«Las estaciones de ferrocarril» se hacen literatura en el II Concurso de relatos breves de la Asociación de vecinos «La Tusa» de Mingorría (Ávila), convocado «con el propósito de fomentar el interés por la lectura y la creación literaria». El plazo abierto de presentación de originales finaliza el 30 de octubre de 2024, pudiendo presentarse cualquier persona mayor de 18 años conforme las bases elaboradas al efecto que figuran al final de este artículo.
La oportunidad y originalidad de dicha convocatoria literaria coincide en esta edición con el funesto hecho de la demolición de la centenaria estación del pueblo de la asociación convocante, lo que se produjo la noche del pasado 7 de febrero por el Administrador de Infraestructuras Ferroviarias (ADIF) con el auxilio de la Guardia Civil, los mismos que debieran velar por la protección del patrimonio cultural ferroviario.
Entonces, los miembros de La Tusa y el pueblo entero se manifestaron reafirmando lo que considerabaN parte de su identidad cultural y reivindicando su memoria histórica ligada a lo que durante 160 años fue un soplo de vida y alma de sus gentes. Tal evocación debería haber sido bastante para que dicho espacio bien mereciera la declaración de bien de interés cultural por su vinculación a acontecimientos y recuerdos del pasado, tradiciones populares, actividades culturales, aspectos etnológicos y valores del patrimonio industrial.
Nada de aquello fue suficiente por la falta de sensibilidad e ignorancia inexcusable de los poderes públicos y gobernantes, por lo que ahora es tiempo de rescatar con la palabra escrita todo cuanto rodea a aquellas arquitecturas y otras levantadas en pueblos y ciudades, algunas de las cuales en medio de la nada. Aparte de que con la llegada del tren se transformó el paisaje y la forma de su contemplación, además de alcanzarse una enorme repercusión económica y comercial, y revolucionar las comunicaciones y el transporte.
Con las nuevas infraestructuras se produjo una verdadera transformación en los modos y los medios de los desplazamientos de personas y mercancías, propiciando con ello cambios en los mapas y la cartografía de los lugares del tránsito del tren, a la vez que entre los habitantes se acrecientan las relaciones sociales y se estrechan los vínculos de vecindad y paisanaje.
Dichas circunstancias hacen más emotiva la temática de la convocatoria, esperándose que los relatos que se presenten sirvan para compartir historias, experiencias, ilusiones y sentimientos en torno a las antiguas arquitecturas y paisajes ferroviarios de cualquier parte, muchos de cuyos lugares también fueron centros de asentamientos poblacionales y verdaderos testimonios de vida de empleados y familiares, a la vez que impregnaron de tradiciones y costumbres varias generaciones y dejaron entrañables recuerdos en la memoria de usuarios y viajeros.
No se trata ahora de reproducir los acontecimientos que se sucedieron a propósito del desmantelamiento de aquella vieja estación, como ya hicimos en su día (DAV, 25/02/2024), sino de rescatar para la literatura el encanto o la desgracia que despiertan los lugares en los que se detienen los trenes, y suben, bajan o pasan viajeros, turistas, trabajadores, estudiantes, emigrantes, exiliados, hijos pródigos, indigentes sin billete, etc.
No obstante, y aunque la desaparecida estación de Mingorría no es el motivo temático del concurso literario, el pueblo y los convocantes son el escenario y los protagonistas de la reivindicación de su legado patrimonial y cultural, lo que nos permite ahora recordar, una vez más, parte de su memoria histórica.
Así pues, a lo largo de más de un siglo y medio, hubo un tiempo en el que la estación de Mingorría era un hervidero de viajeros y de mercancías. Por ferrocarril llegaban productos de ultramarinos, el cacao para las fábricas de chocolate que había en la localidad, los abonos con los que se preparaban los campos, el hierro que se utilizaba en la fabricación de ruedas de carro, las ruedas de hormigón con anillos férreos para los abundantes molinos harineros del río Adaja y la gasolina cuando estos y los de chocolate se accionaban con un motor, etc. Incluso por tren recalaba las compañías ambulantes de teatro, los loteros, el pescado que recogía la tía María, y un tren economato estacionaba periódicamente en la estación con gran variedad de artículos para las familias de los empleados.
De la misma manera, desde la estación se transportaban adoquines, gravas y otras piedras de las canteras cercanas, leche de cabra, garbanzos y otros excedentes agrícolas, igual que en otras estaciones funcionaban como apartaderos de ganados. Por tren llegaba el correo, la carbonilla de las locomotoras era recogido por los vecinos para las estufas y cocinas de casa.
En esta estación, igual que en otras muchas, se asentaron familias enteras y aquí se criaron los hijos que nacieron. En el complejo ferroviario se construyeron viviendas, gallineros y pocilgas, una cantina y una fuente con lavadero. Todavía perdura la atracción romántica de mozos y mozas, jóvenes y mayores que aprovechan los paseos vespertinos para ver pasar los trenes. Y en la memoria colectiva permanecen recuerdos de accidentes, muertes y otros sucesos más o menos trágicos.
Igualmente, y dada la estrecha dependencia existente con la capital abulense, a la que los pueblos de esta parte de la provincia unieron el trazado ferroviario, cabe añadir que «la relación de Ávila con el ferrocarril ha sido un maridaje constante de amor y odio entre ambos. Por un lado, la ciudad festejó en 1863 con música y disparo de cohetes su alegría envuelta en actos fastuosos y celebraciones por la llegada de la primera locomotora, cuando la ciudad apenas tenía siete mil habitantes. Por el contrario, actualmente, la rabia y la protesta por el abandono y deficiencias de las infraestructuras, así como por el deterioro de los servicios ferroviarios y las carencias en la atención a los usuarios y viajeros, ha dado lugar a manifestaciones y reivindicaciones de los abulenses, así como a la creación de una Plataforma en Defensa del Ferrocarril en Ávila y en Navalperal de Pinares» (DAV, 3/03/2024).
La convocatoria que ahora se abre a la creación literaria, como propuesta libre y universal y sin olvidar las profundas raíces en la localidad de sus promotores, se une, en esta ocasión, aunque con menos pretensiones, a otros concursos más o menos oficiales. Entre estos, cabe citar el Certamen de relatos cortos «El tren y el viaje» que convoca Renfe - Cercanías de Madrid. También Renfe y la Fundación Miguel Delibes convocan el Certamen de Literatura Infantil Miguel Delibes «Aventura en el Tren». Por su parte, la Fundación de los Ferrocarriles Españoles es la convocante de los «Premios del Tren Antonio Machado de Poesía y Cuento».
En la misma línea, la Mesa de Ferrocarril almeriense es la convocante de un «Concurso de cuentos chinos sobre el tren de Almería», y Renfe -Radlies de Catalunya lo es del «Concurso de relats curts de San Jordi El primer viatge en tren». Más convocatorias literarias encontramos en Argentina en el concurso de cuentos «Viajeros al Tren» que convoca el Centro Cultural Kemkem, y en otro de relatos, cuentos breves y poesía con el título «El tren en palabras», a los cuales se suman otros muchos a lo largo del universo ferroviario.
Como puede observarse, el ferrocarril ocupa un protagonismo excepcional en nuestra cultura, y una forma de testimoniar su atractivo y promover la creatividad retórica es hacerlo juntando palabras y compartiendo pensamientos, recuerdos y anécdotas, o recreando situaciones o aventuras imaginarias.
En esto, el escritor danés Hans Cristian Anderesen cuenta que tuvo que pasar la noche en la estación abulense de Sanchidrián en diciembre de 1862 esperando coger el tren con destino a Burgos, según relata en su libro Viaje por España. Al mismo tiempo, comprobamos que la inspiración que la desparecida estación de Mingorría, y de otras tantas de la línea del Norte, puede percibirse en los textos de Bécquer: «A lo lejos se aparecen los caseríos de nuestros pueblos, cuyas gentes entusiasmadas se concentran en las estaciones con vivas a la comitiva y el progreso» (Caso ablativo, 1864).
Siguiendo a Bécquer, el periodista francés Luis Teste también nos describe su paso por los pueblos abulenses: «Eché mirada al camino y divisé el puerto de Ávila, especie de corte en la sierra… De vez en cuando aparece una aldea con cabañas a ras de las rocas: jardincillos trazados en las mismas rocas, entre las cuales se han escarbado algunas pulgadas de tierra vegetal; lobos en invierno, en verano ovejas negras, éticos asnos, vacas flacas, conejos y perdices. El ferrocarril atraviesa, hacia Mingorría, grandes zanjas abiertas a golpe de dinamita, sigue por elevados y tortuosos terraplenes y por fin llegamos a Ávila» (Viaje por España (1872),
Lo mismo que el filósofo Jorge Santayana recuerda sus viajes a principios del siglo XX: «Cada vez que yendo de París en los años del ochenta y del noventa [del siglo XIX] me advertía la aurora, después de dos noches en tren, que ya estaba llegando a mi destino, me palpitaba el corazón al buscar con la vista los nombres de las últimas estaciones, Arévalo y Mingorría» (Personas y lugares, ed. Trotta, 2002). Y Azorín cuenta en Los vascos de Mingorría (1936) que «Don Bernardo Echeveste se dirigía a la estación. Ningún viaje de los que por el planeta había hecho le impresionaba más que éste».
Es entonces en el microcosmos de los trenes y trasiego de pasajeros y mercancías, donde las estaciones han sido verdaderos centros de paso, acogida, intercambio, depósito, estancia y espera, incluso de habitación y alterne, en algunas de ellas. Además, las infraestructuras y el paisaje configuran los espacios surgidos como lugares interseccionales de tránsito de la población. Los usuarios se cruzan y entremezclan con maquinistas, fogoneros, jefes de estación, factores, guardagujas, guardafreneros, obreros y otros empleados de oficios que ya desaparecieron, igual que se esfumaron por la piqueta apeaderos, viviendas, refugios, aseos, muelles, cantinas, pasos, arcenes, vías muertas, etc.
Por otro lado, saliendo del estrecho círculo de la estación de Mingorría, la red de Adif cuenta con un total de 1.496 estaciones, 639 funcionan, según el Ministerio de Transportes y Movilidad Sostenible. Entre ellas, destacan por su arquitectura y atractivo cultural y turístico las estaciones de Atocha (Madrid), Canfranc (Huesca), Concordia y Abando (Bilbao), Francia (Barcelona), Plaza de Armas (Sevilla) y las estaciones antiguas de Almería, Toledo, Valencia, Zamora y Zaragoza, por ejemplo. Algunas de las cuales son también templos de la economía por su volumen de negocio.
Por el contrario, otras muchas estaciones y apeaderos están condenadas a la ruina y la desaparición, como por ejemplo ha ocurrido últimamente en Gijón, Donostia, San Feliu de Llobregat (Barcelona), Nacimiento (Almería), Lerma (Burgos), Maderuelo (Segovia) y una larguísima lista que seguirá.
LITERATURA FERROVIARIA.
En el concurso de relatos que nos ocupa, tienen cabida todas las estaciones de nuestra civilización como símbolos de una época que ya pasó, y de otras en continua transformación y evolución, con lo cual, de alguna manera, a través de la escritura se quiere rendir un especial tributo a su carácter histórico y cultural.
El concurso se abre a una ilimitada pluralidad de situaciones y experiencias que pudieran derivarse de tantas como participantes acudan a la convocatoria del mismo. Para ello, es alentador que el mapa ferroviario de cuantas líneas y estaciones hay en la tierra se presta a la originalidad de múltiples relatos, tal y como se ha escrito en poemas, novelas películas y cuadros, por ejemplo.
El ejercicio literario que se propone con el concurso de relatos es entonces el mismo que han practicado distintos autores emocionados con el tren, las estaciones, el viaje, el traqueteo, el paisaje, el gentío y la diversidad social, el crimen, la pintura y el arte, etc.
En este sentido, resultan apropiadas las acertadas palabras del escritor Théophile Gautier (1811-1872), incansable viajero por España y Europa: las estaciones son «los palacios de la industria moderna, donde se desarrolla la religión del siglo: la de los ferrocarriles. Estas catedrales de la nueva humanidad son los puntos en que se cruzan las naciones, el centro en que todo converge, el núcleo de gigantescas estrellas cuyos rayos de hierro se extienden hasta los confines de la tierra». Descripción esta, hecha en los albores de la implantación del ferrocarril.
Es que es cierto que desde que circuló el primer ferrocarril en el mundo, allá por el año 1825 en Stockton a Darlington (Gran Bretaña), las estaciones marcan la centralidad de las redes ferroviarias, simbolizan el progreso tecnológico, y son valores culturales y artísticos que deben respetarse. Además, diseñan el urbanismo de las ciudades, apuntan estrategias políticas y económicas, y ordenan el tráfico de trenes y viajeros, de bienes y de servicios del sistema económico. Incluso marcan la hora oficial y la altitud.
Así mismo, contribuyen al atractivo romántico de trenes y estaciones los versos y textos que traemos a colación para ilustrar las rutas férreas que dibujan las palabras y sus armonías sensoriales. A este respecto, Antonio Machado escribió: «Yo, para todo viaje / ¿siempre sobre la madera / de mi vagón de tercera?, / voy ligero de equipaje». Y Juan Ramón Jiménez añadió: «El amanecer tiene / Esa tristeza de llegar, / En tren, a una estación que no es la de uno». Mientras que Unamuno prestó su nombre al tren Salamanca-Barcelona.
En 1907, Galdós para en la línea de Mingorría en la estación de Medina del Campo y se adentra en Moraleja y Blasconuño de Matacabras, y Madrigal de las Altas Torres, y sube a un tren imaginario que cruza vertiginoso el paisaje donde los pueblos están anclados en la tierra como en un mar, campos morañegos de trigales salpicados de amapolas y atravesados por arroyuelos humildes. En este caso, el tren ficticio se convierte en la atalaya simbólica desde la que contemplar la llanura castellana. También el poeta abulense Jacinto Herrero, desde Monsalupe, recoge en sus versos el sonido del tren que surca las tierras morañegas.
La generación del 27, como hizo la del 98, se suma al excitante viaje en tren con Gerardo Diego: «La línea férrea virgen / silba/ silba y dispara flechas». «En la estación de alba / Ahorcaron el reloj y la campaña»; con Jorge Guillén: «Un tren: silbido, ráfaga. / Desgarrado el poniente! / Lejanías humean»; con Alberti: «Ojo de los semáforos, colgada, / la luna, / presidenta de los trenes / y guardavía azul de faz tiznada»; y con Vicente Huidobro: «Entre la hierba / silba la locomotora en celo / Que atravesó el invierno», a la vez que Pablo Neruda canta: «Oh tren / explorador / de soledades».
Obras completas sobre el tren son las compuestas por Joan Margarit (Estació de França, 1999), en cuya poesía los trenes y las estaciones ocupan un lugar relevante y cautivador, y así recibe al “Expreso García Lorca” procedente de Andalucía: «Entras en el andén con lentitud: / existes en la fuerza y en el hierro / de la máquina diésel, / en las ruedas que cortan, relucientes, el frío». También Agustín García Calvo tituló Del tren. 40 notas o canciones (1976) todo un poemario, y así canta en el viaje de Madrid a Ávila: «Según se hunde el sol poniente / de cobre, / sube la luna creciente / de plata. / El último vagón del tren / lleva un farol, / temblante la llama. /… Nuevamente cantemos / las gracias debidas / al ferrocarril»
Ramón Gómez de la Serna, por su parte, juega entre pasado y el presente, ambos tiempos confluyen en la estación, testigo eterno del transcurrir de la vida: «Una estación es lo más lleno de fantasmas y lo más tétrico que hay. Se pasean por su andén muchos seres que quisieran tomar el tren, ansiosos, invisibles y misteriosos viajeros. Hay una actitud en la estación que no es de los que están, sino de los otros, de los que estuvieron, de los que estarían, de los que se despidieron, de los que quisieron irse, de los que quisieran volver» (Disparates, 1921).
Por último, Rosa Chacel experimenta la agitación del encuentro, la espera y la desazón: «A veces, desde el tren, la ve, ella le espera asomada y le saluda con la sonrisa de su mañana, otras han llegado ya y no la ve aún. La estación, antesala destartalada donde criados heterogéneos no acaban nunca de hacer la limpieza, le desconcierta y siente el deseo de preguntar y el temor de que puedan contestarle: acaba de salir» (Las ciudades, 1922).
Como puede apreciarse, el tren y las estaciones son un campo abonado para una multiplicidad de pensamientos y sensaciones, recuerdos y añoranzas, que, unas veces, se reafirman o se desvanecen, mientras otras se transforman en desengaños.
Con más ambición, el tren y las estaciones son excelentes escenarios novelescos y cinematográficos, destacando aquí con especial atractivo, el cual sobrepasa la desilusión que provoca la ruina y destrucción de las viejas estaciones de pueblo. Entre los abundantes títulos que recrean la fugacidad y a la vez presencia permanente del tren sobresalen aquellos que fueron llevados al cine para mayor gloria y vistosidad, de los cuales citamos algunos.
Ciertamente, la aparición del cinematógrafo encontró en el tren el mejor estreno que podía esperarse. Eso ocurrió con una de las primeras filmaciones de los hermanos Lumiére titulada La llegada del tren a la estación de La Ciotat, que en su corta duración producía el efecto de aterrorizar a los espectadores. A partir de entonces, se han sucedido numerosas e incontables películas de todos los géneros (comedia, drama, terror, policiaco, etc.) realizadas a partir de distintas novelas y guiones adaptados en las que el ferrocarril aparece como un personaje más.
Solo mencionaremos algunos ejemplos cinematográficos basados por su proyección general entre el público y para darnos una idea de la multiplicidad de situaciones y personajes que surgieron en medio del paisaje ferroviario, los cuales conforman e ilustran las aventuras fílmicas protagonizadas por trenes y estaciones ambientando historias de amor, asesinatos, venganzas, aventuras y fantasías.
El maquinista de la General (1927), de Buster Keaton, basada del libro de William Pittenger, es una historia de amor al tren y a la mujer. Dirigidas por Alfred Hitchocock fueron las películas de cine negro y suspense Alarma en el expreso (1938) y Extraños en un tren (1951), sobre la novela de Patricia Higshsmith.
Ana Karenina, la novela de León Tolstoi, ha sido llevada al cine en 1950, 1997 y 2012, donde la estación de Nikolevski de Moscú y el universo ferroviario cobra un especial simbolismo. Lo mismo ocurre en Sólo ante el peligro (1952), de Fred Zinnemann, con Gary Cooper y Grace Kelly, donde en una estación solitaria, muy parecida a la de nuestros pueblos, se espera en el tren de medio día la llegada de un forajido con ansias de venganza.
Asesinato en el Orient Express (1974, 2001 y 2017) es una película basada en la novela de Agatha Christie, cuya acción transcurre en el emblemático tren. La serie de Harry Potter (1997-2007) está basada en los libros de Joanne Rowling, donde se hizo famoso el viaje en el Expreso de Hogwarts. La invención de Hugo (2011) de Martin Scorsese, basada en el libro de Brian Selznich, es un tesoro visual de la bulliciosa estación de tren de París. Por último, mencionamos La chica del tren (2016), un drama de suspense de Tate Taylor, basada en la novela Paula Hawkins.
Finalmente, añadimos que el encanto de las estaciones cobra un especial atractivo en la pintura de Ricardo Sánchez (Ávila, 1955), donde se refleja un ambiente sugestivo de días invernales cubiertos de brumas en los que se abren paso los trenes y despuntan las antiguas instalaciones y construcciones ferroviarias, de cuya contemplación escribió José Jiménez Lozano: «Estas estaciones, trenes, vías, útiles mecánicos son cosas porque, como las cosas, guardan huella y memoria , o son de las otras cosas que parece que esperan poder acompañar y ser acompañadas, tienen esa soledad de espera… las estaciones, los trenes, las locomotoras pueden ser sorprendidas en su soledad, pero que son paisajes habitados, y cosas, ahora mismo en relación de vida y memoria con los hombres».
BASES. «La Asociación de vecinos La Tusa, con el propósito de fomentar el interés por la lectura y la creación literaria, convoca el II Concurso de Relatos breves en Mingorría. Colabora el Ayuntamiento de Mingorría (Ávila).
Las bases que lo rigen son las siguientes: