25 de noviembre de 2024

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GUITARRA

GUITARRA
GUITARRA
Juan Carlos Delgado
  • 26 de Febrero de 2023

Tenía toda la tarde. Eligió un taburete y conectó uno de los amplificadores. Descolgó la primera y encajando el conector, acarició las cuerdas realizando recorridos ascendentes por el mástil para probar la digitación. Automáticamente encadenó unos acordes arpegiados, examinando la calidad armónica. Repitió el ejercicio con una segunda, después con una tercera y luego con otras muchas. Cinco o seis minutos por cada una, esperando el flechazo.

Cuando estaba por dejarlo, tomó una  negra, de cuerpo pequeño, con botones dorados y mástil estrecho punteado de nácar. El pequeño tridente de pasta roja que decoraba la pala se iluminó discretamente al conectar el cable. Comenzó la prueba y al llegar al recurrente ejercicio de armonía, su mano empezó a deslizarse involuntariamente sobre los trastes y comenzó a sonar una música dulce y emocionante que  aquel instrumento de algún modo inducía en él.

Aprendió a obedecer a los impulsos que recibía. La música se introdujo en su mente y él la asumió por completo, abandonándose a su servicio, sin reservas. La melodía creció en intensidad y expresividad. Sus dedos pulsaban las cuerdas compulsivamente, generando sonoridades maravillosas que nunca antes había experimentado. Se abstrajo de todo. Su corazón se aceleró y su espíritu llegó a la plenitud.

Por un tiempo fue muy feliz.

Deseó que aquel momento durase eternamente y luchó para que no acabara. Pero él no dictaba las normas, y la música llegó a su cadencioso e inevitable final.

Dos lágrimas como puños corrían a esas alturas por sus mejillas. Esa tarde había llegado, por fin, a su culmen interpretativo. Comprendió que se debió a aquella extraña simbiosis y supo que ya nada volvería a ser lo mismo.

Empleados y clientes le miraban conmocionados y cuando la música cesó, el silencio fue denso, absoluto, interminable.

Abrumados por lo experimentado, nadie se movió. Cuando un tiempo después pudo levantarse,  desconectó lentamente el cable y el brillo del emblema se desvaneció poco a poco.

Observado por todos, se dirigió despacio al mostrador sin mirar siquiera la etiqueta. Había comprendido la inutilidad de proseguir. Sabía que sin tener en sus manos aquel instrumento maravilloso, nunca podría obtener otro momento semejante y jamás podría repetir ese estado de plenitud y abandono en el que su alma entera se convirtió en música.

Consciente de que no había sido él, sino la guitarra, quien  generó aquel instante excelso, la dejó con las dos manos sobre el mostrador y dando un paso atrás, dio las gracias en voz baja, pero perfectamente audible en el absoluto silencio reinante, y salió muy despacio de la tienda para no volver jamás.

No podía hipotecar su alma de aquel modo.

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