El poeta argentino Juan Gelman fue víctima de la dictadura de los generales en su país, y por su posicionamiento cívico tuvo que exiliarse, huir y vivir lejos de su patria, sin saber el destino y la suerte de alguno de sus familiares. Enfermo y en peligro...
Terrible realidad la que sufrió Gelman, y en los momentos más difíciles de su existencia dolorosa se acercó a la palabra de santa Teresa de Jesús y de san Juan de la Cruz, encontró en la voz honda y peremne de los místicos abulenses el impulso creador para seguir sintiendo y poder vivir pendiente de una gota de esperanza.
La poesía de Juan Gelman toca en ocasiones las raíces sefarditas que conserva en su idioma y en sus tradiciones. Escritor de la desolación, de la llama, de la intensidad de la búsqueda y del clamor de la soledad y del alma herida. Poeta que se asombra en la poesía como luchador de sombras que anidan en su pensamiento. Hombre de sensaciones profundas, de lecciones de intimidad y de valor que se apodera de la palabra para hacerla construir el universo preciso para subsistir.
Poeta grande por la pequeñez de lo inmenso, por la rotundidad de lo necesario y de lo anhelado.
Les agradezco estar, amanecer.
Puros, azules, limpios, asomándose detrás de
la camisa, con la sonrisa puesta, el pájaro en
su sitio, el asombro en su lugar.
Bajo sus delantales la ternura hace ruido, y
todavía creen en el aire, en la flor, en el
cielo, en los rincones.
¡Vivan! ¡Vivan los niños y su gran campana,
tocando a muerto, a hombre, cuando crecen!
Dejad entonces, ciegos, que yo vaya a los
niños.