25 de noviembre de 2024

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De Crónicas

PALACIOS DE COLECCIONISTA EN ÁVILA [PRIMERA PARTE]

PALACIOS DE COLECCIONISTA EN ÁVILA  [PRIMERA PARTE]
PALACIOS DE COLECCIONISTA EN ÁVILA  [PRIMERA PARTE]
Jesús Mª Sanchidrián Gallego
  • 16 de Marzo de 2024

Palacios de coleccionista es el título con el que se pretende acentuar la faceta de coleccionista que con tanta fortuna algunos ricos hombres cultivaron en Ávila, lo que relacionamos con las colecciones artísticas que se formaron, en alguna medida, en torno a los palacios que fundaron en la ciudad importantes caballeros de antiguos linajes, un tema sugerente y del que ya nos ocupamos con motivo del centenario del Marqués de Benavites y de San Juan de Piedras Albas (1863-1942) celebrado en el Museo de Ávila en 2014.

No tratamos aquí de la riqueza artística que guardan iglesias y conventos, ni de los museos monásticos, ni de colecciones externas que puedan tener fondos de Ávila, lo hacemos solo de la herencia de algunas de las casas fuertes de la ciudad y/o de las colecciones que formaron los linajes ligados a las mismas.

Hablamos en Ávila de los personajes que conservaron y reunieron en sus casas objetos de coleccionista; de los palacios que algún día custodiaron artículos de interés cultural; del conservador Museo de Ávila nacido para preservar el patrimonio histórico y artístico de la Ávila y su provincia; de los ilustres veraneantes que aireaban los caserones cerrados durante el año; de los parlamentarios por Ávila y damas teresianas que dejaron su nombre aristocrático como impronta señorial; de la curiosidad y misterio que rodean a los viejos palacios; de los verracos vettones que fueron motivo de adorno de las residencias palaciegas; de algunas colecciones museísticas de Ávila que exhibieron sus palacios; de la venta de colecciones como síntoma de decadencia; de la impresionante colección pictórica de Goya, Madrazo y Sorolla que aglutina a numerosos personajes de la historia abulense, con quienes existen lazos familiares y/o de vecindad o paisanaje que tanto unen y de las colecciones que guardan en otros palacios fuera de Ávila; y de las colecciones que no tienen palacio y de los palacios que no tienen colecciones.

ÁVILA DE COLECCIONISTAS.

Ávila palaciega fue en un tiempo también Ávila de coleccionistas aristócratas que apostaron por el arte como signo de distinción, como no podía ser de otro modo, ya que con ello se vestían las llamativas mansiones que exigían una decoración a la altura de su señorial arquitectura.

Los históricos palacios renacentistas que dieron renombre y relumbrón a la ciudad medieval fueron, en algún momento, con mayor o menor relevancia, ricos contenedores culturales de ilustres propietarios. Uno de los mejores ejemplos de ello es el palacio del regidor Juan Henao (actual parador de turismo) que guardaba la colección formada por Bernardino Melgar y Álvarez Abreu, marqués de Benavites y marqués de Piedras Albas.

Lo mismo que destacan el palacio de Superunda, donde se reúne la colección del pintor Caprotti, y el palacio de don Suero del Águila, que fue del duque de Valencia, donde se agolpaban igual numerosas obras de arte y otras antigüedades y se está preparando desde hace años para sede del Prado disperso. También el palacio de Abrantes mantiene su decoración de antaño con mobiliario y carruajes de época.

Hubo un tiempo en que la casa señorial se convirtió en un museo que reunía gran multiplicidad de objetos de valor que daba prestancia y prestigio a sus dueños, el mismo que ahora reivindicamos como patrimonio común para orgullo de la ciudad, lugar que configura la arquitectura urbana de la que forman parte las residencias palaciegas de nobles caballeros.

Y añadimos que la fuerte personalidad de alguna celebridad de las grandes familias nobiliarias españolas que tuvieron casa en Ávila transciende del ámbito local, lo que nos sirve de excusa para compartir sus interesantes colecciones artísticas, tales como la del museo Cerralbo, y otras que lo fueron, como las de los duques de Parcent y de Tamames, a los cuales unimos los nombres de los Alba, Montijo y Medinaceli, quienes tuvieron parte de su patrimonio en la capital abulense donde sólo se ocupaban de administrar sus bienes a través de apoderados.

Todo queda relacionado en torno a la institución palaciega y sus dueños, porque los propietarios de las mansiones señoriales, personajes de la aristocracia, eran los solían formar colecciones de interés, ya que se lo permitía su posición económica y social.

De ahí que sus nombres y genealogías se repitan como una constante cuando hablamos de palacios abulenses, a los que despojamos de la aureola de antaño para hacernos imaginariamente con sus colecciones o las de sus señores con el fin de convertirlas en patrimonio cultural de todos.

Y aunque Ávila también aporta bienes de la ciudad a otras colecciones, públicas o privadas, entre cuyos fondos sobresalen obras artísticas creadas, inspiradas o procedentes de aquí, no trataremos ahora sobre ello, y dejamos ejemplos como los vistos en la Biblioteca Nacional, donde está la Biblia de Ávila; en el Museo del Prado, donde se exhiben pinturas de Berruguete; en el Museo del Romanticismo, donde se hallan cuadros de Valeriano Bécquer; en el Museo de Lázaro Galdiano, en el que están los dibujos de Carderera; en el Museo de Escultura, que guarda los apuntes sobre Ávila de Genaro Pérez Villaamil; en el Museo Reina Sofía, donde Ávila se representa en la pintura de Zuloaga y Echevarría; en el Museo Arqueológico, que exhibe algunos verracos vettones de Ávila; en el Museo del Traje, que luce ropajes y atuendos de nuestros paisanos; y en otros muchos lugares que podríamos seguir citando en una larga lista que nos sobrepasa.

PALACIOS CERRADOS.

La época de esplendor palaciega de Ávila no duró siempre y los viejos caserones de la nobleza abulense pasaron siglos de progresivo abandono, lo que propició la ruina y desaparición de algunos de ellos, y de otros el vaciado de muebles, tapices, porcelanas, pinturas, armaduras y otros elementos decorativos. Y sobre esta sensación de decrepitud de los palacios renacentistas que nunca lograron impregnar de su espíritu a la ciudad medieval, porque Ávila siempre fue Edad Media, José Martínez Ruiz Azorín (1873-1967), en su discurso de ingreso a la Real Academia de la Lengua de 1924 que titula Una hora de España, nos traslada tristes impresiones intemporales que fueron atractivo y motivo de melancolía romántica con las siguientes palabras:

«Las ventanas de estos palacios y caserones están cerradas. Cerradas están las puertas en el huerto que respalda las casas; crecen viciosas las hierbas por los caminos. Los señores de estos palacios se han marchado más allá de los mares. Dentro de los caserones, en las anchas salas, el polvo ha ido formando una delgada capa sobre los muebles.

La baraúnda de las cosas que asombraba a Santa Teresa descansa en armarios, bufetes y escaparates. Correrán los siglos ¿Quién abrirá de nuevo estos palacios? ¿Dónde, dentro de trescientos, de cuatrocientos años veremos muchas de las cosas que forman la sorprendente baraúnda? En este sillón de cuero realzado, ¿quién se sentará? Este retrato de un caballero con su lagarto de Santiago o el tao de San Juan al pecho, ¿de dónde colgará? Diez, doce, quince caserones en la noble ciudad están cerrados; en tierras lejanas, más allá de los mares, bajo el fulgor de otras estrellas están sus dueños. Y en las horas de melancolía, en aquellas inmensidades, seguramente tendrán un recuerdo henchido de ternura para estos palacios y para estos jardines en que las rosas, no cortadas por nadie, se deshojan lentamente en los senderos por la primavera y el otoño».

Y sobre la imagen de relativo abandono que sufre Ávila, José Nicolás de Melgar y Álvarez de Abreu, Marqués de San Andrés, hermano del académico Marqués de San Juan de Piedras Albas, describió en 1960 la ciudad palaciega refiriéndose a la situación que presentaba cuando en el año 1877 vinieron a Ávila a reedificar el solar de sus mayores sus padres, don Juan de Melgar y Quintano, quinto marqués de Canales de Chozas, y su mujer, doña Campanar Álvarez de Abreu y Álvarez de las Asturias Bohórquez:

«De los treinta palacios que existían, como restos del antiguo esplendor de la que fue capital de Castilla en la Edad Media, solo están vividos por sus dueños el de los duques de Abrantes; el de los condes de Superunda y marqueses de Bermudo, señores de Zurraquín y de Bularros, que hoy es residencia y museo del artista Guido Caprotti; el torreón de los condes de Oñate, hoy de la condesa de Crecente; el de los duque de la Roca, hoy Audiencia Provincial, y por último, el de los Sofraga y Villaviciosa, habitado por los marqueses de Peñafuente, condes de Villamediana.

Todos los restantes señores emigraron a la Corte y dejaron al cuidado de sus palacios a los administradores de sus fincas, y por ello se llamó en algún tiempo a esta ciudad, en lugar de Ávila del Rey y de los Caballeros, “Ávila de los Administradores».

Más aún, abundando en esta idea, Azorín retoma en 1924 lo que decía la guía de Valeriano Garcés de 1863, y en Una hora de España insiste: «Ávila es ciudad de los administradores que las grandes casas españolas tienen en Ávila.

Y tienen administradores aquí S. M. la Emperatriz de los franceses, los Duques de Abrantes, Alba, Medinaceli, Roca, Tamames; los Marqueses de Cerralbo, Fuente el Sol, Obisco, San Miguel de Gros; los Condes de Campomanes, Parcent, Polentinos, Superunda, Torrearias; y la Condesa de Montijo».

En el primer tercio del siglo XX estaban ocupados y en uso, con más o menos frecuencia, los palacios de Abrantes, Águilas, Canales de Chozas, Cerralbo, Crecente, Parcent, Polentinos, Roca, Superunda, Sofraga, Velada y Verdugo, y son muchos los aristócratas que tienen casa en Ávila que pasan temporadas en la ciudad dejando su impronta.

Y en este contexto, y a propósito del magnífico ejemplo que supuso la actividad de Bernardino Melgar y Álvarez Abréu, nuestro marqués de Benavites y de Piedras Albas, sobresalen las actividades palatinas de los duques de Valencia, Parcent, Tamanes, Abrantes, y Cerralbo, por ejemplo, quienes ejercieron como mecenas culturales, esporádicamente, en sus mansiones abulenses y más en sus palacios madrileños. De todo ello, contamos con excelentes testimonios que nos sirven, por contagio de paisanaje, para presumir de los valores culturales de dichas actividades, aunque otros nobles ya habían vendido sus posesiones en Ávila y se afanaban en formar colecciones en las casas de Madrid.

UN MUSEO PARA LA CIUDAD.

Como una de las respuestas a la necesidad de preservar el patrimonio histórico y artístico de Ávila y su provincia, y ante la general decadencia de la nobleza abulense que tenía abandonadas sus mansiones señoriales, Ávila inauguró el Museo en 1911, efemérides celebrada con éxito en el centenario de tal acontecimiento que hicimos en 2011.

La creación del Museo de Ávila se produjo por el impulso de personajes honoríficos de la cultura que integraban las Comisiones Provinciales de Monumentos como una de las metas propuestas desde 1844. El nuevo museo se instala en el edificio denominado “Museo y Biblioteca Teresianos” construido según proyecto del arquitecto Enrique María Repullés (1845-1922), siendo en 1968 cuando se traslada a la señorial y palaciega casa de los Deanes, después de pasar por otros emplazamientos.

Con motivo de la inauguración del Museo, que presidió el arqueólogo y académico José Ramón Mélida (1856-1933), se organizó una exposición que reunía vestigios prehistóricos, verracos, figuras de bronce, antigüedades romanas, elementos árabes, canecillos de San Vicente, una escultura yacente del obispo Roelas, una pintura de influencia flamenca, casullas bordadas, pergaminos, escudos heráldicos y bajorrelieves, el pote de Ávila y fotografías de los principales monumentos.

Y entre las aportaciones a la exposición inaugural del Museo figuran algunas procedentes de los viejos palacios abulenses cedidas por sus dueños el marqués de Benavites, la condesa viuda de Crecente, el duque de Valencia y el duque de Parcent, patrono de Mosén Rubí, donde tenía su mansión palaciega. Sin olvidar aquí la colaboración, entre otros miembros de la Comisión Provincial de Monumentos de Ávila, del académico y cronista de la ciudad el marqués Manuel de Foronda.

La andadura centenaria que siguió y sigue el Museo después de su inauguración sobrepasa el tema que nos ocupa, lo que no impide que añadamos que pronto se convirtió en el mayor referente para la conservación, el estudio, el conocimiento y la divulgación de todo lo relacionado con la arqueología, las bellas artes y la cultura popular de Ávila y su provincia, aspectos todos ellos que cultivó con éxito el marqués de Piedras Albas.

LA COLONIA VERANIEGA ABRE PUERTAS Y VENTANAS.

En época estival, Ávila vuelve, por un momento, a tiempos pasados de olvido de esplendor, y en estas fechas muchos palacios ventilan sus estancias y enseñan sus antigüedades, lo que hace sentirse vivos a sus dueños, a la vez que contagian su señorío a la ciudad estancada en la edad media.

Efectivamente, de los lazos familiares y querencias de los moradores de nuestros palacios sabemos que la ciudad imantaba su presencia durante los meses de verano. Y de ello escribió León Roch en su guía de Ávila (1912), donde da cuenta del noble grupo de celebridades que forman la colonia veraniega que abre puertas y ventanas de las históricas casonas que despiertan del letargo invernal:

«La colonia veraniega en Avila está compuesta, en su mayor parte, de fieles amadores, que van por tradición. Muchas de las familias que allí pasan el verano son abulenses, que tienen en Avila su palacio ó su casa, aunque residen el resto del año en Madrid.

Entre éstas figuran los marqueses de San Juan de Piedras Albas, más conocidos como marqueses de Benavites, que pasan en su palacio todos los veranos, con sus padres los marqueses de Canales de Chozas, y sus hermanos los señores de Melgar; el conde de Parcent... También veranean en Avila los duques de Valencia, los de Sessa y Maqueda (del linaje de Altamira y Velada), los marqueses de Peñafuente, Somió y Zornoza; los condes de las Navas y de Torrecilla de Cameros (herederos de Sagasta)».

Como se ve, por lo menos siempre nos quedará el verano, y la presencia de personajes célebres que abren los palacios cerrados y casi olvidados dan prestancia a la ciudad, de ahí que se recoja en las guías de la época. Con ello, se enriquece también la vida cultural de Ávila en la que juegan una parte activa el marqués de Piedras Albas, el duque de Parcent y el duque de Valencia, quienes presumen de las colecciones que guardan sus mansiones.

¿QUÉ GUARDAN LOS PALACIOS?

En una ciudad monumental, cuyo conjunto urbano está invadido de iglesias, conventos y palacios, éstos últimos tienen un aire de misterio envuelto entre los fantasmas de antiguos caballeros que debieron guardar un botín joyas y tesoros, y por ello nos preguntamos: Pero, ¿cómo será un palacio? La curiosidad no satisfecha y el misterio perduran todavía hoy, pues apenas se conserva algo de las inmensas riquezas que trajeron de Indias y Flandes sus fundadores en tiempos de esplendor renacentista. Sobre ello, muchas intuiciones nos hablan del paso inexorable del tiempo, de las crisis y cambios sociales y económicos, y de la decadencia.

Los palacios abulenses no se prodigaron en demasiados derroches artísticos, pues los edificios religiosos y conventuales eran los que acaparaban el arte de la época, todavía pueden admirarse buenos ejemplos de tapices flamencos, artesonados tallados, muebles antiguos, pinturas históricas, objetos domésticos y útiles de artesanía. Sin embargo, sobre el misterio que rodea sus alcobas y aposentos se pregunta Azorín, en su discurso de entrada a la Real Academia, se pregunta

«¿Cómo será un palacio? ¿De qué manera será la estancia de un rey? Santa Teresa no sabe cómo son».

Aparte de los elementos constructivos que conforman las singulares arquitecturas palaciegas, los cuales tienen voluntad de permanencia, algunos de sus propietarios incorporan otros objetos con afán de coleccionista que agrupan y ordenan con desigual resultado. Y entre estos, llaman la atención muebles antiguos, tapices flamencos, cuadros y pinturas, porcelanas y diversos adornos, e incluso verracos de piedra.

En esto, nos asombra la peculiar exhibición de esculturas zoomorfas de granito que son el exponente de la cultura vettona de los verracos que se lucen en varios palacios. Y deducimos que la llamativa originalidad de las esculturas de animales pétreos pronto se convierte en un atractivo que da raigambre a la nobleza abulense del siglo XIX, y por ello se incorporan como elemento histórico y ornamental de algunos palacios, donde suelen llegar procedentes de fincas cercanas de su propiedad en las que hubo asentamientos de antiguos pobladores.

Como ejemplo de lo anterior, nos cuentan Carramolino (1872) y Enrique Ballesteros (1896) sobre el Palacio de los Verdugo:

«En los ángulos que forman con la fachada las dos torres referidas, había, en tiempos, dos toros de piedra, de los que solo uno perdura allí, encontrándose el otro caído en la plazuela del Rollo, donde quedó al romperse el carro en que intentaron transportarlo a la Serna. Dentro del portal de la casa hay otro toro pequeño».

Este palacio era propiedad de los Condes de Campomanes, linaje de ilustrados al que pertenecía la esposa de su último morador que lo fue de forma continuada, Pedro Muñoz Morera (presidente de la Diputación y hermano del Marqués de la Casa-Muñoz) casado con María Ignacia, la hija de Teresa Hurtado Fernández de Campomanes y de Claudio Sánchez Albornoz, si bien una parte del palacio con una de sus torres (conocida como torreón de los Narváez) fue propiedad de los duques de Valencia.

En la actualidad el palacio es propiedad del Ayuntamiento que lo adquirió en 1998 libre de vestigios ornamentales y mobiliario en su interior y lo destina a usos administrativos, turísticos y culturales.

Los verracos también se exhiben en el palacio del Duque de Abrantes, donde se agolpan los nombres de Navamorcuende, Dávila, las Navas y Villafranca, y donde había cuatro ejemplares, dos de los cuales se trasladaron al Museo Arqueológico Nacional, Y los verracos también se exhiben en el palacio del Duque de Abrantes, en el que se agolpan los nombres de Navamorcuende, Dávila, las Navas y Villafranca, y donde había cuatro ejemplares, dos de los cuales se trasladaron al Museo Arqueológico Nacional, y de cuya existencia nos dan cuenta Gil González, Ponz, Quadrado, Carramolino, Francisco de las Barras de Aragón y el marqués de San Andrés.

Igualmente, en el palacio del conde de Crecente un verraco presidía el patio central, el cual se encuentra actualmente en el complejo de ocio de Naturávila propiedad de la Diputación. En su lugar, el palacio, que pertenece a la institución provincial, alberga el conocido verraco de La Romanina encontrado en San Miguel de Serrezuela y rescatado por mediación de Arsenio Gutiérrez Palacios, director entonces del Museo de Ávila.

De la misma manera, otro verraco adornaba el patio del palacio del Marqués de Canales de Chozas ideado por su heredero Bernardino Melgar, y uno más se encontraba en su parte trasera. También frente a la fachada posterior del palacio de Polentinos, que hace plaza que con la desparecida iglesia de Santo Domingo, otro verraco traído del castro de las Cogotas de Cardeñosa custodia el territorio circundante de la Academia Militar, hoy emplazado en la plaza de Adolfo Suárez.

Finalmente, en el edificio de la Biblioteca y Museo Teresianos, y después en el local del Museo de Ávila instalado en el jardín de San Vicente, dos verracos custodiaban la entrada. Igual que ocurre en el patio del palacio de Travesedo y Silvela (sede del Colegio de Arquitectos) donde se hallan instalados dos verracos. Por su parte, el marqués de Santo Domingo coloca cinco toros o verracos vettones en los jardines Winthuysen de la finca situada intramuros, y otro el Ayuntamiento en las “bóvedas” del Carmen, que son las caballerizas del desaparecido palacio de Polentinos. En la actualidad, la asombrosa riqueza escultórica de la cultura vettona ha encontrado especial acomodo en el almacén visitable del Museo de Ávila ubicado en las dependencias de la antigua iglesia de Santo Tomé.

La riqueza museística de algunos palacios es también parte del atractivo de la ciudad. Así, en La Correspondencia de España del 1 de octubre de 1878 leemos que el palacio del Conde de Oñate, luego de Crecente, y actualmente sede de la Diputación Provincial, es residencia del rey Alfonso XII en su visita la ciudad y en el destacan sus ricos tapices, maderas talladas y muebles época. Igual atractivo que tienen los palacios de los Águila y de Superunda, según recoge el marqués de San Andrés la en su guía de Ávila.

Y de los numerosos objetos de arte atesorados en el palacio de los Águila presumirá especialmente Luisa Narváez Macías, V Duquesa de Valencia, orgullosa de sus colecciones familiares de cerámica, muebles góticos y centenares de cuadros de los grandes maestros españoles, flamencos, franceses y alemanes como Cranach, Brueguel y Goya, lo que se confirma por la Real Academia de Bellas Artes en su declaración de 1969 como monumento.

El palacio de Superunda, antes del regidor Ochoa Aguirre y a partir de 1930 del pintor Guido Caprotti (1887-1966) y su esposa Laura de la Torre (1895-1988), reune una importante colección artística formada por la inmensa obra pictórica de temática abulense de Caprotti, tapices flamencos, porcelanas, bronces, cerámicas, mobiliario castellano y de estilo isabelino, indumentaria típica, libros y fotografías, diversos objetos que abarrotaban todas sus dependencias y miniaturas que hacía Laura de la Torre, gran aficionada a la arqueología y colaboradora con el Museo de Ávila. Actualmente, el palacio y todas sus colecciones inventariadas por Nuria Fuentes y Sonsoles López son propiedad del Ayuntamiento de Ávila que lo tiene abierto al público.

También el palacio del marqués de las Navas que ocupan los herederos del duque de Abrantes, conserva una vistosa colección de carrozas y coches de caballos, mobiliario de época, armaduras, tapices y pinturas antiguas, además de los útiles propios de las grandes mansiones palaciegas.

Y el palacio del regidor Juan Henao fue restaurado por el marqués de Canales de Chozas y después en 1922 por su hijo Bernardino Melgar, quien lo convierte en un verdadero museo con cerámicas españolas, arte primitivo, armería, tallas góticas y bizantinas, hierros de todas clases y épocas, tapices, cuadros, muebles antiguos y una biblioteca de treinta miel volúmenes con manuscritos y autógrafos de Santa Teresa, incunables y códices.

En el huerto del palacio tiene un pequeño museo de objetos de piedra, sepulcros, escudos, hitos, fustes, chapiteles, basas, pilas, cerdos y de más restos de antiguos edificios. Y además, alberga un museo de arte popular español y otro taurino con una biblioteca de unos mil ejemplares.

Todo un extraordinario patrimonio que fue adquirido por el Estado en 1944 y que actualmente se encuentra depositado en la Biblioteca que ocupa el solar del antiguo palacio del Rey niño que luego fue palacio episcopal, y en el Museo de Ávila que ocupa la casa palaciega de los Deanes.

El atractivo de las colecciones artísticas palaciegas fue un reclamo cultural y turístico interesante con el que solía presentarse la ciudad. Y un ejemplo de ello se observa en las guías de León Roch (1912), el Marqués de San Andrés (1922 y 1960), Veredas (1935), Mayoral (1916, 1922 y 1948) y Belmonte (1946 y 1965), textos que se complementan con los trabajos de Serna (2000), Mará Teresa López Fernández (1984), Eduardo Cabezas (2000), Isabel López (2002) y Armando Ríos (2007), entre otros títulos. Y así, José Mayoral Fernández decía en Ávila en los viejos y nuevos caminos (1948):

«El palacio de Henao, propiedad del Marqués de San Juan de Piedras Albas cuenta “con museo grandioso y rica biblioteca”, el de la duquesa de Valencia “pletórico de porcelanas, muebles de época y cuadros” y el del pintor Caprotti, “amante fervoroso de Ávila por su interés histórico y típico, Hijo adoptivo de también de la ciudad».

Y al atractivo que destacan las guías de Ávila de ataño sumamos el Museo de Ávila de la Casa de los Deanes, el renovado Museo Caprotti y el recientemente inaugurado Museo de Intendencia. Este se halla instalado en el palacio de Polentinos, si bien, en un principio, el conde de Polentinos tenía su palacio junto a la puerta del Carmen desde donde se trasladó la Casa de los Contreras de la calle La Rúa al que dio su nombre.

El palacio de Polentinos también fue morada del marqués de Novaliches y sede del Ayuntamiento, quien lo cedió al Ejército para academia militar en 1875, y desde 2011 alberga el Museo de Intendencia y es sede del Archivo General Militar.

En él se exhibe cómo era la administración de los ejércitos a través de la Historia, se exponen diferentes tipos de carros, se muestran aspectos de equipo y la alimentación, se enseña como era la vida académica y la formación, y se exhiben retratos de intendentes, de sus héroes y sus caídos, así como prendas de uniforme algunos objetos de la antigua Academia.

Con ello, se nos traslada una visión del palacio propio de su antiguo uso militar, lo que propició que mantuviera una actividad casi permanente en sus instalaciones durante más de cien años.