El mundo de la música, como cualquier otro aspecto de la cultura, mantiene unas inercias conservadoras que por su propia naturaleza dificultan la incorporación de nuevos vehículos para la interpretación.
Los tiempos que vivimos albergan una revolución tecnológica que tiene una incidencia notable en los modos de expresión musical. Pero como en cualquier otro aspecto relacionado con el arte, la tradición y el academicismo son la base del aprendizaje, por lo que en la educación de los jóvenes músicos se utilizan instrumentos y sistemas tradicionales.
Tradicionalmente, un compositor de música sinfónica se enfrentaba a su trabajo con un lápiz, unas hojas de papel pautado y –normalmente- un piano. En muchos casos sigue siendo así, pero se ha abierto hace pocos años una vía nueva en la que el creador trabaja directamente con programas de gestión de sonido en el PC, registrando la parte de cada uno de los instrumentos y secciones de la orquesta en pistas independientes y manipulables a voluntad. Un nuevo lenguaje llamado MIDI gestiona la comunicación del instrumento analógico con la herramienta digital.
No cabe duda de que la experiencia académica tradicional es muy necesaria para la formación de los futuros músicos, y que la carrera musical les prepara para el ejercicio de la música como profesión en cualquiera de sus facetas. No obstante, las tecnologías aplicadas a los instrumentos y la incorporación de elementos informáticos, tales como los sonidos sintetizados o previamente grabados, los “loopers” en directo, la incorporación de “pads” a la interpretación o composición o la grabación de fragmentos previamente interpretados y ejecutables a voluntad, solo son aún incorporables al desempeño interpretativo mediante la práctica posterior al estudio convencional.
Siguiendo una lógica aplastante, los maestros actuales pertenecen a una generación anterior a la de los alumnos, y en el momento actual, en general, no han nacido en la era digital.
Bien es cierto que el dominio de los clásicos exige una escolástica metódica y rígida, tanto desde el acercamiento cognitivo a su universo creador como a las exigencias técnicas de su interpretación. Pero se están formando los músicos sobre la música del pasado y no se da la debida importancia a los clásicos del mañana, aquellos que ahora no existen pero que se generarán a partir de los músicos que ahora están en formación.
Para conseguir esta evolución debemos abrir la ventana a la posibilidad. Casi ninguno de los elementos que hoy definen nuestro entorno existía hace solo unos pocos años. Si hoy cerramos los postigos impediremos las corrientes frescas que revolucinarán la música de hoy impidiendo su evolución.
Con las ventanas abiertas, se abrirán las mentes y el aire correrá.