El poeta y crítico de arte José Corredor-Matheos nos tiene acostumbrados a recibir sus libros siempre con la emoción de la sorpresa, con la seguridad de que alguna nueva voz, dentro de su tono permanente, no va a llegar en sus poemas.
"Al borde" es su última entraga: cuando llegó envuelto en su pálpito de luminosos reflejos, rápidamente comencé su lectura, ese itinerario de emociones, de sutilezas, de esencialidades que hacen de sus poemas aleteos de miradas abiertas al más ancho horizonte donde, junto a su palabra, nos asomamos para caer en la claridad de lo autenticamente poético. Es una experiencia que siempre me sorprende: viajar sin destino por pequeños, breves, aparentemente sencillos espacios de intimidad, de reflexión y de magia lírica. Tiene este poeta afincado en Barcelona la valentía de sobrepasarnos con un lenguaje que no precisa ninguna concesión, que está asentado en sus propias raíces y que navega por los acantilados más altos de la palabra.
Entonces recibimos en cada texto un empuje, como un sabresalto de identidad, y nos acompaña en el paladar del corazón hasta que nos encendemos en la llama que emerge sin apenas molestar, ni quemar nada, ni tan siquiera sin abatirnos en una inmensa quietud.
Poesía del desnudamiento, de la desazón de lo que dejamos, del apartamiento de lo indócil, lo perverso y lo inútil. Esta poética de "Al borde" es un eslabón más de todos sus anteriores libros, y a su vez la consecución de una cota más honda en su honde sentir. Al borde estaremos en cada uno de sus versos de tocar la venturosa sensación de vivir en la certeza de lo incierto.
No conoces más sombras
que las que irradian luz
cuando llega la noche.
Sombras que son columnas
encendidas,
que señalan caminos
y los borran.