La poesía de Eliot nos puede parecer, al principio, como un rompecabezas que al resolver nos muestra un rostro desvalido, tristemente lánguido, esquemático, fiel a todos los incisivos matices de la luz. Es una poesía que puede llegar a distorsionar la mirada si no la sitúas en el exacto punto desde el que debes originat la imprecisión de una realidad que se escapa entre sugerencias y sueños.
Poesía que construye un universo en el que solo es posible encontrar su valor y su fuerza: poeta que se acomoda en los arrabales de la inteligencia, que asume estar desposído de toda sabiruría pero que augura una certeza de moderna quietud, un veloz relámpago de auténtica cautela en los sentimientos del sabio proceder del creador.
Eliot acumulando espejos en un pasillo de jardines y nubes, en un artificioso derroche de cándidas palabras de carne serena, como son los días que encendemos con palabras lejanas que suenan a rumores de estrellas, a páginas de acero.
Vamos pues tú y yo
ahora que se echa la tarde en el cielo
como un paciente anestesiado sobre una mesa;
vayamos por ciertas calles medio muertas,
las rumorosas madrigueras
de inquietas noches en hoteles cutres de una sola noche
y restaurantes con serrín y ostras vacías:
calles que se prolongan como una tediosa discusión
con la insidiosa intención
de proponerte una cuestión comprometida...
Ah, no preguntes:<¿de qué se trata ? >
Vámonos de visita.
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