19 de septiembre de 2024

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De Crónicas

MOLINOS DE LA RIBERA DEL ADAJA EN EL ENTORNO DE ÁVILA (II) Molinería y caminos molineros.

MOLINOS DE LA RIBERA DEL ADAJA EN EL ENTORNO DE ÁVILA (II)  Molinería y caminos molineros.
MOLINOS DE LA RIBERA DEL ADAJA EN EL ENTORNO DE ÁVILA (II)  Molinería y caminos molineros.
Jesús Mª Sanchidrián Gallego
  • 15 de Septiembre de 2024

El oficio de molinero ha sido siempre un oficio noble y de tradición familiar que pasaba de padres a hijos. Y este es el caso de la mayoría de los molineros de Cardeñosa, Mingorría, Zorita y Pozanco, donde se recuerdan los nombres de Julián, Florencia y Bautista, Tío «Cachucho», Pablo «Quevedo», Joselito, Tío «Cañete», Tío «Juanuco» y «El Cuenqueño», Deogracias, «Miaja» y Agapito, los «Policas», los hermanos San Segundo (David, Valeriano, Manuel y Tomás), Eugenio Nieto, «Los Polilos», etc.

Tradicionalmente, los molineros solían compatibilizar su oficio con otros trabajos y ocupaciones, como los de panadero, labrador o arriero; algunos tenían colmenas y otros trataban con lana o hacían albardas. Como ejemplo, diremos que en el siglo XVIII, se contaban en Mingorría treinta y ocho molineros que ejercían como tales a título principal, bien como propietarios, arrendatarios o criados. Entre ellos, cinco también eran panaderos y otros tres ejercían, respectivamente, el oficio de albardero, tratante de lanas y arriero. Además unos cinco arrieros que tenían este oficio a título principal también ejercían de molineros. Mientras, algunos molineros ejercían su oficio en otros molinos existentes fuera del municipio. Al servicio de la molienda en estos tiempos existían casi doscientas caballerías que cargaban los costales y sacos de grano y harina.

Y como los molinos sólo funcionaban ocho meses al año, ello permitía realizar otras actividades. Además, las numerosas recuas de burros, mulas y caballos de que disponían los molineros para transportar el grano y la harina podían utilizarse en verano para la arriería o trajinar. Asimismo, para mejorar su economía familiar el molinero solía cultivar una pequeña huerta y criar algún cerdo.

Hasta principios de siglo XX la explotación de los molinos fue una actividad rentable para algunos molineros, y así en el censo electoral de Diputados de 1862 figuran como electores varios molineros, por pagar 400 reales de contribuciones directas. Esta capacidad contributiva y posición social hizo posible que algunos molineros también fueran alcaldes o concejales. Ello abundaba la idea de que los molinos creaban riqueza en el pueblo, y así, el Ayuntamiento de Mingorría, en una sesión de 1851, acordó ceder los terrenos necesarios para la ampliación de los propietarios que lo solicitaron.

El oficio de molinero, quien en muchos casos vivía en el molino, suponía realizar el duro trabajo, subiendo y bajando pesados sacos de trigo y harina continuamente. El molinero también debía cuidar los elementos mecánicos del molino, tenía que controlar la regular entrada del agua, picar las muelas de piedra rehaciendo las estrías para lo que tenía que desmontar las pesadas piedras, debía revisar y reparar frecuentemente los mecanismos del molino que eran de madera, además de reforzar la pesquera ante los destrozos de la crecida y limpiar el caz y los desagües.

Es posible que la figura del molinero parezca ahora algo romántica, pero hay que reconocer con Nicolás García Tapia que sus condiciones de trabajo le hacían ser víctima de enfermedades provocadas por la insalubridad del agua estancada por el azud y el polvo de la harina. Además, el lugar de trabajo era pequeño, incómodo, sombrío y ruidoso, con una jornada ilimitada. No obstante, también hay que decir que existían innumerables compensaciones y que el resto de los trabajadores del medio rural tampoco vivían en mejores condiciones.

Los molinos construidos en la zona constituyen un destacable ejemplo de arquitectura popular, como ya hemos apuntado en la primera parte de este artículo, donde la piedra se convierte en el material básico. Todos ellos fueron emplazados aisladamente fuera de los cascos urbanos, a una distancia de los mismos que va desde los quinientos metros a casi los tres kilómetros. Los edificios solían ser de una planta con un sobrado, ampliándose una segunda planta de adobe en alguno de ellos. La mayoría de ellos también eran utilizados como vivienda temporalmente, por lo que disponían de cocina. Y como era preciso atender a las caballerías que transportaban la harina y el grano también se disponían construcciones anejas destinadas a cuadras y pajares. Algunos molinos, como el «Hernán Pérez», cuentan además con gallinero, palomar y pocilga.

Casi todos los molinos utilizaban directamente el agua del río como fuente de energía, con excepción del molino del «Cubillo» que utiliza el agua de un manantial y del molino de «Canonjía» que también lo obtiene de un pequeño arroyo y un manantial. Para el aprovechamiento energético del río se construyeron pequeñas presas o azudes que cortan el cauce, creándose una importante masa de agua denominada pesquera. Desde aquí el agua se conduce hasta el propio molino a través de un canal o cacera, o «chorro» formado de gruesas paredes de piedra o excavado sobre el propio terreno, en algunos casos el agua se recoge después en una balsa, como en el molino «Trevejo» o los molinos «Cubillo» y «Canonjía».

Cuando el agua llega al molino pasa a través de una o varias aberturas practicadas en la pared, bien a un depósito o cubo, de ahí la denominación de algunos molinos como «El Cubo» o «Cubillo», o bien descendiendo por un bocín o saetín hasta golpear el rodezno o rueda hidráulica horizontal, situada debajo del piso del edificio, la cual hace girar, moviendo directamente por un eje vertical, las ruedas de moler situadas en el piso superior. El agua sale después por el cárcavo y por un canal de evacuación o «socaz» se dirige de nuevo al río.

Cuando se dice que un molino tiene una o varias piedras o muelas, se quiere decir que se podía moler simultánea o alternativamente con una o más piedras. Los molinos de la zona responden al esquema básico de funcionamiento descrito, aunque hay que lamentar el alto número de ellos que se encuentran totalmente arruinados. A pesar de todo, hasta hace unos años se ha podido ver moler grano como hace cientos de años en el molino de «Hernán Pérez», en Zorita.

Normalmente el pleno rendimiento del molino solía durar ocho meses al año, desde los Santos (1 de noviembre) hasta San Juan (24 de junio), dependiendo después del agua que dejaba el estiaje. Su funcionamiento solía ser de doce a catorce horas al día, si bien en la descripción de Ensenada se dice que algunos molinos molían día y noche.

Otros molinos que funcionaban en Mingorría, aunque no de carácter hidráulico, sino de vapor, de motor o eléctricos, fueron los utilizados para moler cacao en las fábricas de chocolate «Marugán», «Cuenca» y Florentino García, o para moler trigo y cebada en el molino situado frente al matadero municipal, o en la fábrica de harina instalada en la carretera de la estación, en el barrio del Motor, que debe su nombre al molino allí instalado.  Igualmente,  este tipo de molinos también se implantaron en Cardeñosa y Las Berlanas.

Las descripciones y citas que sobre los distintos molinos de la ribera del Adaja que se han hecho hasta ahora lo han sido en un contexto general paisajístico o histórico, dando continuidad al contexto que prefigura el curso del río Adaja. Ahora lo que se intenta es facilitar itinerarios cortos que, partiendo de Mingorría y Zorita, posibiliten visitas parciales de los numerosos vestigios de molinos existentes y, al mismo tiempo, disfrutar del paisaje del recorrido.

CAMINOS

Los molinos de Revuelta y Galleguete son los únicos que se conservan en la margen izquierda del Adaja en el tramo que va desde la presa de las Cogotas hasta los «Callejones de Chascarra», dentro del término de Cardeñosa, si bien se Aprecian restos interesantes de otros tres molinos más.

Situándonos a los pies de la presa de Las Cogotas, y siguiendo entre encinas el curso del río, enseguida encontramos los restos de un antiguo molino del que se conservan grandes piedras. No muy lejos pronto observamos una vieja rueda de moler junto a otro montón de piedras de lo que fue otro molino.

Desde aquí una vereda conduce al molino de «Revuelta», un edificio de una planta y buena mampostería que se conserva en buen estado, aunque las cuadras anejas estén hundidas. Desde el molino de «Revuelta» continuamos por un camino ascendente del que nos desviamos al poco tiempo en el primer camino que sale por la derecha, el cual nos lleva al molino de «Galleguete» o de «Peñalén».

Si hubiéramos continuado por el camino ascendente que va a Cardeñosa por la dehesa de «Cabreras», después de media hora y coronar el monte, un camino a la derecha nos habría llevado hasta las ruinas de los molinos «Barbas de Oro» y «El Castillo», situados frente al  molino de Mingorría denominado «El Grillo» o de «Cañete». El molino de «Galleguete» aparece después de un brusco giro del río, donde quedan las paredes del molino de «Revoltillo».

La abundancia de agua que sobrepasa el dique de la balsa del molino presenta una bella estampa y una llamativa perspectiva con los Callejones de Chascarra al fondo. El molino es un edificio de una planta de mampostería que fue sobre elevado con una planta más de adobe, que todavía se mantiene en pié, a pesar de su abandono y progresiva ruina. De regreso por el mismo camino, no hay que olvidar echar la vista atrás para admirar de nuevo el impresionante paisaje.

Partiendo desde Mingorría por la antigua carretera de Ávila, y antes de llegar al alto de San Blas, tomamos el primer camino que sale a la derecha en dirección a la ermita de la Virgen, pero continuaremos por el camino de la izquierda, llamado de «Rogallinas». Al llegar al arroyuelo del mismo nombre, donde había unos lavaderos, habremos dejado a la izquierda un antiguo aserradero de piedra donde se ha mecanizado el oficio de cantero, un oficio característico de este pueblo. Siguiendo nuestro camino, dejando a la izquierda una caseta de hortelano, llegamos al monte de encinas que otro tiempo fue comunal y hoy es de las dehesas de «La Malita» y «El Ciego».

Continuando rectos, dejaremos a ambos lados sendos caminos que conducen a los caseríos de estas dehesas, que a su vez se prolongan por la izquierda con la carretera de Ávila y por la derecha con los caminos a los molinos «Nuevo» y «El Grillo». En dichos caseríos solían vivir varias familias que atendían la explotación del encinar. Cuando el camino empieza a ser más estrecho y sinuoso, un abrevadero de pilas de piedra servía a las cansadas caballerías de mulas y burros que transportaban el grano y la harina. El ruido del agua ya nos avisa de la cercanía del molino «Trevejo» que se divisa desde un altozano, donde una vereda casi inapreciable que discurre por la dehesa, actualmente cercada, nos desviaría a las ruinas del molino de «Las Monjas».

Ya en el molino «Trevejo» vemos que aunque se encuentra arruinado todavía conservaba restos de su techumbre a cuatro aguas, mientras que las cuadras anejas están hundidas. Las obras de ingeniería realizadas para moler el grano son asombrosas: ahí están la pesquera, el caz, la balsa, los cárcavos y las paredes del propio molino de buena piedra de mampostería.

Siguiendo el curso del río, subiendo y bajando por la ladera del monte, que es de titularidad privada, o regresando hasta la vereda que dejamos antes, llegamos al molino de «Las Monjas», debido a que fueron sus propietarias las monjas de la Encarnación de Ávila, del cual sólo se conservan restos de las paredes y de alguna rueda, suficiente para darnos una idea del esfuerzo que debió suponer su construcción y su puesta en marcha. Ya de regreso, nos asomamos echando la vista atrás para contemplar la grandiosidad del paisaje.

Saliendo de Mingorría nos dirigimos a la ermita de la Virgen, antes dedicada a San Cristóbal, la carretera de Ávila. Junto a la ermita se halla una escultura zoomorfa de la época celta, conocida como «el marrano de la Virgen». Prosiguiendo el camino dejamos al lado derecho el paraje de «Los Villares», posible asentamiento visigótico, y a la izquierda una caseta de la huerta de frutales que allí había.

Pronto cruzamos el arroyuelo de «Rogallinas», que riega una hermosa arboleda de chopos en galería. Después, el camino cruza por el monte del Ciego, de propiedad particular, donde sobresale un palomar de planta cuadrada, construido a media altura de mampostería y el resto de adobe. Es una edificación singular junto al caserío de la dehesa. A este tramo del camino se le une otro por la izquierda que viene del caserío y del camino del molino de Trevejo.

Dejado de lado el palomar, el camino, casi inapreciable, se bifurca en dos: el de la izquierda conduce a las ruinas del molino de «Pajuela» y al molino «Nuevo» o de «Joselito». El camino de la derecha nos lleva a las ruinas del molino del «Cubo» y al molino del «Grillo» o de «Cañete». Ambos caminos son pedregosos, angostos y con mucha pendiente, por los que sólo se puede ir andando. Sobre el molino «Nuevo» se levanta una pared rocosa imponente, entre cuyas grietas se asoma alguna encina. Este molino sólo conserva las paredes, además de las obras de ingeniería de conducción de agua. El molino del «Grillo» acogía a la familia del molinero, el «Tío Cañete», ahora tiene hundida la techumbre, como ocurre con las construcciones anejas destinadas a cuadra y pajar. Al otro lado del río, en un inmenso mar de encinas, en el término de Cardeñosa, donde se revuelve en bruscos giros, se divisan los restos de los molinos de «Barbas de Oro» y el «Castillo»,

En un nuevo recorrido, desde Mingorría nos dirigimos a «La Fuente», que también es abrevadero, junto al arroyo de «La Reguera». Allí se encuentra el potro de herrar ganado y a la izquierda se divisa la ermita de la Virgen, mientras que a la derecha, sobre las cuestas estameñas se levanta el palomar de tipo circular del «Tío Quiquillo», todavía en uso. Ahora tomamos el camino de poniente, dejando el arroyo de la Reguera a la derecha, junto al cual más adelante se encuentra la arboleda de chopos de galería de «La Alameda». Siguiendo nuestro camino, dejamos a la derecha también otro palomar, éste de planta cuadrada del que sólo quedan las paredes de mampostería, es el «palomar del Escribano», ya que su propietario, Antonio Pajares, fue notario y alcalde de Mingorría en la última mitad del siglo XIX.

Pronto llegamos al comienzo del monte, cruzamos el arroyuelo de las «Gallinas» o «Rogallinas», que a la derecha no tardará en unirse al arroyo de «La Reguera» y «El Colerón» para desembocar en el Adaja junto al molino de «Ituero». Continuando de frente, dejando a la izquierda el encinar, pasaremos dos promontorios, desde el segundo, a la derecha, una estrecha vereda conduce al molino de «Ituero».

Continuando de nuevo de frente, nos asomamos a un barranco poblado de vegetación, por donde pasa el río. Para llegar tomaremos el camino que sigue a la izquierda, que aunque tiene puerta es público, donde enseguida encontraremos un excepcional mirador con el río a los pies del monte, y después de un trayecto en «zigzag», angosto y pedregoso llegaremos al molino de «Las Juntas». Es un edificio de una planta con la cubierta hundida a dos aguas. El río se ensancha interrumpido por el azud que forma la pesquera entre abundantes fresnos, de donde sale el canal o «caz» que conduce el agua para moler.

Siguiendo el río aguas abajo, atravesamos un camino particular que rodea el monte, y enseguida nos encontramos con el «caz» de las ruinas del molino «Negrillo», de donde salía un antiguo camino que nos llevaría de regreso por la ladera del monte. También puede seguirse por la orilla del río, subiendo y bajando por la accidentada margen hasta llegar al molino de «Ituero», si es que no dejamos esta visita para otra ocasión en la que nos desviaremos antes de bajar al molino de «Las Juntas».

Junto al molino de «Ituero» el río vuelve a retorcerse en pronunciados quiebros. El molino, que sólo conserva las paredes, era de una planta con cubierta a dos aguas, y su entrada se hizo cortando la roca. El río continúa bajando como una serpiente para esquivar los paredones de «Los Colmenares» y «Peña Águila», impresionantes formaciones rocosas donde anidan el buitre negro y el águila real.

La vuelta a Mingorría puede hacerse por la vereda que sube hasta el encuentro con el camino de molino de «Las Juntas» o en dirección contraria, casi escalando,  hasta llegar a la casa de «Los Colmenares», utilizada como encerradero de ganado, de donde sale un camino hacia el pueblo, advirtiendo que algunas sendas han sido cercadas y pueden resultar inaccesibles.

Tomando desde Mingorría la carretera provincial que se dirige a Zorita de los Molinos y Las Berlanas, y dejando atrás el cementerio de la localidad y a un lado, a mitad de camino, el caserío de «La Veguilla», después de cinco kilómetros llegamos al puente que cruza el río Adaja. Cruzado éste, a la izquierda sale un camino que nos conducirá a varios molinos.

El primer molino que nos encontramos es el llamado de «Hernán Pérez», en el cual molían y vivían los hermanos San Segundo: Valeriano, Tomás, David y Manuel, quienes lo conservaron en perfecto estado y gustosamente lo enseñaban a los visitantes. Es una buena muestra del ingenio de los constructores de molinos y de los artífices de su funcionamiento. Una gran pesquera o presa embalsa el agua, que se canaliza hasta el molino entre abundante arbolado de fresnos. El agua, después de mover las ruedas hidráulicas, servía a otro molino conocido como «El Molinillo».

Volviendo después al río, aguas arriba el camino continúa hasta el molino «Nuevo» o de «los Policas», el cual debe su nombre por haber sustituido a otro que se llevó el agua, cuyos restos todavía se aprecian. Este molino se conserva en perfecto estado por su propietario y es un buen ejemplo de arquitectura popular. Las vistas son de gran belleza. Más adelante, aguas arriba, se hallaba el edificio majestuoso de lo que fue el batán «El Caleño» o molino «El Francés» utilizado en el tratamiento de paños y pieles, antes de reconvertirse en molino harinero. Sólo se conservaban las paredes de mampostería de una construcción de dos plantas, además de la infraestructura que posibilitaba su funcionamiento. Cercanos a éste había otros dos batanes más, de los que sólo quedan algunas piedras de sus paredes tapadas por la vegetación. Todos ellos quedaron bajo las aguas del azud construido para el regadío.

Situándonos de nuevo en la carretera de Zorita y Las Berlanas, una vez cruzado el puente sobre el río Adaja, el cual fue reconstruido hacia 1923 sustituyendo a otro que se llevó una riada en 1912, obra de Antonino Prieto, llegamos a Zorita de los Molinos, localidad anexionada a Mingorría en 1833. Zorita ha sido famoso por sus vinos, premiados internacionalmente, y debe su nombre precisamente a los molinos que se concentran en la zona. Es de destacar su iglesia parroquial. Construida en el siglo XVI bajo la advocación de San Miguel Arcángel. En su interior llama la atención el retablo barroco del siglo XVIII, detrás del cual se halla una pintura mural del gótico tardío que representa a San Miguel pisando y clavando una lanza al demonio o dragón.

Nada más dejar el pueblo, a la derecha, sale el camino que conduce al caserío «El Chorrito», que antes fue la finca de recreo «Villa Julia», propiedad del General Bermúdez Reina, quien fue Ministro de la Guerra con Sagasta en 1890. Aquí podemos admirar los restos de la capilla de ladrillo y zócalo de piedra que construyera Antonino Prieto, afamado contratista de obras de restauración en la capital abulense, tales como San Vicente, las Murallas, el Palacio de Polentinos o el puente nuevo sobre el Adaja. Si continuáramos atravesando el caserío llegaríamos al río, que antiguamente se podía cruzar por un puente de madera, dando acceso al molino «Piar» o «El Cubo», del que ya sólo quedan las paredes arruinadas.

Volviendo a la carretera, en el desvío del camino de Peñalba nos encontramos con una pequeña ermita, actualmente rehabilitada, dedicada al Cristo de la Agonía o de la Santa Veracruz, a cuya entrada hay una cruz de piedra. Más adelante, otro camino que sale a la izquierda nos lleva a la finca de «La Aldehuela». En ella Celedonio Sastre construyó una interesante ermita de ladrillo en honor de San Antonio Abad, San José y Santa Susana, la cual fue inaugurada en 1930, el mismo año que visitara Zorita el escritor, filósofo y pensador Jorge Santayana.

Continuando este camino que conduce a la dehesa de Navares, cruzamos el arroyo de «La Chavata» por un puente estrecho, y nos adentramos en los pinares de la dehesa de «OlalIa», donde siguiendo el camino de la derecha nos llama la atención la buena construcción de un palomar de ladrillo. Desde aquí ya se divisa el caserío de la dehesa a la izquierda, y al otro lado, en dirección al río, pronto aparece el molino del «Vego». Este molino es de dos plantas, conservándose el edificio en buen estado, el cual sigue recibiendo el agua por la cacera que sale del río junto a la desembocadura del arroyo de la «Chavata».

Para regresar, podemos volver en dirección contraria, bordeando los pinares por el camino de Gotarrendura, y desviándonos a la izquierda encontraremos de nuevo la carretera, donde más adelante se hallan las ruinas del Torreón y Palacio de Garoza, en el término de Peñalba de Ávila. 

Situándonos una vez más en la carretera de Zorita, antes de llegar al puente construido sobre el río Adaja, a la derecha sale el camino  de Pozanco desde el que se accede a una planta de extracción de áridos existente junto al río. En este mismo lugar se han encontrado vestigios de un yacimiento de la edad del bronce medio, desde donde se aprecian los restos de un antiguo puente de piedra que se llevó el agua.

Los grandes movimientos de tierras realizados en la zona han propiciado la creación de una laguna y un humedal donde acuden patos y otras aves. Cruzando el humedal nos adentramos en el pinar y el soto del «Chorrito». El camino sigue paralelo a la larga cacera del molino «Piar» o «El Cubo», del que sólo se conservan restos de sus paredes. La abundancia de fresnos y pinos crea un bello paisaje junto al río.

Más adelante, entre chopos, se produce la desembocadura del arroyo Regajal, el cual era salvado en el camino de Pozanco por un pontón que se llevó el agua y que hoy todavía no ha sido reconstruido. Por ello, es preciso regresar a la carretera en dirección Mingorría, hasta el camino siguiente que nos sale a la izquierda y que pasa por el caserío de «la Veguilla», propiedad en otros tiempos del Duque de Montellano.

Desde aquí llegaremos de nuevo al camino de Pozanco, el cual dejaremos después para atravesar los pinares por un camino que conduce al molino del «Cubillo» o de «Castellanos», de cuyo manantial se abastecía el pueblo de Mingorría. El cubo y el «cárcavo» abovedados en ladrillo llaman la atención por su buena construcción. En su balsa se hallan instaladas unas mesas con asientos para merendero.

Para ir a los molinos «Viejo» y de «Canonjía» de Pozanco basta seguir el curso del río o adentrarse en el pinar de donde sale el camino de acceso. Estos dos molinos, que también fueron vivienda, se hallan en buen estado de conservación, y en ellos pueden apreciarse perfectamente las características de su funcionamiento, además de admirar su entorno natural

Por último, finalizamos nuestro recorrido acercándonos a los molinos harineros abulenses del Voltoya, río que en Ávila discurre paralelo al Adaja en el territorio que nos ocupa, los cuales se encuentran en Tolbaños, Tabladillo, Aldealgordo, Las Gordillas y Velayos. El río sigue su curso  por el pueblo de Sanchidrián, donde sirve al molino de Almarza, para después adentrarse en la provincia de Segovia. El paisaje de la ribera del Voltoya es muy similar al que bordea el Adaja y el río discurre rodeado de encinares y berrocales graníticos que poco a poco van dejando paso a las tierras llanas.

El molino de Tolbaños ha sido rehabilitado con extraordinario gusto y está abierto al turismo como casa rural. A este molino se llega desde el pueblo tomando el camino de concentración parcelaria que sale en dirección Este hasta hacer incursión en el encinar y llegar al río. Este molino sustituyó a otro situado entre grandes rocas de granito aguas arriba, en el arroyo Cortos o de Berrocalejo, poco antes de que se una al Voltoya en el lugar conocido como Juntarríos.

Cerca del molino de Tolbaños, siguiendo el camino de la margen derecha, en la dehesa de Tabladillo, perteneciente al término de Ojos Albos, se halla el molino «Salto de la Cabra», y aguas abajo todavía se aprecian los restos de otro que se llevó el río. Las grandes formaciones graníticas de la zona magnifican el paisaje de encinas y guardan un extraordinario parecido con el molino «Nuevo» o de «Joselito», en el Adaja.

Para visitar los molinos situados aguas abajo puede seguirse el curso del río, pero es más cómodo retomar el camino de Tolbaños y, por la carretera de Mingorría, dirigirse a Velayos. Desde el pueblo hay que Tomar la carretera de Maello, y después de cinco kilómetros entre encinares llegamos al caserío de Las Gordillas. Desde aquí, por la margen derecha del río, aguas arriba llegamos al molino de Aldealgordo, el cual se conserva todavía en buen estado, tal cual lo dejaron los últimos molineros de Maello.

Al norte de Las Gordillas sale el camino del molino de esta dehesa, el cual sigue paralelo al río hasta unirse con la urbanización del Coto de Puenteviejo, cuyo estado permite su recorrido en coche. Después de unos tres kilómetros y pasar por un antiguo tejar llegamos al molino, una construcción destacable de dos plantas, con vivienda incluida, que actualmente está en ruinas con gran parte de su maquinaria en el interior. Las tierras que rodean el molino de Las Gordillas fueron objeto de más de una página literaria escrita por Miguel Delibes, pues hasta aquí se acercó en muchas ocasiones a cazar.

Para llegar al molino de Velayos tomamos el camino que sale del pueblo por el Este, el cual llega por el montecillo de la dehesa Aldehuela de la Freila hasta el río, en cuya orilla las mujeres lavaban la ropa. El molino, construido todo de adobe, se encuentra en ruinas, permaneciendo en pie las paredes. En las márgenes del Voltoya abundan los fresnos entre el manto verde que cubre las orillas.