En este verano, en los días dorados del tiempo de la espiga y la luz, también campea la muerte a su aire, y llega y nos visita y se sitúa a nuestro lado, perpetuándose, siendo fiel a su extraño peso de fuego y niebla, también de sosegada simiente, de fauces alargadas y dedos tercos que acarician lo que nadie sospecha.
En estos días del pasado mes de julio, tal vez a la sombra de los momentos que no están en la querencia de su soledad y su silencio, la muerte vino al encuentro de Emilio Rufes, y lo encontró soñando en el campo, en ese paraje donde él solía estar cuando buscaba la soledad y la compañía de un libro y una música, de un cielo azul y un sembrado dorado de miés y savia. Y se quedó en el reflejo de la tarde, aturdido de nostalgias leves, y emprendió la ruta de la secreta armonía de la noche.
Nos quedamos callados, sin más palabra que la que lo invisible escribe en los labios de la sorpresa.
Han pasado algunos días y reflota en la atmósfera el velo de la soledad, el desaucio oscuro de la incomprensible sutileza del vivir, esa armonía que en breves momentos todo lo desordena y lo transforma.
A partir de ahora faltará a la cita de los jueves, a la hora de la fraternidad, al instante donde se respira la armonía. A partir de este momento la vida se enquista en una aureola de identidad secreta y honda, y vamos buscando lo que nos ampara en su memoria, junto a lo que no deseamos perder nunca: un vaso de vino, una palabra, un proyecto por soñar, una música de jazz o una rosa que se cae, de repente, de los ojos del silencio del alma.
Sabemos que esto es parte de la cotidiana existencia y que nada se puede hacer para remediarlo. Queda lo que nada puede borrar y lo que nunca cesa: pasó lo que era firme y solamente lo fugitivo permanece y dura, en palabras de Quevedo, pero en certeras notas de verdad. Sí, Emilio, queda lo que tú has ido dibujando, una huella en el viento, un gesto en el rostro de la luna, una nota en la melodía del agua. Allí estarás siempre derramando silencios a quienes de verdad esperan escucharte. Pasando a vuelo libre entre las alas de la nostalgia.