Hace algún tiempo que he dejado estas páginas en el olvido. El tiempo, ese terrible indomable, pasa y nos va dejando una estela, un reguero, una oscura premisa de insatisfación, y cuando nos damos cuenta estamos atrapados en sus redes y en su vanas promesas.
Ayer, 23 de febrero, fue mi cumpleaños. Hoy 24 es el tétrico aniversario del inicio de la guerra que no deja de asolarnos cada día, una Ucrania devastada, deshecha, al borde de la noche y del silencio, y a la vez insometible, indócil, como deben sentir los pueblos su destino y su futuro.
La poesía ha continuado visitándome, en cada lectura, en cada secreta palabra escrita, en las voces oídas en el viento que va y viene cada día, como disolviéndose en un presentimiento que al final es certeza:; la poesía como arraigo de cada día en la temporalidad de lo que se encauza en el vivir cotidiano. No sé si seré capaz de someter mis palabras al devenir de las cosas más auténticas, de las ideas más firmes.
Se nos fue, en este tiempo, un amigo, un escritor de versos y de sombras, un hombre entregado a esa labor secreta de urdir, de ensamblar, de confiar su mirada al desorden del alma, a la aventura instintiva del corazón.
Me hago propósito de la enmienda, de volver con asiduidad, de estar presente en este espacio con largura y con cotidianeidad. Espero que pueda sobrevivir a mis propios deseos de seguir escribiendo, de entregar al instante de estas páginas la parte germinal de mi vivir, presenciando y contemplando la vida en su incierto paso de cada día. Retorno con la segura inmediatez del deseo de estar presente en esta voz oculta que me habla al oído.