Por la raya que trazan en paralelo al sendero de gran recorrido GR-10, que une el Mediterráneo y el Atlántico, partiendo de Valencia y finalizando en Lisboa, se descubre un Ávila vigilado por montañas a cuyas entrañas se accede por los puertos de Arrebatacapas, Paramera, Mijares, Navalmoral, Serranillos, Navalacruz, Menga, El Pico, Peña Negra, La Lastra y Tornavacas.
La tierra abulense de esta singular ruta se extiende desde Cebreros, en el límite con la provincia de Madrid, hasta Becedas, en la frontera con Salamanca.
El recorrido sigue el itinerario que hacía el ganado trashumante por cordeles y cañadas, y la vieja línea de autobuses Barco de Ávila-Piedrahíta, que también partía desde la capital del reino con destino a los confines abulenses, llegando incluso al pueblo cacereño de Hervás, configura un territorio singular hendido por los ríos Alberche, Tormes, Aravalle y Corneja.
El cauce de los ríos y arroyos va dibujando en azul los valles de los que se cuelgan numerosos pueblos formando racimos o colmenas llenos de historia.
Tanto asentamiento humano originario del siglo XI denota una considerable actividad repobladora de esta tierra que se extiende desde la comarca de cebrereña hasta la barcense, cruzando la provincia de Ávila de Este a Oeste en su mitad meridional. Los principales núcleos de población que irán apareciendo son Cebreros (3.256 habitantes), El Tiemblo (4.445 h.), Navaluenga (2.164 h.) y Burgohondo (1.184 h.). Desde aquí el recorrido sigue por Navatalgordo (305 h.), Navalosa (427 h.) y Hoyocasero (373 h.), hasta Cuevas del Valle (580 h.) por el puerto del Pico. También desde Burgohondo puede tomarse la variante de Villanueva de Ávila (322 h.), Navarrevisca (398 h.) y Serranillos (366 h.), con final también en Cuevas del Valle. Después continuamos por Navarredonda de Gredos (469 h.), Hoyos del Espino (451 h.), Hoyos del Collado (40 h.), Navacepeda de Tormes (anejo de San Juan de Gredos, 401 h.), Navalperal de Tormes (129 h.), Zapardiel de la Ribera (125 h.), La Aliseda (anejo de Santiago de Tormes, 202 h.), Bohoyo (412 h.), Los Llanos de Tormes (11 h.) y El Barco de Ávila (2.425 h.), desde donde se sigue hacia Becedas (355 h.) y Salamanca. Igualmente, desde El Barco puede seguirse la variante que conduce hacia Cáceres por La Carrera (245 h.), Navatejares (79 h.), Solana de Ávila (antes de Béjar, 194 h.) y Puerto Castilla (146 h.).
Otros muchos pueblos y caseríos surgen en las inmediaciones de los citados a los que se asoman por los balcones que miran al Alberche y el Tormes, y que iremos señalando en este viaje mágico desde la perspectiva que marca la presencia humana, los usos y las tradiciones que atesoran las gentes que pueblas este territorio, tal y como ya hicimos hace años junto a José Luis Rodríguez (GR-10 Valencia-Lisboa. Provincia de Ávila, JCyL, 2006).
Como puede observarse, son numerosos los pueblos que se reparten por esta geografía montañosa, aferrados a un pequeño territorio al que sus habitantes quedaron impregnados como una lapa.
Todos ellos están cargados de historias y tradiciones que denotan una gran riqueza cultural de formas de vida que se manifiestan en antiguos hallazgos arqueológicos, en los verracos y en restos de antiguas civilizaciones, en calzadas y en puentes, en iglesias y en ermitas, en casas señoriales, viviendas populares y chamizos, en molinos y lagares, en batanes y martinetes, en potros y cruceros, en fiestas religiosas y paganas, en carnavales y romerías, en los toros y en ferias de ganados, en el pastoreo y la trashumancia, en personajes históricos y literatos, en el folclore popular, en la música de dulzaina y tamboril y de las bandas de música, en el laboreo y el trabajo de la tierra, en la vendimia y en la matanza, en el juego de la calva y en la carrera de cintas, en las procesiones, en las coplas y en los romances, en el santoral, en la explotación de los bosques y el cultivo de huertos, y en las faenas agropecuarias, entre otros testimonios vivos de la humanización del campo.
ANTIGUOS POBLADORES.
De los primeros pobladores tenemos noticia por los hallazgos arqueológicos localizados a lo largo del recorrido, procediendo los más antiguos del Paleolítico Inferior (entre 300.000 y 200.000 años a. de C.), de cuyo periodo se ha identificado un hacha o bifaz encontrado en el valle del Tormes en la zona de El Barco de Ávila. De la Edad del Cobre (años 2.400 a 1.800 a. de C.), datan los yacimientos calcolíticos existentes en la comarca de El Barco de Ávila. Así, siguiendo a Germán Delibes (Historia de Ávila, I, 1995) sabemos que en el valle del río Corneja se encuentran los de Encinares, Bonilla, Valdelaguna, Hoyo Pelado o la Horcajada; en la cuenca del arroyo Becedillas los de Gilbuena, Junciana y Medinilla; y en el curso alto del Tormes los de El Collado, El Barco de Ávila o Vallehondo.
En estos lugares, el hombre primitivo estableció diversos asentamientos al aire libre, caracterizados por ser de difícil acceso y a la vez con condiciones defensivas relevantes. En el límite de la comarca barcense con la provincia de Salamanca, junto al término de Becedas y en el municipio de Medinilla, se halla el importante yacimiento arqueológico conocido como El Berrueco en el cerro del mismo nombre.
Fue excavado en 1922 por el Padre César Morán y por el profesor Maluquer en 1958, y data de la etapa final de la Edad del Bronce (años 1200 a 700 a. de C.) y principios de la Edad de Hierro (siglo VII a III a. de C.).
En él se encontraron interesantes cerámicas tipo “boquique” y ajuares de bronce y hierro. De la cultura celta-vettona son las figuras zoomorfas de toros o verracos (siglos IV a I a. de C.) labradas en piedra de granito gris berroqueño localizados en Cebreros, El Tiemblo, El Barraco y San Juan de la Nava, tierras todas ellas situadas al principio de nuestro recorrido. Los conocidos Toros de Guisando, localizados junto a la venta de Guisando en El Tiemblo, son entonces la manifestación arqueológica más representativa e interesante de la segunda Edad del Hierro y los comienzos de la romanización.
Martín Carramolino señala que un gran toro de granito (actualmente desaparecido) existente en la ribera del Alberche, en el término de Cebreros, fijaba el límite entre las provincias romanas Tarraconense y Lusitana. Los romanos destruyeron un castro vettón en El Barco de Ávila, y en su lugar en el siglo XII se levantó el castillo de Valdecorneja.
Por su parte, la localidad de El Barraco ha recuperado y recreado su imagen de la cultura vettona erigiendo frente a la casa ayuntamiento una escultura zoomorfa recientemente esculpida al desaparecer la original. La romanización de Hispania sucedió a la cultura vettona, y los testimonios más valiosos de la civilización romana los encontramos en las vías de comunicación y otras obras públicas que nos descubre Emilio Rodríguez Almeida.
El mejor ejemplo se nos presenta en la espectacular calzada que discurre por el Puerto del Pico, igualmente son reseñables los restos de la antigua calzada que comunicaban Ávila con Extremadura por el puerto de Tornavacas, y la calzada que cruzaba el puerto del Boquerón desde los Toros de Guisando hacia Ávila pasando por El Tiemblo y Cebreros. Los puentes que cruzaban entonces los ríos Tormes y Alberche siguiendo los trazados de las calzadas son construcciones que certifican igualmente la presencia romana.
Entre ellos destacamos ahora el puente de Vallehondo, entre El Barco de Ávila y la Horcajada, y tres puentes sobre el Aberche, entre los que sobresale el de Valsordo en Cebreros. Son frecuentes los hallazgos de cerámicas y monedas romanas en la zona de El Barco de Ávila, El Losar, Gilbuena y Medinilla. Y también de origen romano es la cultura del vino, tan característica de la tierra de Cebreros y el valle del Alberche.
Los visigodos dejaron su impronta en el Llano de las Palomas, lugar existente en el paraje denominado Valdesanmartín en el término de El Tiemblo, donde se encuentra uno de los escasos ejemplos que existen en la provincia de necrópolis visigoda datado en el siglo VII.
En la excavación arqueológica realizada por Arsenio Gutiérrez Palacios en 1960 se estudiaron veinte sepulturas que ya habían sido saqueadas formadas por lanchas graníticas dispuestas en forma trapezoidal, en las cuales se depositaba el cadáver ricamente amortajado con su ajuar. La necrópolis fue abandonada tras la invasión musulmana.
Los árabes, sirviéndose de las vías de comunicación romanas, ocuparon la Hispania en el siglo VIII y en ella permanecieron ocho siglos. En las primeras campañas de conquista de la península (años 711-714) los invasores árabes al mando de Tarik Abu Zara utilizaron con frecuencia el paso de Arrebatacapas cruzando el Alberche por el puente y el lugar de la ermita de Valsordo de Cebreros.
En la larga y prolongada invasión musulmana sobresale el nombre del caudillo Almanzor (940-1002), famoso por sus numerosas y sanguinarias campañas contra los cristianos, y con cuyo nombre fue bautizado el pico más alto de la Sierra de Gredos, donde se cuenta que el caudillo moro plantó su tienda, y con ello tocó el techo de Castilla. Como testimonio de la civilización árabe nos quedó el topónimo “Alberche”, proveniente del vocablo “al-birka” que significa estanque, y en la comarca de El Barco de Ávila los pueblos nombrados Navamorisca, Navalmoro y Navamures.
La reconquista de Ávila se inició en 1085, cuando el rey Alfonso VI encomendó esta tarea a Raimundo de Borgoña, esposo de su hija Dña. Urraca. Por su parte, el rey Alfonso XI el onceno envió en el año 1110 a Blasco Ximeno a repoblar las llamadas Navas de Ávila. Luego en el año 1350, el caballero Gil Blázquez “reedificó” las llamadas Navas, entonces llamadas Navamorcuende, Nava la Cruz, Nava el Talgordo, Nava el Moral, Navalosa y otras fundaciones.
El topónimo “nava” significa “llanura de pastizal entre montañas” y en el largo recorrido que traza el GR 10 encontramos numerosas “navas” que dieron origen a otros tantos pueblos. Por ejemplo: Navacepeda, Navadijos, Navalguijo, Navalacruz, Navalmoral, Navalonguilla, Navalosa, Navalperal de Tormes, Navalsauz, Navaluenga, Navamediana, Navamojada, Navamorisca, Navaquesera, Navarredonda, Navarredondilla, Navarrevisca, y Navatejares, entre otros.
De época medieval se conservan varias necrópolis cristianas localizadas en Navarrevisca, Hoyocasero, Cuevas del Valle y Solana de Ávila, y restos en San Juan del Molinillo.
Estos enterramientos se caracterizan por realizarse en tumbas excavadas en la roca, lo que se hacía de forma generalizada a partir del siglo XII. Por el inventario de rentas del obispado abulense realizado por el Cardenal Gil Torres en 1250 sabemos de la existencia de los pueblos que el caminante se irá encontrando a lo largo del recorrido.
Así, en la comarca del Alto Alberche, situada entre la Sierra de Gredos y la Paramaera, los Polviosos y la Sierra de Malagón, al norte, estaban Burgohondo (El Burgo del Fondo), El Barraco (El Berraco), El Tiemblo (Santa María del Tiemblo), Cebreros (Ezebreros), Navalmoral, La Torre de la Gaznata, Navaluenga y Valsordo. Y en la comarca del Corneja y Alto Tormes se datan los lugares de Piedrahíta (Piedrafita), Barco de Ávila y La Horcajada (La Forcaiada). Cien años después, el profesor francés G. Duby reseña la creación de las aldeas de Serranillos, Navalosa, Navaquesera, Navarrevisca, Hoyocasero, Navalacruz, Navalvado, Navarredondilla y Navatalgordo.
El hombre medieval ocupó en este bello paisaje repleto de vegetación y arbolado dispuesto a conquistar la tierra acompañado de sus ganados y rudimentarios aperos, y construyó multitud de caseríos tejiendo un gran entramado de asentamientos, donde los templos parroquiales sobresalen al cielo entre casas, pajares y encerraderos. Los agricultores se establecieron en las tierras más llanas o tierra bajas, mientras que los pastores lo hicieron en las partes más altas, y esta costumbre de formas de vivir se cumplió en los pueblos de los valles del Alberche y el Tormes. En esta tierra, quizás sin saberlo, nació el futuro estado moderno de España.
Fueron testigos de ello los toros de Guisando situados junto la Venta de Tablada, lugar en el que el rey Enrique IV reconoció a su hermana Isabel la Católica princesa y sucesora de la corona en 1468, lo que le valió su proclamación como reina en 1474. A su muerte, ocurrida en 1504, el cortejo fúnebre de la reina volvió de nuevo por el mismo camino en dirección a Granada.
ÁVILA Y AMÉRICA.
En el siglo XVI alcanzaron fama los conquistadores y colonizadores del nuevo continente americano, y en esta aventura se embarcaron un número importante de colonos procedentes de estas tierras.
El primero fue Juan del Barco, natural de esta villa que viajó con Colón en la Santamaría y participó del descubrimiento de 1492, tal y como reza una placa conmemorativa colocada en el edificio del Reloj de su localidad natal. Luego viajaron a América otros tantos lugareños de El Barco de Ávila, El Barraco, Becedas, La Carrera, Cebreros, Gilbuena, La Horcajada, Junciana, El Losar, Los Llanos, Medinilla, Mombeltrán, La Nava del Barco, Navalosa y El Tiemblo, según los datos aportados por en los estudios de Saúl y Luisa García, y de Lorenzo Gómez. Entre elloS sobresalen Pedro Lagasca, natural de Barco de Ávila, quien fue virrey del Perú y luego obispo de Sigüenza, y Pedro de Villagrá (1508-1577), natural de Mombeltrán y héroe de la conquista de Chile de donde fue gobernador general.
Y Ávila volvió a América de la mano del documental cinematográfico que hizo el sacerdote José Mª Sánchez Bermejo, natural de Puerto Castilla con el título Ávila en América, donde el costumbrismo barcense y sus monumentos, y la bellezas de los valles del Tormes y el Alberche, se exhibieron con éxito en las pantallas de hispanoamérica en 1929.
El paisaje arquitectónico configurado por el hombre en esta tierra surgió entre sus bellezas naturales en una simbiótica combinación. La académica arquitectura de monasterios y conventos, iglesias, y castillos, contrasta con la arquitectura popular de las casas de los habitantes.
Otras construcciones más primitivas que servían de encerradero de ganados y establos, así como los chozos o tinadas que salpican los campos, o los molinos que se asoman a los ríos y arroyos, dan fe de la ocupación del hombre y su colonización. Los castillos de Mombeltrán y de El Barco de Ávila, situados el primero en la mitad del recorrido y el segundo casi al final, muestran el esplendor de estas tierras en los siglos XIV y XV.
El castillo de Mombeltrán fue erigido entre 1462 y 1474 por Don Beltrán de la Cueva, valido del rey Enrique IV hermano de Isabel la Católica, en un lugar estratégico de dominio sobre el Barranco de las Cinco Villas que corona Cuevas del Valle. Mientras que el castillo de Valdecorneja fue reconstruido en el siglo XIV, sobre otra edificación anterior del siglo XII, por los Duques de Alba.
En el orden militar, llaman la atención en el paisaje las grandes torres almenadas o coronadas con balaustradas que sirvieron de atalayas y que forman parte de los templos parroquiales existentes en los valles del Alberche y del Tormes. Buen ejemplo de ello son las torres de la iglesia mora de Cebreros y de las iglesias parroquiales de Burgohondo, Navaluenga, Navarredonda de Gredos, Navacepeda del Tormes, Navalperal del Tormes, La Aliseda, Bohoyo, El Barco de Ávila, Santiago de Aravalle y Becedas.
El cristianismo era la fuerza espiritual de la reconquista y de los replobladores, y ello propició la construcción de monasterios medievales en los valles del Alberche y el Corneja.
Pronto entonces, monjas dominicas y carmelitas, y frailes jerónimos, franciscanos, agustinos y dominicos, ocuparon los conventos y ejercieron una notable influencia religiosa, cultural, social y económica en la zona. Hoy día, los restos arquitectónicos de tan importantes congregaciones, abandonados tras los procesos desamortizadores del siglo XIX, son el testimonio pétreo del magisterio de aquellas órdenes religiosas.
En El Tiemblo descubrimos el Monasterio de San Jerónimo de Guisando, fundado en 1375 por Fray Pedro Fernández Pecha, en el que consta la estancia de Felipe II con su séquito en la Semana Santa de 1562. El edificio está actualmente arruinado, pero en proceso de recuperación, por lo que sus ricas pinturas se conservan en el Museo del Prado, mientras que la sillería del coro se halla en la colegiata de Medina del Campo. En Cebreros todavía se divisan las ruinas del Convento de los Franciscanos Menores Descalzos, dedicado al dulce nombre de Jesús, fue fundado en 1573 por el sacerdote del pueblo Francisco Albornoz para doce frailes.
En Burgohondo se mantiene esbelta la iglesia del Monasterio de los Agustinos de Santa María del Fondo. En el siglo XII se fundó este convento y abadía, el cual ejerció hasta 1819 su jurisdicción sobre las parroquias de Hoyocasero, Navalosa, Navalacruz, Navaquesera Navatalgordo, Navarredondilla, Navarrevisca, Navaluenga y el propio Burgohondo. De la historia de este conjunto monumental y de su antiguo concejo da buena cuenta el investigador José Antonio Calvo Gómez en La Abadía de Santa María de Burgohondo 2001, y en Alberche Mágico, 2003.
En Mombeltrán, “capital” del Barranco de las Cinco Villas a la que nos asomamos cuando llegamos a Cuevas del Valle, los dominicos fundaron sobre una ermita del siglo XV el Convento de Nuestra Señora de la Torre a expensas del Duque de Alburquerque, lugar al que se retiró el obispo de Ávila Fray Pedro de Ayala en 1738, fecha en la que el convento pasó a llamarse de Sata Rosa. En 1809 lo franceses expulsaron a los frailes y el edificio pronto se arruinó.
Ya en la zona de El Barco de Ávila, asomado al valle del Corneja, se levantaba el Convento de las Dominicas de Aldeanueva de Santa Cruz, fundado en 1524 por Sor María de Santo Domingo que llegó a albergar cuatrocientas monjas, siendo abandonado tras las desamortizaciones del siglo XIX y trasladada la comunidad a la capilla de Mosén Rubí de Ávila. Fue reconstruido después de un incendio producido en 1565, alojándose las monjas durante las obras en el castillo de El Barco.
De la misma orden dominica también se fundó en el siglo XIV otro convento en la vecina Piedrahíta, sobre cuyos restos se ubica el cementerio de la localidad. Igualmente, en esta misma localidad, Doña María Álvarez de Bergas fundó en el siglo XV un convento de Carmelitas Descalzas. Finalmente, en el mismo Barco de Ávila los franciscanos fundaron su convento en el antiguo corral del concejo en 1578 con el apoyo del propio ayuntamiento barcense y de los Duques de Alba, el cual estuvo abierto hasta 1834.
En estos tiempos de florecimiento de las órdenes religiosas, y hasta 1492, cabe destacar la importancia de que tuvieron las comunidades judías de Cebreros, Burgohondo y El Barco de Ávila, las cuales también forman parte de su historia y de su baje cultural. Como símbolo de la autonomía municipal o local alcanzada se levantan a la entrada de algunos pueblos una singular columna de piedra que los lugareños conocen como “rollo” o “picota”, con la que históricamente se significa la “independencia” jurisdiccional de la localidad.
Presumen de este peculiar monumento en Cebreros, San Juan de la Nava, Cuevas del Valle, Mombeltrán, Villarejo, San Esteban y El Barco de Ávila, conservándose también las piezas troceadas en La Horcajada.
De igual forma, abundan en todos los pueblos esbeltas cruces de piedra que trazan viacrucis, calvarios y presiden atrios de parroquias y ermitas, y una de las que llama la atención por su labra es la que nos indica el acceso al santuario de la Virgen del Espino, en el pueblo de Hoyos del Espino.
CATÁLOGO MONUMENTAL
El primer intento riguroso de inventariar el patrimonio cultural de los pueblos de las cuencas del Alberche y del Tormes fue hecho en el año 1900 por el profesor, historiador, arqueólogo y escritor Don Manuel Gómez Moreno como parte de su obra Catálogo Monumental de la Provincia de Ávila.
En este recorrido nos encontramos con importantes testimonios del románico, el gótico y el renacimiento representados, principalmente en iglesias, donde también se conservan hermosas pinturas, retablos, esculturas, rejas, bordados, bronces, platería y vidrieras. Nada debe escaparse a la curiosidad y la inquietud artística al seguir los pasos del profesor.
Entonces nos detenemos en Cebreros, y nos sobrecogemos con imponentes iglesias de los siglos XV y XVI; en el río Alberche cruzamos el viejo puente de Valsordo con arcos de medio punto que conduce a Cebreros; en El Tiemblo admiramos su iglesia Parroquial del s. XVI, los Toros de Guisando y el Monasterio de los Jerónimos; en El Barraco llegamos hasta la iglesia parroquial de principios del s. XVI que se alza sobre el caserío; en Navalmoral nos paramos en la iglesia del siglo XVI; en Burgohondo hay que entrar en la iglesia de la Abadía de Santa María del s. XII, donde se resume toda la historia del valle; en Navalacruz conviene pararse también en la iglesia parroquial del s. XVI; igual que en Hoyocasero, donde su iglesia de los siglos XV y XVI tiene una capilla mayor con armadura mudejar en cubierta.
En Cuevas del Valle llama la atención su iglesia del siglo XV, de similar factura a las de Villarejo y San Esteban del Valle; en la cercana Mombeltrán Gómez Moreno nos hace avisa de la monumentalidad de la iglesia parroquial del siglo XIV, del castillo que construyó en el siglo XV el favorito del rey Enrique IV Don Beltrán de la Cueva, y del Hospital de San Andrés fundado en 1517 por Don García Manso y Vivanco, prior de la Sta. Iglesia de Ávila; en La Aliseda de Tormes divisamos la iglesia del siglo XVI que sobresale entre los pueblos del Tormes.
En la vecina Aldea Nueva de Santa Cruz o de las Monjas llaman la atención su iglesia y el convento de monjas dominicas; ya en El Barco de Ávila nos sobresaltamos con la puerta de Ávila de la antigua muralla, el castillo de Valdecorneja, el puente sobre el Tormes y la iglesia parroquial del siglo XVI; finalmente en la Horcajada, perteneciente al antiguo señorío del Duque de Alba, ascendemos hasta el horizonte y topamos gratamente sorprendidos con la iglesia de los siglos XIV y XV.
A este recorrido monumental de Gómez Moreno debemos añadir también las iglesias de Navaluenga, Navarredonda, Hoyos del Espino, Navacepeda de Tormes, Navalperal de Tormes, Ortigosa, Zapardiel de la Ribera, Navasequilla, Bohoyo, Santiago de Aravalle, Medinilla, Gilbuena y Becedas.
Sin olvidar los majestuosos puentes de piedra que cruzan el Alberche por Valsordo y Navaluenga, el Tormes por Navacepeda y Barco de Ávila, y el Aravalle por Tormellas.
En el profundo sentimiento religioso de los señores, autoridades y las gentes del común está el origen de la construcción de las iglesias y ermitas que como hemos visto proliferan en el territorio bajo la advocación de una larga listas de santos y mártires, con los que se significa la identidad histórica de cada pueblo y en cuyo honor se celebran romerías y otras manifestaciones populares.