Siempre he dicho que la medicina si la entiendes como negocio, es un negocio difícil, pero si la comprendes desde el carácter humano podría llegar a ser una de las más bellas disciplinas.
La Revolución Industrial fue un periodo histórico en el que muchos países experimentaron un conjunto de significativas transformaciones en múltiples ámbitos, donde predominaron las áreas tecnológicas, socioeconómicas y culturales. Se atribuye que el incremento del comercio y la competitividad entre países europeos como Francia, Gran Bretaña y Alemania provocaron su desarrollo. Este fenómeno contaba con un carácter meramente económico basado en la producción de bienes a gran escala, de manera intensiva o incluso de una manera muy rápida pensada en disminución de tiempos y aumento de beneficios.
Producir en masa sin valorar lo cualitativo sino más bien valorando lo cuantitativo, mecanizar el trabajo y los procesos de manufactura, que con el uso de tecnología logran reducir y mejorar tiempos y esfuerzo, de extraña manera podría entenderse en el desarrollo de un capitalismo agresivo alejado de lo sensible y lo humano, debido a la necesidad de incrementar las ventas, reducir los costes y satisfacer al cliente a cualquier precio. Desde sus orígenes la industrialización nuca fue pensada para la salud, pero dos siglos después de su inicio lamento decirlo, ha llegado la industrialización a la salud. Todo lo que define este fenómeno, sus conductas, su competitividad, sus maneras, sus características, absolutamente todo se está aplicando en los últimos años de manera progresiva a la salud, lo que es lo mismo decir “se está aplicando a los pacientes”, mejor dicho, “se está atendiendo a pacientes de manera industrial”.
Algunos sectores dentro del mundo sanitario se empeñan en promover la humanización de la salud, (ósea que estamos deshumanizados), entendiendo desde otra perspectiva distinta a este artículo, que los profesionales están automatizados, presionados por los tiempos que se les ofrece para atender a los pacientes, con consultas saturadas o mal pagadas, con déficit de recursos humanos especializados, alejando al profesional de lo humano, cuando la misma disciplina que se practica obliga a desarrollarla con humanización. Esta humanización se caracteriza por prácticas orientadas a lograr mejor atención al paciente, mayor seguridad al paciente y a evitar o disminuir los errores médicos. La consulta médica debe cumplir unos mínimos, en el cual el médico debe conseguir establecer una relación basada en la confianza, conocer al paciente, adquirir datos a través de la historia clínica que lo orienten hacia un diagnóstico y tratamiento, solicitar o revisar estudios que confirmen o descarten su impresión diagnostica, ofrecer un plan de seguimiento o tratamiento, informar al paciente y ayudarle a comprender sus dudas, expedir recetas y recomendaciones, registrarlo todo lo antes dicho en su historia clínica, vigilar que su accionar este en todo momento dentro de las exigencias médico-legales. El núcleo de la práctica médica se desarrolla con la relación médico-paciente, pero los sistemas sanitarios actuales han transformado este binomio, introduciendo a dicha ecuación otros tres elementos más; el tercer pagador (estado o aseguradoras), los gestores (empresarios o funcionarios administrativos) y la industria farmacéutica. La llegada de esos tres elementos ha traído consigo la industrialización de la salud, usando como punta de lanza:
La medicina no debe ser un área más a industrializar, debe mantener su sensibilidad humana a fin de preservar derechos, éticas, dignidades, valores y obligaciones entre médicos y pacientes. Comprendemos y aceptamos que las instituciones deben organizar acorde a los nuevos tiempos y a las circunstancias que surjan por ejemplo la crisis COVID-19, pero sin dejar a un lado el objetivo de humanizar la atención como prioridad antes que la productividad, la persona antes que lo económico, la vida antes que los resultados.