando de funcionar como casi todas las existentes en la provincia, a principio de los años ochenta del siglo pasado.
La noria de San Nicolás era como las que figuran en los belenes navideños hechas con atractiva artesanía en miniatura.
La noria de San Nicolás funcionó como las norias de oasis de tierras desérticas, algunas de ellas fueron fotografiadas en el siglo XIX en Persia por la escritora y arqueóloga feminista Jane Dieulafoy, quien también retrató Ávila en esa época.
Y de la noria del desierto recita el poeta mexicano Jaime Torres Bodet:
«Y los meses giraban y los años / como giran las ruedas de una noria / bajo el cielo de hierro del desierto. / Pasaron caravanas al lado de la noria / y junto a la noria durmieron los camellos».
La noria de San Nicolás es hoy el resultado de una recuperación de su arquitectura pétrea realizada hace años por el Ayuntamiento con dirección del arquitecto municipal, mi amiga y compañera, Cristina Sanchidrián Blázquez y la mano de obra de una escuela taller, lo que en su día ya nos permitió trazar el mismo acercamiento que desarrollamos en estas líneas.
La noria de San Nicolás quiere ser un libro o guía para lugareños y viajeros y ahora se expone y enseña, y en la jornada del patrimonio de inauguración se dieron cita vecinos y forasteros, habitantes y visitantes, familiares y acompañantes, estudiosos y curiosos, niños y jubilados, concejales y técnicos municipales, periodistas y retratistas, caminantes y paseantes, todos ávidos de saber y conocer más sobre nuestro patrimonio cultural.
Finalmente, la noria de San Nicolás es sólo un ejemplo de otras muchas norias que todavía se conservan en los pueblos de Ávila y de toda España y el mundo entero, no es única, pues similar a ella reseñamos algunas de otros lugares que lucen igual.
Así, por ejemplo, en Ávila las hay en la dehesa de Fuentes Claras cercana a la capital, en Candeleda, en Mingorría, en Muñana, en Narrillos de San Leonardo, en Navaluenga, en Padiernos, en Villar de Corneja, etc.; en Almería en la Unión, Níjar y Vera; en Badajoz en Talavera la Real; en Cádiz en Algeciras; en Fuerteventura; en Guadalajara en Salinas de Imón; en Jaén en Lahiguera; en Madrid en el Parque del Retiro y en Aranjuez; en Mallorca; en Murcia en Lorca y en el Campo de Cartagena; en Navarra en la Comarca de Valdorba; en Orense en Allariz; en la Rioja en Autol; en Salamanca en Las Batuecas; en Segovia en Pinarnegrillo; en Soria; en Toledo en La Sagra; y en un sin fin de localidades más, la mayoría abandonadas y algunas restauradas.