“LA ECUACIÓN PERFECTA” DE MARÍA VICTORIA MUÑOZ ARENAS, MAESTRA Y POETA.
En Ávila hay una mujer, pedagoga y profesora, que lleva años esparciendo versos en múltiples recitales poéticos, igual que lo hacía ejerciendo el magisterio. Su aspecto inconfundible de elegante modernidad y su activa participación en eventos líricos muestran una identidad de extraordinaria trovadora. Un oficio éste que acaba de consolidar con la publicación del poemario "POESÍA: LA ECUACIÓN PERFECTA" (Amazon, 2022, 104 págs.).
Se trata de MARÍA VICTORIA MUÑOZ ARENAS, maestra y licenciada en Filosofía y Ciencias de la Educación, quien, sin olvidar su espíritu de poeta, ha dedicado la mayor parte de su vida profesional a la enseñanza de las matemáticas. Ella misma nos presenta su nueva obra de “ciencias exactas”:
«Los poemas son ecuaciones numerales, asociaciones, igualdades. Son el resultado de permutaciones y variaciones de palabras que conforman los versos para llegar a un poema. Son la igualdad entre dos expresiones en las que las variables son la palabra y el corazón».
Más aún, los términos matemáticos que ahora maneja Mª Victoria no proceden de disciplinas aplicadas sino de reflexiones, sentimientos, memoria, nostalgia, compromiso, dolor y esperanza con los que teje operaciones de profunda ternura. Como resultado, una poesía sencilla y esencial que, según el poeta José Mª Muñoz Quirós, autor del prólogo confluye en: «hallazgos que aparecen como surgidos de una mirada transparente. Sensaciones que nos transmiten una limpia inquietud».
El poemario es un sueño hecho realidad, dicen las libreras Gemma y Belén Orgaz de la “Librería Letras”, donde fue presentado el pasado 28 de diciembre, añadiendo:
«Es un libro que ha visto la luz por el infinito amor que lo rodea. El amor de su autora por las letras, por los versos y por las personas. Sus poemas surgen de su tremenda sensibilidad por todo lo que sucede a su alrededor y lo expresa de una forma que llega al alma».
En su faceta de humilde trovera que ahora brilla le ha acompañado María García, también maestra, cantora y “espigadora” de Muñogalindo, y directora de las corales “Amicus Meus” y “Amichi Mei”, quien ha puesto música a varios poemas y que aquí es «clave de sol, voz de emociones y un soplo de aire fresco». Uno de estos poemas es el señero dedicado a la palabra:
«Esa palabra que me quema por dentro, / quiere salir de mi garganta. / Siento deseos de escupirla, / para calmar mi sed y mi fatiga»
https://www.youtube.com/watch?v=kgyU6GLgZU0
A ello se suma el pintor abulense de Monsalupe Tomás Hernández Berlana, quien ilustra las páginas poéticas con «ocho láminas luminosas: paleta de colores en los caminos de la vida».
Con todo, se consigue en el libro un «tono meditativo, sugerente, comprometido. Porque las ecuaciones que esta maestra prefiere se escriben con dígitos de contemplación y de presagio, con meditada sensación de ser partícipe de la vida y de las grandes cuestiones que al ser humano importan», escribe Muñoz Quirós.
Nació María Victoria Muñoz Arenas en Ávila, aunque su familia lo hizo en la tierra llana abulense que nunca olvida, como vemos en este recuerdo viajero:
«Yo he viajado en carro por la Moraña con mi abuelo que me iba a buscar desde Rasueros a Cebolla de Trabancos. Tengo que escribir sobre este tema. Los carros más bonitos que yo he visto, eran los decorados por los artesanos de Albornos. Bellísimos».
Ay Albornos, pueblo donde conoció a su marido Emilio Escudero, «siempre juntos» y presente en la dedicatoria familiar del libro: «Para mi querido Emilio y mis hijas Marta, Viky y Sara: la ecuación perfecta de mi familia. Para mis nietos, que son siempre la rima de un buen verso, el ritmo de un poema». Dedicatoria que hace extensiva en el poemario al farolero de Varsovia; al poeta y amigo José Mª Muñoz Quirós, «un bálsamo y una gran motivación»; a Choni, a Flor Sánchez; a Mari Paz Núñez; a Sonsoles Jiménez; y a Clara Martín Muñoz, la escritora mágica y animadora de la poesía que escribe Mª Victoria. Sin olvidar a Tommy Hernández Sánchez, quien participa en el libro con «mirada artística en cada elemento, la exactitud en los enmarques y la ecuación más precisa en la esencia de los detalles».
María Victoria fue maestra en la escuela rural en León y en Ávila, pasando por El Barraco y Navaluenga: «días de trabajo, gozosos en el aula». En la capital estuvo en el colegio Santísimo Rosario (Mosén Rubí) y en “La Encarnación”, colegio éste donde participamos en alguna de sus actividades con “Ávila telón de fondo”.
Pasó también por el Centro de Formación del Profesorado e Innovación Educativa (CFIE), donde impartimos varias ponencias sobre el patrimonio etnográfico abulense en los cursos que ella coordinaba. Dio clases a los niños hospitalizados, participó en el movimiento vecinal en el que se crea la Asociación de Vecinos “Puerta del Alcázar”, y ejerció el voluntariado en Cruz Roja, organización que presidió, y que últimamente le galardonó como miembro del equipo de apoyo educativo del programa de personas refugiadas y solicitantes de asilo.
No en vano también en sus poesía se desgranan versos humanistas en la calle: «el sonido puro y armónico de un violín, / rozó con su nota mi corazón dormido».
Para los refugiados pide «una mirada, dadles por favor, una mirada». Grita no a la guerra: «La guerra es un insulto, y matar, un sinsentido». Canta a la paz: «La PAZ, no permite el llanto de los niños y las niñas / por el dolor de la guerra». Y para los sin techo tararea ¡Nessun Dorma! (Nadie duerma), aria final de la ópera Turandot de Puccini.
En su haber como trovista, María Victoria ha intervenido en múltiples recitales poéticos, para los que ha ordenado y compuesto emotivos versos, muchos de los cuales han sido publicados en diversas antologías como: "Cuadro de belleza y armonía", en torno a San Pedro de Alcántara; "Versos para la paz", en favor del pueblo ucraniano; "Madrigales en tiempos de pandemia" (2022), en conmemoración del premio de Poesía Fray Luis de León: «Te vi entrar con tanta galanura…» [“Madrigal del encuentro”]; o el recital poético homenaje a Miguel Delibes.
Igualmente ha participado en líricas lecturas públicas dedicadas a San Juan de la Cruz y a Santa Teresa en Narros del Puerto: «Me espera la imagen de Teresa, / Nada de turbe, nada te espante, todo se pasa, / la paciencia todo lo alcanza»; y ha cantado en la Moraña al pueblo de El Oso en una noche de poesía:
«En tus humedales morañegos el ganado sacia / la sed de agua y de sosiego (…) / Labradores castellanos te habitan, / de cereales tan bien curtidos, artesanos del campo, / marcadores de rectos surcos con cartabón de hierro, / gavillas perfectas cortaban el aire (…) / Cielo y tierra se funden tierra y cielo. / Y alfombran sus salones en diferentes sonatas, / según las estaciones».
También es colaboradora de la revista de arte y cultura “Atticus” y la revista literaria “El Cobaya”: «Sabio maestro de la vida y de la muerte», escribió retratando a José Hierro. Como conferenciante participó en el ciclo de la Biblioteca de Ávila “El donoso escrutinio” con el título «La Biblioteca que me ayuda a aprender», al mismo tiempo que en otra ocasión defendió en El Episcopio la figura de Elena Fortún, famosa por su personaje “Celia”. Incluso versificó sobre quien suscribe: «Con observación, objetividad e ilusión / investigando, estudiando y divulgando, / se moldeó el cronista de hoy en Ávila».
Por otro lado, de la misma manera que María Victoria, maestra de matemáticas, hace poesía, otros reconocidos poetas compusieron versos a partir de operaciones y términos matemáticos adoptando formas y ocupando espacios de emoción.
Y así leemos que Mario Benedetti hace cálculo de probabilidades, y con el mismo sentimiento dedica poemas al cero, el infinito y los conjuntos; León Felipe recita a la tangente; Pablo Neruda escribe a los números; Gómez de la Serna hace greguerías con el 4, el 6 y el 8; Unamuno recita la tabla de multiplicar; Alberti entona al número áureo y al ángel de los números; Walt Whitman canta al cuadrado divino; Carmen Conde hace versos a la esfera; Celaya hace multiplicaciones; Gloria Fuertes cuenta cuentos de números; Octavio Paz se enamoró de la geometría; Dámaso Alonso es contador de estrellas; García Lorca ve gotas de sangre bajo las multiplicaciones y divisiones; y Borges junta palabras y hace sumas.
Cuánta emoción se agolpa en estos poemas, la misma que ahora rebota en los versos de la profe.
Volviendo al poemario de Mª Victoria Muñoz, observamos que los ocho cuadernos de ecuaciones que lo componen, donde se incluyen una treintena de operaciones convertidas en versos, tienen los siguientes títulos de presentación, todo un ideario:
1) “Nostalgia”, recuerdos y sentimientos del hoy y el ayer.
2) “Miradas”, que recuerdan que no vivimos solos y a veces no es fácil.
3) “Primaveras”.
4) “La Luz”, la esperanza que alumbra los caminos.
5) “El dolor”, hay días en la vida para el gozo y para la pena.
6) “La paz”, en tiempos de tristes guerras. Tristes, tristes.
7) “Sonetos” rimando entre cuartetos y tercetos por la vida.
“Hikus”, en solo tres versos:
«Nieva en el campo / harina en los trigales / pan del mañana»
Entre los autores y personajes de cabecera que saltan entre líneas, están Gil de Biedma: «Que la vida iba en serio uno lo empieza a comprender más tarde; López Anglada: «yo sé que todo el año es primavera»; Desmond Tutu: «La esperanza es ser capaz de ver que hay una luz»; Juan de la Cruz, caminando en noche oscura alumbrándose de luz interior, iluminándose con su palabra, «poeta del amor (…), pagaría por comprender tanta hermosura»; Giuseppi Ungaretti: «Me condujeron de la mano nubes»; y José Hierro: «Llegué por el dolor a la alegría. / Supe por el dolor que el amor existe».
Otras referencias que ilustran la poesía de María Victoria se advierten en las imágenes de Edith, esposa de Lot, al no querer mirar atrás, apreciación más firme que el verso caminante de Antonio Machado; de Don Quijote, que es la figura del farolero de Varsovia 'alumbrador de las farolas de gas acompañando a poetas, ninfas, locos y rapsodas «que ven ínsulas extrañas»; y del pensador de Rodin, que es la metáfora de la soledad.
Liberada de reglas matemáticas, nuevas ecuaciones de letras y palabras dan paso al desconcierto de los sentimientos y la naturaleza: «la vida es muy bella / aunque se acaba en un sueño».
Siguen metáforas y alegorías, títulos y mensajes, que se suceden en los versos de María Victoria que nos trae la vida que se escapa:
«escribir palabras / fue como transitar por un laberinto»,
mientras se escuchan las campanas que congregan a los lugareños, y en la ronda a la muralla y el recorrido conventual se comprende el silencio, el silencio elegido de la clausura, una mirada basta para entenderlo.
De pronto se hizo la luz: anota María Victoria en uno de sus cuadernos. En el otoño «urge una luz armoniosa, / una fuerza redentora, voluntad, / una llama de amor viva / que ilumine en esta noche oscura mi ceguera», declama.
Y en primavera, con la golondrina y canto de los pájaros, surge la armonía y la esperanza, así como el amor en abrazo y comunión como destino. Dios dijo:
¡Hágase la luz! Luz «hechicera de luces y galaxias» y embrujo de Andrómeda de Perseo. Luz que hace llorar a San Lorenzo lágrimas de lluvia de perseidas.
Un penúltimo cuaderno es de sonetos de alegría y arrepentimiento: «y no supe decir que, sin ti, muero», Teresa de miradas luminosas, de querencia de todo, y de inquietud nazarena.
Finalmente, el libro concluye con quince composiciones haikus (poema japonés breve de tres versos): «Amar, remar / a los vientos del mar / rimando amor».