16 de septiembre de 2024

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De Crónicas

TRADICIÓN CULTURAL DE LA SEMANA SANTA ABULENSE. Pregón de la Semana Santa de Ávila en Valladolid, a 7 de marzo de 2024

TRADICIÓN CULTURAL DE LA SEMANA SANTA ABULENSE. Pregón  de la Semana Santa de Ávila en  Valladolid, a 7 de marzo de 2024
TRADICIÓN CULTURAL DE LA SEMANA SANTA ABULENSE. Pregón  de la Semana Santa de Ávila en  Valladolid, a 7 de marzo de 2024
Jesús Mª Sanchidrián Gallego
  • 08 de Marzo de 2024

«En Ávila, mis ojos, / dentro en Ávila. / En Ávila del Río / mataron a mi amigo, / dentro en Ávila»,

dice un poema anónimo del siglo XV, el cual retomamos ahora para adentrarnos en la tradición cultural de la Semana Santa abulense y sentir con el mismo lirismo la pasión de Cristo, en Ávila, dentro de Ávila, en Ávila del Río.

Entonces, qué mejor expresión de emociones que los versos anónimos en los que algunos creen ver la huella de Santa Teresa, de San Juan de la Cruz, o de Lope de Vega:

«No me mueve, mi Dios, para quererte / el cielo que me tienes prometido... / Tú me mueves, Señor. Muéveme el verte / clavado en una cruz y escarnecido, / muéveme el ver tu cuerpo tan herido, / muévenme tus afrentas, y tu muerte. / Muéveme, en fin, tu amor».

La Semana Santa de Ávila es historia y tradición, arte y literatura, música y pintura imaginería y escultura, poesía y oración, dibujo y fotografía, himnos y marchas, fiesta y patrimonio, procesión y peregrinaje, desfile y viacrucis, cofradías y hermandades, archicofradías y patronatos, exposición y manifestación popular, sentimientos y devoción, pregones y discursos, sermones y oficios religiosos.

Ciertamente, estas y otras muchas cosas más son la Semana Santa abulense, cuyos méritos de acreditada antigüedad, raigambre tradicional, valor cultural y atractivo turístico la hicieron merecedora de la declaración de «Fiesta de Interés Turístico Internacional» en 2014 (BOE 13.02.2014).

Además, la Semana Santa de Ávila goza de la salvaguarda legal por la que se declara como Manifestación Representativa del Patrimonio Cultural Inmaterial (RD 284/2017, de 8 de abril), lo que significa el reconocimiento de los actos de la conmemoración de la Pasión, muerte y resurrección de Jesucristo, por su

«gran diversidad de valores culturales, que van desde su función como forma de expresión de la religiosidad popular a su papel como marcador identitario, pasando por su importancia como vehículo de conocimientos tradicionales y su relación con oficios artesanos, así como las múltiples obras muebles e inmuebles de valor artístico».

Más aún, se considera que

«desde época medieval, la celebración de la Semana Santa ha funcionado como forma de expresión de la religiosidad popular y como referente identitario, no sólo para el mundo católico, sino también para gran parte del conjunto de la población y para las comunidades implicadas, que han convertido a la Semana Santa en un fenómeno plural en el que participan todos los géneros y capas sociales, en muchos casos al margen de la práctica religiosa».

Pues bien, con el propósito de contribuir a ensalzar dicha manifestación y singular festividad, la cual trasciende a lo puramente religioso para convertirse en un acontecimiento social, cultural y turístico de primer orden, trataremos en este relato de compartir aspectos históricos, estampas literarias, cuadros artísticos, composiciones poéticas, piezas musicales y secuencias procesionales varias, sin olvidar que el origen de todo parte de la piadosidad cristiana y su veneración en iglesias y parroquias, humilladeros y ermitas, conventos y monasterios, capillas y altares catedralicios.

Así pues, siguiendo la estela de más de una treintena de pregoneros que me han precedido esparciendo proclamas, anuncios y locuciones sobre la Semana Santa abulense por Valladolid, Madrid y Ávila, ahora lo hacemos como sumatorio de cuantas palabras se pronunciaron entonces.

Para ello, retomamos interesantes aspectos de la historiografía abulense, las letras y las artes con los que componemos este relato que utiliza la fuerza de la anáfora como recurso lingüístico y literario.

La Semana Santa de Ávila es la Pasión de Cristo, que según Santa Teresa debe ser para los cristianos ejemplo de sufrimiento y de resignación:

«Si estáis con trabajos o triste, miradle camino del huerto: ¡qué aflicción tan grande llevaba en su alma, pues con ser el mismo sufrimiento, la dice y se queja de ella!; y miradle atado a la columna lleno de dolores» (Camino de Perfección, 1564).

Dicha alegoría inspiró a Gregorio Fernández cuando en 1588 esculpió Santa Teresa Arrodillada ante Cristo Atado a la Columna, lo que permitió al Coro Gregoriano de la Santa interpretar una de las meditaciones de Teresa en su casa natal este primer sábado de marzo:

«Vida, ¡vida! cómo puedes sustentarte, ¿estando ausente de tu vida? ¿En tanta soledad, en qué te empleas? ¡Oh Dios mío! ¡Misericordia mía! ¿Qué haré, para que no deshaga yo las grandezas que vos hacéis conmigo?» (Meditaciones, ed. 1756).

La Semana Santa de Ávila tiene en el calendario la fecha del 19 de abril de 1468, Domingo de Resurrección, día en el que se firmó el Tratado de los Toros de Guisando, entre el entonces rey de Castilla Enrique IV y su hermanastra Isabel. Por este pacto, Isabel fue proclamada princesa de Asturias y heredera legítima del trono de Castilla.

Tiempo después, en 1561, en este mismo paraje, en el monasterio jerónimo de Guisando, Felipe II pasa la Semana Santa.

Y de la reina Isabel es la antigua imagen del Santísimo Cristo de las  Batallas, la cual, a su muerte, fue entregada al D. Fadrique Álvarez de Toledo, segundo Duque de Alba, quien la dejó en custodia de las monjas del convento de Aldeanueva de Santa Cruz.

En 1866, las religiosas se trasladaron a Ávila y el Cristo se venera en la capilla de Mosén Rubí desde donde procesiona la madrugada del Jueves Santo.

La Semana Santa de Ávila tiene música celestial en la polifonía de Tomás Luis de Victoria recogida en Las lamentaciones del Profeta Jeremías (1585) en el tiempo en el que el hombre debía sentir el drama del pecado que ha arrastrado a Cristo a la muerte en la cruz, piezas interpretadas por la coral Camerata Abulense:

«¡Qué solitaria está la ciudad / antes populosa! / Se ha quedado como una viuda / la grande entre las naciones, / la primera de las provincias / se ha hecho tributaria».

 Igualmente, la coral Amicus Meus canta El Misere el Martes Santo:

«Ten piedad de mí, oh Dios, / conforme a tu misericordia».

La música vuelve el Viernes Santo con la Camerata en el sermón de Las Siete Palabras:

«Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen».  

Y el Coro Gregoriano de La Santa gloría el Domingo de Resurrección.

La Semana Santa de Ávila es la escenificación en viernes Santo de la procesión del Santo Entierro que describió el cronista José Mayoral:

«La imagen de Cristo la bajaban de la cruz dos hombres representando a José y Nicodemo. Y a medida que le iban quitando la corona de espinas, los clavos, se los entregaban a una moza vestida de Dolorosa, al pie de la cruz» (Entre cumbres y torres, 1950).

La Semana Santa de Ávila es la que se respira en Jueves Santo, escribió el escritor, pintor y profesor de dibujo en Ávila, Antonio Veredas:

 «Desfilan las procesiones del Jueves Santo y del Santo Entierro entre paredes de viejos conventos, blasonadas casonas de hidalgos que fueron y filas de gentes arrodilladas y silenciosas. Los nazarenos custodian los pasos y rezan sin tregua bajo sus capuchones. Los niños llevan atributos de la pasión y callan emocionados. Un tambor acusa el ritmo de la marcha con su repique lento y bronco. En torno del Divino Muerto parpadean las llamitas de los faroles como fuegos fatuos» (Cuadros abulenses, 1939).

Ya en el Domingo de Resurrección, la procesión termina en El Pradillo con saboreo del rico hornazo y bailes de gaitilla, añade Veredas, pintor también de esta entrañable escena.

La Semana Santa de Ávila es el recuerdo de la niñez en la casa de pueblo de aquellos tiempos litúrgicos de antaño, el sermón de la Soledad, los fríos de la noche helada del Jueves al Viernes Santo, la procesión del Entierro con velas encendidas, y la alegría del sábado de Gloria, que el premiado escritor abulense José Jiménez Lozano compone en un cuento de anhelos familiares y raíces populares (El mes más traicionero, 1990).  

La Semana Santa de Ávila es el Paisaje de antropología urbana de Ávila (2012), que contempló la antropóloga María Cátedra Tomás en el capítulo que titula «La procesión va por dentro: Semana Santa y ciudad», donde apunta:

«La naturaleza de la Semana Santa: una abigarrada mezcla de humor y dolor, ideología y práctica, reverencia sagrada y fiesta profana, expresiones divinas y situaciones profundamente humanas. Esta es una semana "santa" pero también una semana llena de cultura».

La Semana Santa de Ávila es un ejército de penitentes con túnicas, hábitos y capuchones agrupados en 14 cofradías y hermandades que procesionan por la ciudad monumental y las rondas de la muralla. Más de cuarenta pasos salen de la catedral, la iglesia de San Juan, San Pedro, San Nicolás, los conventos de La Magdalena y San Antonio, las ermitas de las Vacas y El Humilladero, y la capilla de Mosén Rubí. Los acompañan cornetas y tambores de la banda “’El Amarrado’, ‘Dulzainas de Ávila’, la Banda municipal y otras bandas procesionales.

La Semana Santa de Ávila es iconografía, imaginería y escultura de artesanos y artistas que cobran un especial protagonismo en las exposiciones de sus obras.

Buena muestra son las últimas exposiciones Passio Salvatories y Otro Calvario donde se exhibe el arte sacro más representativo con piezas datadas desde el siglo XIII.

Entre ellas, cruces desnudas, crucifijos, vírgenes, pasos de misterio, nazarenos, dolorosas, calvarios, piedad, etc. procedentes de las escuelas de Pedro de Salamanca, Lucas Giraldo y Juan Rodríguez, y otras llamadas de Ávila, castellana y sevillana, o del taller de Olot, a los que se unen esculturas de Antonio Arenas Martínez, director de la Escuela de Artes y Oficios, Eduardo Capa y el escultor abulense de El Tiemblo, Nicomedes Díaz Piquero, entre otros artistas.

La Semana Santa de Ávila se hace poesía en Fray Luis de León, el agustino que murió en Madrigal de las Altas Torres, para quien Cristo es comunicación del aliento celestial y divino sujeto de poesía:

«¿Y dejas, Pastor santo, / tu grey en este valle hondo, oscuro, / con soledad y llanto; / y tú, rompiendo el puro / aire, te vas al inmortal seguro?» (Oda XVIII, En la ascensión, 1576).

La Semana Santa de Ávila se hizo romance en los versos de Lope de Vega dedicados a la pasión de Jesucristo cuando recordamos su paso por Ávila al servicio del duque de Alba en 1591-1595, y cuando ocupó la capellanía de la ermita de San Segundo en 1619.

Su herencia se mantiene en los versos recitados en las procesiones de Navaluenga, Peñalba de Ávila y Vega de Santa María.

Una muestra es el canto Al desprendimiento de Cristo y la Virgen:

«Los dos más dulces esposos / los dos más tiernos amantes / los mejores madre e hijo / porque son Cristo y su madre». (Rimas Sacras, 1614).      

La Semana Santa de Ávila reúne parte del universo social y religioso abulense que semeja al Gran teatro del mundo que en 1655 escribió Calderón de la Barca, donde cada participante (capellán, cofrade, hermano, costalero, peregrino, feligrés, músico, visitante, etc.) representa un papel en la recreación de la pasión de Cristo a modo de auto sacramental.  

Cierto que las procesiones de Semana Santa son una manifestación teatral pública en la calle, en la que se expresan rituales de participación de lo sagrado con implicación de cofradías y feligreses en escenarios únicos.

Y así reza el dramaturgo y sacerdote, Calderón de la Barca, en un poema de Viernes Santo:  

«Solo, negado, escarnecido, muerto, / enclavado en la Cruz, ¡oh Jesús mío!, / la frente inclinas sobre el mundo impío, / en la cumbre de Gólgota desierto».    

         En 1881, Ávila celebra el segundo centenario de la muerte de Calderón, y con tal motivo el jardín del Rastro se bautizará con su nombre. Los actos se prolongaron durante tres días con la construcción de un arco, el engalanamiento de calles, actividades culturales, una representación teatral, la inauguración de un busto del escritor, procesiones cívicas, funciones religiosas, actuaciones musicales y fuegos artificiales.

La Semana Santa de Ávila es la que vio la escritora Emilia Pardo Bazán cuando acudió en 1899 como penitente en Semana Santa con la exploradora inglesa Ada Sharpthorn, era

«la tarde del Jueves Santo, mientras recorríamos las calles de Ávila visitando Estaciones. En aquellas calles, que todavía recuerdan por varios estilos la Edad Media española» (La Ilustración Artística, 7/03/1899).

En 1902, Emilia Pardo Bazán decide penitenciar de nuevo en una ciudad medieval, cuando huyendo de Madrid, dice:

«se me ocurrió ir a pasar la Semana Santa a un pueblo donde hubieses catedral, y donde lo inusitado y pintoresco de la impresión me refrescase el espíritu. Metí ropa en una maleta y el Miércoles Santo me dirigí a la estación; el pueblo elegido fue S…, una de las ciudades más arcaicas de España, en la cual se venera un devotísimo Cristo, famoso por sus milagros y su antigüedad y por la leyenda corriente de que está vestido de humana piel» (La Ilustración Artística, 24/03/1902).

Se trata de una escena de la pasión que nos introduce al relato de Pardo Bazán titulado “El alba de viernes santo”, y que es portada de la revista La Ilustración Artística una fotografía de los Hermanos Torrón del conjunto escultórico de “Santa Teresa ante el Cristo de la columna”, de Gregorio Fernández, existente en la iglesia de Carmelitas Descalzos de Ávila.

         La Semana Santa de Ávila, una vez más, es también la costumbre de visitar los monumentos en recuerdo de la pasión y muerte de Cristo que describió Azorín en la tarde de Jueves Santo en Yecla, de donde nos quedamos con la siguiente impresión:

Antonio Azorín, el personaje, acude a la ritual visita con actitud y mirada de artista y por eso, en un momento del recorrido, pudo sentir emocionado, silencioso, toda la tremenda belleza de esta religión de hombres sencillos y duros (La Voluntad. Cap. XV, 1902).

Azorín, el escritor, redescubrió Ávila para el mundo en Una hora de España, título de su discurso de ingreso en la Real Academia de la Lengua en 1924:

"Ávila es, entre todas las ciudades españolas, el más siglo XVI".

La Semana Santa de Ávila en tiempos de Felipe II se cuela en el libro de Enrique Larreta La gloria de don Ramiro, y con ello en la historia de Ávila:

«La Semana Santa llegó. Los días se redoraban en la primera sonrisa del año, y los árboles reventaban sus yemas rubias y vellosas como los pequeñuelos de las aves. La ciudad, invadida por las gentes de los contornos, resonaba como una colmena… Era sábado santo y faltaba menos de una hora para la misa de Gloria en la Iglesia Mayor. Un reloj acababa de golpear nueve campanadas» (La Gloria de don Ramiro, 1908).

La Semana Santa de Ávila luce las mejores procesiones para los abulenses, tal y como aprecia Unamuno de sus paisanos:

«Para cada cual las mejores procesiones de Semana Santa, las más poéticas, son las de su pueblo. En ellas vio representarse al vivo drama de la pasión» (Recuerdos de niñez y de mocedad, 1908).

Y en su recuerdo peregrino por Ávila y cuando Unamuno visita Medina del Campo camino de Arévalo, acompañando a la mujer tocada dice:

«Anduvo con ella el poeta por Semana Santa de templo en templo, y ella en su traje austero y grave, toda de negro, que era un gusto ver no sé qué suave luz bañarle las manos, el rostro, una luz como la que baña a los ángeles del cielo» (Impresiones y paisajes, 1921).

En otra ocasión, Unamuno acudió a los oficios de la Semana Santa en el Oratorio de Alcalá de Henares donde se proclamaba el evangelio de San Juan, cuya pasión musicó Johann Sebastián Bach y en Ávila cantó la Camerata:

«Mi reino no es de este mundo. Si mi reino fuera de este mundo, mi guardia habría luchado para que no cayera en manos de los judíos. Pero mi reino no es de aquí».

Unamuno también escuchaba en oratorio alcalaíno a Thomas Kempis, entre otros sermones de espiritualidad:

«El que me sigue no anda en tinieblas; mas tendrá lumbre de vida» (La Imitación de Cristo, 1418-1427).

La Semana Santa de Ávila produce el mismo sentimiento que experimentó Federico García Lorca aquel 16 de octubre de 1916 cuando visitó el convento de la Encarnación:

«Yo estaba emocionado de ver aquellos claustros donde vivió la gloria más alta de España, la mujer más grande del universo como es Teresa de Jesús [la flamenquísima enduendada]; de ver y tocar la cama donde descansó, las sandalias, la celda donde vivía y donde se le apareció Cristo atado a la columna».

Y de la misma manera que en Ávila procesiona el Cristo de Santa Teresa, García Lorca lo hace en Granada con la Cofradía de Santa María de la Alhambra en 1929 portando una pesada Cruz de Guía:

«Virgen con miriñaque, / Virgen de la Soledad, / abierta como un inmenso tulipán. / En tu barco de luces. / Vas / por la alta marea / de la ciudad, / entre saetas turbias / y estrellas de cristal» (Poemas del cante jondo, 1932).

La Semana Santa de Ávila tiene en la cruz el símbolo de la identidad cristiana de la poesía de León Felipe, quien fue farmacéutico en Piedralaves y Arenas de San Pedro en el periodo 1917-1919:

«Hazme una cruz sencilla carpintero, / sin añadidos ni ornamentos, / que se vean desnudos los maderos, / desnudos y decididamente rectos. / Los brazos en abrazo hacia la tierra, /el astil disparándose a los cielos. / Que no haya un solo adorno que distraiga / este gesto, este elemento humano / de los dos mandamientos. / Sencilla, sencilla, más sencilla, / hazme una cruz sencilla carpintero».

Y estos son los dos grandes mandamientos:

«Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón,

y amarás a tu prójimo como a ti mismo».

La Semana Santa de Ávila respira del espíritu de la poetisa Gabriela Mistral, quien recorrió la ciudad en 1925 siguiendo los pasos de Teresa de Jesús:

«Salgo para Ávila, siguiendo a mi Andariega, que allá nació, aunque viviera en todas partes (...) Entramos en Ávila blanca de escarcha que suena bajo mis pies con el ruido seco de las sandalias de ella (...) en el cielo azul la muralla se recorta límpida» (Castilla, 1925).

Y con este sentimiento, la chilena Gabriela Mistral, premio Nobel de literatura en 1945, reivindicó la figura de Cristo en la que deben mirarse los penitentes:

«¡De qué quiere Usted la imagen? Preguntó el imaginero:/ Déjeme, pues, que le explique, / Lo que de verdad deseo. / Yo necesito una imagen / De Jesús El Galileo, / Que refleje su fracaso / Intentando un mundo nuevo, / Que conmueva las conciencias / Y cambie los pensamientos».

La Semana Santa de Ávila es también la de la ciudad de Cristo en la cruz que contempló el poeta Jorge Luis Borges en 1963:

«Cristo en la cruz. Desordenadamente/ piensa en el reino que tal vez lo espera / piensa en una mujer que no fue suya» (Los conjurados, 1985).

La Semana Santa de Ávila es la que se representa en la Catedral en bellas tablas góticas pintadas en los registros altos del retablo mayor con escenas del ciclo de la Pasión y muerte de Nuestro Señor compuestas por Pedro Berruguete en 1499-1503,

Dichas secuencias son el contrapunto del auto de fe que Berruguete también pintó en Ávila, mientras que Vicente Cutanda Toraya, pintor de Santa Teresa en la catedral de Ávila, hizo la crítica social sobre la persecución a inquisitorial en el cuadro ¡A los pies de los judíos! (1887) .

La Semana Santa de Ávila es la imagen de Cristo crucificado dibujada por San Juan de la Cruz en una miniatura ovalada de 1572 que se conserva en el convento de la Encarnación, estampa que ilustró el cartel de la Semana Santa abulense de 1968.

De ahí también sus versos:

«¡Oh llama de amor viva, / que tiernamente hieres / de mi alma en el más profundo centro! / pues ya no eres esquiva, / acaba ya si quieres; / rompe la tela de este dulce encuentro».

Es la misma imagen que iluminó a Salvador Dalí cuando pintó su famoso Cristo en 1951:

«Mi cuadro fue inspirado por los dibujos en los que el mismo San Juan de la Cruz representó la Crucifixión… La primera vez que vi ese dibujo me impresionó de tal manera que más tarde en California, vi en sueños al Cristo en la misma posición, pero en paisaje de Port Lligart, y oí voces que me decían: ¡Dalí tiene que pintar ese Cristo!»

La Semana Santa de Ávila es la imagen del popular y misterioso Santo Cristo de Burgos tallado por Juan Bautista Vázquez el Viejo en 1573 que se venera en la catedral burgalesa, y ante el que rezaba Santa Teresa.

Una copia pintada por Manuel de Balluerca figura como exvoto sobre la puerta de Mosén Rubí, a modo de plegaria, por el alma del noble Diego de Bracamonte, al que también cantó Enrique Larreta:

«Rogad a Dios en caridad, por el Ánima del Noble Caballero Don Diego de Bracamonte que por defender los intereses de Ávila fue decapitado en la plaza del Mercado Chico el lunes 17 de Hebrero del 1592».

Otra copia de Mateo Cerezo se exhibe en el Monasterio de la Encarnación.

Lo mismo que en el palacio de Superunda se muestra la pintura que en 1941 compuso Güido Caprotti con el título La ofrenda, donde a los pies del Cristo unos tipos populares de Ávila ofrecen sus presentes.

La Semana Santa de Ávila es la estampa que Valeriano Bécquer dibujó en 1867 con ‘espíritu pintoresco’ plasmando una escena de caridad elegante de la aristocracia abulense titulada

Visita de los monumentos de la Semana Santa en Ávila. Pórtico de la basílica de san Vicente (El Museo Universal, 4/04/1868).

Es el contraste de la pobreza en tiempos de cuaresma que clama la caridad de Dios hecho hombre.

Por su parte, el hermano poeta, Gustavo Adolfo Bécquer, recrea el escenario de la ciudad monumental de aquellas fechas:

 «La ciudad de Santa Teresa, como todas aquellas que conservan puro el carácter severo e imponente de nuestras antiguas poblaciones, ofrece con sus históricos palacios, sus muros coronados de almenas y sus basílicas, prodigio del arte, fondo magnífico y digno de las santas ceremonias con que la Iglesia conmemora en estos días el sublime drama de la redención del hombre» (El Museo Universal, 4/04/1868).

La Semana Santa de Ávila es la imagen de Cristo crucificado que se venera en muchos templos abulenses, la cual plasmó en 1888 el pintor de vocación europea Darío de Regoyos, quien también esbozó el interior de la catedral y varias vistas de la plaza del Mercado Grande con el alegre tipismo de sus gentes.

La Semana Santa de Ávila es la pintura que hizo Juan Jiménez Martín del monumento que lució en Semana Santa la parroquia de San Pedro, hecha con gusto bizantino y ornamentación que recuerda la del hermoso y notable templo de San Marcos de Venecia (El Diario de Ávila, 14.03.1900).

El pintor, natural de Adanero, también se adentró en el templo catedralicio, cuya plasticidad y colorido del recogimiento popular quedaron bellamente reflejados en el cuadro titulado La catedral de Ávila y en Viático de Ávila en la basílica de San Vicente, a la vez que supo captar el espíritu heroico de la mujer en la pintura Doña Jimena Blázquez.

Juan Jiménez se hizo pintor pensionado por la Diputación de Ávila en la Escuela Superior de Bellas Artes de San Fernando y en la Academia de Roma, su obra fue premiada en las Exposiciones Nacionales de Bellas Artes celebradas entre 1876 a 1901.

La Semana Santa de Ávila es la pasión reflejada por Ignacio Zuloaga en Los flagelantes o penitentes (1908), a quienes ahora miramos con distancia sin perder de vista las murallas como parte de una alegoría tremendista. Zuloaga también pintó El Cristo de la sangre (1911) donde la ciudad aparece al fondo, en una representación del misticismo y la religiosidad española.

La pintura fue cartel promocional de la edición de 1964, y sobre ella meditó el periodista poeta Rafael Gómez Montero en el programa de 1948:

«…Ávila vestida con túnica morada. Ávila seria silenciosa, como corresponde a su rito. Con gesto grave. Pálida como la cera de los cirios que iluminan el triste cortejo que recorre sus calles en es Semana Santa… Esta es la estampa: Dios y Ávila…» 

La Semana Santa de Ávila es la que pintó Eduardo Chicharro con el título Las tres esposas, donde destaca la figura de la Santa en primer plano arrodillada a los pies de Cristo crucificado, cuadro galardonado con el primer premio de la Exposición Nacional de Bellas Artes celebrada en Madrid en 1908:

«La esposa mística, émula de Teresa de Jesús, vencida de divino amor a los pies de un crucifijo y arrebatada de éxtasis por la voz de un ángel, es un sagrado recinto que tiene por fondo una vidriera donde se ve representado por arcaicas figuras el Juicio Final» (José Ramon Mélida, Museum, 1914-1915)

La Semana Santa abulense vuelve con Chicharro a Ávila en el cuadro Castilla (1908), el cual reproduce el paso de La oración en el huerto que representa en primer plano a una aldeana con mantelina que lleva un pañuelo en la mano, detrás se ve a un Nazareno y al fondo la ermita del Resucitado.

Por último, en otra pintura de Chicharro titulada El cofrade, un tipo recio con capa y sombrero en la mano posa con la misma actitud rígida e igual protagonismo que el Nazareno.

La Semana Santa de Ávila es la de la ciudad que visitó Joaquín Sorolla en las mismas fechas de marzo de 1910.

El pintor prefirió quedarse con su luz y no con el recogimiento de sus gentes devotas, ni con los desfiles procesionales de Jueves, Viernes y Sábado Santo que salían desde la Catedral, la Ermita del Humilladero, Santo Tomé y Santo Tomás, cosa que sí hizo en Sevilla años después.

Sorolla estuvo acompañado por el médico y profesor de la escuela municipal de dibujo Manuel Sánchez Ramos, y juntos entraron en la basílica de San Vicente a la vez que tomaba apuntes y estudios de detalle del monumento (El Diario de Ávila, 25.03.1910).

Y el sábado Santo, 26 de marzo de 1910, Sorolla escribe a su esposa Clotilde:

«Yo no sé lo que me ocurre con la luz de Ávila y el frío mezclados, que, sin sentirme mal, hay algo que te quita el deseo de pintar a gusto, será la triste pobreza de esta naturaleza. No lo sé, pero al mismo tiempo atrae la severidad».  

La Semana Santa de Ávila es la que recibió a José Gutiérrez Solana cuando llegó y pintó dos atormentados cuadros de  inspiración goyesca titulados Procesión de disciplinantes y Los flagelantes (1933), protagonizados por un Cristo agonizante rodeado de hombres con capirote azotándose el torso desnudo y ensangrentado con Ávila al fondo.

Años después, en 1945, Solana pintó la Procesión de Ávila que recrea una composición alegórica de pasos procesionales, plasmando sus obsesiones religiosas a través de un amplio abanico costumbrista y ofreciendo una particular mirada esperpéntica, grotesca y crítica alejada de la piadiosidad cristiana.

Sobre estos cuadros, Gómez de la Serna, quien dice de Solana que era un especialista en liturgia procesionaria, escribió:

«Es muy seria esa devoción sangrienta de los que con las disciplinas se sacan túrgidas en la exhibición pública a los ojos de Dios y de los hombres, bajo el cielo complaciente».

La Semana Santa de Ávila es la que dibuja, en amable contraste con las escenas de Zuloaga y Solana, el profesor José Sánchez Merino, autor de los primeros carteles promocionales, antes de que la fotografía tomara el relevo en los más de medio centenar que ya han sido editados.

Finalmente, la Semana Santa de Ávila es la historia que cuentan, además de los autores citados con anterioridad, Félix de las Heras Hernández en La Semana Santa de Ávila (1994), Ana Sabe Andreu en Las Cofradías de Ávila en la Edad Moderna (2000) y Emilio Iglesias Velasco en Semana Santa en Ávila. Cinco siglos de historia (2019), entre otros títulos.

Lo mismo que todo se anuncia cada año en la Revista que edita la Junta de Semana Santa.

Jesús Mª Sanchidrián Gallego.

Valladolid, 7 de marzo de 2024.